El olor a castañas asadas y el débil crepitar de las brasas inundaban aquella vieja esquina de la Calle Mayor; sin duda alguna había llegado la Navidad. También podía averiguarse echando un simple vistazo a los escaparates decorados en alegres tonos metálicos siempre acompañados de algún pequeño Papá Noel y con villancicos de fondo sonando sin tregua.
Caminaba absorto en mis propios pensamientos, con los puños apretados dentro de los bolsillos tratando inútilmente de no perder el calor que tenían al salir de casa hacía escasos minutos. Era lo que más odiaba del invierno : el frío en las extremidades; pero aquella sensación pasó a un segundo plano cuando me encontré con ella.
-Sigues teniendo buen gusto- le dije.
Estaba parada frente al escaparate de una tienda de ropa, mirando fijamente un vestido de raso en tonos anaranjados, pero con la mirada perdida mil kilómetros más allá del cristal colocado ante sus grandes ojos azules. Tenía toda la pinta del típico modelito de Nochevieja que se suele poner una sola vez y pasa ya para siempre a una de las infinitas perchas del armario. Cuando se lo dije me lanzó una mirada asesina capaz de traspasar una plancha de acero. Aquél gesto me sorprendió, puesto que llevábamos tiempo sin vernos y me esperaba un recibimiento un poco más cálido por su parte en aquella tarde tan gélida. A continuación, simplemente se limitó a decir : –¿No deberías estar estudiando?.
Parece mentira cómo pueden llegar a distanciarse dos personas que en el pasado eran auténticas “almas gemelas”; y lo más desagradable es ponerse a pensar en el origen de ese doloroso distanciamiento y no hallarlo por muy profundamente que busquemos en nuestro interior. A veces las cosas suceden sin más, y no hace falta buscar ninguna otra explicación. Si me ponía a pensar en quien fue el culpable de lo que pasó meses antes corría el riesgo de amargar el agradable paseo del que estaba disfrutando hasta el momento; y bastantes preocupaciones tenía yo ya en la cabeza como para crear otras nuevas...
-No, esta tarde me apetecía respirar un poco de ambiente navideño; tanta biblioteca me está apolillando- le dije tratando de aparentar ser un estudiante ejemplar. Aunque por fuera cualquiera podría pensar que aquel encuentro con mi pasado me era totalmente indiferente, en realidad me sentía alegre dentro de mí : hacía tiempo que no tenía noticias suyas, y el ver que no había cambiado nada desde la última vez que nos vimos me hizo sentir bien, aunque también me daba cuanta de que el sentimiento no era mutuo, así que tras una intrascendente conversación similar a la que entablan dos vecinos cuando se encuentran en el ascensor, ella siguió mirando aquel vestido y yo proseguí mi rumbo a ninguna parte.
A medida que caminaba por la Calle Mayor me daba cuenta de que en la vida todo se basa en ciclos, y que uno de ellos se completaba en Navidad : Cada Diciembre es un deja-vu del anterior, pues son los mismos olores, las mismas canciones, los belenes, todos los niños escribiendo llenos de ilusión su carta a los Reyes Magos... son agradables sensaciones que volvían a mí cada vez más intensamente según se aproximaba la mágica fecha del 24 de Diciembre. Me encantaba sentir todo aquello porque me trasladaba de nuevo a mi niñez y a aquellas mañanas de Navidad en las que el salón de mi casa amanecía lleno de regalos. Recuerdo muy bien cómo antes de que saliera el sol yo ya estaba despierto y nervioso en mi cama pensando en si me habrían traído todo aquello que pedí, y esperaba con impaciencia a que el resto de mi familia se levantara para poder desvelar el misterio, pues no me atrevía a entrar sólo en aquel salón temeroso de encontrarme con un dromedario o un reno parado delante del tocadiscos mientras alguien colocaba paquetes con grandes lazos de colores sobre los sillones.
Luego, tras la imprescindible comida familiar, el ritual de bajar a la calle con mis padres y ver al resto de los niños con sus coches teledirigidos, sus bicicletas y sus patines; los contenedores de basura llenos de las cajas de cartón que poco antes habían cobijado en su interior aquellos juguetes que esperábamos ansiosamente durante el resto del año y que por fin podíamos disfrutar aliviados por no haber recibido un trozo de carbón como merecido castigo a nuestras travesuras.
Y mientras todos esos pensamientos acompañaban mis pasos por la ciudad, una leve sonrisa se dibujó en mi rostro cuando me di cuenta de que al hacerte mayor las cosas se ven de distinta manera; pero se entienda como se entienda, siempre existe la ilusión, y me alegré de que estuviera presente en nosotros en forma de vestido de fiesta o como un cucurucho de castañas asadas que caliente un poco mis manos...