Antes que nada, deciros que por fin podreis leer la continuación de la historia. Me he tomado un tiempo (bastante) totalmente apartado de éste proyecto por varios motivos, pero ya estoy de vuelta. Disculpas por el retraso
Allá vamos, con cuatro entradas de golpe para que vayais abriendo boca
Viernes 1 de junio de 2007, 12:35h
Sigo sin saber nada de la nota. No sé si debería tomármela como una amenaza, pero como mínimo es para preocuparse. No le he dicho nada a nadie por ahora, pero he decidido que le hablaré de ella a Juan Blanco cuando volvamos a vernos. Seguro que puede aconsejarme sobre qué hacer.
Hoy estoy espeso. Llevo tres horas delante del ordenador. Tres horas inútilmente perdidas. Me siento incapaz de empezar con el diseño de un logotipo para una cadena de verdulerias. ¡Nada más facil, coño! ¡He diseñado mil logos más difíciles que éste! Pero tengo la cabeza en las calles, y en todo lo que he descubierto y aprendido éstos dos últimos meses. Se me empieza a acumular el trabajo y como no me ponga las pilas los clientes van a empezar a mosquearse. Estoy agotando las excusas para las entregas tardías. Para colmo, ésta noche se me ha roto el móvil en una pelea, con lo que los clientes no podrán contactar conmigo hasta que me consiga otro, y empezarán a ponerse aún más nerviosos. A primera hora ya han llegado los primeros e-mails preguntando donde me he metido.
Si
algo he aprendido ésta noche pasada es a no llevar el móvil encima cuando salga a hacer el superhéroe. La primera razón es obvia: los móviles se rompen fácilmente. Pero hay otra, en la que no había caído hasta que el maldito aparato empezó a sonar en mitad de la noche, mandando todo intento de discreción a tomar por culo. El factor sorpresa se esfumó y los cuatro tipos que estaban desvalijando la joyería se volvieron hacia mí como uno solo, pensando seguramente que sus bates y sus palancas de hierro me pondrían en mi lugar. Evidentemente no sabían quién era yo, y los que acabaron atados, amoratados y con un post-it pegado en los pasamontañas fueron ellos. Yo solo me quedé sin móvil, y sin saber quién cojones me había llamado a esas horas.
En definitiva, que mañana me toca acercarme a por un móvil nuevo. Más vale que me ponga con el logotipo o no tendré con qué pagarlo...
Domingo 3 de junio de 2007, 18:10h
Ésta ha sido una noche realmente jodida. Casi acaban conmigo. Y para colmo tengo a Sara cabreada. Dice que no la tengo en cuenta para nada, que paso de ella. Que voy a mi bola, vamos. Creía que entendía lo que estoy haciendo, que comprendía el porqué y que me apoyaba, pero parece que estaba equivocado. No me ha dado un ultimátum, pero se le parecía mucho. En pocas palabras, o estoy más por ella y al cien por cien o encuentro la manera de poderlo hacer. Es una putada, pero me temo que lo de la conciliación laboral no es aplicable a mi caso.
He hablado con Carmen del tema durante la ronda de ésta noche, pero no he sacado nada en claro. Me dijo que no se ha encontrado con éste problema, por lo que no podía hacerme de consejera. Al parecer no ha tenido ninguna relación seria desde que tiene sus poderes.
-¿Y cuanto hace de eso? –le pregunté, pensando que nunca había estado con nadie, olvidando que hablábamos mentalmente.
-No hace tanto –dijo, y noté como sonreía al hacerlo. Y me sentí como un idiota. A modo de disculpa dije:
-Creía que habías nacido con tus poderes. Lo siento.
-Tranquilo, no podías saberlo –respondió, quitándole hierro al asunto. No sé como lo hace, pero sus palabras siempre transmiten esa sensación de paz, de optimismo, que hace que te sientas mejor contigo mismo y con el mundo, por difícil que sea la situación. Tal vez sea un efecto secundario de sus poderes -. De todas formas, estar postrada en una cama de hospital no ayuda demasiado en las relaciones sociales, así que llevo un tiempo sin salir con chicos –ni un deje de amargura asomó a sus pensamientos al hablar del tema que yo no me atrevía ni a tocar.
Y ahí dejamos el tema, pues Carmen vió
algo y me avisó. A cuatro calles de donde estábamos, en pleno barrio de El Raval, en un pequeño solar donde hacía poco habían derribado un edificio, iba a tener lugar un ajuste de cuentas entre miembros de dos bandas latinas rivales. No es que me importe demasiado si se machacan entre ellos, pero éstas cosas acaban descontrolándose y siempre acaba herido algún inocente. Llegué justo a tiempo. Eran seis o siete en cada bando, y ya habían sacado las armas con las que se iban a enfrentar unos a otros: navajas, bates, tubos de metal, cadenas, un casco de moto... El lugar estaba bastante oscuro, y las vallas que daban a la calle y los palets apilados junto a éstas impedían que algún transeúnte curioso se asomara.
