Te fuiste, te alejaste; casi tan rápido como llegaste... Tu sonrisa quedó en mi mente, pero todo lo malo lo borré. Me guardo para mí las vistas, la alegría, la sinceridad... lo demás lo borro, no lo quiero, sólo quiero lo bueno, recordar las cosas bonitas, aquello que me cautivó durante menos de una semana.
Llegaste en un coche blanco, caminamos por aceras rojas bajo la luna de Marzo. Hablamos de muchas cosas, los bares se nos quedaron pequeños, el cielo fue testigo de todo lo que dijimos. Fue el sol el que nos sorprendió a primera hora, ese mismo sol que a la tarde bañaba toda la lejanía. El mismísimo sol que al día siguiente bañaba Madrid, todo Madrid, sus calles, sus edificios, sus ambulancias, los trenes destrozados en las afueras de la capital... ese mismo sol hacía resplandecer las lágrimas en tus ojos mientras mirábamos el telediario incrédulos en el salón de tu casa...
La mañana del 11 de Marzo del 2004 fue la última vez que supe de tí, no sé si tuvo que ver, pero fue el fin de lo que nunca pareció un cuento de hadas. Supongo que un día me cruzaré contigo y no querremos reconocernos para evitar un mal trago; pero tú y yo guardamos el recuerdo de aquel día como el del último día que estuvimos juntos. Nadie podía imaginar que aquella puesta de sol que contemplamos juntos presagiaba el más sangriento de los atentados. Era como si la alegría se despidiera de nosotros para siempre...
Cuídate, espero que estés bien. Pudo haber sido bonito, pero el humo lo arruinó...