Esperanza.

Esperanza era una niña preciosa. Tenía un cabello rizado del color del sol, que alcanzaba tonos dorados a la luz de las mañanas de primavera, deslumbrando así con sus bucles al siempre asombrado gentío que admiraba su paso. Sus ojos eran verdes, enormes y brillantes, relucientes como dos esmeraldas engarzadas en una tez rosácea y limpia. Esperanza era, ya de niña, perfecta.

A Esperanza, cuando era joven, le encantaba jugar. Jugaba sola o con otros niños, incluso a veces jugaba con los mayores. Era jovial, viva, alegre, siempre tarareaba alguna cancioncilla o iba de un lado a otro saltando y correteando. Pero tenía un defecto, era una tramposa. Esperanza era muy inocente, nunca hacía daño a nadie a conciencia, pero le gustaba mucho ganar, creía siempre tener razón y acababa haciendo trampas para conseguir todo lo que se proponía y, en consecuencia, los otros niños se cabreaban y la dejaban sola, aunque pronto volvían a jugar con ella, porque era muy difícil no caer en el espectro de alegría y felicidad que la rodeaba.

Cuando creció, Esperanza se convirtió en una mujer perfecta, bellísima y al igual que cuando era pequeña, muy alegre. Todos la querían, Esperanza era la amiga perfecta, siempre animaba a todo el mundo, siempre daba consejos y nunca decía que no a alguien indeciso. Pero Esperanza no sabía lo que hacía. Seguía siendo igual de inocente que de niña y no se daba cuenta que los consejos que daba acababan haciendo mucho daño a la gente. Consejos de trabajo, de amor o incluso de salud. Muchos consejos que ella daba acababan siendo un fracaso en las vidas de sus amigos y conocidos, porque ella era demasiado impetuosa. Alocada, dirían algunos si no llegasen a ver su rostro angelical. Esperanza no se daba cuenta de que hacía mucho daño a la gente con falsas ideas, con proyectos e ilusiones que ella les animaba y les aseguraba que funcionarían. Esperanza era buena, pero se guiaba y dejaba guiar al resto por el corazón. Muchas veces, tras fracasar luego de ser aconsejados por ella la gente se enfadaba, había quién decía que la odiaba y nunca volvería a hablarle, pero siempre volvían.

Años después Esperanza se convirtió en una venerable octogenaria, con una belleza aletargada y guardada en el alma que nunca ninguna mujer tuvo antes. Su vitalidad era la misma, y el paso de los años le proporcionó la verborrea ideal para que todos sus consejos, que solían ser castillos en el aire, sonasen de una forma irrechazable. ¡Qué bien hablaba Esperanza! Esa mujer, conservada por el tiempo como una estrella incandescente que nunca se apaga seguía viviendo con la misma alegría que cuando era una preciosa niña de parvulario.

Cuando Esperanza murió mucha gente acudió a su entierro, mucha gente lloró junto a su tumba y muchos otros se sintieron perdidos y desamparados. Pero unos pocos, quizá los que más conocían a Esperanza, tras sentirse apenados decidieron sobreponerse y olvidarla, porque por su culpa habían fracasado, sufrido y llorado durante todas sus vidas. A partir de ese día, nunca más volvieron a hablar de Esperanza, nunca más recordaron su nombre, su rostro o sus palabras. Y nunca fueron tan felices como el resto de sus vidas sin Esperanza. Sin esperanza.
Sinceramente, creo que tengo un par de amigas así, como Esperanza... Sobre todo una, que lo cierto es que ya ni amiga ni leches porque, como algunos de los de tu relato, ya paso mucho de lo que dice o hace. Pero la otra, por suerte, dejó de ser como anita la fantástica y se volvió más real y con los pies en la tierra. Por suerte.

Un texto moralizante que da qué pensar y que está bien escrito. Me ha gustado leerlo.
Genial, me ha gustado mucho tanto en fondo como en forma. Usas el nombre "Esperanza" las veces suficientes para que sea repetitivo pero sin cansarse de dicha palabra. El fondo del escrito me gusta, pero porque yo no tengo a "Esperanza" en mi círculo de amigos ;)... es un poco pesimista y quizá sea eso lo que más me ha gustado. (Por cierto, no sé si es cierto eso de que con los años todo lo que te dice "suena de forma irrechazable", pero soy demasiado joven para saberlo).

Un saludo.
Bueno, creo que no he conseguido darle la profundidad que merecía la idea. Cuando leo/escribo me gusta dejar un poso, una sensación, y este texto creo que no lo consigue. En cualquier caso, aun siendo una historia válida, trato de hacer una metáfora del sentimiento en sí.
Heku escribió: En cualquier caso, aun siendo una historia válida, trato de hacer una metáfora del sentimiento en sí.


Y creo que se entiende perfectamente. No me repito porque ya te he dicho que me ha gustado y si lo digo más veces va a parecer que quiero algo contigo, así que sólo quería decir que yo creo que sí que tiene mucho fondo y transmite bastante.

Un saludo.
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