Fernando Alonso estará muy disgustado, apenado y triste por ganar en Le Mans. Ni lo va a celebrar consciente de que iba con el mejor coche (ya le tocaba, por otra parte) y claro, así ya podrá. Los demás en 86 años de carrera sí que se lo han merecido, hayan tenido o no ventaja, pero él nada, no debería ni haber saludado, abrazado o sonreído.
Esto se escucha mucho hoy en día entre los que sienten la bilis en ebullición porque un grande siga siendo grande como le de la gana serlo y cuando le da la gana. Le pasa al Real Madrid, que parece un equipo extranjero. Le pasa a Fernando, que de pionero gigantesco se le trata casi de meme. Así somos, así nos va.
Sí, Fernando ha ganado Le Mans, algo que no hacía un campeón del mundo desde 1972. Sí, la triple corona no es un título oficial, pero ya tiene dos diamantes, lo que solo lucen cinco pilotos en la historia. Sí, sólo corría Toyota, pero no contra nadie. Otro Toyota igual de bueno que el suyo estaba en pista, al que aplastó durante su relevo de la noche, y tenía como rival mayor al propio Le Mans, que elige quién gana sobre su piel. Sí, ha ganado a los rivales que tenía, no puede hacer más.
Fernando se jugaba mucho más que ninguno, el prestigio, tenía mucho que perder, la risa de los biliares de sofá y de alguno más pendiente cada minuto a ver si abandonaba. Él lo sabe y se ríe de todos. Una vez más. El debutante ha sido el mejor del equipo, ha enseñado a los dos compañeros a atacar y cómo remontar. No ha ganado solo, claro, pero ha ganado él.
Ha ganado como él sabe, al sprint, al contrario que la Resistencia, de ritmo sostenido y constante, sin arriesgar. Él a lo suyo, si no es por su relevo en la noche, al estilo de F1, comiéndole casi dos minutos a Pechito López, su equipo las habría pasado canutas. En cierto sentido ha redefinido la edad moderna de esta carrera. Y le ha salido bien porque es una leyenda. Y ganará las 500 Millas, y acabará ganando el Dakar. Y los de la bilis, a la cueva.
marca