https://www.youtube.com/watch?v=NNF9WrO005sY este es el momento. Cuando quieres pedir perdón pero sabes que nada va a cambiar. Ese perdón que pides y sabes que no vas a recibir. Es más, incluso temes que pedirlo sólo sirva para empeorar las cosas.
Alguien cruel y que hace daño a sabiendas no necesita pedir perdón. Alguien malvado actúa y hasta disfruta del dolor que causa. Pero no somos malvados, ni tú ni yo. Y yo, que te he hecho tanto daño que no puedo ni imaginarlo, no soy cruel ni malvado. Y necesito pedirte perdón. No pedirlo sólo, necesito que me lo concedas porque sólo así podré aliviar de algún modo este tan pesado sentimiento de culpa.
Y entonces llega el momento. Y salen las palabras. Perdón. Lo siento. Lo lamento. Pero salen de mis labios como sale el vapor de tu café caliente: sale y no llega a ninguna parte. Y, también como ese vapor, uno puede ver que no te alcanza ni una sola sílaba, ni un ápice del sentimiento con el que ha cargado esas palabras. Una decepción que no por esperada es menos dolorosa y que hace aún más pesada la carga de culpa. Y es que resulta que comprendo tus motivos y razones para no querer escucharme. Sí. Por desgracia para mí, te entiendo y te comprendo.
Y en la derrota, esa comprensión es un golpe más que al recibirlo yo mismo justifico y me hace darte la razón una vez más. Ese perdón perdido se convierte en un arma contra mí y no sólo no me alivia sino que abre aún más la herida de la desesperación por perder la batalla contra tu odio. O desprecio. O peor aún: tu silencio al ignorarme.
Pero las palabras ya están lanzadas y no puedo recogerlas ni borrarlas. Ojalá en este caso fueran como el vapor ese de aquel café que con mover la mano se esfumaría. Pero no. Esas palabras se quedan entre tú y yo, estrelladas contra el muro frío que has levantado entre nosotros y haciéndolo aún más grueso, más difícil de franquear.
¿Y cómo evitarlo? ¿Cómo, sabiendo todo esto que pasará si lo digo, no decirlo si es la única que forma que tengo de intentar transmitirte que me importas, que tu dolor me duele, que el sentimiento de culpa me mata? ¿Cómo?
Perdón.
Lo digo. Y tú no escuchas.
Lo siento.
Por ti y por mí, porque soy la causa y lo sé. Y no puedo irme aún porque necesito que respondas.
Lo lamento.
Cada error que cometí, lo que hice y también lo que no hice, lo que dije o no, lo que no pude llegar a sentir o todo lo que llegué a sentir.
¿Y? De nada sirve. Incluso puede que el único efecto de estas palabras sea sólo herirte aún más, alimentar tu odio y tu rabia. ¿Una herida más o sal en la misma herida que abrí? Es igual: al final lo que importa es tu dolor y que al causarlo yo, más aún necesito tu perdón perdido hace ya tanto tiempo que, incluso cegado por mis ganas de no perderte tanto, soy capaz de ver con claridad pues brilla como hierro ardiente que se me clava al ver tu mirada, gélida, tras esos ojos humedecidos por lágrimas tintadas de rabia.
Pero ¿qué puedo hacer? No soy capaz de aceptar la posibilidad de guardármelo, dejarte marchar y fingir que tu perdón no me importa. Es simplemente imposible. Podrías llegar a entenderlo porque seguro que alguna vez tú también has estado en mi lugar. Pero no lo entenderás, no ahora al menos (y decir esto me hace darme cuenta de cuán estúpido soy pensando que tal vez con el tiempo llegues a entender mi arrepentimiento).
Tomo tu silencio y te dejo. El café frío ya no humea. No hay vapor ni palabras en aire ya. Sólo una brecha aún más enorme e insalvable que a cada paso que doy alejándome de ti, sólo una hiriente esperanza de lo estúpida que es ¡tan estúpida! No, no vas a empezar a hablar ahora, no vas a extender tu mano y decirme "Espera un momento". ¡Claro que no! ¿Entonces por qué sigo deseando que eso suceda? Me odio tanto por permitirme soñar con ese atisbo de esperanza...
Duele. A ti. A mí. Claro que lo sé.
Lo sé:
Perdón, ahora, es eso que no vale la pena decir pero lo digo. Ese perdón perdido.