Ideales perdidos. Recopilatorio.

Recopilatorio de mi 2º historia larga que trata sobre un joven "estudiante" que se ve involucrado sin darse cuenta en un grupo de nazis motivados por la violencia y el racismo...
Espero que os guste. [ginyo]
Mi padre murió cuando apenas había cumplido los 5 años. Mi vida era un auténtico fracaso, no valía para los estudios, en los deportes era el más lento, el más gordo y el más patoso. Mi madre era una simple cocinera fea y fofa que dedicaba su vida a alimentar a un mal criado como yo.

Los años fueron pasando a mí alrededor, hasta que llegué a cumplir los quince. Nada había cambiado, yo cursaba 2º de ESO, después de dos años perdidos, e iba camino del tercero. Mi madre seguía trabajando en aquel asqueroso restaurante, y cada vez estaba más vieja.
Yo ya empezaba a pensar por mí mismo, y me daba cuenta de que mi vida era una verdadera mierda. Esto no podía seguir así. Había que darle un vuelco radical, buscar algo que me motivara a seguir viviendo.

Amaba la violencia, y en mi instituto, de eso había mucho. Me llamaba especialmente la atención un pequeño grupo de jóvenes nazis, que a pesar de ser feos, poco hábiles y odiados por todos, eran también los más temidos y los más triunfadores entre las féminas.
Tal era mi deseo de triunfar como ellos, y ser temido como ellos, que poco a poco, y sin darme cuenta, me estaba convirtiendo en otro asqueroso nazi más... Me rapé el pelo como ellos, y cada semana me afeitaba la cabeza para que brillara a la luz. Mi vestuario pasaba de simples vaqueros y zapatillas deportivas, a pantalones ajustados, marcando paquete, y botas militares que me llegaban casi hasta las rodillas.

Mi madre apenas se dio cuenta de tan radical cambio, solo vivía para darme de comer y hacerme feliz (aunque nunca lo consiguió). Mis amigos pensaban que sería algo pasajero, y que simplemente me gustaba llamar la atención.
Los que sí que se dieron cuenta de mi cambio fueron ellos, los nazis. Así, poco a poco me fui integrando en su grupo, y dejé a un lado a mis amigos de toda la vida. Juanjo, el cabecilla del grupo, me cogió afecto rápidamente, y congeniamos muy bien, a pesar de los tres años de diferencia que nos separaban.
Ahora mi vida parecía tener sentido, creía haber encontrado amigos de verdad, que me querían, no les importaba si suspendía dos asignaturas o todas, y que, sobre todo, tenían las ideas muy claras. Yo, por aquella época, no sabía casi nada del nazismo, ni de toda aquella historia de la segunda guerra mundial y demás. Alguna vez había oído hablar de un tal Adolfo Hitler, y sus campos de exterminio, pero poco más.
Juanjo y los demás me fueron enseñando todas estas ideas, y en poco tiempo me comieron suficientemente la cabeza como para hacerme fiel seguidor de estos ideales, sin pararme a pensar lo que verdaderamente escondían.

Recuerdo como si fuera ayer, aquel día en que, por primera vez, me decidí a quedar con ellos para hacer un “exterminio de negros”, como solían decir . Aquel día vi por primera vez de cerca una navaja, incluso Juanjo se atrevió a enseñarme algunos truquillos sobre su manejo. Aquel día conocí también a muchos nazis más, y todos parecían iguales, y parecía también que a todos les caía bien. Después de estarnos gran parte de la tarde en un parque bebiendo litronas sin parar, y pasado el mal rato de las vomitonas, Juanjo nos dijo que ya era la hora de cazar negros.
Realmente yo no sabía bien de que iba la historia, por lo que, por no decir un 'no' a mis nuevos amigos, y seguirles cayendo tan bien como siempre, me decidí a seguirles y probar nuevas experiencias, experiencias que cambiarían mi vida por completo hasta llevarme a un pozo negro sin salida...

Para llegar al lugar de la “cacería” tuvimos que coger el metro, y aquí empecé a notar que la cosa iba a ser mayor de lo que en un principio creí. La gente nos miraba con miedo, incluso algunos se alejaban de nosotros, mientras que Juanjo y los demás no paraban de insultar a diestro y siniestro, y de realizar diversos sonidos anales...
Una vez llegamos al sitio que Juanjo nos quería llevar, todos empezaron a sacar toda clase de armas, desde bates de baseball hasta cuchillos, pasando por puños americanos, lunchacus... Juanjo me regaló mi primer arma, una navaja de tamaño pequeño, pero muy afilada, incluso nada más cojerla me hice un corte poco profundo jugando con ella. Aun seguía examinando aquella preciosa navaja, cuando, de repente, ví que todos salíann disparados persiguiendo a una pareja de negros, con un niño en brazos. Yo no me podía quedar atrás, así que decidí ir tras su estela.

Ellos eran más veloces, pues debían estar acostumbrados a este tipo de carreras, y solo pude distinguir un par de gritos y otros tantos sollozos antes de alcanzarles. Y cuando este momento se dio, solo pude ver tres cadáveres en el suelo, un niño, una mujer y un hombre, rebozados de sangre, antes de que mi mente perdiera el control de mi cuerpo, y este cayera al suelo; lo que comúnmente se llama desmayo...

Hilo original: Aqui
Me desperté en una especie de garaje abandonado, totalmente desconocido para mí. Cuando me incorporé, un golpe de tos me sacudió, y rápidamente todos se dieron cuenta de que ya estaba consciente.
Juanjo vino a preguntarme que tal me encontraba:

- ¿Qué tal estas, Kike?
- Mal, joder, como quieres que esté. He estado inconsciente no se ni cuanto tiempo, no se donde estoy, me encuentro mal, ¡y todo por unirme a vosotros, joder!
- Ayer fue tu primera cazada, y salió bastante bien la verdad, tres jodidos negros muertos, y nosotros ni un rasguño.
- ¿¿Ayer?? ¿¿cazada?? ¿¿¿¿¿tres negros muertos????? - Juanjo sonrió.
- Si, solo fueron tres – sonrió de nuevo.
- Yo alucino tíos, me largo de aquí, no quiero saber nada de vosotros.
- ¿Qué será de tu vida sin tus amigos, querido Enrique? Una verdadera mierda, simplemente eso será.
- ¡Que te jodan! A ti, y a tus queridos amiguitos.

