Hace unos años, paseando por un pueblecito costero, al norte de Irlanda, me contaron los ancianos del lugar, una historia que me hizo estremecer, al pasear por un precipicio impresionante con uno de ellos:
“ Estaban dónde siempre habían soñado. Ella por el olor a salitre y el suspirar acompasado de las olas. Él, simplemente por ella.
Gael todavía no era capaz de creérselo, estaba a escasos centímetros de unos ojos que siempre pintaba en sus cuadros, del perfume con el que impregnaba todos sus relatos, el mismo que ansiaba pegado a su piel, sólo un pensamiento era capaz de interrumpir tanta paz.
- Qué debo decir ahora?... Se tu mismo. Oh, si, claro... Acaso podría ponerme una máscara de hierro y fingir no ser yo? Me conoce demasiado bien, se daría cuenta de que algo pasa, o simplemente que me he vuelto loco.” Esta sucesión de pensamientos transcurrió por su mente en milésimas de segundo.
De repente, unas palabras surgieron de los labios de Caillech, en una pausa de la respiración agitada de las olas.
- Es bonito, verdad. – Susurro posando sus brillantes ojos en alguna parte.
- Sí, lo es. – Dijo en un suspiro Gael, sus labios adoptaron una pose que señalaba las ganas de decir algo más.
Estaban en unas rocas, al final de un abrupto acantilado; alejados del resto de la humanidad, de teléfonos móviles, de atentados, ordenadores, simplemente de todo. Ellos dos, acompañados de la tenue luz de la Luna. La música de fondo, era realmente la banda sonora de la vida de Gael, el ahora suspirar relajado del Mar.
- Estoy triste, demasiado – Añadió finalmente Gael. Su pelo revuelto, enmarañado y rizado por la salitre, ocultaba el tono gris de sus tristes ojos azules. La miró a los ojos...
- Nunca te has sentido como si no fueses tú? – Espetó finalmente.
- Se de que hablas – Dijo Caillech levantándose bruscamente.
- Dónde vas? – Dijo Gael con sorpresa.
- Necesito estar sola, sin ti. Se lo que sientes por mi, así como lo que pretendes ésta noche... sólo que yo no puedo corresponderte... no, no puedo...
Y se fue, mientras Gael la observaba paralizado.
Dos lágrimas compitieron entonces por sus mejillas. Se levanto despacio, sintiendo un agudo dolor en cada uno de sus músculos. Hora de despedirse.
Al borde del precipicio, en dónde le había regalado un día un anillo de plata a ella, susurrando su nombre añadió: “La roca que ha cambiado tus sentimientos, me robará ahora la vida, tiñéndose del color que tanto te gustaba, pero jamás borrará mi amor por ti.”
“Te quiero” – Dijo saltando con los brazos en cruz...
De Caillech jamás se supo, el anciano comentó que esperaba a Gael en la Roca, cuándo el saltó, en la misma roca que forjó su amor inmortal....