Holaaaaaaaaa

Dios!!!, hace siglo y medio que no me paso por aquí. Bueno, sólo quería dejar un saludo ya que tengo un momento para respirar. La mayoría de vosotros no me conocéis, pero supongo que alguna de las viejas glorias que aún rondan por este foro (Vadin, The Cragor) se acordará de mí.
Si o pica la curiosidad por saber debajo de qué roca he estado escondido todo este tiempo, la respuesta es simple. Estoy en el otro lado del mundo, lanzado plenamente a la aventura de la enseñanza en la América profunda. Ahora mismo ejerzo de profe en la universidad de Cincinnati, y al tiempo estoy preparando mi doctorado, así que no tengo apenas un segundo de descanso. No es mi intención volver asiduamente al foro porque me resultaría imposible, sin embargo puede que de vez en cuando deje algo colgado. Aquí va uno de los últimos cuentos que escribí en España (creo que nunca llegué a ponerlo aquí).

Bueno, lo dicho. UN enorme y monstruoso abrazo a todos, especialmente a los que compartieron una de las épocas doradas del foro (o al menos eso creo yo) con Prado, Ninguno y compañía.

Ya os dejo con el relato, que a fin de cuentas es o más importante.




SOBRE LAS ALAS DEL PÁJARO


I


No van a creer la historia que voy a contarles. Lo sé, porque yo tampoco la creería. No podría dar validez alguna a las fantasías nostálgicas de un viejo que languidece con una historia como ésta: diáfana, en el fondo esperanzadora, y para colmo romántica. ¿Cómo va a ser posible que un hombre arrugado pueda concebir impunemente un relato semejante, y además pretenda hacerlo pasar por auténtico? La verdad es que no me importa si creen o no en mis palabras; lo único que pretendo dejar claro es el vínculo que me encadena a todo lo que les voy a presentar aquí, el cual es indispensablemente cierto; ésa es mi palabra, pueden borrar las demás si lo desean pues no son otra cosa que excedentes de escuálida necesidad, pero ésta no, ésta es imborrable. Pueden hacer lo que les plazca con el resto de las páginas, calificarlas y despreciarlas como quieran, pero nunca olviden en su lectura mi palabra. Recuerden que, a partir de este momento, todo lo que emerja de la tinta con la que escribo está impregnado, al menos, con un atisbo de sinceridad.

Tal vez debería componer ya la escena primigenia. No resulta fácil encontrar el porqué de una obsesión; uno siempre corre el riesgo de diluirse en un estado contemplativo o de lastimosa tristeza, armas para nada eficaces cuando se trata de dar validez a una etapa personal y poco comprensible Yo, antes, mucho antes de mi reclusión entre los muros enhiestos del gran “pájaro” de piedra y cal, tenía una vida, era una vida cansada, eso es innegable, embriagada por la cotidianeidad de cualquier hombre anciano, pero era la mía, y los paseos nocturnos y matutinos por las aceras empedradas de los parques llegan, con el tiempo, a sustituir el trabajo de diez horas diarias en un cuarto mohíno que exuda tinta. La tranquilidad devora dulcemente la rudeza y la locura de los años juveniles, hasta que una tarde, contemplando un jardín en la ciudad, en la estación del viejo otoño, te das cuenta de que las hojas vibrantes y pálidas son como los años que tiemblan en el tronco de tu vida, y que es ahora cuando debes disfrutar de las estrellas, de la lluvia, del cielo nebuloso y de todas esas cosas que de joven llamaba cursis y sensibleras, porque es lo único, después de tanto tiempo, que aún me hace palpitar. Pero no quiero engañarles, no piensen en mí como en un viejo romántico, ya que errarían en su juicio. Mi carácter más bien espanta a las mujeres, aunque no puedo dar explicación a tal fenómeno porque ni yo mismo lo entiendo. Puede que haya sido el objeto de la maldición inocente de mi hermana, una mujercita muy despierta a quien me encantaba hacer refunfuñar. Son pocas cosas las que recuerdo de mi infancia: una de ellas es la imagen de dos siluetas luminosas inclinadas sobre mi cama, con una melodía alegre en sus labios, y también, creo, con la palabra “hijo” deslizándose hacia mí en una sonrisa resplandeciente, de la cual sólo permanece su destello; la otra son las conversaciones clandestinas que sostenía con mi hermana por la noche, mientras la luna se colaba por la persiana a medio subir de su cuarto. Ninguna de nuestras confesiones llegó jamás a abandonar aquellas paredes. Me miraba con los ojos muy abiertos, incapaz de dormir, y siempre resuelta a demostrarme que a pesar de sus doce cortos años podía hablarle como a una persona adulta, amante de los osos grises de peluche y del helado muy frío de chocolate, pero hábil al responder a cuestiones concernientes al paulatino declive del mundo, y al descontrol de la política de nuestro tiempo, tema que estampaba, en la época, cada callejón de la provincia.