Sin que nadie me lo impidiera, me marche lo más rápido que pude a mi casa, intentando recordar algo de lo sucedido ayer. El miedo invadía mi cuerpo, no sabía si realmente todo aquello que Juanjo me había contado era verdad, y si era, ¿quien había sido el artífice de los asesinatos?, ¿y si fui yo? Ya no sabía que pensar, nunca había tenido una sensación igual. Él tenía razón, sin ellos no era nada, me sentía indefenso, irreconocido, iluso... y esto era algo que no me podía permitir.
Sabía que ellos me abrirían las puertas si volviera, pero era demasiado prematuro, y decidí tomarme unos días de descanso para pensar, descanso total, nada de clases, nada de amigos.

Así paso el lunes y el martes, días completamente sabáticos. Comía para mantenerme en pie y solo me dedicaba a fumar maría. El miércoles ya tenía las cosas un poco más claras, aunque mis ideas no habían cambiado, y seguía pensando que lo mejor era volver con ellos. No fui al instituto aquel día tampoco, llamé a Juanjo, suponiendo que él tampoco iría, y no me equivoqué. Nuestra conversación fue larga y tensa en algunos momentos, pero todo parecía volver a la normalidad.

Alrededor de las cinco de la tarde, vino a buscarme a mi casa. Hoy le tocaba gimnasio, y me convenció para que me apuntara con él. Al final de la tarde terminé muy cansado, nunca había hecho pesas ni nada parecido. En cambio a Juanjo se le notaba que llevaba bastantes años metido en esto, tanto en el cuerpo como en la forma física.
Aquello de la musculación me había gustado.
- Muchas veces tendrás que usar tu fuerza para sobrevivir – me dijo.

Amaneció el jueves, y tampoco me pase por clase, no tenía ganas, la verdad. Por la tarde, más de lo mismo, gimnasio y más gimnasio. Juanjo me comentó que mañana no habría cazada, sino algo peor, o mejor, según como lo miraras. Mañana tocaba pelea con los tan odiados por nosotros sarperos. Este grupo, basaba sus ideas en combatir las nuestras, vestían como nosotros, bebían y fumaban como nosotros, pero sus ideales eran totalmente opuestos a los nuestros.

Una vez más, por no decir que no, acepté sin pensármelo dos veces. Aquella noche de jueves no logre conciliar el sueño hasta bien entrada la noche, pensando en lo que mañana podría suceder.
La tarde del viernes llegó. Nos fuimos los mismos que el otro día al mismo parque que el otro día. Esta vez me controle más con la bebida, aunque a ellos parecía no afectarles. Hoy se les notaba más tensos, sabían que no saldrían ilesos como el otro día. Empezaba a entrar la noche, y un chico del grupo, que no sabía ni mi nombre, me dijo que iríamos a la Plaza del Dos de Mayo, lugar de reunión de los sarperos. Al oir aquel nombre, el miedo me invadió de nuevo. Aquella plaza era transitada por muchísima gente, y aunque ya era casi de madrugada, imaginé que seguiría plagada.
Nos acercábamos a la zona, y cada vez había menos personas. Una vez allí, nos encontramos en una plaza llena de litronas en el suelo, y con unos aproximadamente quince sarperos armados hasta los dientes, al igual que nosotros, y dispuestos a derramar sangre por sus ideales...

Hilo original: Aqui
Juanjo se acercó al sarpero central. Nadie se movía, solo él acercándose poco a poco, sin dejar de fijar la mira en el rostro de aquel hombre. Una vez cara a cara, los dos “jefes” seguían mirándose, como retándose a ver quien empezaba a golpear primero. Juanjo captó el reto, y un fuerte cabezazo le bastó para tumbar al sarpero y dejarle sangrando por nariz y boca.

Aquí empezó mi primera pelea nazi. Inmediatamente después de ese golpe, todos nos pusimos como fieras corriendo hacia el enemigo, al igual que ellos hacia nosotros.
Juanjo retrocedió para alcanzarnos, y todos juntos, hacer frente a aquella docena de hombres. En pocos segundos estábamos unos y otros repartiéndonos puñetazos, patadas, y utilizando nuestras armas. Un sarpero bastante pequeño de estatura, pero unas espaldas impresionantes, se acercaba a mi con una furia en sus ojos que se veía a kilómetros. En ese momento no vi más a mi alrededor.

Esperé a que se acercara lo suficientemente a mi, y antes de que pudiera reaccionar, le asesté una patada en sus partes más débiles que le dejaron unos segundos sin respiración. Pero no se rindió fácilmente. Sacó su navaja, y entre gritos de dolor y de furia, se dispuso a clavármela en mi hombro derecho. Fui más rápido que él, y logre esquivar su primera estocada.

Tenía miedo de sacar mi arma. Nunca había usado nada parecido, ni tan siquiera para cortar una pieza de fruta, y me podía meter en problemas si la usaba. Pero el miedo pudo conmigo, y mi mano se deslizó por el bolsillo izquierdo, y rápidamente me puse a su nivel, navaja contra navaja. El tanteo había terminado, y los dos sabíamos que pasara lo que pasara, ninguno saldría bien parado de aquel duelo. Fue él quien intento una nueva puñalada, pero esta también logré esquivarla, aunque con más problemas que la anterior. Mi edad y mi forma física me permitían ser más rápido y ágil que él, así que sin tiempo a dejarle reaccionar, le clavé mi navaja en el costado derecho.

Unos segundos logró mantenerse en pie, respirando agónicamente, pero en unos instantes cayó derrumbado en aquel sucio suelo. Ganado aquel duelo, y sin darme cuenta de lo que había hecho, miré a mi alrededor a ver como estaban mis compañeros. Juanjo yacía en el suelo, pero sele veía una respiración normal. Los demás estaban todos bien, metiéndoles caña a aquellos sarperos.

Dos más estaban inconsciente en el suelo, además de mi presa. Me aproximaba a la zona más conflictiva de la pelea, cuando el ruido de unas sirenas de policía hicieron que mi cuerpo sintiera un escalofrío de arriba abajo.
Todos, empezando por los sarperos, y terminando por mi, huimos hacia donde pudimos, incluso Juanjo rápidamente se incorporó y emprendió la fuga.

Mientras corría desesperado y sin rumbo, eché la vista atrás, y vi que la policía se dedicó a atender a los heridos, en vez de a seguirnos. Una vez estábamos a salvo en una callejuela bastante alejada de la plaza, nos paramos a tomar un poco de aire. Habíamos salido todos vivos. Yo tenía un rasguño en el brazo de aquella navaja sarpera, pero poco más. Los demás estaban por el estilo, algunos rasguños, cortes, y pequeñas heridas.

