Halos de Luz (Recopilatorio)

(I)

I


Odiaba soñar.

Carlos seguía tumbado en la cama, con la sabana por encima y una almohada húmeda de pesadillas debajo de la cabeza. No dormía, tampoco quería hacerlo. Su cabeza ya había pasado numerosos estragos desde hacía unos días. Todo le daba vueltas, pero él seguía tumbado, como provocándose las nauseas. El sudor le penetraba en las sienes como cuchillos de hielo, y las articulaciones de piernas y brazos le provocaban dolor a cada cambio de postura que realizaba.

“Otra puta noche sin dormir”

Se incorporó, apareciendo de entre las sabanas súbitamente, como humo en una caja que acaba de ser abierta. Sentía ansiedad. Volvió a tumbarse, pero esta vez no con el propósito de dormirse. Alargó el brazo hasta la mesita de noche y agarró el paquete de tabaco y el mechero. Los lanzó a la cama, en el espacio de colchón que quedaba entre la mesita y él. Cogió un cenicero, dejándolo en el mismo sitio, e incorporándose hacia él, se encendió un “palito de cáncer”.

Hacía tiempo que no sabía nada de Massó ni de Vis. A veces sentía que debería verlos de nuevo, buscarlos, y que todo volviera a ser como antes... Ellos eran los dueños de gran parte de su infancia, junto con Dani, Tinglaos y Sonko. La diferencia entre ellos dos y estos tres es que a Dani, Tinglaos y a Sonko nunca les había hecho falta una muestra de afecto, ellos simplemente sabían que eran colegas y que nos necesitábamos los unos a los otros. Massó y Vis nunca lo supieron, aunque Carlos creía que lo sabían.

- No me apetece seguir pensando de esto – Carlos se dijo a sí mismo.

Carlos, por así decirlo, era un chico demasiado tímido. Normalito, mas bien, ni guapo ni feo, un poco regordete y con el pelo corto (y casi siempre de punta). Era un chaval bastante extraño, siempre andaba de un lado para otro agitando sus llaves con la mano derecha. Apenas hablaba con la gente, solo con unos pocos que decían llamarse sus amigos. A Carlos lo que mas le gustaba era estirar su cuello a la noche, con humo de tabaco por medio y las estrellas como testigos. No dejaba de pensar, continuamente le daba vueltas a la cabeza, por cualquier tontería.
Aquella noche, todo se le juntaba.

De vez en cuando las gotas de sudor se confundían con sueños breves sin sentido. Que poco a poco se alargaban, entre calada y calada, se estiraban como una goma elástica.
De fondo sonaban los Deftones otra vez, la minicadena se había encendido.

- Coño, ¿ya son las 7?

Carlos se incorporó de un golpe de abdominales. La camiseta estaba empapada en sudor, y la sabana se le enrollaba en la cintura, apretándole como una Boa Constrictor.
Era la hora de la ducha.

...

El agua estaba caliente, pero el sudor frío no se despegaba de su cabeza. Su pelo mojado caían en forma de espiral por su frente. Dejaba el agua correr, el tan solo estaba mirando al vacío debajo de un chorro de agua. Un suave zumbido escapaba por el chorro de agua, un zumbido hipnotizador, un zumbido que le agradaba y que hacía que, de alguna otra manera, siguiera soñando. Era una especie de zumbido eléctrico mezclado con el sonido que hace el agua al correr por una superficie metálica.

Su mente estaba en blanco, excepto por un pequeño detalle. ¿Qué habrá sido de Massó y Vis? Lo último que sabe de ellos es que estaban trabajando en la misma compañía de software, que les iba bien, que Massó se había casado con su novia de toda la vida y que Vis seguía con aquella chica con la que empezó cuando tomar café con él era una actividad usual en su horario. Carlos había visto a los mejores amigos separarse. A su hermano pasó por lo mismo con sus amigos... No, por lo mismo no, él por lo menos sabia de sus compañeros cada cierto tiempo. Carlos hacía mas de 3 años que no sabía nada de ellos. Lo mismo les pasa a Dani, Tinglaos y Sonko, ninguno de los tres saben qué ha sido de ellos. Pero, mejor no buscarlos... Quizás sea todo mejor así.

“A veces hecho de menos a Helena”

- Que tonterías estoy pensando... – Se dijo Carlos a sí mismo.

“A veces hecho de menos a Helena. Ella era muy buena conmigo. Siempre fue buena. Yo lloraba mucho, y ella me ayudaba. Ella era buena.”

Carlos despertó de su letargo mezclado con agua caliente, y, con un puñado de agua en las manos, se intentó despejar aquellos pensamientos. Helena había sido un punto muy importante en su vida, ella había sido “aquella amiga”. Siempre sonriendo, con los ojos entreabiertos, risueña. Cada vez que se acordaba de ella, se le mezclaba en la boca (o en los ojos, no lo sabe bien) una aleación de nostalgia y cariño con resultado salado.

