La condena

Abrió los ojos y solo encontró muros, extendió sus manos y toco los fríos barrotes de acero.
Imposible salir, impensable escapar.
No sabia si lo merecía pero allí estaba, la justicia había hablado pero no a su favor precisamente.
A lo lejos casi al final de la galería unos pasos se acercaban tímidamente como con desgana.
Un carcelero apareció súbitamente, como salido de la nada.
Echo una mirada por encima a la destartalada celda, esbozo una sonrisa y sin mediar palabra le puso un roñoso plato con rancho al alcance de su mano.
Esto es lo que me espera durante cinco años y un día.
Cautivo en una celda de castigo sin ver apenas la luz del sol y con la única compañía de unos enormes roedores que sin duda estaban de inquilinos en el lugar mucho antes que el recluso.
Bonito panorama... penso.
Pero no sentía miedo, angustia o inquietud alguna.
Al revés su rostro transmitía serenidad, el carcelero desconcertado no sabia como reaccionar, la mayoría de las personas que le enviaban se volvían locas, lloraban como niños o en el peor de los casos intentaban suicidarse presa de la desesperación.
Pero el no, el era diferente, sereno, impasible... a todas luces un comportamiento anormal en un condenado a muerte.
El guarda no sin reparos pregunto a que venia tanta tranquilidad.
El Condenado le dedico una sonora carcajada, gracias a esa pregunta ya había ganado la partida antes de empezar.
- Panda de ignorantes acaso no sabéis que muros, cárceles o sólidas barras de metal quizá sean capaces de retener a un cuerpo pero jamas detendrán a un alma.
El vigilante no tuvo mas remedio que callar, el preso llevaba toda la razón.
- Fantástico se dijo a sí mismo y esto solo es el primer día de cinco largos años.
A estas alturas todavía no tengo muy claro a cual de los dos se le haría mas larga la condena, pero al menos la impresión que me queda de esta historia es que en la vida como en el ajedrez una brillante apertura puede proporcionarte la más contundente de las victorias.