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La felacienta[antigua cenicienta]
[URL=http://www.elotrolado.net/showthread.php?s=&threadid=581944]
Recopilatorio de parodias publicadas por el impresentable del autor.
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Érase una vez una pequeña joven poco agraciada. Vivía con su madrastra, que regentaba uno de los burdeles de más éxito de la ciudad; sus dos hermanastras, que eran las chicas más exitosas del local, trataban con continuo desprecio a cenicienta.
Y es que Cenicienta, llamada así porque siempre estaba cubierta de la ceniza de los mentolados de su madrastra, no era una belleza, sus ojos miraban en diferentes direcciones, su pelo caía como estropajo a su espalda y estaba plana como una tabla de planchar… pero tenía una sonrisa deliciosa y unos dientes perfectos, que eran sin duda su mayor orgullo.
La madrastra, que aun no se había enterado de las perversiones de los japoneses, pensaba que su hijastra no era apta para el negocio de cama, así que la relegó a la cocina donde la pobre muchacha pasaba los días preparando gin-tonics para los clientes y pequeños platos para picar.
Cenicienta, resignada, cumplía con sus labores mientras mordisqueaba una enorme zanahoria, gusto que había tomado al no tener dinero para comprarse los mentolados a los que era adicta por culpa del humo de su madrastra.
Un día el prostíbulo fue arrollado por una marea de actividad. ¡El príncipe iba a montar una juerga y quería que el prostíbulo la animase con sus chicas! Éstas no cabían en sí de emoción y corrieron a preparar sus mejores ligueros, a sacar brillo a sus pompas y a depilar sus cuerpos con toda clase de mejunjes.
-¡El príncipe! -gritó Cenicienta-. ¡Quiero conocerle!
-¡No lo harás! -gritaron a la vez sus bellas hermanastras-. Alguien tiene que quedarse aquí y si el príncipe te viera… ¡perdería su libido del susto! -rieron felices-. ¡Y la queremos solo para nosotras!
-¡Es injusto! -gritó Cenicienta echándose a llorar sobre las rodajas de patata.
-¿Qué te ocurre, pequeña? -dijo una alegre anciana entrando por la puerta de la cocina con una aureola brillante.
-¡¿Quién eres?! -le preguntó cenicienta viendo su vestido hecho jirones lleno de bolsillos y el extraño aura que la acompañaba.
-No te asustes… soy el hada de los polvos mágicos –sacó una bolsita de polvos blancos y los sacudió riendo-. Escucha mi canción:
Soy el hada más mágica
De este loco mundo
Con mis polvitos todo lo consigo
Ya sean reyes o señores
Cuando la rayita les quito
A mis pies caen rendidos
Si me echas mal de ojo
O me robas la bolsita
Yo te meto una yoya
Soy el hada más mágica
De este loco mundo
Con mis polvitos todo lo consigo
Si me lo pides bien
Felicidad y alegría te puedo dar
En un gramo nada más
Ya sea en bolsa o en botella
En tableta o en pastilla
¡en oferta lo tenía!
Soy el hada más mágica
De este loco mundo
Con mis polvitos todo lo consigo
-¡Eres el camello del barrio! -musitó Cenicienta.
-Por favor pequeña… Preferimos ser llamados "minoristas al detalle de felicidad química" -la reprendió la anciana-. Cuéntame tu problema.
-¿Por qué querrías ayudarme?
-Servicios sociales niña -admitió la vieja-. ¡Nunca le vendas a un juez una gramo mal cortado… qué rencoroso!
-Bueno… Yo quiero ir a la fiesta del príncipe… ¡pero mis hermanastras no quieren dejarme! ¡Dicen que soy muy fea! -se echó a llorar de nuevo.
-Es que muy guapa no eres hija… -admitió la vieja- Ni con un buen vestido se te vería guapa… pero creo que sé como puedes ir a esa fiesta y conocer al príncipe.
-¡Haré lo que usted diga! - se postro cenicienta-
-Sígueme.
Salieron al patio del puticlub. Allí había contra la pared antiguos muebles y varios yonkis en las esquinas. El hada se acercó a dos yonkis fornidos que estaban acostados en el suelo con el mono y tras meter mano en sus bolsas, hizo una rápida mezcla y se la inyectó a los yonkis sin pudor. En un segundo ambos hombres estaban de pie con los ojos enrojecidos y un temblor en su quijada.
-Estos son los corceles… ¿Dónde esta el carruaje? -se giró hacia los muebles acumulados y sacó de entre ellos una gran bañera que ató encima de un carro robado una manzana más allá–. Mmm, un poco soso, ¿verdad? -saco de su bolsillo una pequeña cacerola que colgó de un clavo del carro. Encendió algo en su interior y en poco tiempo había alrededor del carro una nube de un extraño humo-. Ya está… ¿a qué esperas? ¡Sube ya!
