Su madre, la había arrastrado esa mañana de los pelos calle abajo mientras yo, perplejo la miraba desde el autobús. Aquella hermosa niña, de pomposo vestido verde, derramaba cientos de lágrimas por minuto que inundaban de tristeza el corazón de quienes espectantes rogaban para sí mismos que se calmara.
Sólo una persona, quedaba inerte a los llantos de la pequeña. Tocaba su trompeta pegado a la pared y miraba de reojo todo lo que entraba, en la funda de su instrumento, la cual, esperaba ansiosa, que la precipitación de las monedas sobre sí magullaran su cuidado interior terciopelo rojo.
Las notas que salian de aquella trompeta, como consecuencia de la entrada de un aire totalmente contaminado de tristeza que salían de sus pulmones, no podían ser mas alegres.
Y tras observar aquel ambiente entristecedor, que más bien parecía una película de postguerra, aparte la vista y la centré en mi bloc de dibujos donde hice lo que más me gusta hacer: dibujar lo que veo, como yo lo veo.