La Gran Busqueda

------------------------------------------------------------------------------------
Aunque es un verdadero subidón mental, he decidido postearlo en lite, a petición de Nylsa. Si teneis paciencia para leer el mundo subrealista que describo, vereis que según avanza se convierte en una historia de aventuras. Ahi va!!, a ver que os parece.
------------------------------------------------------------------------------------


Volábamos entre bosques de tréboles de cuatro hojas, eran inmensos. Los rayos de sol jugueteaban entre el ir y venir de tallos verdes, al compás de un viento que agitaba tu flequillo. Cogimos altura, casi nos salimos de órbita, Pekín despertaba entre calles estrechas abarrotadas de bicicletas, mientras ambos esquivábamos los rascacielos. Deseaba salir de aquella ciudad, era demasiado grande, demasiados ojos achinados nos observaban desde tierra, me daba vergüenza darte un beso, pero aun así lo hice.

Así fue como decidimos partir hacia el Himalaya, las cumbres se divisaban desde muy lejos, el viaje era largo, pero ameno a tu lado. Grandes campos de arroz cubrían el paisaje, bañados por caudalosos ríos, sombreros chinos que bailoteaban por doquier, un oso panda nos guiñó un ojo, -¡qué complicidad!-, pensé.

Estábamos llegando al Tibet, cuando el Dalai Lama nos saludo desde su templo, yo le devolví el saludo con mi mano, al tiempo que con la otra acariciaba tu pelo rizado; fue solo un instante, pues tan solo éramos una estrella fugaz para los habitantes de la superficie. Las blancas cumbres de la cordillera más alta del mundo nos desafiaban, pero no fue obstáculo, observé el pico más alto, escaladores sudaban la gota gorda por dar un paso más, sin embargo, nosotros dos nos posamos en lo alto en un instante. Hacía frío, pero no lo teníamos, estábamos abrazados y ese era el mejor abrigo. Tú cabello me protegía de la ventisca que se acercaba por el Norte, mientras los copos de nieve se posaban sobre nuestras narices en un saludo de nomos. En aquel momento sonó el móvil, -¡qué oportuno!-, exclamé. Era un vendedor de jamones, me dieron ganas de colgarle, pero teníamos hambre, así que nos tuvimos que ir a cenar, cada uno a su casa, aunque no pasaba nada, habíamos quedado una hora más tarde en la cima del Everest. Y allí estuvimos, puntuales como siempre, tomando un café en la cumbre, mientras un escalador nos daba las buenas tardes, ¡pero qué tardes, si ya son noches!, a veces pierdo la noción del tiempo, es la influencia de unos ojos que todo iluminan, la noche parece de día a su lado.

Al escalador le colgaban dos bombonas de oxigeno, parecía estar asfixiándose, y yo sin darme cuenta, -¿falta de oxigeno?, pensé, pues ni lo había notado, tú tampoco pareces advertirlo, puede que sean nuestros besos, no lo sé.

Te observo mientras miras el horizonte, es Nepal, alguien toca un tambor, no, no es eso, es algo que retumba más cerca. Tú cara está iluminada, de colores rojizos, y yo me extraño, -¡si era de noche!-, ¡qué va!, es atardecer, lo puedo ver reflejado en tus ojos. El sol cae lentamente, recorriendo el blanco, el verde y el castaño, hasta que se alinea con el oscuro de tus pupilas brillantes.

La noche es demasiado fría en aquellos lares, así que decidimos partir a las selvas monzónicas. Surcamos así ocultos entre nubes blancas, parecía una gigantesca cama de algodón. Puse el piloto automático, porque me apetecía besarte en aquel lugar tan curioso, no quería perder la oportunidad, así que dije: -Kit, conduce tú-, y entre abrazos, caricias y besos, nos fuimos aproximando a la jungla.

Cuando llegamos, ¡qué mala suerte!, estaba lloviendo, pero aun así dimos un paseo, hasta que el barro nos llegó por las rodillas, teníamos el pelo empapado, pero lo único que sentimos fue no poder tumbarnos bajo un árbol y dar rienda suelta a nuestra imaginación. Bueno, otro día será, ahora debíamos volar rápidamente hacia mi casa, cambiarnos y partir de nuevo, que nos hemos saltado la Gran Muralla. Cinco mil kilómetros paseando a tu lado, bajo la luz de luna, de las estrellas, de los cometas, los satélites... Te quiero, te susurré al oído.

Creo que ni Paris es tan romántico como aquella Muralla en un atardecer a tú lado. El sol crece en tamaño, entre la sombra de árboles foliados, es China, todo es extraño y a la vez curioso, el misticismo rebosa por todos lados. De pronto oigo ruido, son disparos, intento protegerte con mis brazos, ambos nos ocultamos tras una piedra, te beso como si fuera la ultima vez que lo pudiera hacer. -¡Son los ingleses, vestidos de rojo, atacan a los chinos!-, pero no puede ser, van vestidos con un sombrero del más puro siglo XIX, ¿qué hacen aquí?, ¿de qué película se han escapado?. No, no es una película, somos nosotros, hemos retrocedido en el tiempo, el pasado siempre parece más romántico, que un futuro en el que tan solo gobierna el dinero y el poder. Me gusta más un atardecer bajo el eco de los versos de Bécquer, que bajo el sonido monótono de una hormigonera, aunque no sé explicar por qué, y tampoco me apetece hacerlo mientras los ingleses asedian China. Pero espera un momento, creo que nos han visto, ¡si, vienen a por nosotros!, -¡corre, corre, que nos cogen!-. Era evidente, no podíamos ir muy lejos, antes o temprano nos capturarían. -¡Somos europeos!-, gritamos, quizá así nos dejen, pero tú pareces china, con tus trenzas bífidas, tus ojos alargados, -¡Oh, no, piensan que eres una chinita!-, hablan de una tal Chun Li, te han confundido con ella, no me extraña, yo también lo hice. Los ingleses han prohibido que europeos y asiáticos puedan estar juntos, quieren cortarnos las alas, ya no podremos volar entre las nubes. A mi me es igual que seas china o que no, solo se que te quiero y que no me importa para nada esa estúpida ley social impuesta por seres superficiales. Pero te llevan consigo, el reloj marca las 21:30, tengo que irme, volveré a por ti, te llevaré conmigo, no te preocupes.