Nadie hablaba, todos pensaban. En aquel momento me di cuenta de que había apuñalado a un hombre.
- Quizás ahora este muerto – pensé. Todo había sucedido tan deprisa, y aquella gente me tenía tan comido el coco, que me sentía feliz de aquella hazaña.

Y tarde mucho tiempo en cambiar...

Hilo original: Aqui
Al rato de aquella “reunión”, me volví a casa solo, necesitaba pensar, recapacitar si mi vida había tomado el rumbo que realmente quería. Mi madre ya había llegado, y lo primero que hizo fue preguntarme sobre aquel arañazo, sospechoso para ella.

- ¿Te has pegado con alguien, Kike?
- Déjame, ¡vale!
- Te he hecho una pregunta, y no vas a ningún lado sin antes contestarme.
- Por tu bien, déjame pasar – ya empezaba a notar que la violencia invadía mi cuerpo, no podía evitarlo.
- No. – Aquí se acabo la conversación. Una patada en las partes débiles de mi madre, y unas cuantas más cuando se encontraba tendida en el suelo, me fueron suficientes para tener vía libre de nuevo a la puerta.

Pasé la noche bajo el puente que estaba enfrente de mi casa. Era una noche fría, lluviosa, y tan solo tenía una manta que había cogido de casa antes de salir para arroparme, pero esto no era lo que me preocupaba. Mi madre tampoco. Mi cabeza seguía dándole vueltas a la pelea de aquella tarde. La imagen de aquel sharpero, con mi navaja clavada en su costado; La policía atendiéndole, a la vez que no paraban de gritar basteces contra nosotros.

Empezó a amanecer, y yo seguía allí, inmóvil, muerto de frío, sin poder conciliar el sueño. No sabía donde ir. A mi casa sería imposible, mi madre no estaría por la labor de abrirme la puerta; A mis “amigos” no podía llamarles, me había dejado el móvil en casa, y no tenía ni un céntimo para usar una cabina, ni tan siquiera para comer. Hoy era sábado, el instituto estaba cerrado, así que tampoco me serviría de nada ir allí. Estaba totalmente desesperado ya, cuando vi a lo lejos la silueta de mi madre acercándose hacia mi. Me incorporé, y fui directo a abrazarla, sin saber como reaccionaría. Ella se dejó, y juntos volvimos camino a casa.

Todo lo que quedaba de día lo pasé ayudándola y durmiendo. Aquella noche dormí muy profundamente, debido al cansancio y el estrés acumulado. A la mañana siguiente, me desperté con una llamada de Juanjo. Tenía la voz ronca y a la vez triste. Me dijo que habían pillado a Carlitos, otro de nuestra panda, y ahora estaba detenido en comisaría declarando, y que era bastante probable que nos delatara. No tuvimos tiempo de hablar mucho más, antes de que colgara el teléfono, preparara unas cuantas cosillas, y sin mediar palabra con mi madre, excepto un rácano “adiós”, me fui directo al metro de Colombia, donde había quedado con Juanjo, no sabía para qué.

Una vez llegué al lugar, él ya estaba allí esperándome. Su rostro reflejaba lo mismo que su voz, preocupación, como nunca había visto a Juanjo, y miedo. Me dijo que nos iríamos a un lugar seguro, y sobre todo, lejos de nuestras casas. Me llevó hasta Alcorcón, y después de pillar varios trenes, y después un asqueroso autobús, llegamos a una especie de fábrica abandonada, vacía completamente de muebles y de personas. Solos Juanjo y yo.
- Ahora vendrán todos, menos Carlitos, claro – una leve risa pude oír de su boca, algo que me calmó.
- ¿Cuanto tiempo estaremos aquí? – le pregunté.
- El tiempo que sea necesario amigo, no podemos arriesgarnos a ser cazados, contra nosotros recaen asesinatos, tráfico, violencia callejera... Muchas cosas, más de las que te puedes imaginar, Kike.

Aquellas palabras me dejaron atónito, incluso fui incapaz de responderle. Me dediqué a inspeccionar un poco aquel lugar. Parecía llevar bastantes décadas abandonado. El olor era bastante insoportable. Las ratas husmeaban de aquí para allá, incluso más de una se atrevió a husmearme a mi personalmente. En la parte de atrás, había unas camas, que parecían nuevas, colchones bastante limpios, y maderas modernas.
- Algo bueno tenía que haber en este zulo – pensé.

Poco a poco empezaron a llegar uno a uno todos los miembros del grupo. Algunos cargados con litronas, con ánimo de animar un poco todo aquello, que parecía una reunión de muertos, sin conversaciones, sin nada. Empezamos a beber y nada cambió. Seguíamos igual, cada uno se dedicaba a su litrona, y a pensar y pensar en su mundo interior. Ya empezaba a cansarme de aquella absurda situación, por lo que me fui a probar las modernas camas, y en unos segundo apenas, de haberme tumbado en ella, caí fulminado en una gran siesta.

Hilo original: Aqui
Me desperté más cansado de cuando había conciliado el sueño. Todo seguía igual, algunos dormidos, otros despiertos pero sin hablar. Me incorporé y fui a la calle a mear en cualquier rincón cercano. Ya era de noche, y aquel lugar estaba completamente abandonado a cualquier alma humana. Una vez regresé al zulo, y después de un rato hablando con mi madre por el móvil, advirtiéndola de que no pasaría por casa en un tiempo indefinido, me fui con Juanjo a buscar una tienda donde poder comprar algo para cenar. Pocos establecimientos había abiertos a esas horas, y después de un buen rato dando vueltas buscando, logramos encontrar un 7eleven. Compramos más litronas, por supuesto, y algo de comida preparada, sándwiches, bollos, etc…

De vuelta a la fábrica, pudimos oír a lo lejos unas sirenas de coches policiales. Juanjo no le dio importancia, yo tenía mucho miedo. Jamás había tenido tanto miedo. Las sirenas se acercaban, mi cuerpo se empezaba a quedar cada vez más frío, tiritando. Al observar que los ruidos se aproximaban, Juanjo habló.
- Si el ruido sigue acercándose, suelta las bolsas y corre. La dirección elígela tú, pero nunca en la misma que dirige a la fábrica. Huye como puedas y a donde puedas, pero por tu vida, que no te cacen.

