Recuerdo aquel día tan soleado, en monociclo volador. Miraba las amigas retozar con sus manos sobre las cristalinas aguas heladas del mar Adriático. Mi corazón roto palpitaba a 80 ppm. Me acerqué a sus orejas y le dije susurrando:
- Socia, ¿quieres monociclo volador?
A continuación me bajé y grité:
- ¡CÓMPRATELO!
¡Cojones la tía!
Era muy cani, aunque cosía calzados con la boca llena de gallinas muertas, con polea inversa de adamantio fundido en Alaska. De repente explotó. Todavía rezumaba algo de felicidad residual tras varios pisotones en sus partes. Incapaz de alcanzar a comprender anos sin depilar, murió