Cuando la noche cae con su manto negro sobre las colinas y la brisa fria se adueña de los caminos, desangelados y vacios, es cuando surgen los fantasmas que me acosan como jinetes que galopan sobre el tabernaculo que guarda un amor no olvidado.
Es en ese tiempo, en el que los duendes del sueño juguetean en derredor sin apoderarse por completo de nuestro pensamiento inquieto, que a la consciencia nos mantiene sujetos, cuando tengo reposo y tiempo de pensar en ello.
Y los parpados cerrados, buscando desesperadamente el escape del sueño, no se cierran a las escenas que golpean mi memoria. Y la veo en cada momento, en cada instante que el destino quiso regalarme junto a su belleza inalcanzable.
Y así, atormentado, no por demonios negros, si no por un angel en el recuerdo prisionero, desnudo en el alma mas que en el cuerpo, es como me duermo. Las horas, a veces eternas, que en la soledad despierto son solo la advertencia de que el descanso no es cierto. Pues reposo y a la mañana despierto, y por Dios que me falta el aliento.