Siempre había sentido cierto respeto hacia las cosas que no conocía, pero Rich havia sentido en más de una ocasión la curiosidad por "trastear" con alguno de los temas paranormales que le llamaban la atención. Nunca llegó ha hacerlo, y en más de una ocasión se auto convencía de que en la vida hay cosas que es mejor no saber. De niño, en las escaleras de una vieja casa en ruinas, el y Calí habían tanteado la posibilidad de "jugar" a la guija, pero las risas y la necesidad que cada uno sentía por tomarse el tema como cómico había acabado por convertir sus sesiones de espiritismo en cuenta cuentos y risotadas. Siempre acababan esquivando a la tabla, y la verdadera razón por la que se habían reunido.
Después, cuando acababan las risas, el camino a casa de madrugada se convertía en el momento del día en el que se daba cuenta de que era mejor así.
En algún momento de su vida había presenciado situaciones aparentemente paranormales, pero buscar una solución lógica o enterrarlas en lo más hondo de su memoria había sido siempre su reacción. Solo una vez, creyó morir de un ataque de corazón. Con nueve o diez años siempre dormía mirando a la puerta de su habitación y en profunda oscuridad, si había luz, habían sombras, y las sombras le habían dado más de un susto en su vida, así que la persiana siempre estaba bajada. Lo demás era por la sensación de que alguien acariciaba su espalda, dormir contra la pared le hacia sentir que una débil mano se posaba en su hombro y después rozaba sus orejas.
Aquella noche dormía plácidamente, inmerso en algún sueño que no pudo recordar después. Algo le despertó, y por un momento se sintió flotando en la oscuridad absoluta. Cuando notó como el colchón de su cama se hundía levemente se tapó la cara estirando de las sabanas, los muelles empezaron a chirriar y su corazón latió a trompicones hasta parecer salirse de su pecho. Los dientes le crujían mientras lo apretaba con fuerza, pero estos castañeaban sin su permiso.
Algo se había sentado en su cama.
Alguien se había sentado en su cama.