La horda venía del sur. Cual enjambre, cada vez eran más y no paraban de correr, siempre mirando hacia adelante. Únicamente voltearon para ver el nacimiento de su Reina, la voluptuosa madre dadora de vida, luego no pararon de correr. Miles de machos sementales copulaban sin cesar por cuanto orificio tenía la Reina… siempre a la carrera…
Ella, insaciable, acogía a todos. Quienes eyaculaban, caían rendidos y eran pisoteados y devorados por quienes venían detrás. Al igual que las piernas en trote, el festín de sexo nunca se detenía. Sólo la Reina ponía los huevos que posteriormente, serían más miembros para la horda. A la sazón había que mantener su fertilidad latente… siempre a la carrera…
Miles de manos escamosas llenas de polvo, mugre, sangre y babas, contribuían a excitar a la dadora de vida manoseando cada centímetro, cada pliegue de su piel... siempre a la carrera…
De los millones de huevos que de la Reina brotaban, muchos eran pisoteados y devorados por la horda. Los que lograban salir ilesos eran rápidamente acogidos y abrigados por obreros eunucos cuales madres sustitutas que, con el calor de sus cochambrosos cuerpos, los ayudaban a eclosionar…y la carrera de la horda continuaba. Copulando, dando vida, tragando restos, empollando huevos y siempre corriendo. Todo era una constante, solamente variaba el volumen de la horda, cada vez más numerosa, y las piernas de la Reina. La carrera había desgastado sus pies y ahora sus extremidades inferiores terminaban en los tobillos. A cada paso, la fricción limaba músculos y huesos. El olor de la sangre estimulaba a los machos sementales, aumentando el frenesí. Cada paso era una tortura para la Reina, mas su avidez de sexo no decaía. Las pantorrillas habían desaparecido y la dadora de vida corría sobre los muñones de sus muslos sangrantes, pero no cesaba de copular y producir huevos… siempre a la carrera…
Cuando ya no quedó resquicio de piernas, la Reina cayo de bruces, más la inercia que imprimía la carrera de la horda, continuó arrastrándola por varios kilómetros. Cuando por fin se detuvieron, la otrora dadora de vida apenas si era una masa sanguinolenta, y sin embargo, los machos sementales continuaban copulando los restos que de ella quedaban. Sólo detuvieron su macabra orgía cuando los obreros eunucos mostraron a la recién nacida, sucesora de la Reina. Entonces se reanudó la carrera, la cópula insaciable, la producción de huevos y la tragazón de restos… siempre a la carrera…
O. Mejía, Arte y Cultura