ENTRADA 5: Cumplir la misión.

ENTRADA 5: Cumplir la misión.







El Cougar tomó tierra en la azotea del Movidick con un movimiento elegante, del interior del aparato salió un pelotón de fusileros, ocho hombres bajaron ordenadamente mientras cubrían la puerta de acceso a la azotea.

El sargento Martín estaba al mando. Recto y metódico, es un militar de unos treinta años, con buenas dotes de mando y cierta experiencia en batallas reales. Su cara refleja la minuciosidad y el orden, mirada analizadora, afeitado impecable, a cuchilla, nada de máquinas estúpidas, no le gustaban las mariconadas, como él decía.



Tras hacer un simple pregunta para confirmar si estaban claras las órdenes de actuación, un “Sí mi sargento” salió de la boca unánimemente de aquellos hombres. Eran soldados rasos, chicos jóvenes la mayoría, vestidos con el uniforme de combate y armados con los fusiles HK-G36 reglamentarios. Entraron al edificio bajando las escaleras.



El jaleo del helicóptero no había pasado desapercibido a nadie y varias personas espiaban por las mirillas de las puertas, confusas y asustadas... nunca habían visto militares por el rellano de sus apartamentos...bueno nunca habían visto muchas de las cosas que en ese momento sucedían por todas las calles de la ciudad.



Un infectado apareció tras subir las escaleras, mirando de un lado a otro, buscando la fuente de aquel escándalo que le había atraído como un imán hasta el último piso del edificio. Tendría unos sesenta años, la barba blanca estaba manchada de sangre...probablemente hubiera mordido a alguien, ya que no se le veía herida alguna en el rostro que pudiera justificar la sangre alrededor de la boca. Al girar la cabeza hacia la izquierda vio a los soldados y corrió hacia ellos con intenciones asesinas.



-¡Alto! ¡No se mueva!- Gritó el soldado que iba delante. El infectado seguía avanzando ajeno a la orden, entonces, mientras el militar daba un paso atrás dudando qué hacer, una ráfaga le pasó cerca de la oreja izquierda. Casi pudo sentir el calor de las balas volando a más de 300 metros por segundo, directas a su objetivo. El estruendo del HK enmudeció al resto de sonidos.



En el pecho de aquel hombre se dibujaron seis puntos rojos que marcaban el lugar de penetración de las balas, pese a los disparos siguió avanzando unos pasos más.

Al ver su persistencia, el autor de los disparos apuntó un poco más arriba, y con la tranquilidad y la sangre fría que proporciona la experiencia, apretó de nuevo el gatillo.



Esta vez dos balas le entraron por el pómulo izquierdo y una tercera por el ojo, rompiendo el cráneo por la parte de atrás y salpicando una mezcla de sangre y materia gris a las paredes y al suelo. El hombre de la barba se desplomó como un muñeco macabro.



-¿¡Esa es forma de reaccionar soldado!?- Gritó Martín mientras bajaba su fusil de la cara.



-No sabía si era un civil sargento.- Contestó el soldado que iba delante buscando una excusa a la que aferrarse.



-Ah claaaaro, ¡¿no has visto las imágenes?!, ¡¿No has escuchado cuando nos describían los síntomas de los infectados?!. Martín ironizaba mientras disciplinaba a su hombre cuando una de las puertas se abrió, varios fusiles apuntaron a la figura humana que aparecía del interior del apartamento. Tras el susto de hace un momento no iban a permitir un segundo de duda ni indecisión, los dedos estaban sobre los gatillos.





-¡Gracias a Dios que han llegado!, dijo sin preocuparse de que la apuntaran una anciana en bata y zapatillas de ir por casa.- Tienen que ayudar a mi Manolo, está muy enfermo y necesita ayuda.



Al escuchar a la mujer hablar bajaron las armas, Martín hizo un gesto a 4 de sus hombres para que se apostaran delante de la escalera por la que había subido el infectado de la barba, controlando el acceso. La señora les explicó rápidamente que su marido estaba muy enfermo y que necesitaba ayuda urgente.



-Señora... no somos médicos pero haremos lo que podamos. -Dijo Martín mientras abrían la puerta del dormitorio. La escena era grotesca. El marido de la anciana daba vueltas sobre la cama, sufriendo estertores y arqueando la espalda como si un dolor inhumano lo atormentara, la sangre empapaba las sábanas blancas con flores rojas.



-¡Dios santísimo!, hace un momento no estaba así!!!- dijo la señora corriendo hacía la cama muy sofocada.



-¡¡¡NO DE UN PASO MÁS, VUELVA!!!- Ordenó el sargento autoritario apuntando de nuevo a la mujer.



-¿¡Que hace!?¡Se está muriendo!!!- Gritaba la mujer presa del pánico.



-¡Está infectado!, apártese- Dijo uno de los hombres que estaban con el sargento.



La mujer, en un gesto instintivo de protección hacia su marido, se interpuso entre los soldados y él. Los militares veían los síntomas claros en aquel desgraciado, pero la anciana solo veía al hombre que amaba y con el que había compartido media vida.



Afortunadamente la escena no duró más que unos segundos, una boca se cerró sobre el cuello de la pobre señora mientras unos brazos fuertes como tenazas la mantenían presa, derribándola al suelo. Los gritos de la anciana dieron paso a la orden de fuego y los 3 fusiles dispararon contra la pareja cosiéndolos a tiros, fundidos en su horrible abrazo, momentos después un charco de sangre bañaba la habitación entera. Una vez asegurados de que no se movían cerraron la puerta y salieron al pasillo con el resto de los hombres. Uno de los hombres vomitó al salir del cuarto.



-¡Hemos matado a unos abuelos!- dijo uno de los soldados en un arrebato de culpabilidad, justo después de arrojar el contenido de su estómago.



-¡VAMOS, hay una misión que cumplir!- Gritó Martín a sus hombres al tiempo que avanzaba a paso firme, no habría discusión sobre lo que había sucedido tras esas cuatro paredes, ni preguntas.



En el fondo sólo era una fachada, abrir fuego contra la pareja de jubilados mientras veía como el cabrón del marido le arrancaba medio cuello a su pobre mujer, era algo que le había herido a él mismo en el alma. No podía dejarse llevar, se sentía confuso y culpable, tenía ganas de arcadas tras lo que había pasado.



Pero pronto entró en escena su mente de soldado... no hacía falta entender lo que pasaba…no hay por qué comprender nada, la ciudad se caía a pedazos, pero sólo importaba cumplir la misión. Con ese pensamiento se tranquilizó mientras bajaba por la escalera con sus hombres.



Unos pisos más abajo, en los apartamentos 7D y 7F unos jóvenes discutían sobre su próximo movimiento.
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