Al terminar de hablar, y con las sirenas al lado nuestro ya, una mirada mutua, e inmediatamente tiramos las bolsas y echamos los dos a correr. Él se fue recto, calle arriba, dirección totalmente contraria al ruido. Yo preferí tomar una callejuela perpendicular a la que estaba. Era demasiado estrecha para que un coche de policía pasara por allí, así que decidí quedarme esperando a que el ruido desapareciera, incluso arriesgándome a ser visto. Pero el plan salió bien. Al cabo de unos minutos angustiosos, con mi corazón latiendo más deprisa que nunca, el ruido agobiante de las sirenas desapareció. No sabía que hacer, si irme a la fábrica con los demás, o dedicarme a buscar a Juanjo. Me decanté por la primera opción, visto que la segunda era, además de más arriesgada, más difícil.

Tomé un rumbo equivocado, y después de creerme varias veces totalmente perdido, llegué al lugar. Entré, y una vez dentro un escalofrío más invadió mi cuerpo. Aquello estaba mucho peor que antes (si eso era posible, que lo era), todas las litronas rotas, el suelo lleno de cristales, los colchones rajados y abiertos totalmente, y lo peor de todo, sin ningún rastro de mis “amigos”. ¿Qué podría haber pasado? La respuesta era bastante evidente, la policía habría pillado a Juanjo y descubierto nuestro refugio. Mi desesperación ahora era total. No sabía que hacer, a donde ir ahora. Estaba cansado, asustado.
- ¡¡Quién me manda a mí meterme en estas historias!! Grité, sin pensar en la posibilidad de ser oído.

Después de un rato pensando en la mejor solución, me decidí por coger camino de vuelta a casa. El mismo autobús y el mismo metro con los que fui a la fábrica, me sirvieron para llegar a mi hogar.
- ¿Dónde has estado, hijo?
- En casa de un amigo, madre. Pensamos en quedarnos unos días, ya que sus padres se habían ido, pero al final regresaron antes de tiempo, y nos desalojaron a todos.
No podía seguir con este ritmo de mentiras. No me sentía bien conmigo mismo, y sabía que tarde o temprano sería descubierto. Esto sería más temprano que tarde.

Me dediqué a descansar un rato, tumbado en el sofá viendo un asqueroso programa de famoseo. Pero no logré descansar mucho. De repente, el timbre de la puerta sonó. En un primer momento pensé en quien podía ser, pero no le di importancia y seguí allí tumbado, sin moverme. En la puerta de mi salón aparecieron dos hombres, vestidos de negro, gafas de sol, y con una placa de policía, cada uno en su mano derecha.
- Enrique Sánchez Martínez, quedas detenido por asesinato, tráfico de drogas y resistencia a la autoridad.
- ¡No pronuncie el apellido de mi padre, hijo de puta!
No me dio tiempo a decir más, antes de que me esposaran y me soltaran todo aquel rollo de las películas. Mi madre estaba atónica observando la escena, llorando y sin capacidad de reacción.
- ¡Pronto volverás a casa, tú no has hecho nada! Dijo mi madre antes de que los dos policías me metieran en el ascensor.

En el camino a la comisaría intentaba pensar historias, excusas, y demás farsas para intentar excusarme de mis cargos. Cuando llegué allí, me condujeron a una sala semi-escondida, con un par de sillas y una mesa.
- Ya te tenemos, hijo de puta. Dijo uno de los hombres que estaba allí conmigo, y justo después un puñetazo de este, y un par de patadas en mis zonas más débiles de su compañero, me hicieron perder durante un buen tiempo el conocimiento.

Hilo original: Aqui
Volví a estar consciente al cabo de unas horas. Seguía allí, tirado en el suelo, pero esta vez sin ningún hombre a mí alrededor. Me incorporé lentamente, tenía miedo de marearme o de sufrir cualquier tipo de dolor. Una vez en pie, me senté un rato en la silla de madera, y allí estuve un largo rato, sin pensar, sin hablar. Pero mi cabeza reaccionó, y sobresaltado, excitado, me dediqué a gritar y a dar patadas a la única puerta que había. Los policías no tardaron en llegar, y no sin oponer resistencia, lograron meterme una de esas inyecciones que a saber que sustancias llevan, pero te dejan atontado unas horas.

Varios días estuve allí encerrado, comiendo para sobrevivir y bebiendo por lo mismo, sin ningún entretenimiento, con una sola cabeza en mente: volver a ver la luz del día. Pero esta angustia terminó, para pasar a otra peor. No os contaré todo el follón de juicios que tuve, aunque tampoco fueron muchos los que necesitaron para mandarme directo a un internado de menores delincuentes. Acompañado de la policía fui a mi casa a preparar una pequeña maleta que llevaría al internado: un par de pantalones, un abrigo y unas cuantas camisetas me bastarían para mudarme a mi nuevo hogar. La última vez que vi. a mi madre fue justo antes de entrar allí, donde la dedique mi ultimo beso y mis últimas palabras de amor hacia ella…
- Cuídate hijo, nos veremos pronto.
- Te quiero madre, no te mereces esto. Lo siento. Y una lágrima cayó de mis ojos. Una vez deje de divisar el rostro decaído de mi madre, entré en una especie de sala de espera vacía, con un mostrador y un guardia detrás.
- Abre esa maleta y quilate la ropa.
- ¿Para que me tengo que quitar la ropa? Pregunté.
- Quítate la ropa. No me atreví a volver a preguntar, y obedecí. Abrí la maleta, y mientras el guardia me la deshacía entera y me desdoblaba la ropa, yo me quité los pantalones y la camisa, creyendo que sería suficiente para lo que me fuese ese hombre a hacer.
- Los calzoncillos también.
- Pero señor, ¿por qué me tengo que quitar los calzones? No hubo más palabras. El guardia se acercó a mí, me apretó de los huevos, y me bajó los calzoncillos. Después de un rato observando mi cuerpo, debía de ser como una inspección para comprobar que no llevaba más cosas de las que había en la maleta, me ordenó que me volviera a vestir.

Inmediatamente después, y con la maleta totalmente destrozada de cortes de navaja hechos por el guardia, para comprobar que no llevaba droga, digo yo, me llevaron directo a mi habitación. Era algo más grande de lo que había pensado en un primer momento. Una cama individual, con un escritorio y una silla, y un grifo lleno de cal.
- Dentro de un rato estará la comida lista. Un tono del timbre indica la hora de comer. Dos tonos indican la hora de ocio diaria, y los tres tonos indican emergencia, y desalojo inmediato, aunque esto nunca sucederá tranquilo. Y una leve risa sacudió al hombre.
Nada mas irse, me dediqué a vaciar y a colocar mi ropa. No sabía doblarla, ya que siempre había sido mi madre la que me la había planchado, lavado y doblado. Así que la extendí como pude en la cama, y me senté en el hueco libre que quedaba.
Había fracasado. Nunca me tenía que haber juntado con esos tipos, ellos sabían lo que hacían, y disfrutaban haciéndolo, yo no sabía que todo aquello me mandaría aquí. Solo deseaba que los días pasaran rápido. No sabía cuando acabaría esto, solamente sabía que después de los tres años que tenía que pasar allí, me mandarían a la cárcel de verdad, a saber cuanto tiempo.