-¡Pero hada! ¿Y este vestido? -dijo señalando sus andrajos.
-¡Déjatelos! ¡Tengo algo que los cubrirá! –dijo rociándola con un extraño perfume-. Este perfume te hará sexy y hermosa, pero debes volver antes de mediodía.
-¿Por qué? -se quejó, pues estaba dispuesta a probar sus nuevos encantos con todos los hombres del castillo, pajes incluidos.
-Porque se acabará el efecto de mis polvos… así que hazme caso.
Atravesaron la ciudad en el extraño carruaje. Todos los que lo miraban quedaban embelesados por el humo blanco y pensaban que habían visto un maravilloso carruaje dorado y tirado por caballos blancos.
Llegaron al castillo y el hada metió a Cenicienta a toda prisa en la fiesta. Gracias al perfume del hada nadie la identificó. Corrió junto a las otras chicas, que estaban jugando a un juego con el príncipe y sus amigos. Las chicas tras una cortina esperaban a que los hombres metiesen sus rabos por un agujero… tras el servicio que seguía los hombres le daban una nota. Cenicienta encontró divertido el juego y quiso jugar. Se colocó en la cola y cuando le tocó el turno lo aprovechó bien.
Nunca había tenido un rabo en la boca… pero desde niña tenía el habito de tener en ella una gran zanahoria, así que debía ser algo parecido. Comenzó a dedicarse con mucho esfuerzo, lamiendo sin desagrado y devorándolo con animo y devoción, hasta que el hombre fue sustituido por otro; no sin antes razonar por el grito de dolor que no debía dar mordisquitos muy fuertes, éste hombre fue sustituido por otro… cuando todos parecían haber caídos derrotados. finalmente un enorme miembro atravesó el agujero. Cenicienta no lo podía creer, ¿cómo podía existir uno tan enorme?... lo acarició, lo lamió e incluso lo mordisqueó suavemente… se esforzó en exclusiva a ese enorme pedazo de carne ante la mirada de envidia de sus hermanastras, sabiendo que quizas sería la ultima vez que pudiese hacerlo.
Estaba acabando el trabajo cuando tocó en el reloj el mediodía. Cenicienta no quería dejarlo, pero recordaba la promesa hecha a la anciana, así que con un ruido de ventosa se desatrancó y salió corriendo para volver a casa.
El príncipe apartó la cortina y corrió tras la borrosa figura, pero finalmente tropezó con sus pantalones bajados.
Cenicienta llego justo a tiempo a su casa… Los yonkis se desplomaron en el suelo medio muertos, y las últimas fragancias del perfume se perdían con el viento. ¡Qué bien lo había pasado! ¡Qué gusto! Ojalá pudiese volver a repetirlo…
Durante los días siguientes el príncipe estuvo dispuesto a todo para encontrar a la felatriz que tanto gusto le había dado. Tras enviar sin éxito a sus mejores espías decidió plantarse el mismo en todos los burdeles de la ciudad con la orden de que todas las chicas se lo chupasen… así descubriría tarde o temprano a su amada.
Cuando llegó al burdel de Cenicienta hubo una gran expectación. El príncipe se sentó en su trono portátil en mitad del salón y una a una las chicas pasaban a probar suerte con su rabo. Las dos hermanastras se pelearon con él hasta quedar asfixiadas e inconscientes en el suelo, incapaces de tragarse semejante mienbro.
-¿Es que no hay ninguna mujer más aquí? -preguntó el chambelán del príncipe tras retirar a la última que lo había intentado, falleciendo en el intento.
-¡Yo señor! -gritó Cenicienta saliendo de la cocina-. ¡Yo no la he desgustado!.. quiero decir.. ¡que no he probado a hacerlo!..-
-¡Qué fea es, mi señor! -exclamó el hombre girándose hacia su príncipe-. Podría hacer una excepción con ella…-
-¡No! -gritó el príncipe levantándose y abriéndose la bragueta con gesto resignado-. He hecho una promesa y nada me detendrá hasta que encuentra a mi amada… Mujer, ven aquí y cumple mi mandato.
Cenicienta se arrodilló ante el príncipe y tras acariciar el dolorido rabo lo besó con delicadeza para, ante la sorpresa de todos, tragárselo de un solo bocado.
El príncipe no necesitó más pruebas y allí mismo le pidió la mano. Fueron un matrimonio muy feliz, el rey siempre con una sonrisa en su rostro y la reina, tras una cara cirugía estética, no podía ser más feliz.
Moraleja: Al final no importan las curvas sino cómo la chupas.
P.D Una parodia sin sado!