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Apareció en el palco del Bernabéu con motivo del último enfrentamiento liguero entre el Real Madrid y el FC Barcelona, invitado por ese genio que hoy preside el club blanco llamado Ramón Calderón. Era de noche y soplaba un vientecillo serrano de los que invitan a abrigarse, no obstante lo cual el personaje lucía camisa sin abotonar por la que desbordaban las canas de un torso peludo, que a duras penas podía contener una prominente tripa bien cebada a lo largo y ancho de muchas noches de juerga y crapuleo. Varias cadenas de oro rodeando su cuello de toro y unos horribles zapatos puntiagudos. Era Flavio Briatore, de profesión playboy, amigo de José María Aznar y Silvio Berlusconi. Un intelectual de pura cepa.
Ayer el atleta del corazón matrimonió con una joven 30 años más joven que él, en una iglesia al lado de la Basílica de San Pedro, que a la farándula del dolce fare niente europea le gustan los recintos majestuosos, mejor si están cargados de historia. Los novios aparecían ayer de refilón en la prensa, protegidos por unos extraños paraguas blancos que no lograban impedir las potentes credenciales de la novia: un escote de vértigo, con el que se presentó ante el altar de la iglesia del Santo Spirito de Sassia. Decenas de espectadores aguardando la llegada de la joven, muchos de los cuales prorrumpieron en gritos de “bufones” al aparecer Elisabetta a bordo de un Rolls Royce plateado. Ya se sabe: la tradicional envidia de la izquierda por el boato y buen gusto de la derecha. Tras la ceremonia, banquete en el Hotel Columbus. No hay noticia de que la mamá de Flavio haya salido al balcón mostrando al público el pañuelo con la sangre fresca de la fiesta consumada.
Entre los invitados, ya digo, Aznar y señora y Berlusconi y guardaespaldas. Y Alejandro y Anita Agag. Como si el tiempo no hubiera pasado. Como hace cinco años y nueve meses, casi como aquel 5 de septiembre de 2002, aquella boda real con la que el matrimonio Aznar se homenajeó en El Escorial en presencia de los Reyes de España y del cardenal Rouco Varela. La boda de un trepa rebosante de los complejos acumulados en los duros años de oposición, que de pronto se creyó investido de los poderes del Príncipe, convertida para desgracia de tantos españoles en los funerales de una derecha democrática que, ironías del destino, él mismo había contribuido decisivamente a fundar. Él la creó y él la destruyó, de modo que ahora resulta inaplazable refundarla sobre bases democráticas nuevas. Esa es la crisis del Partido Popular. Los dolores del parto de una derecha nueva, no autoritaria.
Un tipo autoritario
En contra de lo que algunos aún sostienen, la mayoría absoluta de marzo de 2000 no cambió a José María Aznar: simplemente lo desenmascaró, sacando a la luz el tipo autoritario que llevaba dentro, versión reprimida durante la primera legislatura en minoría. Convertido en una especie de tiranuelo del XIX, gestionó malamente desastres como el Prestige o el Yak-42, arrió la bandera de las reformas que hasta entonces había enarbolado la derecha, embarcó a España en aventuras internacionales de altísimo coste (los zapatos sobre la mesita del cuarto de estar del rancho de los Bush), se negó a hablar con quien no pensara como él, ninguneó a Zapatero hasta la náusea, y en el cenit de su desvarío cometió en la mañana del 11-M un pecado de soberbia que tres días después llevaría la PP a la derrota, negándose a convocar a los líderes de la oposición como le aconsejaba alguno de sus ministros. La derecha democrática tardará mucho tiempo en superar las consecuencias de tanto dislate.
Por miedo, precaución o falta de talento, Mariano Rajoy no acometió los cambios que la importancia del desastre político ocurrido el 14-M reclamaba, negándose a matar en términos freudianos al padre cuyo dedo graciosamente le había otorgado la primogenitura. El resultado fueron cuatro años lastimosamente perdidos en la inaplazable tarea de rescatar a la derecha democrática del proceso de envilecimiento acelerado al que nuestro peculiar franquito le sometió en un par de años locos. Lo peor, con todo, es que el personaje sigue gravitando sobre Génova como un fantasma, de modo que entre el nuevo PP que aletea impreciso y el viejo PP que muere, la figura de Aznar sobrevuela los destinos de la derecha española como pájaro de mal agüero.
Que ello es así lo prueba la peregrinación de gentes de toda laya y condición a sus premises de Monte Alina, ¡José María vuelve, di algo al menos, desenmascara a Rajoy y sus secuaces, solo tú puedes impedir la deriva del PP hacia el abismo del consenso...! Las huestes de la derecha conservadora reclaman al gran timonel que, antes del Congreso de este fin de semana, baje del Olimpo monetario en el que vive cómodamente instalado, le exigen que cual Moisés descienda del monte Sinai con la tablas de la ley popular en la mano, para decir lo que está bien y mal, para poner a cada uno en su sitio, para dictar doctrina.
Él dice que ya no está para eso, que ahora solo está para Murdoch, Berlusconi (¿les habrá dado tiempo este fin de semana para hablar de Telefónica y Telecom Italia?) y unos cuantos más por el estilo, pero sí que está, naturalmente que está, las riendas de FAES no las deja, de ninguna manera, que la posibilidad de intervenir en la derecha política, seguir llevando del ronzal a buena parte del PP es parte de su caché (los 90.000 euros por conferencia), elemento esencial de sus poderes fácticos no cedidos. Es obvio que el personaje no está ahora más que para ganar dinero, y para competir con su yerno en ver quién de los dos se hace más rico. Sea. Tiene todo el derecho del mundo. Pero lo que no tiene justificación alguna es que pretenda seguir interfiriendo en la vida política española a través del férreo patronazgo que, en la sombra, sigue ejerciendo sobre el Partido Popular.
Con una España que se encamina a pasos agigantados hacia la crisis económica más dura de las conocidas en democracia, con un presidente del Gobierno totalmente desbordado por las circunstancias, decidido a seguir jugando al engaño de los juegos de palabras con los españoles, el PP está obligado a cerrar cuanto antes su crisis y ponerse a trabajar convertido en un partido nuevo, una derecha democrática que no de miedo, capaz de sacudirse de una vez los lastres autoritarios que hoy encarna gente como Aznar. A pesar del agua que ha caído en los últimos meses, se encuentra a un solo punto del PSOE. La legislatura va a resultar tan larga y penosa, tan dura de llevar, que conviene viajar ligeros de equipaje.