-Ve con cuidado, Daniel –me susurró la voz de Carmen.
Se estaban gritando unos a otros, mentando a sus madres, a sus hermanos y a sus muertos, mientras se medían las fuerzas. Yo aproveché para acercarme sin hacer ruido. Me puse el pasamontañas y los guantes y me situé bajo la luz de una farola cercana que daba a la calle, imaginándome mi propia silueta negra contra la luz. Sin la capa y las orejas no sabía si les infundiría el mismo miedo que Batman, pero tenía que intentarlo. El resultado no pudo ser más desatroso.
-Será mejor que dejeis todo eso en el suelo y os vayais a casa con vuestras mamás –dije. Y ellos siguieron a lo suyo. Con aquellos gritos era imposible que me oyeran a menos que pegara un berrido. Así que berreé. No quedó
muy elegante, pero fué efectivo. Todos giraron sus cabezas hacia mí, y dije por segunda vez, después de aclararme la garganta:
-Será mejor que dejeis todo eso en el suelo y os vayais a casa con vuestras mamás.
Me miraron con incredulidad, incluso parecía que con cierta curiosidad. Pero no con miedo.
-¿Qué coño te pasa, gilipollas? –gritó uno de ellos, adelantándose. Bajo la leve luz pude ver los tatuajes que rodeaban sus musculosos brazos.
-Éste quiere que le chinguen bien –dijo otro, del otro bando.
-Esperad un momento –añadió un tercero, avanzando también hasta situarse a un par de metros de mí -. ¿Éste no será el cabrón que ha hecho que enjaulen a varios de nuestros brothers las pasadas semanas? ¿Ése tipo que sale en los noticieros? ¿El héroe?
Mierda, pensé. Por sus miradas supe que se me iban a lanzar todos encima. Había logrado que firmaran una tregua y que no se mataran entre ellos, al menos por aquella noche, pero ahora estaba por ver como iba a salir yo de allí. Eran trece o catorce, fuertes, todos armados y acostumbrados a hacer daño. Nunca me había enfrentado a tantos. Poco a poco se fueron desplegando a mi alrededor, blandiendo las armas, pasándoselas de una mano a otra. Sus sonrisas me taladraban más profundamente que sus miradas cargadas de promesas de dolor.
Y entonces me moví, antes de que me entrara el miedo. De un puñetazo le borré la sonrisa al más cercano, que cayó al suelo inconsciente, como tocado por un rayo. Los cuatro que más cerca estaban gritaron y se lanzaron sobre mí a la vez, y noté el mordisco del acero en la pantorrilla al tiempo que de una patada en los huevos tumbaba a otro de ellos. Recuerdo que en ése momento pensé que quizás le había dejado impotente de por vida. Y después pensé: “Sin remordimientos, concéntrate en salir entero de aquí”.
Un bate, o un palo, me dió en la cara, haciéndome retroceder del impacto. Sentí como la sangre me empezaba a manar de la nariz y de una ceja. Por unos instantes me sentí mareado, pero entonces noté como intentaban cogerme por detrás. Eran muchos y estaban por todas partes. Reaccioné a tiempo y de un codazo hice retroceder a uno de los que estaban a mi espalda. Me volví pegando puñetazos a mi alrededor a gran velocidad, intentando alejarlos de mí. Casi todos dieron en el aire. Un golpe tremendo en la rodilla hizo que cayera al suelo. Nunca había sentido tanto dolor. Por unos segundos, o quizás unas milésimas de segundo, cerré los ojos, intentando alejarme del dolor.
-Aguanta Daniel, pronto llegará la ayuda –sentí la voz de Carmen en mi cerebro mientras sobre mi cuerpo llovían los golpes. En aquel momento era incapaz de responderle nada coherente, así que hice lo único que podía hacer. Moviéndome entre la marea de brazos y piernas, agarré a dos de los pandilleros por los cojones, a uno con cada mano, y estrujé con fuerza. Sus gritos de dolor sorprendieron momentáneamente a sus compañeros, que retrocedieron un par de pasos mirándolos, momento que aproveché para levantarme y lanzarme con fúria contra el que tenía enfrente mientras los otros dos caían retorciéndose al suelo.
-Deberíais haberme hecho caso –dije mientras lo dejaba incapacitado de un golpe en la garganta. Salté para alejarme y me volví hacia los pandilleros. Me miraban indecisos, y también se miraban entre ellos. Puede que nunca antes alguien se les hubiera resistido tanto. Seis de ellos estaban en el suelo, entre los cascotes. Dos inconscientes y cuatro retorciéndose de dolor. A mi me costaba respirar.