El cambio, el cambio fundamental que desencadenaría toda la historia tuvo que originarse por fuerza sesenta años en el pasado, cuando me dejé capturar por el melodioso hechizo de una joven espigada, que recorría los pasillos de la universidad rozando con sus dedos el yeso de los muros. Siempre he detestado la risa de las mujeres, sé que es algo odioso y que merezco sólo por ello la ira conjunta y aterradora del sexo femenino, pero es algo que no puedo remediar; esas risas agudas y estridentes agujerean mis tímpanos como lanzas. Sólo he conocido a una mujer en toda
mi existencia cuya sonrisa me encandilase: esa mujer que se deslizaba entre las aulas con un efluvio cadencioso, apenas audible, y cargado de una esencia ligera, como espectral, que me erizaba la piel. Ése fue el cambio que me haría huir en el futuro. En mi vida, que por aquel entonces aún era mía, había aparecido una mujer con el fabuloso don de apaciguarme con su dulzura. Yo estaba estudiando, aún era un niño, y en aquella época conservaba la esperanza de conocerla en algún momento de la inmensa cantidad de años, de la inmortalidad, que tenía por delante. Cuando murieron mis padres y mi hermana dejé, de pronto, de vislumbrar un tiempo perenne; y de todo eso va este relato: del recuerdo de la única mujer que me hizo soñar con su sonrisa.

Estoy seguro de que ya comienzan a desconfiar, de modo que intentaré recuperar su fe habándoles del sinuoso “pájaro”. Los detalles de cómo fui a parar a su tripa carecen de relevancia en este punto, pero no todo lo que encontré: desesperación, depravado abandono, y almas dispuestas a compartir un ideal tan descabellado como el mío.



II
El “pájaro” es el sobrenombre que algunos de los reclusos habían impuesto al asilo de la zona este de la ciudad. Ocurrió hace algún tiempo, según me contaron: una mente lúcida, apresada durante una década allí, dio con la descripción precisa para aquel lugar esbelto que sólo albergaba alas; ni pasillos ni corredores, sólo amplios globos de ladrillo, alargados, descomunales, con un minúsculo letrero intemporal en el que se podía leer el nombre de la extremidad yerta del “pájaro”. No pasaba un día sin que en un rincón poco oculto alguien oyese la noticia, difundida con exultante orgullo profesional, de la apertura de una nueva ala. Y así, el monstruo iba amedrentándonos a todos con su crecimiento forzado, a pesar de que ninguno de nosotros llegamos a presenciar una sola de las obras de expansión. No necesitábamos más pruebas que aquel laberinto de irrealidad por el que nos perdíamos a cada momento. Será una locura, pero durante el primer mes me convencí de que estaban retorciendo furiosamente las alas del gran “pájaro” para ocultarnos la ruta de salida, para agigantar la ensoñación que provocaban las paredes pálidas, impolutas, cegadoras; y los caminos, tan fantasmales como nuestros cuerpos.

Mi carácter tácito propició que al principio me sintiera desorientado, en un mundo aparte. Me encerré más aún en la clausura. Creía que los pensamientos y las palabras, siendo tan cristalinos e inhumanos los azulejos del recinto, podían reflejarse para los demás. Muchos piensan que la timidez y la introspección son como enfermedades infantiles que se disipan al crecer, pero no es cierto. La edad, la mayoría de las veces, acentúa las debilidades, y a lo sumo, el único favor que hace es encubrirlas ligeramente, endureciendo el corazón con una irrisoria capa de arrogancia. De joven era capaz de permanecer callado durante días, lo cual, muchas veces, desplegaba un épico interés, el empeño de una niña pequeña y burlona, en hacerme hablar. Me asediaba durante las comidas con cuestiones absurdas; cuchicheaba, a propósito, con voz inaudible; se colaba en mi habitación por las noches, y no la abandonaba hasta obtener una sonrisa sincera que casase con la suya. Era un ángel menudo; no me avergüenza admitir que llegué a enamorarme de mi hermana. Conocía mi dependencia, y aún así nunca me despreció. Siempre supo cómo justificar mi disparatado comportamiento. Su sonrisa insonora, inocente, en un cuarto tan repleto de estrellas como el cielo, lejos de desagradarme, me aseguraba que mientras ella estuviese conmigo, conservaría un pedazo de mundo aislado y en paz. Pero hace tiempo que está muerta, y desde entonces mi soledad voluntaria ha hallado el poder para asentarse. Por eso me costó trazar mi espacio en el asilo.

