GUY DE MAUPASSANT (1850-1893) escritor francés, Por naturaleza, era un hombre melancólico y afligido. Siempre veía el aspecto más sombrío de las cosas: la fealdad, el sufrimiento, la maldad. Muchos de sus libros fueron censurados por el gobierno, por el cruel realismo con que retrataba a las lacras de la gente.
Aún sus mejores cuentos dejan siempre al lector con un sentimiento de tristeza, como si todo en la vida fuera malvado, sombrío y horrible.
No era un hombre feliz, y sus obras casi siempre lo revelan. Sin embargo, son tan profundas y están escritas con tanta perfección, que absorben profundamente la atención del lector y lo hacen entregarse por entero a su lectura. Todos consideran al autor como uno de los más notables entre todos los escritores de cuentos y novelas cortas.
Guy de Maupassant, carácter taciturno y amargo, acabó volviéndose loco y murió en un manicomio en 1893.
Guy de Maupassant.- ¡Camarero, una caña!
¿Desde cuándo estás sumido en ese desánimo? No es normal, no es lógico. Detrás de todo esto hay algún motivo.
-Sí, la causa se remonta a mi infancia. De niño, recibí un duro golpe, y ya lo vi todo negro para siempre.
-¿Qué ocurrió?
-Quieres saberlo? Pues escucha. Recordaras el castillo donde crecí, ya que estuviste en él cinco o seis veces durante las vacaciones. Recordarás el gran edificio gris, en medio de un enorme jardín, y las largas avenidas de robles, abiertas a los cuatro puntos cardinales. Recordaras a mi padre y a mi madre, ambos muy ceremoniosos, solemnes y severos.
-Yo adoraba a mi madre, temía a mi padre y les respetaba a los dos. Además, estaba acostumbrado a ver cómo todo el mundo se inclinaba ante ellos.
-Yo tenía trece años en aquella época. Era alegre, todo me llenaba de contento, como suele suceder a esa edad, rebosaba alegría de vivir.
-Hacía finales de septiembre, unos días antes de volver al colegio, estaba yo jugando al lobo entre los matorrales del jardín, corriendo entre las ramas y hojas, cuando, al cruzar la avenida, divise a papá y a mamá que daban un paseo.
-Lo recuerdo como si fuera ayer. Era un día muy ventoso.
-La hilera de árboles se inclinaban bajo las ráfagas de viento, gemía, parecía gritar, lanzar esos gritos sordos, profundos, que los bosques emiten cuando hay tormenta.
-Las hojas caídas, ya amarillas, revoloteaban como pájaros, se arremolinaban, luego caían y corrían a lo largo de la avenida, como animales veloces.
-En cuanto vi a mis padres, avance hacia ellos a paso furtivo, bajo las ramas, para sorprenderlos como si fuera un lobo.
-Pero a unos pasos de ellos, me detuve, invadido por el miedo.
Mi padre presa de un terrible arrebato de cólera, gritaba:
-Tu madre es una imbécil... te digo que necesitó el dinero, y exijo que firmes.
-Mi mamá respondió, con firmeza:
-No firmare. Es la fortuna de nuestro hijo. La guardo para él y no quiero que te la comas con mujerzuelas y criadas como lo has hecho con tu herencia.
-Pero entonces papá, temblando de ira, se volvió y, cogiendo a mi mamá por el cuello, empezó a golpearla con la otra mano, con todas sus fuerzas, en pleno rostro.
-El sombrero de mamá cayó al suelo, sus cabellos sueltos se desparramaron. Intentaba rehuir los golpes, pero no lo conseguía. Y papá, como enloquecido, golpeaba, golpeaba. Ella rodó por el suelo, escondiendo el rostro entre los brazos. Entonces él la puso boca arriba para seguir pegándole, apartando las manos con las que mi madre se cubría la cara.
-En lo que a mí respecta, amigo mío, tuve la sensación de que el mundo tocaba a su fin, que las leyes eternas se habían trastocado. Experimenté la impresión que nos invade ante los hechos sobrenaturales, ante las catástrofes monstruosas, ante los desastres irreparables, Mi mente infantil caía en el extravío, enloquecía. Y empecé a gritar con todas mis fuerzas, sin saber por qué, presa de un espanto, de un dolor, de un pánico realmente terrible. Mi padre me oyó, se volvió, me vio, y, levantándose, vino hacia mí. Creí que me mataría y huí como un animal acosado, corriendo en línea recta, hacia el bosque.
-Pues bien, chico, para mí se acabo. Había visto la otra cara de las cosas, la mala; desde aquel día, no he vuelto a ver la buena. ¿Que ocurrió en mi mente? ¿Que extraño fenómeno cambio mis ideas? Lo ignoro. Pero no volví a sentir gusto por nada, ni ganas de nada, ni amor hacia nadie, ni ningún deseo, ni ambición ni esperanza.
Y sigo viendo a mi pobre madre en el suelo, en la avenida del jardín, mientras mi padre le da una paliza.