Surqué los cielos nublados del Sahara, y aunque allí casi nunca llueve, lo hacía a cantaros, la arena se volvió barro, la luz de las dunas se desvaneció en un marrón oscuro y el sol del atardecer permaneció oculto entre nubes negras. El viento, de factor norte, y el mar, con fuerte marejada, se embravecía al compás del descenso del barómetro, que caía empicado como mi imaginación, que ya no lucía como antes. Pero aun así hice un último esfuerzo y saqué el valor suficiente como para volar de nuevo a China, era en Honk Kong donde te escondían los anglosajones, hacía allí me dirigía.

Era un vuelo regular, de clase turista, en el que sobrevolé el humo del Vesubio, la fría brisa de los Cárpatos, la sequedad de una Turquía en ruinas y los tiros de un Irak en guerra. Por cierto, que no se me olvide, tuve la suerte de encontrarme con los soldados españoles que regresaban a nuestra tierra. Gritaban: -¡ZP, ZP, ZP,....!-, que contentos parecían. Venían en un avión de hélices, tuve que esquivarlo, ¡si es que está tan mal el trafico aéreo!.

Qué bonito hubiera sido sobrevolar la India contigo, pero no importa, después de rescatarte podríamos hacerlo. Un elefante me saludó con su trompa, mientras un faquir casi me quema el flequillo, pues mi vuelo era rasante, para evitar los radares enemigos. Hice noche en un hotel de mala muerte, tanto, que la cama era de clavos, pero en fin, dormí allí, siempre he confiado en la marca Pikolin. Y qué casualidad, que mi compañero de al lado era el célebre Dahsim, el contorsionista hindú del Street Fighter II, estaba de vacaciones, después de una dura etapa en el hospital tras una pelea con Ryu. Pero más sorprendente aún, era con quién venía, casi no le reconozco, era Gandí. Toda una institución en la India, había llegado en un tren de vapor, hacía ya algunos días, proveniente del pasado. Estuve mucho tiempo hablando con él, me desveló los misterios más asombrosos de un libro mítico, yo le escuchaba con entusiasmo, -¡qué curioso!-, pensé. Pero no pude estar mucho tiempo más, y aun con mucho pesar, me despedí de tan ilustres amigos; ellos me desearon suerte en mi cometido y yo agradecido, ascendí a los cielos, esquivando halcones suicidas y cuervos negros.

Qué frondosa la selva, me pareció ver a Mowgli subido encima de Balú, e incluso a Shere Khan, ese tigre malvado, al que lancé una piedra desde lo alto, je, je, que gracia, le di en un ojo y no tuvo que pasarlo muy bien, puesto que días después me crucé con unos gorriones que volaban en manada y me hablaron de que tuvo incluso que ir al oftalmólogo, le diagnosticaron ceguera temporal, adiós a la mirada del tigre.

Días después sobrevolé Tailandia y Vietnam, en éste ultimo, me encontré con un prisionero de guerra, todavía estaba encarcelado en una jaula de bambú, no sabía ni hablar, así que nos entendimos por signos. Me contó que lo habían capturado en el 67, yo le conté que en el 69 el hombre llegó a la Luna, y él me tomó por loco. Aun así me dio pena y le solté, le dejé dinero para un vuelo a Nueva York, aunque no tuvo mucha suerte el pobre, ya que lo enviaron a la guerra de Irak nada más llegar. Durante la breve conversación que tuve con él, le pregunté si llegó a conocer a Forrest Gum y para mi sorpresa, así era, habían estado en el mismo Batallón, -era un tío muy valiente-, decía, -no paraba de correr-. Incluso llegó a comer las famosas gambas de Buba, aunque me confesó que no eran para tanto.

Fue un día nublado, de madrugada, casi al alba, cuando llegué a Honk Kong, ¡qué ganas de llegar!, estaba agotado. Miles de luces, coches y rascacielos ocupaban el horizonte, -¡qué gran megalópolis!-, pensé. Un panel iluminado mostraba los dedos de la victoria de Maho, que posaba sonriente, con aspecto casi cómico, pero no lo hacía de manera fija, sino intermitente, como sacando la mano de la nada. Me dieron ganas de lanzarle un piedra, por presumido, pero desistí de ello, los chinos son buenos espías y seguro que a estas alturas me estaban observando, incluso vía satélite. Además eran los ingleses los que me habían quitado a la niña de ojos verdes, yo era aliado de los chinos, no me convenían enemistarme con ellos, son muchos y se reproducen muy rápido.

Anduve por las calles, perdido entre la multitud, alguna que otra se me acercó, -¡Chupa, chupa un dólar!- me dijeron, pero yo no hice caso, solo pensaba en encontrarla. Pregunté en los bares, pero nadie me entendía, así que desistí de ello y me dediqué a vagabundear por los barrios marginales. Y casi cuando ya lo daba todo por perdido, tropecé con las piernas de un mendigo, caí al suelo y al ir a levantarme, pude observar que se trataba de Bruce Lee. -¿Pero tú no moriste por una sobredosis de aspirinas?-, pregunté asombrado. -“No, no, yo no molil, yo fingil mi muelte, tú sel único ahola sabedlo”-, me respondió con su marcado acento chino. Nos hicimos grandes amigos, él demostró tener mucha confianza en mi y yo intenté convencerle de que volviese a dedicarse al mundo del cine, que se le echaba de menos. Dormimos en cajas de cartones y comíamos lo que encontrábamos en los contenedores, que grandes manjares, rollitos de primavera con salsa de espinacas, de marca Popeye por supuesto.

