El día terminó sin incidentes. La mañana siguiente amaneció oscura, algo lógico teniendo en cuenta que la única ventana que había en mi habitación era doble, de cristales sucios y con una cortina color gris oscuro para impedir aun más si era posible, el paso de luz. Desayuno marginal, algo que se había repetido en las tres comidas que llevaba allí, y después una hora libre. Hora libre que unos dedicaban a culturizarse (opción que decanté sin pensármelo dos veces), otros a practicar diversos deportes, desde fútbol y baloncesto, hasta deportes mentales tipo ajedrez, pasando por muchos otros (otra opción que decanté, era demasiado patoso como para hacer el ridículo recién llegado), así que decidí que la mejor opción era el gimnasio. Allí también haría algo el ridículo, como en todos lados, pero sería el lugar donde menos o haría, además de empezar a modelar un poco ese cuerpo grasiento y seboso. Entré, y al mirar a mí alrededor, solo puede divisar un par o tres almas perdidas por esos rincones. – Somos demasiado jóvenes para esto. – pensé. Aun así, la idea de entrenar a diario sin gente que molestara o incordiara me atraía bastante. No sabía por donde empezar, allí no había nadie que te ayudara, evidentemente, aquello no era más que un mísero gimnasio para pequeños delincuentes. Cogí la primera máquina que pillé, y así una tras otra, hasta que paso la hora de libertad diaria.
- ¿Asesino? ¿Ladronzuelo?- Sonrió una de esas almas que habían estado entrenando conmigo.
- Mata-negros, para ser más exactos.- Y aquel chaval no me volvió a dedicar más saliva nunca, excepto aquel escupitajo que fue a parar directo a mi ojo derecho. La convivencia empezaba a fallar, y los racistas como yo parecían ser especialmente odiados.
Los días pasaban, seguía sin relacionarme con nadie, exceptuando alguna que otra mirada desafiante y un par de forcejeos. Empezaba a echar de menos el mundo exterior, mi instituto, aunque no apareciera apenas por él, mis amigos, aunque me habían convertido en algo que no era, a mi madre… Todo, solo deseaba salir de allí, pero sabía que cuando esto sucediera sería para ir a otro lugar peor, si es que esto era posible: la cárcel de verdad. Mi primer mes de estancia en aquel internado de delincuentes se acercaba, y nada cambiaba. Deseaba tener amigos, alguien a quien contarle mis penas, con quien hablar, pero este amigo no llegaba. Mi única motivación era mi cuerpo, quería estar lo más fuerte y lo más grande posible para dentro de un tiempo, hacerme respetar, sino puede ser con la maña, que fuera con la fuerza. Ya empezaba a notar mi cuerpo menos grasiento, más masa muscular propiamente dicho, y sobre todo, más fuerza. Un día, como otro cualquiera, un grupo de chavales de aproximadamente mi edad, pelo rapado, vaqueros ajustados, cadenas, y sobre todo, bombers con símbolos nazis, entraban nuevos en el lugar. Mi estancia allí cambio desde ese mismo instante. Yo me senté solo, como en todas las comidas, en aquella mesa abandonada del final, cuando empezaron a venir uno a uno los cuatro chicos del cuarteto nazi.
- Ya no serás el único aquí. Nacho, para servirte.- Y después, uno a uno se fueron presentando, para después sentarse en mi mesa y disfrutar de mi primera comida en aquel lugar acompañado, coincidiendo con su primera comida en allí.
Sus habitaciones estaban en otro pabellón distinto al mío, pero exceptuando las horas de relax en cuarto propio, todo el tiempo estábamos los cinco juntos, como huyendo del resto y protegiéndonos unos a otros. Les animé a que dedicaran su hora diaria al gimnasio, aunque no fue para nada difícil.
- ¿Y tú zurrabas con ese cuerpo? – Y Francis me guiño un ojo. Ellos, en cambio, estaban bastante fuertes para la edad. Se les veía trabajados, además de tener numerosas marcas, muestra de múltiples peleas.
- Ellos son nazis de verdad, yo no valgo para nada. – Pensé.
Mi vida allí empezaba a hacerse algo más amena. Solo eran cuatro de entre aquellos cientos de personajes, pero suficientes para hacerme la estancia menos agobiante y estresante. Cada día que pasaba la gente nos odiaba más, y yo empezaba a coger más confianza con mi grupo. No tuvimos problemas en aquellos dos primeros meses, pero la gente se empezaba a cansar de nosotros. De Nacho y compañía por un simple motivo: provocaciones, provocaciones y más provocaciones. Parecía como si tuvieran ganas de zurrarse, como si echaran de menos toda aquella violencia.
Y de mi, pues se cansaban por ir con ellos, simplemente. Mi vida volvía a parecerse al pasado. La estaba volviendo a cagar de la misma manera, dejándome llevar por los que tienen más personalidad que yo, dejando a un lado mis verdaderos ideales.
Un día más amaneció en mi zulo.
- ¡Revisión higiénica! – gritaba el guardia a la vez que daba porrazos a nuestras “hermosas” puertas.
- ¿Qué será esto? – pensé. Sin tiempo para desayunar, el guarda de antes abrió mi habitación y me condujo a una pequeña sala con paredes blancas, con una camilla y una silla blancas también. Me recordaba a la sala donde me interrogaron por última vez, y donde quede inconsciente. Lo primero que me hicieron fue pinchazo en el culo.
- Vacuna contra muchas enfermedades. – me dijo la ronca voz de aquella enfermera. Después vino pinchazo en el brazo, análisis de sangre, eso no hacía falta preguntarlo. Revisión de ojos, motricidad, aparato reproductor, y demás partes de mi cuerpo. Pero lo peor estaba por llegar.
- Te vamos a meter una cámara, tenemos que comprobar que tu estómago y tu hígado están igual de sanos que al principio.
- ¿Esto duele?
- ¿para que te voy a mentir, verdad? Duele bastante hijo mío, te haría un par de radiografías en vez de esto, pero eso muy caro para el presupuesto de este lugar, y la anestesia lo mismo te digo. De aquí empezó a la acción. No aguanté mucho. Aun no había traspasado mi garganta cuando caí en un profundo sueño del que despertaría de forma totalmente inesperada….