El silencio era abrumador pero solo dentro de su cabeza, fuera era otro mundo la calle por la que transitaba Víctor era
un hervidero de gente que iba de un lado para otro sin rumbo ni dirección fijos.
Aquello seguramente fuera un bullicio insoportable para cualquier otro ciudadano, no lo era para Víctor absorto en sus pensamientos, mirando al frente a un inexistente punto fijo.
Sin amigos ni familiares conocidos era difícil para el buscar un divertimento con el que matar el tiempo, uno de ellos era pasear.
Le gustaba pasear por la ciudad y fijarse en los pequeños detalles, los que nadie da importancia, sentir el aire frío en su rostro, el olor a tierra mojada, esquivar los charcos de las resbaladizas aceras...
Todo eso y muchas cosas mas le hacían sentir vivo, ser mas libre, mas humano.
Estos placeres para alguien condenado de por vida a trabajar de ocho a seis en una oficina eran una tabla de salvación, diez horas de trabajo diarias encadenado a una mesa pueden acabar con la moral de cualquiera, solo es
en ese pequeño trayecto de apenas cinco calles que separan la casa de Víctor y su puesto de trabajo cuando puede escaparse de la rutina.
“Rutina” cruel palabra, solo pensar en ella le aterraba, su día a día era un cumulo de situaciones clonicas imposibles de salvar, por lo menos hasta hoy.
Se había levantado con el pie izquierdo, mala señal pero este asunto no tenia vuelta atrás
Cerro la puerta de su lujoso apartamento, bajo apresurado los cien escalones que le separaban del portal y delante de los atónitos viandantes, se quito la vida.
Su cuerpo mutilado e irreconocible yacía entre las ruedas de aquel monstruoso camión, el conductor presa del pánico
llamo inmediatamente a una ambulancia pero era tarde Víctor estaba muerto y con el las pocas ilusiones de un hombre que aparentemente lo tenia todo excepto lo mas importante.
Ganas de vivir