Superada la dureza de los primeros momentos, trabé amistad con un hombre llamado Luis. Habíamos coincidido en más de una ocasión junto al cruce del ala este, y al igual que yo, siempre
caminaba extraviado, con la ayuda de una vara gris que se movía al margen de sus callosos dedos, como un lobo que rastrea con su olfato un sendero diferente. Su peculiaridad, aquello por lo que todos le conocían allí, era su ojo de cristal albino, mal colocado. Les aseguro que me llevé un susto de muerte la primera vez que me dirigí a él, y vi girarse aquel orbe estático, medio torcido y rotado a la izquierda. Él se percató del súbito escalofrío que me recorría, y se echó a reír.
- Parece fiero, pero en realidad está sin vida- me dijo, tocándose con una uña la pupila abierta e insensible.
Cuando tuve la suficiente confianza, le pregunté la razón por la que conservaba el ojo sin centrar.
- Aunque no lo desee, ya forma parte de mí- respondió tras unos segundos de silencio-. Es como este “pájaro”, tan bien concebido. Los viejos nos acostumbramos a todo.
Me enardeció el tono derrotista con el que había agrupado, con un solo golpe de voz, a todos los que habitábamos en la residencia. Pero bajo sus ideas decadentes pude vislumbrar un poso de indudable certidumbre. A medida que nuestra amistad germinaba, me iba convenciendo del horror de aquella rutina, de que, después de todo, era capaz de adaptarme y de aceptar el desconsuelo como si se tratase de una imposición celestial, atenuada por una calma sin tregua que rumiaba con mandíbula veloz todo lo que había llegado a ser.
- Aquí no hay pasado ni porvenir-comentaba Luis, taciturno-. Y lo más doloroso es saber que el exterior, que toda la enormidad de ahí fuera, ya nunca volverá a acercarse a nosotros. Los únicos que vendrán serán aquéllos con barro en sus botas; se adentrarán en esta naturaleza quieta, con las ropas heladas, para recoger nuestra carne desfallecida. Hasta entonces, supongo que ni siquiera existimos.
Pero yo no quería. No podía admitir abiertamente que fuera el último espacio que mis sentidos iban a recorrer. Y aún estaba mi obsesión, mi locura secreta, más viva ahora por las palabras que habían anunciado mi fin. Su sonrisa. Su rostro cálido y fugaz, como el de mi hermana. Cómo olvidarme de ella y asumir un papel inerte cuando el tiempo se había detenido hasta que mis piernas cayesen exhaustas. Sólo podía revelarme y elegir el crepúsculo perfecto para volver a ser yo. De modo que una tarde plomiza, con el sol coleando bajo las nubes terrosas, me acerqué a la puerta de Luis con la imagen de mi hermana atrapada en los ojos, y con la oferta de una irresistible fuga como pago postrero a mi egoísta voluntad.



III

Desvelado el motivo, debo confesarles que no es mi intención convencerles por completo, porque sin duda desconfiarán de que una remembranza, retorcida por los años, pueda llevar a un hombre a cometer el acto más valeroso de su etapa en este mundo. Sería una ardua tarea razonar con palabras la conexión que me ligaba a un espíritu con el que sólo había conversado en tres ocasiones, y la conmoción que aún invade mi adustez cuando pienso en su imagen de universitaria. Para mí, nunca ha envejecido; he tenido la suerte de vivir más de media centuria junto a una chiquilla de veinte años que nunca se marchitaba. Mi evasión, pues, en gran parte se orientaba a deshacer su encanto y a trasformarla en una mujer real, tan anciana como yo, tan débil como lo soy yo. Al menos les diré, para no desatender del todo a la lógica, que si no hubiera sido por eso, me habría abrazado a cualquier otra cosa para alejarme, ya que todavía puedo pensar, y hablar, y sé cuándo me encierran contra mis deseos, aunque sea en una cárcel de invalidez. Permitiría que ella me guiase hasta el jardín del otoño que la puerta ocultaba, para creerme que era la nobleza o el amor quienes me movían, y no la locura final de un hombre angustiado. Debía sentir que la amaba.

