Me desperté en una especie de garaje abandonado, totalmente desconocido para mí. Cuando me incorporé, un golpe de tos me sacudió, y rápidamente todos se dieron cuenta de que ya estaba consciente.
Juanjo vino a preguntarme que tal me encontraba:
- ¿Qué tal estas, Kike?
- Mal, joder, como quieres que esté. He estado inconsciente no se ni cuanto tiempo, no se donde estoy, me encuentro mal, ¡y todo por unirme a vosotros, joder!
- Ayer fue tu primera cazada, y salió bastante bien la verdad, tres jodidos negros muertos, y nosotros ni un rasguño.
- ¿¿Ayer?? ¿¿cazada?? ¿¿¿¿¿tres negros muertos????? - Juanjo sonrió.
- Si, solo fueron tres – sonrió de nuevo.
- Yo alucino tíos, me largo de aquí, no quiero saber nada de vosotros.
- ¿Qué será de tu vida sin tus amigos, querido Enrique? Una verdadera mierda, simplemente eso será.
- ¡Que te jodan! A ti, y a tus queridos amiguitos.
Sin que nadie me lo impidiera, me marche lo más rápido que pude a mi casa, intentando recordar algo de lo sucedido ayer. El miedo invadía mi cuerpo, no sabía si realmente todo aquello que Juanjo me había contado era verdad, y si era, ¿quien había sido el artífice de los asesinatos?, ¿y si fui yo? Ya no sabía que pensar, nunca había tenido una sensación igual. Él tenía razón, sin ellos no era nada, me sentía indefenso, irreconocido, iluso... y esto era algo que no me podía permitir.
Sabía que ellos me abrirían las puertas si volviera, pero era demasiado prematuro, y decidí tomarme unos días de descanso para pensar, descanso total, nada de clases, nada de amigos.
Así paso el lunes y el martes, días completamente sabáticos. Comía para mantenerme en pie y solo me dedicaba a fumar maría. El miércoles ya tenía las cosas un poco más claras, aunque mis ideas no habían cambiado, y seguía pensando que lo mejor era volver con ellos. No fui al instituto aquel día tampoco, llamé a Juanjo, suponiendo que él tampoco iría, y no me equivoqué. Nuestra conversación fue larga y tensa en algunos momentos, pero todo parecía volver a la normalidad.
Alrededor de las cinco de la tarde, vino a buscarme a mi casa. Hoy le tocaba gimnasio, y me convenció para que me apuntara con él. Al final de la tarde terminé muy cansado, nunca había hecho pesas ni nada parecido. En cambio a Juanjo se le notaba que llevaba bastantes años metido en esto, tanto en el cuerpo como en la forma física.
Aquello de la musculación me había gustado.
- Muchas veces tendrás que usar tu fuerza para sobrevivir – me dijo.
Amaneció el jueves, y tampoco me pase por clase, no tenía ganas, la verdad. Por la tarde, más de lo mismo, gimnasio y más gimnasio. Juanjo me comentó que mañana no habría cazada, sino algo peor, o mejor, según como lo miraras. Mañana tocaba pelea con los tan odiados por nosotros sarperos. Este grupo, basaba sus ideas en combatir las nuestras, vestían como nosotros, bebían y fumaban como nosotros, pero sus ideales eran totalmente opuestos a los nuestros.
Una vez más, por no decir que no, acepté sin pensármelo dos veces. Aquella noche de jueves no logre conciliar el sueño hasta bien entrada la noche, pensando en lo que mañana podría suceder.
La tarde del viernes llegó. Nos fuimos los mismos que el otro día al mismo parque que el otro día. Esta vez me controle más con la bebida, aunque a ellos parecía no afectarles. Hoy se les notaba más tensos, sabían que no saldrían ilesos como el otro día. Empezaba a entrar la noche, y un chico del grupo, que no sabía ni mi nombre, me dijo que iríamos a la Plaza del Dos de Mayo, lugar de reunión de los sarperos. Al oir aquel nombre, el miedo me invadió de nuevo. Aquella plaza era transitada por muchísima gente, y aunque ya era casi de madrugada, imaginé que seguiría plagada.
Nos acercábamos a la zona, y cada vez había menos personas. Una vez allí, nos encontramos en una plaza llena de litronas en el suelo, y con unos aproximadamente quince sarperos armados hasta los dientes, al igual que nosotros, y dispuestos a derramar sangre por sus ideales...