Pensando y pensando llegó la hora de la comida, la hora en que por primera vez, vería a mis compañeros de internado. Después del timbre, unos cuantos guardias se dedicaban a abrir una a una las habitaciones de cada uno de nosotros. Una vez estaba fuera, en fila india nos dirigían camino al comedor. Había críos de todas las edades, de la mía, los que más, y mucho más pequeños, y también, claro, los que estaban a punto de salir de aquí para ir a la prisión de los mayores. En el comedor daban una bandeja a cada uno, para pasar por la cocina y coger la comida. Desde el primer momento, me di cuenta de que allí adelgazaría. Después de recoger mi bandeja y mi comida, me dirigí a buscar una mesa en la que sentarme. Todos me miraban, haciendo comentarios la mayoría, pero nadie se atrevía a decirme nada o a hacerme algún gesto. Así que busqué una mesa libre, y la primera que vi fue donde me senté. La comida transcurrió en paz, pero sabía que tarde o temprano tendría que relacionarme, tanto para bien como para mal.

Después de comer nos llevaron de nuevo a las habitaciones, y tras presenciar un acto de rebelión por parte del chaval de la habitación de al lado mío, me tumbé en la cama para dormirme sin demasiados problemas.

Hilo original: Aqui
El día terminó sin incidentes. La mañana siguiente amaneció oscura, algo lógico teniendo en cuenta que la única ventana que había en mi habitación era doble, de cristales sucios y con una cortina color gris oscuro para impedir aun más si era posible, el paso de luz. Desayuno marginal, algo que se había repetido en las tres comidas que llevaba allí, y después una hora libre. Hora libre que unos dedicaban a culturizarse (opción que decanté sin pensármelo dos veces), otros a practicar diversos deportes, desde fútbol y baloncesto, hasta deportes mentales tipo ajedrez, pasando por muchos otros (otra opción que decanté, era demasiado patoso como para hacer el ridículo recién llegado), así que decidí que la mejor opción era el gimnasio. Allí también haría algo el ridículo, como en todos lados, pero sería el lugar donde menos o haría, además de empezar a modelar un poco ese cuerpo grasiento y seboso. Entré, y al mirar a mí alrededor, solo puede divisar un par o tres almas perdidas por esos rincones. – Somos demasiado jóvenes para esto. – pensé. Aun así, la idea de entrenar a diario sin gente que molestara o incordiara me atraía bastante. No sabía por donde empezar, allí no había nadie que te ayudara, evidentemente, aquello no era más que un mísero gimnasio para pequeños delincuentes. Cogí la primera máquina que pillé, y así una tras otra, hasta que paso la hora de libertad diaria.
- ¿Asesino? ¿Ladronzuelo?- Sonrió una de esas almas que habían estado entrenando conmigo.
- Mata-negros, para ser más exactos.- Y aquel chaval no me volvió a dedicar más saliva nunca, excepto aquel escupitajo que fue a parar directo a mi ojo derecho. La convivencia empezaba a fallar, y los racistas como yo parecían ser especialmente odiados.

Los días pasaban, seguía sin relacionarme con nadie, exceptuando alguna que otra mirada desafiante y un par de forcejeos. Empezaba a echar de menos el mundo exterior, mi instituto, aunque no apareciera apenas por él, mis amigos, aunque me habían convertido en algo que no era, a mi madre… Todo, solo deseaba salir de allí, pero sabía que cuando esto sucediera sería para ir a otro lugar peor, si es que esto era posible: la cárcel de verdad. Mi primer mes de estancia en aquel internado de delincuentes se acercaba, y nada cambiaba. Deseaba tener amigos, alguien a quien contarle mis penas, con quien hablar, pero este amigo no llegaba. Mi única motivación era mi cuerpo, quería estar lo más fuerte y lo más grande posible para dentro de un tiempo, hacerme respetar, sino puede ser con la maña, que fuera con la fuerza. Ya empezaba a notar mi cuerpo menos grasiento, más masa muscular propiamente dicho, y sobre todo, más fuerza. Un día, como otro cualquiera, un grupo de chavales de aproximadamente mi edad, pelo rapado, vaqueros ajustados, cadenas, y sobre todo, bombers con símbolos nazis, entraban nuevos en el lugar. Mi estancia allí cambio desde ese mismo instante. Yo me senté solo, como en todas las comidas, en aquella mesa abandonada del final, cuando empezaron a venir uno a uno los cuatro chicos del cuarteto nazi.
- Ya no serás el único aquí. Nacho, para servirte.- Y después, uno a uno se fueron presentando, para después sentarse en mi mesa y disfrutar de mi primera comida en aquel lugar acompañado, coincidiendo con su primera comida en allí.

Sus habitaciones estaban en otro pabellón distinto al mío, pero exceptuando las horas de relax en cuarto propio, todo el tiempo estábamos los cinco juntos, como huyendo del resto y protegiéndonos unos a otros. Les animé a que dedicaran su hora diaria al gimnasio, aunque no fue para nada difícil.
- ¿Y tú zurrabas con ese cuerpo? – Y Francis me guiño un ojo. Ellos, en cambio, estaban bastante fuertes para la edad. Se les veía trabajados, además de tener numerosas marcas, muestra de múltiples peleas.
- Ellos son nazis de verdad, yo no valgo para nada. – Pensé.

Mi vida allí empezaba a hacerse algo más amena. Solo eran cuatro de entre aquellos cientos de personajes, pero suficientes para hacerme la estancia menos agobiante y estresante. Cada día que pasaba la gente nos odiaba más, y yo empezaba a coger más confianza con mi grupo. No tuvimos problemas en aquellos dos primeros meses, pero la gente se empezaba a cansar de nosotros. De Nacho y compañía por un simple motivo: provocaciones, provocaciones y más provocaciones. Parecía como si tuvieran ganas de zurrarse, como si echaran de menos toda aquella violencia.
Y de mi, pues se cansaban por ir con ellos, simplemente. Mi vida volvía a parecerse al pasado. La estaba volviendo a cagar de la misma manera, dejándome llevar por los que tienen más personalidad que yo, dejando a un lado mis verdaderos ideales.