Guy de Maupassant.- "EL HORLA"
¡Un ser nuevo! ¿Por qué no? ¿Por qué nosotros íbamos a ser los últimos? tan endeble y torpemente concebida, trabada por órganos siempre fatigados, siempre forzados como mecanismos demasiado complejos, que vive como una planta o como un animal, nutriéndose penosamente de aire, hierba y carne, máquina animal acosada por las enfermedades, las deformaciones y las putrefacciones; que se respira con dificultad, imperfecta, primitiva y extraña, ingeniosamente mal hecha, obra grosera y delicada..., Existen muchas especies en este mundo, desde la ostra al hombre. ¿Por qué no podría aparecer una más, después de cumplirse el período que separa las sucesivas apariciones de las diversas especies? ¿Por qué no puede aparecer una más? ¿Por qué no pueden surgir también nuevas especies de árboles de flores gigantescas y resplandecientes que perfumen regiones enteras? ¿Por qué no pueden aparecer otros elementos que no sean el fuego, el aire, la tierra y el agua? ¡Sólo son cuatro, nada más que cuatro, esos padres que alimentan a los seres! ¡Qué lástima! ¿Por qué no serán cuarenta, cuatrocientos o cuatro mil? ¡Todo es pobre, mezquino, miserable! ¡Todo se ha dado con avaricia, se ha inventado secamente y se ha hecho con torpeza! ¡Ah! ¡Cuánta gracia hay en el elefante y el hipopótamo! ¡Qué elegante es el camello!
Se podrá decir que la mariposa es una flor que vuela. Yo sueño con una que sería tan grande como cien universos, con alas cuya forma, belleza, color y movimiento ni siquiera lo puedo describir. Pero lo veo... va de estrella a estrella, refrescándolas y perfumándolas con el soplo armonioso y ligero de su vuelo... Y los pueblos que allí habitan la miran pasar, extasiados y maravillados...
Guy de Maupassant.- "EL LOCO"
¿Qué es el ser? Todo y nada. A través del pensamiento es el reflejo de todo. A través de la memoria y de la ciencia es un resumen del mundo, porque guarda en sí la historia de éste. Como espejo de las cosas y reflejo de los hechos, cada ser humano se convierte en un universo dentro del Universo. Pero al viajar y contemplar la diversidad de las etnias el hombre se convierte en NADA. ¡Ya no es nada! Desde la cumbre de una montaña no es posible distinguirlo. Cuando el barco se aleja de la orilla, plagada por la muchedumbre, sólo se divisa la costa. El ser es tan pequeño, tan insignificante, que desaparece. Cruzad Europa en un tren rápido. Al mirar por la ventanilla veréis hombres, hombres, siempre hombres; hombres innumerables y desconocidos que hormiguean por las calles, que hormiguean por los campos, mujeres despreciables cuyo único cometido se limita a parir y dar la comida al macho, estúpidos campesinos que sólo saben destripar terrones.
Viajad a China o a la India. Allí también veréis agitarse a miles de millones de seres, que nacen, viven y mueren sin dejar otra huella que la de un insecto aplastado sobre el polvo de un camino. Id a las tierras de los negros, alojados en cabañas de barro, y a las de los árabes, cobijados bajo una lona parda que ondea al viento. Comprenderéis que el ser aislado, el individuo, no es NADA. A estos pueblos, que son sabios, no les inquieta la muerte. Para ellos el hombre no significa nada. Matan a sus enemigos sin piedad; es la guerra. Hace tiempo nosotros hacíamos lo mismo de provincia en provincia, de mansión en mansión.
Atravesad el mundo y comprobad cómo hormiguean los humanos, innumerables y desconocidos. ¿Desconocidos? ¡Esta es la clave del problema! Matar constituye un crimen porque los seres están numerados. Cuando nacen se les da un nombre, se les registra, se les bautiza. ¡De eso se trata! La Ley los posee. El ser que no está inscrito no cuenta. Matadlo en el desierto o en el páramo; matadlo en la montaña o en la llanura. ¿Qué importa? La Naturaleza ama la muerte. ¡Ella no castiga!
Guy de Maupassant.- ¡EL SUICIDIO!
Pero... ¡si es la fuerza de quienes ya no tienen nada, es la esperanza de quienes ya no creen, es el sublime valor de los vencidos!... Sí, hay una puerta por lo menos en esta vida, siempre podemos abrirla y pasar al otro lado.
La naturaleza ha tenido un movimiento de piedad; no nos ha aprisionado.
¡Gracias en nombre de los desesperados!
Sean cuales fueren nuestros esfuerzos, nuestros rodeos y nuestros asideros, el límite está cerca y redondeado de forma continua, sin salientes imprevistos y sin puerta a lo desconocido. Hay que girar, seguir girando siempre, con las mismas ideas, las mismas alegrías, las mismas bromas, los mismos hábitos, las mismas creencias y los mismos desalientos.