Las cinco de la mañana. Miro el teléfono en mi mano, el sueño casi me enloquece hasta terminar de marcar sin llamar. Me he levantado en un sueño o sigo durmiendo en mi fantasía. He besado sus labios, inmerso mi rostro entre la jungla de su cabello.
La he sentido y por un instante más que respirar, necesita mi cuerpo escuchar su voz. Saber que ella está viva, que no fue mi imaginación ni un recuerdo travestido.
Sus besos y miradas veladas de un secreto entre nuestras almas. El tacto sedoso y lechoso de la curva de su piel, alla donde su vientre perdía su dominio y las dos majestades reclaman a gritos mis labios sedientos.
Me detengo con un grito y arrojo el teléfono lejos de mí. El sueño se ha ido, la vuelvo a recordar. Su suave gesto, su olor maduro y el nombre del otro. Nombre de cadenas de plata que su vida de mi vera separa.
Maldito sueño que por un latido la he sentido mía sin cadenas ni mentiras.
Son las cinco de la mañana y mirando su número que no podría marcar, el deseo de su voz que mi cuerpo no podía recibir, derramé mis lagrimas sin más.