Y entonces, el que parecía el líder de uno de los grupos, sacó una pistola. Una enorme. No me lo esperaba, por eso me quedé ahí quieto, mirándolo con incredulidad. Me encañonó y dijo, cabreado:
-Dejémonos de joder.
Ví determinación en su mirada. No era la primera vez que mataba a alguien. Pensé que me regeneraría luego, como la vez anterior. Pero, ¿como podía estar seguro? ¿Y si me daba en la cabeza? ¿Y si luego me incineraban, también me regeneraría?
Pero antes de que consiguiera apretar el gatillo una sombra cayó sobre él y sobre los que quedaban en pie. Casi no la ví moverse entre ellos, pero en cuestión de uno o dos segundos todos empezaron a desmoronarse, inconscientes, como muñecos desarticulados.
Antes de que pudiera preguntarme quién podía ser mi salvador, Perro Negro ya se encontraba a mi lado, contemplando el campo de batalla con su sonrisa llena de dientes.
-En menuda te has metido, ¿eh?
Me volví hacia él, disimulando mi sorpresa, y sonriendo bajo el pasamontañas, a pesar del dolor que recorría mi maltrecho cuerpo, acerté a decir:
-Un día de éstos tienes que enseñarme a hacer eso.
Perro Negro se rió con ganas y respondió:
-Ya tienes un maestro. Aunque por lo que veo, aún te queda mucho por aprender. Tienes suerte de que andara por aquí cerca y de que Carmen me avisara.
-¿Carmen? –murmuré.
Sin perder la sonrisa, Perro Negro empezó a alejarse hacia la calle.
-No creerás que Carmen solo está en contacto contigo o con tu maestro, ¿verdad? Serías
muy ingenuo de creérte eso.
Me quedé helado, y sin saber qué decir. Perro Negro se agachó para salir a la calle por un agujero que había en una de las vallas, y sin volverse añadió:
-No te quedes ahí. Pégales tus post-it y lárgate. La policía está al llegar.
Cuando salí a la calle, como era de esperar, él ya no estaba, y las sirenas de los coches-patrulla se escuchaban cada vez más cerca. Tenía que alejarme de allí, pero ¿adonde podía ir con mi aspecto? Llevaba la ropa hecha trizas y ensangrentada. No podría andar más de cuatro calles sin que me detuvieran.
Maldije a Juan Blanco por no haberme explicado tantas cosas. Él y sus técnicas de aprendizaje... Me alejé calle arriba, dejando a mi espalda las sirenas que se aproximaban, y tiré el pasamontañas, los guantes y la parka al primer contenedor que encontré. La herida de la pierna no había sido
muy profunda y había dejado de sangrar, aunque me había dejado los pantalones hechos un asco.
-Carmen –dije mentalmente -¿Alguna idea?
-Ve a casa de Sara –respondió -. Yo te guiaré y evitaré que te cruces con la policía o con más problemas. Ya has hecho bastante por hoy. Tienes que descansar y recuperarte.
-Okey.
Ya hablaríamos de su relación con Perro Negro en otro momento, entonces no me sentía con fuerzas. Solo pensaba en darme una ducha y dormir 72 horas seguidas.
Andube hasta el piso de Sara como un zombi, siguiendo las instrucciones que Carmen me iba transmitiendo. Cuando llegué llamé al timbre y nadie me respondió. Supuse que habría salido de fiesta con sus amigas. Saqué mi copia de las llaves y subí. No había nadie, en efecto. Me dejé caer en el sofá, a oscuras. “Un par de minutos y me voy a la ducha” recuerdo que pensé.
Los gritos de las amigas de Sara me han despertado unas horas –que a mi me han parecido segundos- más tarde. La bronca que me ha hechado luego Sara, una vez ha tranquilizado a sus compañeras de piso, ha sido monumental. No estaba para aguantar más gritos, así que me he dado una ducha rápida, me he vestido con ropa limpia que había dejado allí unos días antes, y me he largado diciéndole que ya la llamaría sobre ésta hora.
Pero no me apetece. Así que ya la llamaré mañana. Necesito dormir más.
Lunes 4 de junio de 2007, 10:05h
Bohemian Rapsody, de Queen, suena en el winamp, he terminado el diseño del logotipo que tenía pendiente, y no queda ni rastro de las heridas de la madrugada del domingo. Para ser lunes no es un mal comienzo.
Ayer me quedé dormido, y hasta hoy a las siete y media no me he despertado. Se confirma que necesitaba urgentemente una cura de sueño, y ahora veo el mundo con otros ojos.
Terminaré un par de cosas que llevo atrasadas, iré a recoger el móvil –el sábado no tenían el modelo que quería y me dijeron que pasara hoy-, y ésta tarde iré a ver a Sara para arreglar las cosas. No me porté
muy bien con ella la otra noche.