Carlos salió de la ducha, cogió una toalla y se empezó a secar, para quedarse mirando en el espejo sin un destino fijo en sus pupilas. No podía quitarse ni a Massó ni a Vis de la cabeza. Pero disimulaba muy bien ante su reflejo. Era todo un profesional.

Decidió salir a hacerse el desayuno, mientras se encendía otro cigarrillo.


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II


“Erase una vez un niño sin sueños, erase una vez una boca sin besos. Erase una vez mi alma”.

Carlos estaba sentado delante del ordenador. Intentando arrancarse de su cabeza alguna idea para teclearla. Carlos era escritor, además de haber intentado hacer algo en cine y teatro, Carlos intentaba siempre escribir “la novela”. O morir en el intento.

Carlos a veces tenía ganas de morir, de suicidarse, y lo pensaba casi continuamente. Había pensado ya varios métodos. Estaba el método mas rudimentario, coger una pistola y pegarse un tiro en la boca, dejando salir mas que nunca sus ideas... (impregnando el papel de las paredes con ellas), también había pensado colgarse de algún árbol del parque, o simplemente de esperar en una carretera oscura que algún coche vaya demasiado rápido como para desviar su ruta antes de impactar con el torso sin ilusión de Carlos. Pero el método que mas le llamaba la atención era el vuelo del ángel.

Quería vivir los últimos momentos de su vida sintiéndose algo importante, sintiéndose un ser supremo por unos segundos, aunque su muerte fuera la mas miserable de la historia. Carlos lo había pensado todo: Iría al hotel mas caro y alto de la ciudad, cogeré el ático (lo reservaré semanas antes). Saldré por el balcón, justo al amanecer, dejare correr como sangre la luz por el cuarto, mientras que yo me lanzo a convertirme en mi propio destino. Sentir que uno ya no es su pasado, que ya no es “Carlos, aquel chaval fracasado”. Sentir que simplemente era Carlos, sin aditivos.

...

Cuando Carlos se dio cuenta, el sol estaba ya apretando en lo mas alto de la ciudad, los coches ya se aglomeraban bajo su casa. Tenía hambre, mucha hambre, pero no le apetecía cocinar. Le apetecía comer algo por ahí, ver a alguno de estos y luego volver a casa. QUizás por la noche quedase con alguien.
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III

Tinglaos jugaba con los trocitos de pan que previamente había arrancado de su panecillo, mientras Carlos se encendía otro”palillo de cancer”. Conforme la primera calada de humo se filtraba por sus alveolos, tuvo otra vez curiosidad por saber qué había sido de Massó y de Vis. Algo había pasado, algún cabreo gilipollas por alguna idiotez, seguro. Vis era muy dado a ese tipo de mosqueos, enseguida pillaba la mosca y se encerraba en una celda de rencor y odio con barrotes de hielo, que no tardaba en derretirse debido al calor de una noche de birras con los colegas.

Pero aquello no podía ser ese tipo de cabreos. Era algo más, puesto que ya no percibía ningún pensamiento compartido.

Había veces que los seis, de repente, pensaban a la vez en algo o alguien, era como una especie de sexto sentido compartido, era algo que los unía cuando no estaban juntos. De repente, uno recibía un fusilamiento de imágenes directo a su cabeza, y los demás percibían lo mismo. Podía ser perfectamente la foto de alguna piba de la revista Penthouse que la noche con mas estrellas de sus vidas. Podía ser la imagen de alguno de ellos comprando entradas para el cine como podía ser alguno de ellos llorando. Era algo que de vez en cuando les ocurría. Y hacía ya dos años y unos meses que no les pasaba.

-Tío, no se como soportas esa mierda – Tinglaos se refería al tabaco. Es curioso que diga eso, cuando el tío se pasa fumando porros todo el día.
-Tinglaos... ¿sabes algo de estos? – Carlos, evidentemente, estaba preocupado.
- Dani debe estar en su casa sobando, y Sonko estará en las mismas, quizá se está preparando para esta noche. – Tinglaos seguía pellizcando el panecillo. – Coño, ¡si que tarda la cena!

Estabamos en un restaurante-jardín de esos en los que se condensa una atmósfera de huevos fritos, chorizos parrilleros, chuletas y tabaco retestinado de todos aquellos que hubieran decidido pasar una bonita velada al aire libre.

Aquello apestaba demasiado como para ser un restaurante, mas bien parecía un matadero en pleno incendio.

