Sun tzu dice a el_Webboy: Escribe una historia de un tipo normal, que encuentra un vestido de Minnie Mouse que le confiere un superpoder (Tiempo límite, hasta el: 06-10-06, 11:00)
El atardecer se adueña lentamente de la ciudad, desdibujando las alargadas sombras de la gente. En la fábrica de bolígrafos, Aurelio termina su dura jornada laboral; la gente no aprecia la sutil perfección de su trabajo: nadie se fija nunca en que el capuchón del bolígrafo siempre está firmemente colocado, no como en esos bolígrafos que venden los chinos en el "Todo a 1€", en los que, con suerte, el capuchón no viene roto.
De nuevo, el trayecto hacia su casa, andando, puesto que su triste sueldo no le permitiría comprar ningún vehículo mejor que el descapotable de Barbie. El incesante rugido de los vehículos que pasan a toda velocidad, ansiosos por regresar a sus casas, le recuerda la monótona vida que lleva. Si tuviera que definirse a sí mismo empleando un color, sin duda alguna sería el gris...
Súbitamente, una amalgama de sonidos invade su cabeza. Son sonidos a los que está poco acostumbrado: risas, música, bocinas y sirenas que proceden de todas partes y de ninguna a la vez. "Me estoy volviendo loco?", se pregunta Aurelio. Mientras avanza asustado, las voces cada vez son mas fuertes; ahora distingue claramente las risas de multitud de niños, esa risa sana y contagiosa que solo la más pura felicidad puede generar. Al girar la esquina, los sonidos son tan claros que Aurelio ya sonríe sin poder evitarlo, imaginándose a sí mismo en una feria, intentando derribar botes de hojalata con una pelota, mientras saborea algodón dulce. Y es en ese momento en el que su vida cambiará para siempre.
En un rincón, entre cubos de basura y cajas vacías de cartón, un leve destello capta la atención de Aurelio; un brillo rojizo que destaca extrañamente entre tanta inmundicia. Aurelio se acerca, aparta los trastos viejos y sucios, y encuentra, perfectamente doblado, lo que parece ser el traje de alguna fiesta de disfraces. Sin saber muy bien por qué, instintivamente comienza a revisar una a una todas las piezas del brillante conjunto: unos guantes blancos con cuatro dedos, unos zapatones rojos de tacón, un vestidito rojo con lunares blancos, y una especie de orejas negras postizas enormes. Sorprendiéndose de sus actos, cuando Aurelio se quiere dar cuenta ya está metiendo los brazos por el vestido, mientras su vieja y desgastada ropa yace en una esquina. Algo le falta cuando ya se encuentra completamente vestido con su espectacular indumentaria, y al buscar en un bolsillo del vestido, encuentra una redondita nariz de ratón. Y es al colocársela cuando Aurelio, el pobre "encapuchador" de bolígrafos, de bolsillos vacíos y mirada cansada, desapareció para siempre.
Ahora era otra persona, si es que "persona" es el adjetivo que podría calificar a una preciosa ratoncita de 1'76, con una radiante sonrisa, una finísima y dulce voz, y una graciosa colita que asoma por la parte trasera del vestido. Sin pensarlo dos veces, sale del callejón dando un salto, y se sorprende. ¡Todo ha cambiado en la ciudad! El cielo oscuro y apestoso, contaminado por las fábricas, ahora es de un azul radiante, y un sol calienta el césped que brota donde antes había frío asfalto. Mientras avanza, canturreando las canciones que resonaban en su cabeza hace tan sólo unos minutos, se topa con un anciano, encorvado y lento, con ese gesto en la cara que denota el hastío que se siente por la vida cuando no resta mas que morir. Sorpendida al ver tanta tristeza en una sola persona, se acerca al anciano y con un leve chasquido de los dedos, aparecen en sus blanquísimos guantes varias pelotitas de vivos colores, con las que empieza a hacer todo tipo de juegos malabares. El anciano comienza a esbozar una sonrisa, pero ésta se torna en carcajada cuando se da cuenta de que la ratoncita ahora está lanzándole las pelotitas formando un arco, y mágicamente él está imitando los malabarismos. Mientras el anciano y la ratoncita juegan, un círculo de curiosos comienza a rodearlos. Todos tienen la misma sonrisa en la cara al ver cómo el anciano, mientras con una mano lanza las pelotitas al aire, con la otra hace girar su bastón una y otra vez.
Ahora la gente no sólo sonríe, sino que una risa contagiosa les envuelve, y poco a poco se deciden a participar en el espontáneo juego. Lentamente, sin que nadie se percate, la ratoncita se aleja del grupo, saltando y canturreando alegres canciones, mientras resuenan en su cabeza las carcajadas de alegría de miles de personas que, sin saberlo, esperan su llegada.
Viendo el reto, seguro que esperabais algo mas cómico, pero siento decepcionaros