Un día más amaneció en mi zulo.
- ¡Revisión higiénica! – gritaba el guardia a la vez que daba porrazos a nuestras “hermosas” puertas.
- ¿Qué será esto? – pensé. Sin tiempo para desayunar, el guarda de antes abrió mi habitación y me condujo a una pequeña sala con paredes blancas, con una camilla y una silla blancas también. Me recordaba a la sala donde me interrogaron por última vez, y donde quede inconsciente. Lo primero que me hicieron fue pinchazo en el culo.
- Vacuna contra muchas enfermedades. – me dijo la ronca voz de aquella enfermera. Después vino pinchazo en el brazo, análisis de sangre, eso no hacía falta preguntarlo. Revisión de ojos, motricidad, aparato reproductor, y demás partes de mi cuerpo. Pero lo peor estaba por llegar.
- Te vamos a meter una cámara, tenemos que comprobar que tu estómago y tu hígado están igual de sanos que al principio.
- ¿Esto duele?
- ¿para que te voy a mentir, verdad? Duele bastante hijo mío, te haría un par de radiografías en vez de esto, pero eso muy caro para el presupuesto de este lugar, y la anestesia lo mismo te digo. De aquí empezó a la acción. No aguanté mucho. Aun no había traspasado mi garganta cuando caí en un profundo sueño del que despertaría de forma totalmente inesperada….

Hilo original: Aqui
Cuando desperté, al principio noté algo duro y frío en mi garganta. No supe con claridad que era, lo único que sabía era que me impedía respirar bien y era un poco molesto. Esa molestia duró unos pocos segundos, hasta que abrí los ojos y pude ver una especie de máquina metida de lleno en mi boca. Intenté gritar, no pude, la que si que se llevó un susto fue la vieja enfermera que me atendía. Aunque poco puedo recordar, poco más de una cara de asombro unida a unas palabras que no lograba entender con claridad, y que poco a poco se iban haciendo más suaves hasta que dejé de oírlas y me desmayé...

Despierto de nuevo, esta vez sin nada que me impidiera respirar, no me acordaba bien de todo lo sucedido. La enfermera me recordó todas las pruebas que me habían realizado, haciendo especial hincapié en la cámara, incluyendo mi desafortunado despertar. Lo que restaba de día lo pasé en cama, con fuertes dolores de cabeza, y molestias de estómago. Al día siguiente en el desayuno, me reencontré con Nacho, Francis, Pedrito y “Chivi”. Nada había cambiado allí, lógico ya que solo habían pasado 24 horas, aunque me pareciese una eternidad. Todo transcurrió sin altercados hasta la hora del gimnasio. Era temprano, serían alrededor de las cinco de la tarde, y allí estábamos los cinco, cada uno en una máquina distinta, pero currandonoslo por igual, cuando mi estómago me empezó a doler. Del leve dolor fue aumentando hasta llegar a ser algo insoportable. Al principio no dije nada, lo dejé pasar creyendo que sería problema de la revisión de ayer, pero al ver que el dolor no cedía, sino que iba en aumento, fui sin decir nada a enfermería.
- A ver… ¿Qué te pasa a ti? – me dijo, por casualidad, la misma enfermera que tanto me hizo sufrir.
- No se acordará de mi, pero ayer me hizo una prueba estomacal, entre otras.
- Si me acordará de ti, me tendría que acordar de otros cientos críos, y no. – me recriminó con tono sarcástico.
- Pues verá. Ayer después de la prueba tuve dolores en el estómago, algo que vi normal, pero desde hace un rato me ha vuelto a venir el dolor, y se ha convertido en insoportable, no aguanto más…
- Bueno…¿tu nombre?
- Llámeme Kike.
- Bueno Kike, como verás y comprenderás, aquí no tenemos medios para realizarte otro tipo de pruebas, y si el dolor empezó a raiz de la prueba, me atrevería a decir que quizá sea algo normal.
- ¡¡Gracias doctora, me ha salvado la vida!! – la devolví el tono sarcástico.
No hubo más conversación, solo un “por favor, una medicina” después de portazo de la cruel mujer.

Lo que faltaba de día lo pasé muy dolorido, sin apenás hablar, ni escuchar, ni cenar, solo pensaba en dormir, y en que llegara mañana y desapareciera el dolor.
Cuando desperté de la larga noche que había pasado, llena de dolor y continuamente despertándome debido a mis problemas estómacales, vi que el dolor había cedido casi en su totalidad, por lo que sin pensármelo dos veces, me fui al comedor a desayunar. Mi grupo de amigos no estaba, y me sentía bastante incómodo rodeado de desconocidos que me miraban con malas caras, y miradas desafiantes, ahora que me veían solo. Después del desayuno, me dediqué a la lectura en mi cuarto. Cuando terminó la hora libre del día, nos bajaron a todos a las canchas. Muchos jugaban al fútbol, otros al baloncesto, y una minoría se sentaba en unos bancos que estaban fuera de las verjas, y tramaban diversos asuntos que nunca me interesé hasta hoy.

Allí estaban Nacho y los demás, con caras de preocupación y mirando continuamente de un lado a otro. Me acerqué al lugar, pero antes de llegar, ellos se alejaron y vinieron andando deprisa en dirección hacia mi.
- Ven Kike, vamos a divertirnos. – me dijo Pedro, y yo, sin dudarlo un segundo, les seguí a paso acelerado hasta un rincón abandonado que jamás había visto en los pocos meses que llevaba allí.
Uno a uno se fueron sentando en el suelo, y yo fui el último en hacerlo. Una nueva mirada unánime alrededor, y Nacho sacó de su bolsillo una bolsita de plástico hermética con polvos verdes en el interior.
- No preguntes, espera y disfruta. – y me paso aquella bolsita, ahora abierta, a ras de mi nariz, y aquel olor me maravilló.
- Olor a marihuana amigo, de la buena además, vas a tener el placer de probar la mejor maría del internado.

