En la habitación del hospital
Todavía estaba caminando por la habitación sin decidirme a salir al pasillo por miedo a lo que podía encontrar, cuando alguien entró.
-Ah, ya se ha despertado, señor Navia.
-Llámame Andrés. – Respondí. Nunca me habían gustado los formalismos.
-Ya, ya sé que no te gustan los formalismos.
Eh. ¿Cómo había hecho eso? No lo había dicho en voz alta, de eso estaba seguro. Pero el gesto de sorpresa se me escapaba por todos y cada uno de los poros de mi piel.
-Me lo has repetido demasiadas veces Andrés – Eso en parte me tranquilizaba. De las pocas cosas que aún me quedaban claras, una de ellas era que lo que piensas en tú cabeza no tiene por que oírlo el que está a tu lado. Pero, ¿cuándo se lo había dicho yo antes?
-Vas a tener que responderme a unas cuantas preguntas Aalto. – Sí, también sabía su nombre. Ese médico no era extraño para mí, dado que sabia que ni siquiera era médico. Esa figura esbelta, con los ojos muy claros y la tez pálida, haciendo contraste con el negro de su uniforme, muy pegado al cuerpo, ya la había visto antes. Y la sensación de serenidad que transmitía su mirada ya la había tenido antes. Aalto soltó una carcajada.
-Has profundizado mucho en la búsqueda, Sofos está contento, Pero todas esas preguntas ya han sido respondidas. Las respuestas están aún dentro de ti y las has asimilado de tal manera que eres capaz de utilizarlas, según tus necesidades, aunque sea de manera inconsciente. – No había entendido nada, y eso se me notaba en la cara. – Es fácil de comprender lo que quiero decir. Fíjate que has sido capaz de dirigirte a mí por mi nombre, pero me apostaría mi cargo a que no recuerdas directamente aquella primera conversación nuestra en la que me presenté.
Aalto era consciente de que no recordaba nada anterior a aquella mañana, pero aún así se dirigía a mí con total naturalidad, como si, lo que quiera que hubiese pasado, jamás hubiese sucedido.
-Aalto, no recuerdo nada.
-Ya lo sé.
-Entonces, ¿por qué me hablas como si recordase todo?
-Porque lo recuerdas. – Me empezaba a irritar aquella actitud.
-¡No recuerdo nada! – Le grité.
-Y sin embargo sabes que has olvidado algo. – Podría tener razón
Por un instante había perdido los papeles, pero ahí seguía Aalto, sin mostrar ni la más mínima expresión, respondiéndome con una sencillez aplastante.
-Creo que te voy siguiendo. – Una leve sonrisa asomó en el rostro de Aalto.
-Nunca hasta ahora me habías defraudado, y no ibas a empezar a hacerlo ahora. – Aalto pareció reaccionar de pronto, como si acabara de recordar a qué había venido realmente. – Bueno, vete preparándote, tenemos que ir a ver a Sofos.
-Una última duda. ¿Cómo sé que puedo confiar en ti? – Aalto ni se inmutó. – No me malinterpretes, pero ahora mismo no recuerdo nada de lo sucedido antes de abrir los ojos esta mañana. Podrías ser uno de los malos y estar aprovechándote de mi estado para ponerme de tu lado.
-Te das cuenta Andrés, de la cantidad de recuerdos que afloran en tus palabras de forma totalmente inconsciente. ¿Quién ha hablado de buenos y malos? A tu pregunta debes ser tú quien responda, pues en tu mano está a quien otorgues tu confianza. Yo no puedo obligarte a nada. Si tú quieres, podemos olvidarnos de Sofos, te devolveré a casa y dejaremos la búsqueda inacabada.
No, en ningún momento había dudado de Aalto, pero mucho menos ahora, después de escuchar la respuesta dada con serenidad, mirándome a los ojos con aquella mirada tan especial. Sin duda que la primera vez que topé con él, no me costó mucho confiar en él. Por un instante se me pasó por la cabeza la idea de abandonar. Más pensando en ponerle a prueba y en la comodidad de volver a casa, que en dejar la búsqueda. Pero por ese mínimo instante de duda me entró tal sensación de desasosiego por dejar aquel trabajo sin terminar, que al momento borré de mi mente aquella idea.
-Vamos para allá.