Juntos recorrimos los lugares más inquietantes de Honk Kong, aprendí un tal arte de un tal Marcial. Y aunque lo pasé bien al lado de quien yo llamaba mi maestro, nunca llegué a disfrutar del todo, faltaba algo, era su presencia, empezaba a pensar que nunca la encontraría. Bruce debió entender mis sentimientos y como buen amigo me confesó algo: -La pelsona que tu buscal, estal en la casa de la caja de celillas. Sel una tapadela, en lealidad es un centlo de inteligencia inglés, el MI6, donde James Bond está intelogando a tu amiguita-.

Tras escuchar esto, me quedé asombrado, no sabía ni que hacer ni que decir, pero Bruce me explicó que utilizaban un aparato llamado minituarilizador, mediante el cual convertían todo en tamaño mini, así era mucho más fácil esconder un centro de inteligencia, ya que podía estar en cualquier rincón de la ciudad. Pero había un problema, para entrar necesitabas ser minituarilizado. ¿Dónde encontraría el minituarilizador que me miniatuarilizase?. Una vez más, Bruce me echó un cable; al parecer conocía en Taiwán, a un tal Pi Chu Lin, doctor en física cuántica, que poseía una máquina de esas características. Así que anotó la dirección en mi mano, me despedí formalmente de él, al más puro estilo de Kun Fu, golpeando con mi puño derecho la palma de mi mano izquierda y en señal de reverencia, le di mi más sincero agradecimiento. Después nos fuimos a tomar unas cervezas y me dirigí hacía la isla de Taiwán.

El vuelo fue movidito, con turbulencias y vientos de fuerza 4, de componente sur. Pero afortunadamente Taiwán despertó en una mañana radiante, en la que los rayos de sol iluminaron el horizonte, aunque duró poco, porque hubo eclipse. Aterricé en un descampado, que resultó ser un pantano cubierto por narcisos, aunque no me vino mal y así me refresqué un poco y de paso me lavé. Pensé que con la dirección apuntada en mi mano, todo sería coser y cantar, pero me equivoqué, caí en la cuenta de que no sabía interpretar la escritura china y que Bruce había escrito la dirección del tal Pi Chu Lin en chino mandarino. Gran faena, pero aun así me quedaba la esperanza de encontrar su nombre en la guía telefónica en inglés, ¿cuántos Pi Chu Lines podía haber en toda la isla?, pues justamente 200.000, y como la Ley de Murphy no falla, el verdadero profesor de física cuántica resultó ser el 199.999 preguntado. Tardé semanas en encontrarlo, era un trabajo arduo y costoso, desesperante en ocasiones, pero por el hecho de encontrarla todo merecía la pena. Aun así decidí descansar un fin de semana, en medio de aquella gran búsqueda, en la isla de Okinawa, más que nada para curarme del estrés.

¡Y qué gran fin de semana pasé!, dormí en casa del señor Miyagi y de su pupilo Laruso, que todavía tenía el tobillo jodido después de aquella patada de la grulla. Ambos acababan de rodar Karate Kid II y estaban un poco cansados de tanta pelea. El pobre de Laruso no paraba de dar y pulir cera, a estas alturas no debe quedar ni una sola casa sin pulir de toda la isla, ¡hay que ver lo que hay que hacer para ser un buen Karateka!. No comíamos más que arroz, cuando no era tres delicias (de marca Gallina Blanca), era paella y si no, arroz a la cubana con tomate Sofrís. No olvidaré nunca nuestras grandes tertulias sobre temas tan variopintos, como el precio de los pisos en Madrid, la desamortización de Mendizábal, el poder del Clero en el siglo XVII y de por qué los after shave sin alcohol, escuecen al contacto con la piel si no llevan alcohol. Con nuestras respuestas creíamos librar al mundo de los grandes enigmas de la humanidad, pero nadie nos escuchó, y como nunca segundas partes fueron buenas, el señor Miyagi se dedicó a vender cupones de la once, ya que Karate Kid II no lo vio ni el Tato. Antes de mi partida, me regaló una catana de cuerno de toro cornudo, muy manejable la verdad, pero tan oxidada que ni siquiera se podía desenfundar. Aun así le agradecí el detalle, me despedí de ellos inclinando mi tronco en señal de reverencia y ascendí a los cielos vuelta a Taiwán, dónde dos semanas después encontraría a Pi Chu Lin.

Pi Chu Lin era el típico científico chino con gafitas y bata blanca. No creyó en un principio que venía de parte de Bruce Lee, pero finalmente aceptó hacerme pequeñín. Ahora pienso que me utilizó como cobaya humana, pero bueno, es igual, era lo que quería, ser pequeño.

Me metió en una esfera de metal y aquello comenzó a dar chispazos por todos lados. Yo temía que explotase, y así fue, reventó por los cuatro costados y salí disparado, pequeñito y churrascado. Pero por suerte no pasó nada grave digno de mencionar.

En aquel instante, caí en la cuenta de algo en lo que no había pensado antes. Al ser pequeño, mi velocidad de crucero en vuelo, había disminuido drásticamente. Ahora no podía sobrepasar los 200 cm/h, velocidad insuficiente para cruzar el Mar Amarillo, tardaría meses, y moriría mucho antes de sed y de deshidratación. Menos mal que el gran Pi Chu Lin, era el auténtico inventor del cohete de Rocketer, así que lo minituaralizó, le echó aceite Repsol Elite 15/40W, un poco de anticongelante y llenó el depósito hasta la boca, lo minituaralizó y me lo puso en la espalda. Ahora me había convertido en un cohete humano, liliputiense, con una catana oxidada en el cinturón y unos brazos y piernas mortales por las enseñanzas de Bruce Lee, gracias a las artes del tal Marcial.