Paso a paso, aquel día aprendí lo que es un porro, a fumarlo, y a hacerlo. Nacho preparó el primero del día, con mucho cuidado, y mucha rapidez a la vez, se notaba la práctica, y lógicamente, fue el primero en catarlo. Esa primera calada, acompañada de un pequeño golpe de tos, significaba que aquella marihuana “tiraba”. Uno a uno fueron fumándose aquel porro, hasta que me llegó la hora de probarlo.
- Vamos Kike, dale una caladita. – al principio dudé, sabía que aquello solo iba a traerme problemas, pero al final me dejé llevar de nuevo.
Suavemente, absorbí aquel pestoso humo, y fue a parar directamente a mis pulmones, lo que me produjo una tremenda arcada acompañada de un insoportable picor de garganta. Aquel día no volví a probarlo, me pareció la cosa más horrible y asquerosa del mundo, pero al día siguente volví a caer. A la misma hora, en el mismo lugar, Nacho y compañía volvieron a hacerse sus porros, y a fumar como locos, sin parar.
Aquel día empecé a fumar en serio. A medida que ellos fumaban se les veía contentos, como si los porros produjeran algun efecto que te hiciera reirte por todo, y olvidarte de tus problemas. Y aquello me convenció a seguir fumando, y a fumar más y más, para estar cada vez más contento. Cuando acabó la hora deportiva, no podía apenas moverme, me encontraba con un dolor de cabeza más que considerable y un mareo que me impedía caminar de forma normal.

Me tuvieron que ayudar a llegar a mi habitación, y una vez allí, me tumbé y directamente me dormí. Lo que yo no sabía era que mañana vendría el equipo médico en mi busca…

Hilo original: Aqui
Aquella mañana desperté con una tremenda resaca debido a la gran fumada de ayer. El despertar fue el de todos los días, grito de una voz ronca que venía a decir, “¡levanta, cabrón!”, pero la voz había cambiado. No era el mismo hombre de siempre. Hoy la voz era más suave, más calmada. La voz de un doctor.
- ¿Quién es usted? – pregunté.
- El doctor al que han llamado para atenderte – me contestó, y justo después abrió mi puerta y me hizo un gesto señalándome el pasillo dirección a enfermería.
En todo aquel corto camino no me atreví a pronunciar apenas un par de frases. Tenía miedo al dolor, pensando en aquella prueba estomacal de hace un par de días. Tenía miedo de mi resaca, aun tenía grandes síntomas de ella, y no podía andar con total destreza. Pero sobre todo, tenía miedo de los resultados de la prueba de hoy, solo esperaba y confiaba en que no saliera ningún indicio de drogas.

Cuando llegué a la “maldita” sala en la que me hicieron la revisión médica, el doctor me invitó a sentarme para que le comentara mis problemas en el estómago.
- Lo único que me pasó es que tuve unas molestias el día después de la prueba, nada más. Se me pasó rápidamente el dolor, y ahora mismo estoy como nuevo, no se preocupe, ya no hay de que preocuparse.
- No estés tan seguro, hay que descartar posibilidades, puede que tengas razón y no sea nada, pero también piensa que la prueba puede afectar a las paredes de tu estómago, y eso habría que tratarlo bien. – el miedo recorría cada palmo de mi cuerpo. Tenía calor, sudores.
- ¿Pero hay que hacer alguna prueba, doctor?
- Más de una, amigo. Para empezar repetiremos los análisis de sangre, es decir, te haremos un contraanálisis para comprobar si las pruebas afectaron a tu sistema inmunológico y demás. Después radiografías, indispensables, y si no se aprecia nada de gravedad y el dolor sigue, ya habría que meterse en pruebas más específicas, y más avanzadas.
- El dolor no seguirá, eso seguro. Y otro análisis de sangre no lo veo necesario, no me apetece que me pinchen de nuevo.
- ¡Que listillo eres, pequeño! ¿quién manda aquí? Pues eso.

Ya no podía hacer nada, la suerte estaba echada. No había desayunado, por lo que era el momento ideal para extraerme un poquito de sangre fresca. El pinchazo apenas lo sentí, tenía mi mente ocupada en darle vueltas a los posibles resultados de la analítica.
- “Nacho y los demás me matarían, todos los chicos me matarían…quien me mandaría a mi acercarme a la puta enfermería” Pensé.
La radiografía me la harían mañana en mi hora libre, que ya no sería libre. Hoy me dijo el médico que no hiciera nada si no me encontraba con ganas, y, evidentemente, no tenía ganas, pero por otra cosa distinta a la que él pensaba. Gran parte del día me dediqué a estar tumbado en mi habitación, dándole vueltas una y otra vez al mismo tema. Cada vez que lo pensaba una vez más, me daba cuenta de que era más grave de lo que creía.

El miércoles amaneció igual que ayer, con la voz del doctor despertándome, pero esta vez era distinta, se le veía más apagado.
- No todos los días se va a estar igual – me consolé a mi mismo, pensando en realidad en que ya tendrían los resultados de las pruebas.
Y no me equivoqué. Después de volver a hacer la ruta camino a la enfermería, y llegar allí, sin más miramientos, comenzó la desagradable noticia…
- Ya tengo los resultados de la analítica de ayer, Enrique. – me dijo con una voz un tanto pícara, podría decir.
- ¿Y que tal están doctor? ¿Todo correcto?
- Casi todo correcto. Colesterol y glucosa en los niveles normales, glóbulos rojos y blancos perfectos. Una salud de roble. – y se cayó como esperando a que le preguntara que era lo que fallaba, y así hice.
- Entonces doctor, ese “casi”, ¿a que se refiere? – mis labios estaban totalmente secos, mi garganta más de lo mismo, en esos momentos era lo más parecido a un muerto viviente.
- ¿Estás seguro de no saberlo? Yo no me chupo el dedo chaval, así que ya que estás aquí y te hemos pillado, cuéntame quienes y donde hacen los trueques.
No me quedó más remedio, lo poco que sabía se lo largué con pelos y señales, cosa que el doctor supo captar.
- ¿Algo más?
- Ya está todo dicho – dije, y otra lágrima se balanceó sobre mi nariz.
- Bueno, ahora viene lo difícil, que hacer contigo… Tenía pensadas varias cosas según tu reacción, y voy a seguirlas. Para empezar, vendrás todos los días en tu hora libre conmigo, para acudir a un psicólogo que te ayudara en todo, no solo en las drogas, que eso es lo de menos si no va a más. Lo segundo, una vez a la semana te haré análisis de sangre y orina, para comprobar que no has vuelto a caer. Y lo tercero, te voy a ayudar, y si tú colaboras, yo colaboraré. Confío en ti, así que por ahora no diré nada a nadie de los resultados de estos análisis. Nadie sabe que te los has hecho, así que no tiene porque enterarse. Cuando digo nadie me refiero a los “jefes” de este lugar.
- Muchas gracias, doctor….
- Doctor Martín, llámame doctor Martín.
- Muchísimas gracias por todo Doctor Martín.
Y después de dar un gran suspiro nada más cruzar la puerta, me retiré a mi habitación a recapacitar sobre lo ocurrido, y sobre todo, a agradecer al más allá lo fácil que me había puesto todo, no podía fallar…
Aquel doctor Martín se le veía una gran persona, y pronto me daría cuenta de que no estaba equivocado, y de que sería más importante en mi vida de lo que yo creía…