-Voy a buscar a alguien que nunca he conocido, pero al que necesito encontrar- murmuré sin atravesar la penumbra del cubículo de Luis.
Mi amigo cerró los ojos y arrugó el gesto, como si hubiese detectado algo repulsivo al husmear el aire. Sin embargo aceptó venir sin condiciones. Él también anhelaba bajarse de las alas del gran “pájaro”, y ocupar su puesto en la tierra sembrada por la vitalidad.
Aquella madrugada ni un suspiró alteró la quietud que transmitían las ardientes constelaciones, desfiguradas a su paso por las gotas de lluvia que sostenían los cristales. Lo que perturbó mi descanso, muy entrada la noche, al observar las rígidas lágrimas en el verde de los arbustos, fue el tétrico chirriar de las ruedas de una camilla. Recorrió la envergadura del asilo con lentitud, mientras un par de botas crujían rítmicamente tras ella, al llevarla. Botas de azabache que se habrían sumergido en el cenagal de la senda. Botas nocturnas que sólo resucitaban bajo las sombras que precedían al alba, a un mañana en el que la única señal de que uno de nosotros había sucumbido era una lastimosa hilera de barro aplastada contra el suelo. Me incorporé sudoroso, y apoyé la frente en el vidrio por el que veía gemir la tormenta. Dios, sí, cuánto la amaba. Cuánto necesitaba amarla.


IV

Me hubiese gustado decir que escapamos como soldados expertos en camuflaje, con pasos inaudibles en la bruma, ocultándonos con una agilidad impropia de la vejez, pero como supondrán, hasta los bastones en los que confiábamos nuestra carga se movían más certeramente que nosotros. Los primeros intentos, sin secundar por ninguna maniobra planificada, sacaron a la luz alguna de las debilidades del “pájaro”, lo cual nos permitió elaborar una estrategia para eludir a los tres vigilantes que custodiaban las alas por la noche. Aquel entretenimiento ralentizó el deterioro de mi robustez. Éramos de nuevo niños con el espíritu nervioso. Caminábamos de puntillas hasta que nuestros huesos se desesperaban, procurando seguir a las enfermeras sin que nos detectasen, para probar nuestro sigilo; espiábamos cada cambio de turno desde los rincones, y más tarde, en nuestros cuartos, jugábamos a identificar los ruidos que se escabullían de nuestra sección. Gracias a aquella práctica llegó el día en el que volví a sentir el viento de la primavera en mi piel, el tibio soplo que antes no representaba nada para mi cuerpo amoldado a la libertad. Nuestras acciones lentas y torpes nos condujeron a través de miles de plumas blancas que se adherían a las paredes marmóreas, y aunque el monstruo quiso retenernos con su llamada, nuestra determinación era firme. Evitamos a los guardias, corrimos con nuestras mentes y nuestras piernas, y al final conseguimos dejar atrás el pico del gran “pájaro”, oculto y angosto, completamente ajeno a nuestra memoria.

En aquel instante sé que fui feliz. No guardo ningún segundo tan dichoso en mis pensamientos pasados. Una existencia de infortunios me ha enseñado a no rendirme ante las desgracias ni ha culpar, como un cobarde, a una voluntad superior. Es más, tengo la suficiente entereza para admitir que todas las ilusiones inconclusas, todas las ideas desordenadas, y todas las minúsculas escenas imposibles que imaginaba mi cerebro juvenil me han hecho tal y como soy a mis años; capaz de querer con el corazón a una mujer de la que sólo recuerdo su sonrisa.

Mientras me distanciaba junto a Luis del asilo, sentí el impulso de girarme para constatar nuestra heroica marcha bajo las estrellas. Apenas pude distinguir el contorno del edificio en el horizonte, pero me horrorizó el rastro de tierra inmunda que iban dejando mis zapatos, como una brillante vereda pantanosa que se extendía hasta donde la vista alcanzaba.
- Ahora nosotros somos la muerte- dijo Luis con voz trémula-. Nosotros somos aquellos con barro en las botas-. Su ojo vivo parpadeó dos veces para luego petrificarse en mi cara, compartiendo mi espanto con su fría bestialidad.