Ayudado por la acción del turbo, llegué rápidamente a Honk Kong, aunque mentiría si dijese que el viaje fue fácil, pues tuve que esquivar mosquitos, motas de polvo, enormes gotas de agua y partículas contaminantes llegadas del mismísimo Azuqueca de Henares. Una vez allí, decidí rastrear hasta el último centímetro de la ciudad y comencé por las galerías del alcantarillado. Enormes corrientes de agua se precipitaban velozmente, era un laberinto de cañerías de todos los tamaños. Durante semanas no encontré absolutamente nada, pero mi ánimo por encontrarla no decayó, y el que cayó en realidad fui yo, arrastrado por una cruel gota de agua que consiguió parar el motor del cohete y me arrastró corriente abajo, hasta que después de algunas horas fui a parar al mar, que por cierto estaba embravecido. Era de noche y temí que me ahogaría sin remedio, pero afortunadamente oí una voz que me era muy familiar. ¡Era Juancar!, ¡el rey de España!, y en pequeñito como yo. Navegaba en un barco de papel, que antes debía haber sido unos apuntes de filosofía, ya que se podía leer en grande: “Pienso, luego existo”. El barco al parecer se llamaba “Bribón” y Juancar se asomaba a babor, intentando lanzarme una cuerda en cuyo extremo había amarrado la punta de un palillo de dientes. Parecía un vaquero de Tejas agitando la cuerda.

Después de agradecerle lo que hizo por mi, me quedé perplejo, sin palabras, ¿qué hacía el monarca minituarilizado, en un barco de papel y en medio de la bahía de Honk Kong?. Él, me contó detenidamente su historia; todo ocurrió durante un viaje oficial a los EEUU, fue raptado por un grupo terrorista árabe, nada salió a luz pública por supuesto, crearía un incidente internacional, por lo que el gobierno americano trato de pagar el rescate, pero no pudo, las arcas del Estado estaban vacías de tanto gasto en defensa, por lo que Hollywood accedió a pagarlo. Pero con una condición, Juancar debía participar en la película “Cariño he encogido a los niños IV”, y así lo hizo, pero con tan mala suerte que la máquina minituarilizadora, que se supone que era de pego, funcionó y el pobre rey fue arrastrado por un tornado tejano hasta el mismísimo Missisipi, dónde gracias a Dios, un niño con grandes dotes de papiroflexia le regaló el “Bribón”. Desde entonces “muchos mares y muchas tempestades”, le condujeron hasta aquel lugar en el que me había encontrado.

Yo, por supuesto, también le conté mi historia y él accedió a ayudarme, ya que la reina de Inglaterra no le caía muy bien. Era aquella, época de monzones, y vientos huracanados unidos a intensas lluvias, que hicieron que la navegación fuera extremadamente peligrosa. Como no disponíamos de GPS, Juancar se guió por las estrellas, aunque de nada nos sirvió ya que el cielo estaba encapotado. Una ola nos arrastro lejos de la bahía de Honk Kong y la tempestad terminó por hundir el barco. A partir de ahí, no sé muy bien lo que pasó, solo sé que desperté una mañana soleada tendido sobre la fina arena de una playa paradisíaca. Tuve la sensación de que aquello sería una especie de isla desierta, pero no lo era. Se trataba de una playa turística, abarrotada de veraneantes, tías en topless, chiringuitos, sombrillas, toallas, etc... Hubiera estado bien, si no fuera porque yo era mil veces más pequeño que el resto y era un blanco muy fácil de pisar. Es curioso, pero me encontré con Ant, la hormiga de la película; una gran persona, digo hormiga, muy trabajadora, me contó que se acababa de casar y que su mujer estaba embarazada de 2000 larvas. Yo le di mi enhorabuena y le pregunté que en qué lugar me encontraba, y el me dijo que había llegado hasta la isla de Java. Hablamos largo y tendido, sobre muchos temas; inquietantes y duros de debatir. Por supuesto yo le comenté mi historia y a él pareció sobrecogerle la cantidad de vueltas que había dado. Me subió sobre su lomo y caminamos durantes horas bajo la sombra de gigantescos árboles tropicales. Por fin llegamos a su casa, un hormiguero de unos 100mm2, con dos baños y muy bien amueblado, con hojas de laurel y pétalos de tulipán. En el salón, una gran mesa, que en realidad era una pipa de calabaza, una foto de familia, con millones de hormigas y ricos platos a degustar, elaborados con el cariño de su adorable esposa. Ensalada de hojas de bambú de primero, de segundo unas migas a la hormiguera y de postre macedonia de frutas, recién recogidas de la sobras de un restaurante.

Ant me confesó que se encontraban en guerra con las hormigas de China. Al parecer habían tenido problemas con la reina de aquel país, que había instaurado un régimen de despotismo total. La ONU hormiguera había declarado un ultimátum a aquella nación y finalmente, ante el incumplimiento había decidido acabar con el régimen. Resulta que el ejército hormiguero chino, contaba con grandes plagas de hormigas de ala. Grandes escuadrones de la muerte, según decía Ant. Kamikazes dispuestos a sacrificarse por su reina, que asediaban de continuo las tierras de Singapur, Java, Malasia e Indonesia, con tal de explotar sus grandes reservas de pipas y frutos secos.

Ant, se enorgullecía al hablarme del ejército javateño, pues disponían de un arma ultramoderna y mortífera, que por suerte habían conseguido poner de su lado. Era el escuadrón de “libélulas de la libertad”. Fieles aliadas de las hormigas javateñas, pues tenían intereses comunes, salvar las reservas de pipas y frutos secos. Incluso las avispas y abejas, siempre reticentes al comportamiento de las hormigas, decidieron unirse a tan justa causa. Contaban aquellos insectos, que cuando menos se lo esperaban, aparecían escuadrones chinos, bombardeando con grandes piedras (en realidad chinas), hormigueros de pobres trabajadores honrados. Por eso estaban a punto de mandar una oleada de libélulas al país del Sol naciente, como escarmiento por tan atroces actos. Yo, gracias al bueno de Ant, iría en aquella oleada, así podría alcanzar Honk Kong y recuperar a la persona que tanto echaba de menos.