De paso, cuando llegue a Barcelona, le preguntaré a Carmen sobre Perro Negro. ¿De qué se conocen? Las cosas cuanto antes queden aclaradas, mejor. No sé si me ayudó solo porque ella se lo pidió, pero es posible que me salvara la vida. La verdad es que no sé a qué atenerme con él, pero no me gusta la idea de deberle nada.
Y ahora que lo pienso, tengo que comprar ropa más adecuada para mis rondas, ¿pero qué? Además, no puedo gastarme todo lo que gano en ropa nueva y móviles. O aprendo a “trabajar” de una forma más limpia o tendré que buscarme un patrocinador, porque a éste paso no voy a tener para comer. Más preguntas para Juan Blanco.
Tengo que acordarme de pedirle a Carmen que me ponga en contacto con él.
Lunes 4 de junio de 2007, 20:35h
Han soltado a los tipos que casi me matan la madrugada del domingo. Al parecer, según los periódicos, supuestamente no habían hecho nada ilegal y no podían ser retenidos más de unas horas. ¿Y las armas? Creía que en éste país no se podía ir por ahí con pistolas, navajas, etc... Total, que les han interrogado, han sido fichados, y luego les han soltado por falta de pruebas. Y por falta de una denuncia. Al parecer se protegen entre ellos, aunque pertenezcan a bandas diferentes y quieran verse muertos unos a otros. Mierda de leyes, de justicia y de burócratas. ¿Se supone que tengo que dejar que me maten para que les encierren? En fin...
Éste mediodía, cuando he llegado a la ciudad con la intención de pasarme por
Narmu Cómics antes de ir a recoger el móvil nuevo, Carmen se ha puesto en contacto conmigo.
-¿Quieres que hablemos? –ha preguntado directamente.
-Antes querría darte las gracias por sacarme ayer del atolladero –he contestado, un poco seco.
-No tienes porque darme las gracias cada vez, Daniel. Tu haces tu parte, y yo la mía –el cosquilleo de su sonrisa en mi mente ha hecho que me relajara levemente.
-Ok.
-Perro Negro me salvó la vida una vez –ha comenzado a explicar Carmen, antes de que yo formulara la pregunta. He terminado de subir las escaleras que desde la estación de tren y he salido a la calle. Hacía un sol de narices –. Hubo un tiempo en que trabajamos juntos,
algo parecido a lo que hacemos tú y yo ahora. Pero fué un período
muy breve y contra una amenaza concreta que amenazaba la paz de ésta ciudad, y quizás de todo el país. Incluso Juan Blanco nos ayudó en algún momento. Y otros.
-¿Juan Blanco... y otros? -no podía imaginarme a Juan Blanco y a Perro Negro colaborando. Y, ¿quiénes debían ser aquellos otros? ¿Más gente con poderes?
-Era una amenaza real, Daniel, y
muy poderosa. La única posibilidad de neutralizarla era uniendo nuestras fuerzas, por mucho que nuestra visión de como debían ser las cosas no fuera la misma. Pero el caso es que tuvimos éxito, y que de no ser por Perro Negro tú y yo no estaríamos ahora hablando. Me salvó la vida, como te he dicho, y desde entonces estamos en contacto.
-Y ahora me la ha salvado a mí –he pensado con amargura. Nunca me ha gustado deberle nada a nadie, y menos a alguien como Perro Negro.
-No es tan malo como crees –ha dicho Carmen, intentando calmar la ira que parecía empezar a trepar por mi garganta.
-Según Juan Blanco, lo es –he contestado, sin darme cuenta de que lo decía en voz alta. Un chaval que practicaba con un skate a mi lado se me ha quedado mirando un segundo, quizás pensando que le había dicho
algo, y luego ha seguido a lo suyo.
-Juan Blanco tampoco es tan bueno como crees.
Y ahí hemos zanjado el tema. Estaba frente al escaparate de la tienda y no quería comerme más el coco. Ya volveríamos a él en otro momento, probablemente en la ronda de ésta noche. En ése momento tocaba entrar a por los cómics del mes.
-Luego hablamos –he pensado, cruzando la entrada de la tienda –, tengo que digerir todo ésto.
-Claro Daniel, cuando quieras. Yo no me voy a ir a ningún sitio –de nuevo ése cosquilleo al que empiezo a cogerle el gusto. Y sonriendo como un tonto me he dirigido a la sección de
comic-books americanos.
Me he pasado media tarde devorando cómics para no darle muchas vueltas a todo el asunto. Ahora Sara está duchándose y arreglándose. Nos vamos a cenar a un paki que hay aquí cerca, y a hablar del rumbo que está tomando la relación. Sigue cabreada, y no la culpo. Lamento que me haya conocido en un momento tan extraño de mi vida.
Un saludo,
Daniel End