- Capullo, me refiero a Massó y a Vis. – Carlos dio unos golpecitos al cigarro, que ayudó a la ceniza a precipitarse contra en cenicero de cartón improvisado que había en la mesa plegable del supuesto restaurante... En el fondo de este todavía se podía leer... ¿Mc Donals?. – Hace tiempo que no se nada de estos... y me preocupa.

- ¿Pues que quieres? – Tinglaos dirigió la mirada por primera vez a Carlos en toda la noche. – Uno casado, el otro con novia que no le deja ni aún fuese el fin del mundo... – Eso le hizo gracia a Carlos. Unas semanas mas tarde le parecería chocante esta frase, y le llevaría a preguntarse si de verdad ya no veían mas pensamientos compartidos. – Tío, este restaurante es una auténtica mierda. Vamos a algún otro lugar, o simplemente a beber por ahí.

Así lo hicieron, al cruzar la puerta del restaurante, Carlos pudo ver al camarero acercar los dos platos de huevos fritos con chorizo a la mesa, éste vio que ya no había nadie, asi que se acercó de nuevo a la barra, para posteriormente lanzarle los huevos fritos a un perro que había atado en una esquina el jardín.

“Comida de perros”. Pensó Carlos. Tinglaos se rió.

Pasaron las horas entre sus amigos etílicos, Jack Daniels, Bourbon y Beefeater. Entre risas sin control y melancolía a intervalos. El tiempo pasaba en progresión geométrica, y Carlos cada vez veía peor las chispas de su cigarro al caer al cenicero, y Tinglaos estaba en la fase “Exaltación de la amistad”, momento en el cual, Tinglaos se dedica a decir sus “sentimientos verdaderos” acerca de la gente. Qué curiosidad, en ese momento Tinglaos ama a todo el mundo.

Por un momento, Carlos tuvo un Deja-vu. Apareció una chica con el pelo rizado por la puerta. EL bar estaba vacío, a excepción del barman y de dos amigos suyos que, igual de borrachos que Carlos y Tinglaos, se contaban las penas a ritmo de chill-out y whisky.
La chica cruzó la habitación, con la expresión mas triste que una mujer es capaz de mostrar con sus ojos. Ese brillo cegador que es capaz de partirle el alma a cualquier ser viviente. Tenía la cara teñida de maquillaje corrido por las lágrimas, y llevaba una camiseta un tanto harapienta. Pero a Carlos le gustó.

- Eh, nene – dijo, entre perdigones de saliva etílica – ¿has visto a esa tía?
- De las que te gustan, cabrón. – dijo el Tinglaos, justo antes de darle otro trago a su cerveza. – A por ella, ¿o qué?

Pero Carlos ya había ido al ataque.

Se acercó a la barra, a unos dos metros de la chica. Tinglaos pegó un grito de rabia, se le había caído el cubata. Carlos le miró y se empezó a reír discretamente. Pero había que tener seriedad, si no, esa noche no mojaba.

- Hey... – se dirigió al barman - ...ponle un cubata a esa rubita que acaba de pasar... te lo pago yo.

- Tio, llevas un ciego del copón. – Se alejó el barman de donde Carlos estaba, mientras miraba atónito el lugar donde debía estar la chica. Era imposible ser tan rápido. ¿Había olido el hedor a buitre carroñero? No, imposible. Carlos se olió su axila, fue entonces cuando le entró la duda.

- Pero... ¡coño! – Carlos no salía de su asombro - ¿Dónde está?

- Tío, aquí la única tía que hay es la del poster que hay detrás de ti. Y después de ella, lo mas parecido a una tía serias tú con minifalda y un top. – Sus amigos y el barman comenzaron a reirse, mientras servía otra ronda de chupitos a sus amigos.

Carlos se dio la vuelta, y vió la expresión de la cara de Tinglaos, completo vacío y carne de gallina. La música estaba alta, pero entre ellos dos se formó un silencio como de cristales rompiéndose en una casa abandonada.

Pasaron quince minutos y Carlos ya había llegado a su casa, no sin antes haber acompañado (en perpetuo silencio) a su compañero de borrachera. Al llegar a casa, lo de siempre. La cama sin hacer, los platos sucios en el fregadero y una nota del casero avisándole de que debe pagarle el alquiler.
Su móvil señalaba 17 llamadas perdidas, lo cual le pareció extraño, nadie conocía su movil mas que Dani, Sonko y Tinglaos... La incógnita se despejó cuando vió que 7 llamadas eran de Dani y otras 10 de Sonko... Y un mensaje de Sonko.

“Nene, llamame mañana, no se si estoy alucinando pero creo que he tenido un pensamiento compartido. Llamamé.”

Carlos se tumbó y batallando con el alcohol, que se empeñaba en hacer girar todo, esperó a que viniera el sueño.

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Hilo original: http://www.elotrolado.net/showthread.php?threadid=182204
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