En el minuto 35, Quincy dejó atrás a la fila de muñecos de cera que componían la defensa del Zaragoza y cabalgó 40 metros con la ligereza que distingue a los velocistas. Frente a Leo Franco se afectó de barroquismo y produjo un remate que cayó desinflado en las manos del portero. La grada estalló en aplausos: el argentino tapaba un remate después de comerse cinco goles. Quincy no gritó el sexto. Unas jugadas después, la hinchada cantaba "olé, olé" a cada pase del Zaragoza.
Leo Franco equivocó todos los pasos y se ganó la irónica enemiga de la hinchada. Sus defensas le apretaron el lazo. Contini persiguió a Quincy con una mochila de piedras a la espalda, Jarosik cruzó las piernas como una abuela, Obradovic extravió cada cobertura y Diogo enredó los pies con las ideas. Fernando y Juanmi, Fernando y Juanmi (secuencia repetida) y el propio Quincy, desangraron al Zaragoza con un ejercicio clínico de robo, velocidad y eficacia. El Málaga ganó con tanta sencillez que entre eso y su relajación de la segunda mitad no faltó quien le afeara una tarde tan rotunda. Harto de comer tarta, se echó la siesta.
El Zaragoza pasó la tarde en busca de su dignidad. Jugó la pelota mejor que el Málaga, aunque parezca una baladronada. Es que su defensa fue un sumidero, una fiesta de maniquíes. Aun así nunca rindió la plaza: generó un palo, obligó a Galatto y metió tres goles. El tiempo que perdió al inicio le había de faltar al final.
Jesualdo :
"Meter cinco goles en media hora no es normal. No hicimos tanto como para meter cinco goles, pero lo que hicimos lo hicimos muy bien, y eso hay que valorarlo. No creo que haya habido tanta diferencia entre la primera parte y la segunda parte. Controlamos más, tuvimos alguna ocasión para meter el sexto... Era normal que el Zaragoza presionara y que en los últimos minutos nos defendiéramos. El cambio respecto al Valencia ha sido espectacular".
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