Parecía que la mejor salida era pensar que nadie la entendía, que la gente era demasiado superficial para lograr entender lo que maquinaba su cabeza. Con el tiempo había llegado a esa conclusión, o había querido convencerse de ello.
La gente preguntaba, y a cada una de sus respuestas aparecía una cara de sorpresa, que a veces se traducía en una huida mal justificada.
Su relación con Gonzalo le dió mucho que pensar, mas de lo que ella estaba acostumbrada. Él se esfrozaba por entenderla, o al menos por hacer que la entendía. Pero ella no podía obviar su mirada, sus gestos, cada vez que, sin motivo aparente, se derrumbava ante él. La abrazaba, intentaba calmarla cuando ella se enfurecía, y secaba sus lágrimas cuando éstas aparecían sin previo aviso.
Pero las presentaciones ya estaban hechas, y con el tiempo, habiendo aguantado ya demasiado, según su opinión, Gonzalo empezó a cambiar su actitud. A decir lo que realmente pensaba, advirtió ella.
De repente, aquellos abrazos esperanzadores se habían convertido en un suspiro poco alentador por parte de él.
Sus palabras ya no intentaban consolarla, mas bien sonaban a un intento desesperado porque ella callase.
Nunca lo hizo, al menos aparentemente.
Lo único que hacía era bajar la voz, cada vez mas, tanto, que él ya no podía escucharla.
Con el tiempo volvió a caminar sola, aunque tampoco advirtió gran cambio, pues llevaba mucho tiempo caminando asi.
Pero las cosas habían cambiado.
Sus amigas seguían ahí, incluso alguna vez la llamaban, pero no era lo mismo. Lo sintió un día, un día de esos en los que se sentía mal por nada en particular.
Hacía tiempo habría llamado a su mejor amiga, habría hablado largo y tendido con ella, y al llegar a casa, extrañamente, se habría sentido mejor.
Pero esta vez no era así.
Se imaginaba delante de su amiga, como tantas otras veces, con la diferencia de que esta vez alzaba la cabeza para observar su cara.
La misma. La misma expresión de desinterés y apatía que había observado en Gonzalo tantas otras veces.
Se sintió mal, necesitaba hablar, claro que lo necesitaba, pero no tenía claro si hacerlo le ayudaría a sentirse mejor.
De repente se vió a través de los ojos de los demás. Se veía inestable, incomprensible, insoportable en algunas ocasiones. Y lo que era peor, parecía que todos habrían encontrado un apelativo perfecto para ella, perfecto para referirse a ella cuando no estuviese presente.
¿Realmente era así? ¿Estaba realmente loca? ¿Realmente eran tan extrañas las cosas que pensaba, su forma de hacerlo?
Aquello la abatió por completo. Había perdido.
Ya no tenía fuerzas para seguir jugando, la vida había dejado de ser divertida para ella, y ya no podía volver a empezar.
Aunque, pensó, tampoco estaba segura de querer hacerlo.