Nunca pensé que las libélulas tuvieran la capacidad de volar tan rápido, ¡qué velocidad!, ¡qué gran manejo del vuelo acrobático!. Yo no era capaz de volar con tanta celeridad. Iban escoltadas por lo que serían cazas ligeros, es decir hormigas de ala, muy ágiles y efectivas en el combate aéreo. Las libélulas, eran más efectivas como bombarderos, por eso iban cargadas con grandes sacos de piedras y vayas venenosas, yo me agarraba con fuerza a Ziempidour, la jefa del escuadrón de la libertad. Gran persona, digo gran libélula, de carácter muy militar, seca y cortante, pero en el fondo de una gran nobleza y amabilidad. Me habló de antiguas guerras, de cuando las charcas de Java era limpias y los bosques continuos e inexpugnables, de cielos limpios y azules, de mares turquesa y de playas desiertas. Podía notar la tristeza en sus ojos, denotaban la angustia de no poder volver al pasado, de impotencia ante una acción humana masiva, la deforestación y una contaminación cada día más acusada. Por todo ello, quizás, fuera un poco reticente en conocerme, pero pronto se dio cuenta de que todos los humanos no somos iguales y me aceptó como un ser más de este mundo cambiante. Yo hablé de grandes batallas en el ejército humano y a Ziempidour le pareció muy interesante escuchar las tácticas y estrategias tomadas por Napoleón, Mc. Arthur y Rommel. Le desvelé grandes secretos de la guerra de guerrillas, historias de cómo los españoles nos libramos de los invasores franceses con Curro Jimenez a la cabeza. Y como no, de mi ultima gran aventura, de la que dijo saber más de lo que yo nunca hubiera pensado. Para mi sorpresa, ¡conocía la ubicación de la caja de cerillas!, y estaba decidida a ayudarme a rescatar a quien yo tanto quería, si yo ayudaba a dirigir el ataque al ejército hormiguero chino. Por supuesto acepté de inmediato y juntos surcamos los cielos dispuestos a la batalla.

Entre tanto vuelo, me di cuenta, de que no sabía nada de Juancar, quizás hubiera muerto en aquel naufragio, pero me costaba creer que un ser tan duro de pelar, hubiera caído presa de las garras del mar. Aunque quizá no hubiera tenido tanta suerte como yo, al fin y al cabo, la esperanza de vida de un liliputiense no es muy elevada cuando hay tanto ser gigante a rededor.

El sol se asomaba tímido, entre nubes blancas que crecían como queriendo acariciar el cielo azul. Las alas de Ziempidour se agitaban a ritmo monótono y con un zumbido característico. Abajo, el mar, de un azul oscuro que parecía perlado por su brillar, a veces roto por el coleteo de las ballenas, de los delfines y de los peces voladores que nos saludaron a nuestro paso, deseándonos suerte en la batalla.

Tanto por mi derecha como por mi izquierda, podía observar el vuelo regular de miles de libélulas, entremezcladas por el vuelo ensordecedor de las hormigas, era un espectáculo dantesco, jamás me imaginé ante tal escenario, subido a lomos de un libélula capitana de un escuadrón, rodeado de un ejército decidido a invadir China, ¿qué futuro nos depararía?.

Una mañana, divisamos lo que nos pareció las costas del continente, la formación de vuelo, pasó a ser formación de combate y todos permanecieron alerta. Yo, sumido en el mando de consejero de Ziempidour, recomendé volar a baja cota, para así evitar ser detectados por los radares enemigos. Informé también de la posibilidad de que los chinos tuvieran defensas antiaéreas de costa, por lo que deberíamos extremar precauciones.

Ziempidour pareció tener en cuenta mis recomendaciones, ya que ordenó que los cazas ligeros, es decir las hormigas de ala, hicieran vuelo de reconocimiento hacia la zonas costeras. Y así empezó la batalla. El servicio de espionaje chino, compuesto por zánganos revoloteadores, había informado de nuestra llegada, por lo que nos estaban esperando. El cielo se cubrió de una gran nube negra. -¡Escuadrones de la muerte!- exclamó Ziempidour. Eran miles de ellos y se aproximaban rápidamente. Su número era desde luego mayor que el nuestro, pero de pronto, un mosquito, llamado Trompetero, tocó la corneta y todos los escuadrones de Java se dispusieron al ataque.

Pude observar, que desde tierra, baterías antiaéreas disparaban con sus canutillos afiladas pipas, que eran capaces de atravesar la más gruesa coraza insectívora. Fueron muchas las hormigas que cayeron a un mar embravecido y no pocas la libélulas, aunque cabe decir que en su intento de ataque, devoraron muchas Kamikazes chinas, en una muestra de valor y entrega por su patria. Pero debido a la fuerte resistencia costera, la victoria parecía inclinarse por el lado Chino. Ziempidour, parecía preocupada, esquivaba ágilmente cada una de las pipas asesinas, mientras devoraba con sus garras al enemigo alado. Su maestría en el vuelo, me dejó estupefacto. Yo a su vez, lanzaba piedras y con la catana del Sr. Miyagi, herí de muerte a más de una. Uno de las hormigas, se enganchó en la cola de Ziempidour, intentando capturarme con sus mandíbulas, a la vez que perdíamos altura. Ziempidour trataba de expulsarla con sus patas traseras, mientras yo intentaba asustarla con la catana. De pronto recordé una llave maestra de Bruce Lee y me lancé sobre ella en una patada del Dragón. Creo que no la llegué a matar, pero bueno, cayó al mar inconsciente, al tiempo que la capitán libélula remontaba el vuelo y disponíamos un nuevo ataque.

Al nuestro alrededor, la lucha era encarnizada, el aleteo constante, mientras cientos de hormigas caían en barrena, luchando cuerpo a cuerpo. Libélulas intentaban bombardear las baterías de costa, donde hormigas de tierra aguardaban sonrientes con sus cascos verdes.