V

Si he encauzado bien la historia, puede que ahora se pregunten por mi siguiente lance; si, después de todo, tuve el valor suficiente para golpear con mi puño en su puerta; si la mujer reconoció mi perfil tras la mirilla, y abrió sus brazos, el arroyo de su mirada, sin que yo tuviera que dar explicación alguna. Hubiera sido un bonito broche para un relato tan asombroso como el mío, pero es aquí cuando la realidad consigue imponerse; cuando estoy obligado a contarles que me encuentro caído en el viejo otoño, sentado en un parque tras el que se desprende un sol enorme y naranja. Cruzo los pies, y sonrío tontamente pensando en ella. Logré seguir su pista hasta una pequeña casa azul que miraba hacia el océano, conectada a la inmensidad por escalones vírgenes de sauce. La descubrí en el porche, jugueteando con sus rizos, investigando los márgenes desiertos en los que desaparecían las olas. Me miró con tal intensidad que pensé que aún me recordaba, pero sus primeros susurros interesándose por mi nombre y el motivo de mi presencia deshicieron el ensueño. Al contemplar su rostro arañado por los átomos de sal, un cúmulo de sensaciones explosionó dentro de mí. Quise acercarme, pero mis empeines se trabaron en la arena. Extendí un brazo para borrar el espejismo de su juventud, y le conté todo lo que inexplicablemente me obsesionaba; le hablé de su sonrisa, y de cómo su dulzura había construido un puente de escape tan longevo y tan infrecuentado como el que atravesaba la playa hasta el profundo vacío.

En este momento la línea del sol me deslumbra, parece como si no quisiera extinguirse por completo hasta que yo diga algo más. Pero creo que ya no sé cómo proseguir. He gastado todas mis palabras racionales. ¿Cómo relatar, en este mundo sórdido, que ella también me había amado desde siempre? ¿Cómo voy a decirles que nos abrazamos en la orilla solitaria, que nos besamos, y
que luego, con nuestras mutuas confesiones temblorosas, nos separamos con lágrimas en las pestañas? Seguro que no me creerían. Sin embargo, sí les diré que se estaba muriendo de cáncer, y que no quiso que sufriera con ella su último dolor. Les diré, además, que es por eso por lo que estoy en el otoño acabado, en donde la escarcha se suspende en las nubes, en espera de un invierno que no termina por arrasar las riberas y sepultarme. Es por su causa que observo el cielo, y avisto una gaviota huida del mar. Por ella, ahora me parece que voy montado sobre sus alas, y que dejo atrás los jardines, el entramado de los ramajes, y que mi corazón se hace uno con el de aquel pájaro. Ya me alejo. Ya nos unimos aunque no tenemos rumbo. Nos elevamos como una hoja de papel hasta dejar soñando al hombre viejo del jardín otoñal. El hombre que antes era yo y que aguarda muy quieto, casi sin alma, cegado por el resplandor del atardecer. Duerme en el banco descolorido. Duerme y sueña que es un pájaro preso en el puño de un hombre, de un viejo que suspira en un parque, y que nada espera, ya con ochenta años de vida, y con el recuerdo de un amor clavado en las hojas caducas que se desmayan en su pecho.
¡Otia! ¡¿Cuánto tiempo tío?!

No me lo podía creer cuando lo he visto. Se te echa de menos The Fallen, pásate siempre que puedas aunque sólo sea un minuto para hacernos recordar y poner tus cuentos, que siempre nos han encantado.

Sobre el texto... bueno, entro a currar en breve y no he lo he podido leer nada más que por encima, así que ya te diré lo bueno que eres esta tarde ;)

Me alegro que estés dando clases y metido de lleno en tu doctorado.

Un enorme abrazo tío.
Veo visiones???. Me ha parecido ver a Panex por ahí?. Desde aquí hago un llamamiento a todos aquellos que compartieron foro conmigo y que se siguen pasando, aunque no escriban nada, para que dejen constancia de su presencia. Seguramente no aparezca ni dios, pero yo lo digo por ai acaso. Con un soy_____, y estoy aquí, es suficiente. Sería fantástico ver cuánta gente sigue pululando por aquí.

Vadin, qué alegría volver a recibir tus comentarios. ¿Sabes qué fue al final de Ninguno Y Nayk?. Sé que Prado llegó a despedirse, pero de los demás no tengo ni idea.

Bueno, que no me quiero enrrollar. Por cierto, el relato está abierto a todos, aunque ya sé que los cuentos largos no triunfan por estos lares (nadie mejor que Cragor sabe esto). Comprended que uno ya está mayor y le gusta recordar tiempos pasados.

