Su sangre todavía goteaba por los bordes de la mesa. Encendió un cigarro. Exhaló lentamente mientras contemplaba su obra. Había costado, pero finalmente, con paciencia y recurriendo a su arte, había terminado sin ningún problema.
Ningún contratiempo que le afectara. Ninguna intrusión. Sólo el tiempo pasando lento mientras su cuchillo abría la carne. Sólo el sonido pegajoso del goteo de la sangre. El latido de su corazón agitado y del otro apagándose lentamente sobre la madera..
Aplastó la colilla contra el alféizar y cerró la ventana. Cogió de nuevo el cuchillo, cortó con diestra habilidad. Separó las partes introduciendo el filo entre nervios y tendones, sin romper los músculos, sin dejar perderse ni una sola gota de sangre. Era el mejor en eso. Lo sabía.
Lo sabía a pesar de ser consciente de que el tiempo no pasa en balde. Sentía los dedos doloridos de apretar con fuerza el mango del cuchillo. Sentía la espalda ya cansada después de tanto tiempo en posición encorvada. Secó el sudor con la manga. Suspiró: aún le faltaba la mitad del cuerpo. Con resignación, sacó fuerzas de flaqueza y continuó cortando y separando. No podía parar. Tenía que terminar. Cuánto tiempo le ocupara daba igual, debía cortar y seguir cortando.
Cuando terminó pasaba de la media noche. Casi doce horas sin apenas parar. A su edad... pero se sentía satisfecho. Su obra iba a ser agradecida, de eso estaba seguro. Como las otras veces, la comunidad le agradecería su labor. Tal vez no con palabras o gestos, pero en sus miradas él sentiría la aprobación, la admiración incluso...
Salió del almacén donde había estado encerrado mientras el sol paseaba de lado a lado del horizonte, caminó hacia casa, dejando atras su obra. Al día siguiente, llegaría la gloria secreta.