Tengo que decir que todo parecía perdido, la superioridad china era total, pero algo cambiaría el rumbo de la historia. Abajo, surcando veloz, como el vuelo del halcón de Eleonor, un barco pirata desafiaba las olas. Era el barco de Playmobil, ¡no podía creerlo!, estaba gobernado por Juancar que me saludaba desde proa. Más tarde me enteraría que tras ser rescatado por crueles mercenarios que trataban de cobrar por su rescate, se desencadenó un motín a bordo que terminó de la forma más inusitada, ¡llevando a Juancar a ser capitán de un barco pirata!. Y allí estaba, con un parche negro en el ojo derecho, camisa a rayas y pata de palo. Dispuesto a echarme una mano, como me había prometido. Y con cien cañones por banda viento en popa a toda vela, empezó el bombardeo de la costa China, aniquilando todos los cañones de costa, lanzadores de pipas.

Valientes piratas se enzarzaron en una lucha atroz contra hormigas mandarinas que llovían del cielo. Hormigas javeteñas tomaron nuevas posiciones, para atacar después por oleadas. Las libélulas lograron sobrevolar tierra China y aniquilar la resistencia terrestre. La guerra había dado un giro de 180º, -¡Gracias Juancar!-, exclamé desde el cielo.

Tras un par de horas de asedio, los chinos se retiraron, su ejército fue diezmado hasta tal punto, que una crisis interna terminaría por destronar a su reina y a su despotismo. Java, no solo había ganado la batalla, sino la guerra. Ambos, Juancar y yo, seríamos condecorados por la medalla al mérito javeteño. Ziempidour ascendería a Comandante y Java sería un país paradisíaco durante mucho tiempo, el suficiente como para que sus habitantes olvidasen el significado de la palabra guerra. Pero todavía quedaba un asunto pendiente y Ziempidour no lo había olvidado, por lo que montado sobre sus lomos anillados y escoltados por varias hormigas, nos dirigimos en vuelo rasante hacía Honk Kong.

Cuando divisé los rascacielos, recordé el cielo de Pekín, en un vuelo sobre miles de bicicletas, hacía ya algún tiempo. Ella volaba conmigo y yo echaba de menos su presencia. Recordaba aquellos paseos sobre la Gran Muralla, aquellos cafés en el Everest, las nubes blancas en forma de camas de algodón y su mirada perdida entre las hojas que el viento agitaba en las selvas monzónicas. Todo aquella aventura había sido en su búsqueda, y ahora, estaba a punto de rescatarla.

Un silbido recorrió las calles de Honk Kong, era Ziempidour, con su mirada amenazante, sorteando las cabezas de los viandantes, amenazando con morder a quien en nuestro camino se cruzase. Yo agitaba al viento mi catana, mientras una lagartija, anclada a un muro de cristal, nos observaba estupefacta, sin llegar a creer lo que estaba viendo. Ziempidour seguía un rumbo fijo, parecía saber hacía donde se dirigía y yo no tardaría mucho en darme cuenta hacía donde me llevaba. Era el cementerio de la ciudad, rodeado de cipreses, como todo buen cementerio. Descendimos hasta que nos encontramos ocultos entre los tallos de un bosque de césped, que fue creciendo en altura hasta convertirse en un auténtico bosque de bonsáis. La capitán me advirtió de corríamos el riesgo de perdernos en aquel bosque, pero que gracias a un sexto sentido insectívoro encontraríamos la caja de cerillas. ¡Y así fue!, allí estaba, amarilla, de marca Titanic, -¡vaya nombre para un centro de inteligencia!-, pensé, parecía estar condenado a naufragar. De su interior salió un pelotón de Royal Marines, armados hasta los dientes, pero como sucedió en Roncesvalles, los aplastamos a pedradas.

Por momentos hubo un tiroteo incesante, entre las troneras de la caja y el lanzamiento de piedras de las libélulas. Aproveché la confusión para descender a tierra y acceder por una de las puertas al interior. Corrí tan rápido como me permitían mis piernas, con la catana empuñada al más puro estilo samuray. Algunos agentes del MI6 intentaron abalanzarse sobre mi, pero gracias a las artes de tal Marcial, enseñadas por mi gran amigo Bruce, conseguí deshacerme de ellos.

Las habitaciones del interior, estaban repletas de ordenadores y máquinas de alta tecnología, puertas que se abrían automáticamente y todo tipo de luces. De pronto, escuché el ruido de un motor, provenía de una especie de hangar y me desplacé hacía allí a toda velocidad. Cuando llegué pude observar como un BMW Z3, conducido por James Bond, salía haciendo ruedas por una compuerta que acababa de abrirse. A su lado, estaba ella, maniatada, observándome con sus ojos brillantes, mientras su pelo se agitaba acariciando los asientos deportivos del BMW. Corrí tras ellos, aprovechando el rebufo, utilicé mi poder de volar, pero ni aun así logré darles alcance. Aquel coche era demasiado veloz y se alejaba rápidamente por las calles de Honk Kong. Temí no volver a verla, que aquella mirada triste fuese la ultima que podría contemplar, pero de pronto, salido de la nada, apareció Ziempidour, con su gran alboroto de aleteo constante. Emitió un silbido y salté sobre su lomo. Volábamos a velocidades espasmagóricas, tras las huellas del terrible 007.

Aquella persecución fue tan intensa, que Hollywood rodaría dos años después una película basada en aquel suceso. El Z3, esquivaba los coches con un sistema de radar inteligente (SRI), por lo cual no podía ser aplastado por ellos. A mi me alegro saberlo, pues temí por la vida de la niña de los ojos verdes.

Ziempidour zigzagueaba entre los vehículos, y cuando estábamos justamente encima de ellos, y yo estaba dispuesto a lanzarme sobre él. Bond apretó un botón del cuadro de mandos y del maletero apareció un misil Tomahawk que se inició al instante, por lo que en vez de caer sobre el vehículo, aterricé de lleno sobre el misil, que me condujo a la mismísima estratosfera.

