Anoche terminé Kentucky Route Zero y solo puedo rendirme ante él. Personalmente lo he sentido y experimentado como una de las mayores sublimaciones artísticas que he visto nunca en un videojuego. Es una experiencia atmosférica tan libre, imaginativa y emotiva que produce unas sensaciones de impacto y desolación que jamás había sentido delante de una consola.
La historia básicamente nos pone en la piel de un hombre llamado Conway, que trabaja para una tienda de antiguedades a punto de cerrar, y que debe realizar un último envío antes de retirarse. Pero la dirección que le han dado para la entrega parece no existir, ni tampoco la carretera que llega hasta ella. A partir de ahí, la narrativa del videojuego sigue este último viaje del protagonista junto a los extraños personajes que va encontrando en una realidad cada vez más deformada y oscura.
Las comparaciones con el realismo mágico de Haruki Murakami y el surrealismo de David Lynch son bastante acertadas, así como diversas similitudes con el cine de Roy Andersson o las pinturas de Edward Hopper. De todas formas, el juego llega a hacerse tan complejo y experimental en su narrativa/jugabilidad, que consigue crear su propio tono alejado de todo lo que conocemos dentro de los videojuegos independientes.
Podría tirarme horas hablando de su sobresaliente banda sonora electrónica, sus picos de vértigo emocional que dejan exhausto, lo bien escrito que está y todos los simbolismos e interpretaciones que encierra en su interior. Pero en el fondo supone una experiencia tan íntima y personal que generará unas reacciones muy diferentes según cada persona.
Tenemos mucha suerte de que algo así haya aterrizado en Switch, y encima completamente en español (aunque la traducción de vez en cuando deje un poco que desear).