Me desperté más cansado de cuando había conciliado el sueño. Todo seguía igual, algunos dormidos, otros despiertos pero sin hablar. Me incorporé y fui a la calle a mear en cualquier rincón cercano. Ya era de noche, y aquel lugar estaba completamente abandonado a cualquier alma humana. Una vez regresé al zulo, y después de un rato hablando con mi madre por el móvil, advirtiéndola de que no pasaría por casa en un tiempo indefinido, me fui con Juanjo a buscar una tienda donde poder comprar algo para cenar. Pocos establecimientos había abiertos a esas horas, y después de un buen rato dando vueltas buscando, logramos encontrar un 7eleven. Compramos más litronas, por supuesto, y algo de comida preparada, sándwiches, bollos, etc…
De vuelta a la fábrica, pudimos oír a lo lejos unas sirenas de coches policiales. Juanjo no le dio importancia, yo tenía mucho miedo. Jamás había tenido tanto miedo. Las sirenas se acercaban, mi cuerpo se empezaba a quedar cada vez más frío, tiritando. Al observar que los ruidos se aproximaban, Juanjo habló.
- Si el ruido sigue acercándose, suelta las bolsas y corre. La dirección elígela tú, pero nunca en la misma que dirige a la fábrica. Huye como puedas y a donde puedas, pero por tu vida, que no te cacen.
Al terminar de hablar, y con las sirenas al lado nuestro ya, una mirada mutua, e inmediatamente tiramos las bolsas y echamos los dos a correr. Él se fue recto, calle arriba, dirección totalmente contraria al ruido. Yo preferí tomar una callejuela perpendicular a la que estaba. Era demasiado estrecha para que un coche de policía pasara por allí, así que decidí quedarme esperando a que el ruido desapareciera, incluso arriesgándome a ser visto. Pero el plan salió bien. Al cabo de unos minutos angustiosos, con mi corazón latiendo más deprisa que nunca, el ruido agobiante de las sirenas desapareció. No sabía que hacer, si irme a la fábrica con los demás, o dedicarme a buscar a Juanjo. Me decanté por la primera opción, visto que la segunda era, además de más arriesgada, más difícil.
Tomé un rumbo equivocado, y después de creerme varias veces totalmente perdido, llegué al lugar. Entré, y una vez dentro un escalofrío más invadió mi cuerpo. Aquello estaba mucho peor que antes (si eso era posible, que lo era), todas las litronas rotas, el suelo lleno de cristales, los colchones rajados y abiertos totalmente, y lo peor de todo, sin ningún rastro de mis “amigos”. ¿Qué podría haber pasado? La respuesta era bastante evidente, la policía habría pillado a Juanjo y descubierto nuestro refugio. Mi desesperación ahora era total. No sabía que hacer, a donde ir ahora. Estaba cansado, asustado.
- ¡¡Quién me manda a mí meterme en estas historias!! Grité, sin pensar en la posibilidad de ser oído.
Después de un rato pensando en la mejor solución, me decidí por coger camino de vuelta a casa. El mismo autobús y el mismo metro con los que fui a la fábrica, me sirvieron para llegar a mi hogar.
- ¿Dónde has estado, hijo?
- En casa de un amigo, madre. Pensamos en quedarnos unos días, ya que sus padres se habían ido, pero al final regresaron antes de tiempo, y nos desalojaron a todos.
No podía seguir con este ritmo de mentiras. No me sentía bien conmigo mismo, y sabía que tarde o temprano sería descubierto. Esto sería más temprano que tarde.
Me dediqué a descansar un rato, tumbado en el sofá viendo un asqueroso programa de famoseo. Pero no logré descansar mucho. De repente, el timbre de la puerta sonó. En un primer momento pensé en quien podía ser, pero no le di importancia y seguí allí tumbado, sin moverme. En la puerta de mi salón aparecieron dos hombres, vestidos de negro, gafas de sol, y con una placa de policía, cada uno en su mano derecha.
- Enrique Sánchez Martínez, quedas detenido por asesinato, tráfico de drogas y resistencia a la autoridad.
- ¡No pronuncie el apellido de mi padre, hijo de puta!
No me dio tiempo a decir más, antes de que me esposaran y me soltaran todo aquel rollo de las películas. Mi madre estaba atónica observando la escena, llorando y sin capacidad de reacción.
- ¡Pronto volverás a casa, tú no has hecho nada! Dijo mi madre antes de que los dos policías me metieran en el ascensor.
En el camino a la comisaría intentaba pensar historias, excusas, y demás farsas para intentar excusarme de mis cargos. Cuando llegué allí, me condujeron a una sala semi-escondida, con un par de sillas y una mesa.
- Ya te tenemos, hijo de puta. Dijo uno de los hombres que estaba allí conmigo, y justo después un puñetazo de este, y un par de patadas en mis zonas más débiles de su compañero, me hicieron perder durante un buen tiempo el conocimiento.