Sun tzu dice a Balsi: Escribe una historia de como un esquimal encuentra la felicidad siendo un asesino en serie con un picahielos. (Tiempo límite, hasta el: 07-10-06, 18:30)
Yinoflú acababa de guardar las pieles que constituían su casa durante el verano y se disponía comenzar a construir el túnel que mantendría el calor en el frío invierno, dentro de su casa de hielo. Su mujer, Askaranka, quemaba una pequeña porción de grasa de ballena y foca para preparar las lámparas que les iluminarían, pues dentro de poco les invadiría la oscuridad durante bastante tiempo.
Estaban con este ajetreo cuando un pequeño bullicio alteró su silencio. Yinoflú se vistió con sus pesadas ropas y se armó con su recién afilado arpón y se dirigió con cautela al centro del barullo que interrumpía su calma y la de su esposa.
Observó estupefacto, unos cuantos hombres descargando de un enorme trineo, tirado por los mejores perros que había visto jamás, un montón de lo que para él eran simples y extraños cacharros sin utilidad y lo que para nosotros son sofisticadas máquinas que miden campos magnéticos entre otra multitud de magnitudes. Sin hacer ni el más mínimo ruido regresó con su mujer que estaba pescando en un pequeño círculo no muy lejos de allí.
Askaranka, estaba embarazada de ocho meses, a punto de dar a luz al que sería el primer hijo del matrimonio y juntos, los tres, vivirían en la casa que Yinoflú a toda prisa preparaba para pasar el frío invierno. Aquella noche, Yinoflú no le comentó nada a su esposa, que tan distraída estaba contando las pataditas que daba su retoño, ni se acordó de preguntarle por los ruidos extraños que habían escuchado al anochecer. Pero a Yinoflú le fue imposible conciliar el sueño. Pensaba en como esos hombres, podrían invadir todo el territorio, que de momento, les pertenecía a él y a su esposa y los problemas que eso le acarrearía a unos padres primerizos con un bebe que cuidar ante las inclemencias metereológicas propias del lugar donde se encontraban.
Ni corto ni perezoso, Yinoflú, que estaba tumbado al lado de su esposa, se levantó de un salto acrobático y esta vez, con su picahielos como defensa, se fue a hacerles una visita a sus inesperados inquilinos. Sobresaltados no daban crédito a lo que veían, ¡el primer esquimal de sus vidas! Y corrieron a darle una cálida bienvenida. Tal vez la diferencia de costumbres, la paranoia o tal vez el nerviosismo hizo que el esquimal, clavara en el pecho del que no quería otra cosa que ser su amigo, su picahielos. Salió corriendo y los otros tres hombres corrían tras él. Por fin, él, experto en la nieve, consiguió escapar de aquellos que llevaban raquetas Prince bajo los pies.
Cuando volvió con su mujer, ésta ni se despertó, pero al notar el movimiento se acurrucó a él y no le soltó ni otra vez en toda la noche. Al día siguiente, Yinoflú estaba inquieto. Más inquieto que otras veces, a pesar de que últimamente siempre lo estaba, pues impaciente, esperaba la llegada de su primer hijo.
No pensó demasiado y armado con su picahielos se dirigió de nuevo al campamento de los japoneses. Sólo divisaba a uno, y el muy perezoso, continuaba durmiendo. Yinoflú se puso encima suya a horcajadas con cuidado y con un golpe muy bien asestado, propio del mejor cazador de ballenas, le clavó su picahielos en la garganta, mientras observaba, como la oscura sangre de aquel hombre de ojos rasgados, teñía de rojo el suelo helado.
Corrió sin parar hasta el agua, donde los otros dos hombres lavaban su ropa, protegiéndose las manos del frío con guantes de goma amarillos y rosas, todo un invento, pensó Yinoflú, y con las mimas, echó a correr hacia ellos, con el picahielos levantado por encima de su cabeza y con agresividad se lo clavó en el corazón al mayor de ellos. El otro, que intentó detenerlo agarrándolo por detrás, lo único que consiguió fue que le rebanara el cuello en sus frustrados intentos por soltarse.
Sin pararse mucho mas ante aquella sangrienta escena, corrió hacia su iglú y hacia su mujer que estaba tendida en el suelo descansando. Se acostó a su lado, la abrazó y le introdujo el picahielos por su ombligo lo mas adentro que pudo.
Lo hice por ti pequeño Farchiwanka, susurró y levantándose despacio y mirando al frente como si estuviera hipnotizado, se introdujo por el agujero que su mujer había hecho para pescar el día anterior.