Desde lo alto pude ver China al completo, con la forma espiral de los ciclones, los cirros y los estratos. Incluso una línea continua, que recorría palmo a palmo la tierra, que era en realidad la Gran Muralla. Me estaba quedando sin oxigeno y tenía frío. Posiblemente no lo hubiera tenido si ella estuviese entre mis brazos, pero ahora estaba totalmente congelado. Sin embargo una de mis neuronas, debió salvarse del gélido clima de aquellas alturas. Y pensó en aprovechar la fuerza de la gravedad, para caer justamente encima del Sr. Bond. Así pues, desde aquellas altitudes, descendí cuan Halcón Peregrino, en un salto del ángel que duró unos cuantos minutos. La velocidad era impresionante, tanta que de haber abierto la boca me hubiera hinchado como un globo aerostático. Mi piel estaba tersa, por la fuerza del viento, mientras hacía un esfuerzo infrahumano por abrir los ojos y localizar, en aquella diminuta ciudad, aquel Z3 en el que el guaperas de James raptaba a mi compañera de vuelos.

Pocos minutos después los pude ver. Ziempidour seguía persiguiéndolos, aunque Bond seguía llevando la delantera, aproximándose al barrio marginal. Calculé el grado de inclinación, mediante la raíz cúbica de tres y la integral de su resultado multiplicado por 5 y dividido por 8, más los años que nos llevamos, que son 7,75, menos 19 que es la fecha de nuestros cumpleaños. Y así calculé la trayectoria para aterrizar encima del coche. Pero inútil de mi, nunca se me dieron bien las matemáticas y mucho menos la física, y así me fue, fui a caer por la pequeña hendidura central de una alcantarilla, sobre la que segundos después pasó el Z3 como una exhalación, seguido de Ziempidour, que como buen amiga no desistía en alcanzarlos.

Recuerdo como si el día se hiciese noche. La galería del alcantarillado olía fatal, y tuve suerte que no caí sobre cemento armado, sino sobre un plato de espinacas, de marca Popeye, que justamente estaba siendo degustado por mi buen amigo Bruce Lee. -¡Bruce, soy yo!- chillé angustiado, -¡no me comas, estoy aquí!-. Sorprendentemente escuchó mis gritos, y al mismo tiempo que sujetaba el plato con sus dos manos, llevó sus ojos hacia el centro del mismo, quedándose totalmente bizco. Aunque debió quedarse más sorprendido que otra cosa, pues nadie espera que aparezca un liliputiense con catana nadando en un plato de espinacas.

Sin más contemplaciones, expliqué rápidamente la situación a Bruce. Quien de inmediato se reincorporó y se dispuso a dar caza al vehículo en cuestión. Yo le seguí encaramado a la doblez de una de sus orejas, pues era más veloz que yo volando, debido fundamentalmente a su tamaño. Y entre carrera y carrera, llegamos casi sin darnos cuenta al puerto deportivo, donde pudimos ver que el Z3 se había convertido de una fueraborda que saltaba de ola en ola. Bruce, gran nadador, se lanzó al agua y empezó a nadar como un pez. Yo tuve que desencaramarme de su oreja, pues de lo contrario me habría ahogado. Por lo que decidí ir volando.

Jamás hubiéramos cogido al esquivo de Bond, de no se por la inestimable colaboración de Juancar. Una vez más me demostraría que la amistad va mucho más allá de unas simples palabras. Juancar siempre estaba ahí cuando le necesitaba. Su barco apareció entre la bruma marina, ondeando su bandera pirata. Al tiempo que uno de los cañones lanzaba un proyectil a modo de saludo. -¡Hey Juancar, eres cojonudo, como los espárragos que tú mismo nombraste!-.

El caso es que Bond no debió ver el barco saliendo entre la niebla y se estampó contra él. Gracias al airbag, no sucedió nada, pero el Z3 convertido en lancha, quedó convertido en chatarra.

Entre la tripulación pirata que capitaneaba Juancar, se encontraba el bueno de Dashim, que me guiñó un ojo mientras se contorsionaba y lanzó una bocanada de fuego, intentando quemar al señor Bond. Mientras éste intentaba defenderse con su hipermegaturbo reloj, lanzador de rayos láser.

La lucha entre los piratas y James, fue sangrienta. La tecnología ultramoderna del MI6, era aplastante en comparación con los métodos obsoletos de los corsarios. Pero aun así el gran número de estos, les permitía una férrea resistencia. Tanta atención pusieron en tan belicosas acciones, que la niña de los ojos verdes cayó al agua sin que nadie lo advirtiese, y maniatada se fue hundiendo poco a poco. A su vez, Ziempidour llegó a la zona, abalanzándose sobre Bond y arrancándole el peluquín postizo. En ese mismo instante llegué yo y buceé con el ánimo de encontrarla, pero no era fácil, las aguas turbias por la batalla, no me permitían ver nada. Quedaba poco tiempo, se ahogaría si no le daba alcance.

Al mismo tiempo, Bruce se unió a la guerra, y con la cata del mono, logró mandar a Bond y al Z3 a Singapur, que fue a caer sobre el cochecito de una montaña rusa y posteriormente fue detenido por la policía, por haber subido a la atracción sin tener la estatura mínima. Pasaría 20 años en prisión por tan mala conducta. Pero ahora lo que me importaba era recuperarla de las profundidades del mar.

Gracias de nuevo a Bruce, que para mantenerse a flote agitó el agua con sus piernas, la misma corriente impulsó a la niña de la mirada perdida hacia la superficie, encontrándola yo mismo, a unos dos metros de profundidad. Donde rápidamente la desaté y besé con efusividad. Ambos nos dimos cuenta de que no necesitábamos oxigeno cuando nos besábamos, por lo que decidimos seguir allí abajo durante algún tiempo para recuperar el tiempo perdido. Aunque tuvimos que salir a flote, para dar las gracias a todos nuestros amigos, que habían colaborado inestimablemente en aquella gran cruzada.