Otro abrazo para todos.
Hombre !!!!

El gran maestro The Fallen !.

Que buena el volver a verte por aqui, y mas aun si nos presentas un relato. Me alegro de que te vaya tan bien todo, espero que en el mundo "literario" tambien hayas obtenido los frutos de tus buenos escritos.


Ninguno ya prácticamente no se pasa por aqui, esta enfrascado en su proyecto http://www.cineol.net , no se si llegaste a ver como el subforo de cine se extinguia para dar vida a la pagina. De nayk realmente sé poco, hace tiempo que dejo el foro.


Bueno, en cuanto tenga un minuto me leo tu relato. Te dejo mi mail por si quieres estar en contacto y de vez en cuando quizá te mande algo de lo que he escrito ultimamente, no es gran cosa, es más que nada por no dejarlo apartado.

venga tio, un saludo, y pasate más aunque sea para decir que estas vivo y te va bien.


agur.


sallabente77(a)hotmail.com
Hola Panex!!

En cuanto al mundo literario, ahora mismo tengo una novela en medio de todo el proceso editorial (cruzaré los dedos para que al final vea la luz). Es la novela de la que os hablaba aquí hace tanto tiempo.

No sabía nada de lo de Ninguno. Ya me he pasado por Cineol, y parcece una web muy, muy, trabajada.

Por cierto, puedes mandarme todo lo que quieras, por supuesto. No recuerdo si tienes mi e-mail. Si no, te daré mi dirección por correo. Aunque ya te aviso que estoy de trabajo hasta el cuello, y apenas tengo tiempo para nada...

Saludoss.
Que pasa maestro, cuanto tiempo joder...que se dice ¿Bienvenido de nuevo? Tampoco es que yo sea el más indicado para decirlo, pero en fin...

Un abrazo de nuevo, es un placer leerte, again
De verdad.... solo falta PRADO para que esto sera Jurasik Park :-P

Ains... si es que imponeis respeto leñe!
Hola The Fallen!!!!!!!!
Paso muy poco por aquí, para leer de vez en cuando alguna que otra cosa, y escribir hace muchísimo que no compañero; no por falta de imaginación o ideas, sino otros motivos que ahora no vienen al caso.
Estoy contento de verte, he ido enseguida a saludarte sin haber leido tu relato, pero no dudes que dentro un rato te daré mi opinión...Me dejas alucinado con tu actual situación laboral, de fábula, debe ser increible dar clases por ahí tan lejos...
Bueno y un saludo al resto de personas con las cual compartí textos en este rincón del foro. Un abrazo.
Amigu The Fallen que de tiempo que no teniamos noticias tuyas joio, parece que segun cuentas todo te marcha bien, me alegro un webo de pato.
Yo no he dejado el foro, he dejado de postear y de leer con la asiduidad que lo hacía antes pero mas mal que bien sigo leyendo a algunos amigus.
Ya hacia un par de semanas que no entraba al foro y el amigu Macer me digo que te habia visto por aqui y he pensao en entrar a saludarte maestro ^^.
Lo dicho me alegro mucho de poder saludarte y hasta pronto que aun se te aprecia por aqui apañero :)

P.D. te mando mi dir al privado por si te apetece echar unas coñas :P
nayk escribió:Ya hacia un par de semanas que no entraba al foro y el amigu Macer me digo que te habia visto por aqui y he pensao en entrar a saludarte maestro ^^.


Si si... pero si no se lo digo yo a él para que te lo cuente aún no habrías "entrao".
Por cierto negao, ya estás agregado ;)
vadin escribió:
Si si... pero si no se lo digo yo a él para que te lo cuente aún no habrías "entrao".
Por cierto negao, ya estás agregado ;)

repelente te pones a veces manoseador profesional... [qmparto]
pero a fin de cuentas no me lo dijiste tu sino turmano melón :P
y sí es cierto que me paso por aqui, tarde eso si, pero me paso!!! [poraki]
Lo dicho amigu Fallen malegro de verte, sorry por el off-topic ;)

P.D. tambien malegro de echar unas coñas contigo barbudo :)
nayk escribió:repelente te pones a veces manoseador profesional... [qmparto]


[qmparto] [qmparto] [qmparto] [qmparto] Cómo me conoces y cómo se te echa de menos. Pásate más a decirme cosas bonitas como estas que aquí ya nadie me quiere (salvo Kefa, que me envía cartas de amos XD)
11 respuestas