Hilo original: Aqui
Lo que restaba de día lo pasé de forma bastante pasiva. No hablé con nadie por miedo a decir cosas que me podían pasar factura, y tampoco tenía ganas de gimnasio. Nacho, como ayer por la tarde, me vino a buscar para volver a ir al mismo rincón que ayer, para fumar tanto o más que ayer.
- Vamos Kike, hoy no tenemos mucho tiempo.
- Ir vosotros, hoy no me encuentro muy bien, debe ser la resaca de ayer.
- Jeje, te comprendo Enriquito - me dijo, y sin dirigirme una palabra más, se marcharon todos a fumar como posesos mientras yo me quedé toda la hora libre que teníamos pensando y dándole vueltas al lo que sería mi vida a partir de hoy.

- Algún día me tendré que revelar y decirles que paso de todas sus historias - pensaba. - o quizás lo mejor sea hablarlo con el doctor, él me podrá ayudar. Sí, esperare a mañana.

Cuando terminó el "free time", como lo llamaban los que se hacían pasar por cultos en aquellos lares, nos mandaron a todos al comedor para cenar. Intenté no sentarme con nadie conocido para no tener que contar nada de lo sucedido aquella mañana, pero no pudo ser.
Nada más verme comiendo solo, Francis se sentó compartiendo mesa conmigo, y con él, evidentemente, los demás. Eran como una sola persona en cuatro cuerpos distintos. No se separaban para nada. Ni para comer, ni en las horas libres...
- ¿Qué te pasa Kike? - me dijo Francisco, que, aparentemente, era el más noble.
- No me encuentro bien, debe ser la resaca de la fumada de ayer. - dije excusándome de la misma forma que lo había hecho por la tarde con Nacho.
- ¿Y tu estómago ya está bien del todo? ¿Te hicieron alguna prueba? - nos estábamos acercando a un terreno que me empezaba a angustiar.
- Ya está bien, si. Me hicieron algunas pruebas, pero está todo correcto.
- ¿Como lo sabes, ya te han dado los resultados? - y el destino me ayudó. Me quedé unos segundos pensando como intentar hablar de otro tema, pero él mismo me ayudó.
- Ah, te habrán dado los resultados esta mañana, ¿no? - me dijo Fran, solucionando cualquier posible fallo que podía cometer.
- Claro, y me han dicho que está todo correcto. - le repetí para dejarlo totalmente claro.
- Pues me alegro, porque el otro día en el gimnasio se te veía jodidillo. A ver si se te pasa esta resaca, lógica las primeas fumadas serias, y vuelves a disfrutar con nosotros de las horas libres - y una sonrisa le iluminó la cara, al igual que al resto.

Terminó la cena, cosa que estaba deseando, y nos mandaron a todos a nuestras habitaciones a descansar del duro día, al menos para mí. Al día siguiente, por la mañana, me volvió a despertar aquella ronca voz del doctor Martín. Desayuné en su consulta, y al terminar, le pregunté que quien sería mi psicólogo, que necesitaba hablar con él de varias cosas.
- Seré yo. ¿Te parece? - me dijo con una cara que esperaba una respuesta positiva.
- No. - le dije, y una carcajada se me escapó, incapaz de disimular que aquella noticia era de las mejores que me podían haber dado.
- Y ahora dime, ¿qué es eso tan importante que tienes que decirme?
- Varias cosas doctor. Lo primero. ¿Qué haré y como lo haré para que nadie se entere de estas "reuniones secretas"?
- Eso es cosa tuya, Yo hasta ahí no puedo entrar. Solo te puedo decir una cosa. Que no se pueden enterar. El cómo no se van a enterar, corre de tu parte. - me dijo ahora con un tono totalmente serio.
- Bueno... - proseguí - lo segundo. ¿Como puedo evadirme de todas las reuniones a las que me inviten, tanto para fumar como para beber?
- Ya te he contestado antes - me respondió. La cosa estaba chunga, ¿para que haces de psicólogo si no me ayudas en nada? - pensé, pero intenté quitarme este pensamiento lo más rápido posible de la cabeza para seguir con la consulta.
- Y lo tercero y último. ¿Usted va a hacer algo al respecto de lo que le conté ayer?
- ¿Respecto a tus amigos los traficantes? Eso corre a mi cuenta, déjamelo a mi, tranquilo que nadie sabrá que estás tu en medio del asunto.
En fin, que el doctor me iba a ayudar, pero no estaba dispuesto a darme nada por servido.

Lo que restaba de semana la pasé yendo a diario con el doctor todas las mañanas e intentando hablar lo menos posible con el resto de los internados. El lunes siguiente tocaba análisis de sangre, como me dijo el doctor. Esta vez sería aun más exhaustivo, y la cantidad de sangre que me sacó fue suficiente para que me entrara un pequeño mareo que me hizo perder el conocimiento por unos segundos...

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Bueno,en primer lugar me gustaria felicitarte por el relato.Consigues enganchar al lector y tu literatura es cercana y atrayente,a pesar de ello,debes permitirme ponerle algunas pegas a tu relato,como escritora que soy.

No son pegas,sino mas bien criticas constructivas.En primer lugar,en el capitulo dos,kike ya fuma maria,pero durante su estancia en el reformatorio,internado de delincuentes como tu lo llamas,explicas como kike prueba un porro por primera vez y experimenta su primera fumada...Algo no me encaja!!

Por otra parte intenta buscar sinonimos para las palabras q necesariamente debes repetir sino se hace algo pesado.

Una cosita,has cometido un error semantico confundiendo la palabra decantar con despreciar.Decantar significa escoger,decantarse por algo inclinarse hacia ello y tu en tu relato utilizas decantar con un significado diferente queriendo decir que rechaza esa opcion,CUIDADO!!!

Por lo demas solo pedirte que sigas escribiendo xq aki tiens a alguien que sigue tus escritos eres bueno aunque necesitas practica...Todos la necesitamos..si cuelgo algo x aki espero que me lo critikes!!!!!pero de forma constructiva.

Saludos una madrileña
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