Pero después de disfrutar un gran banquete todos juntos, decidimos viajar, ella y yo solos, a la isla de Java, donde pasamos largo tiempo en un hormiguero, de paredes de madera, tapizado de laurel y cuadros de pétalos de flores. Con vistas al mar y todas las comodidades, aire acondicionado, cama de agua, graduador de intensidad de la luz, vistas al mar, etc. Ya no nos importaba ser pequeños, las cosas se veían desde otro punto de vista, era un mundo nuevo y lleno de oportunidades, seres grandiosos dignos de conocer y miles de hormigas amigas que nos brindaron la más calurosa bienvenida. Ant, entre ellos, nos invitó en más de una ocasión a comer a su casa, y nosotros aceptamos de muy buen agrado. Eran días felices, sobre todo estando junto a ella, pero como todo, llegó un día en el que el MI6 nos jugaría otra mala pasada, pero esa es otra historia que debe ser contada en su justo momento.
Todavia no he terminado de leermelo todo, cuando temine te daré mi comentario, pero ha habido una parte que me parece que estás confundido.

Era un vuelo regular, de clase turista, en el que sobrevolé el humo del Vesubio, la fría brisa de los Cárpatos, la sequedad de una Turquía en ruinas y los tiros de un Irak en guerra. Por cierto, que no se me olvide, tuve la suerte de encontrarme con los soldados españoles que regresaban a nuestra tierra. Gritaban: -¡ZP, ZP, ZP,....!-, que contentos parecían. Venían en un avión de hélices, tuve que esquivarlo, ¡si es que está tan mal el trafico aéreo!.


A mi me parece muy bien que estes en contra de la guerra y a favor de Zapatero, yo no, pero no creo que los soldados españoles que regresaron de Irak vengan gritando "'¡ZP!", yo he escuchado en la radio a soldados españoles que llamaron para dar su opinión de los hechos, y les parecía muy mal venir en este preciso momento, cuando fueron tuvieron sus dudas, pero que venir en este preciso momento es ilógioco, que el país estaba destrozado y es cuando más falta hacía.
Otro cosa má que supongo que no sabrás es que la más de la mitad de los soldados españoles que había en Irak fueron voluntariamente.
No pretendo criticar tus ideas, pero no me parece bien que hayas puesto eso sin estar del todo informado, si lo estas, dime donde has sacado esa información que yo no he encontrado.
La verdad es que el sentido no es político. Siento mucho que lo hayas interpretado así, quizá sea culpa mia por no haberlo dejado más claro. En fin, sea como sea, lo que quería expresar es "la infinita alegría que uno tiene al volver a casa después de mucho tiempo en el extranjero". Puede, no lo sé, que tú no hayas estado nunca en una misión internacional; yo por suerte o por desgracia si, y te aseguro que cuando regresas, no hay nadie que no se alegre por volver, y que, sea de izquierdas o de derechas, no alabe de una forma indirecta, a quien de su mano le ha traido.
Cuando aquel avión me dejó en Zaragoza, te aseguro que todos estabamos contentísimos, nadie, abosolutamente nadie, echaba de menos aquel lejano país.

Un saludo y gracias por leerlo.

P.D: si sigues leyendo, te darás cuenta de que el contenido no es para nada político, solamente es una historia subrealista de aventuras dedicada a mi novia.
Alvfer, ¡qué decir! Una gran historia, llena de imaginación. Me ha gustado mucho tu forma de describirlo todo con un aire despreocupado, mirando el mundo desde las alturas, siendo un diminuto ser inexistente para el resto.

Un detalle que me ha encantado, ha sido la forma de describir a la chica. Ella es como la niña que nunca habla, que para el lector es casi desconocida, sin ninguna importancia... Sin embargo, tú recorres medio mundo, te entrenas, te esfuerzas... por ella. Siendo incluso, una acción inexplicable para el lector, pero... ¿no es acaso eso el amor?

Driebes, procura no tomarte las cosas tan a pecho. Quizá sea porque conozco a Alvfer, pero cuando lo leí no me dio sensación de sentido político... Al fin y al cabo, es un pequeño detalle de una larga historia (y gran búsqueda). El texto creo que tiene muchísimos detalles más a destacar [oki]

Saludos! [bye]
Ya me dí cuenta que en lineas generales no era político, que si lo fuera me gustaría aún más porque me encanta hablar de política, pero en numerosas ocasiones en pequeñas partes de un texto es de donde sacas las ideas políticas, por lo que veo esa no era tu intención asi que siento si algo de lo que he dicho te ha molestado.
Nylsa no quiero que tomes una mala imagen de mí, no me lo he tomado a pecho, no quiero que penseís que tengo unas ideas cerradas y por eso me lo he tomado así, al contrario, lo que pasa que como vi eso y pensé que iba con esa intención le intente rebatir, para quizás, tener en este hilo un pequeño debate político de los que se suele aprender mucho.
Pero ya me he dado cuenta, así que intentare prestar más atención la próxima vez.
Driebes escribió:Nylsa no quiero que tomes una mala imagen de mí, no me lo he tomado a pecho, no quiero que penseís que tengo unas ideas cerradas y por eso me lo he tomado así, al contrario, lo que pasa que como vi eso y pensé que iba con esa intención le intente rebatir, para quizás, tener en este hilo un pequeño debate político de los que se suele aprender mucho.
Pero ya me he dado cuenta, así que intentare prestar más atención la próxima vez.


No te preocupes, hombre! No me gusta tener prejuicios con la gente. Simplemente, era un consejo a la hora de leer relatos con ese tipo de acotaciones. Perdona si te he hecho sentir mal... No era mi intención ;)

Dicen que rectificar es de sabios.

Saludos [bye]
Llevo más de dos años en EOL y nunca había prestado mucha atención a este foro, pero me gusta bastante el ambiente que hay por aquí, así que si todo sigue bien, me vereís mucho por aqui.
6 respuestas