La última vez que te vi, corrías. Yo te observaba desde lejos o desde no muy cerca y parecías felíz, como un niño, ése que un día fuíste, que un día fuímos, ¿recuerdas? También te gustaba correr, la sensación de no tener a nadie por delante, que te miraran desde lejos... Recuerdo cómo dejabas a los demás pequeños atrás con facilidad. Recuerdo tantas cosas de aquellos tiempos en los que nuestra visión del mundo no sobrepasaba el metro treinta y la felicidad se resumía a un paquete de gusanitos en el parque... Y las carreras a los columpios, "¡el último que llegue es una cara huevo!", y tú siempre llegabas primero y yo detrás de ti. Nos columpiábamos y nos sentíamos como pájaros, libres, queríamos alcanzar la luna y vivir allí, tú y yo juntos, con toneladas de golosinas para pasar el tiempo. Tiraríamos aviones de papel desde tan alto y escribiríamos nuestros sueños dentro para llenar el mundo con ellos y de ellos.
Pero desde que crecimos dejamos de correr a la vez, yo dejé de correr a tu lado y tú al mío, y es que sí, al final la velocidad lo acabas aplicando a todo.
Desde que crecimos olvidamos tantas sensaciones... volar como pájaros en los columpios y querer alcanzar la luna, que ahora sólo es la realidad de algunos privilegiados que se hacen llamar astronautas. Mira donde pisas, es la Tierra la que besa nuestros pasos.
Los aviones de papel se los ha llevado el viento con un mensaje escrito: "¡te quiero!". ¿Tú a mí? Cuando éramos pequeños no existía el amor, nunca habría sido un sueño.
No, ya no corremos a la vez, tú me vas dejando atrás y vas marcando los segundos y minutos de ventaja del amor, que siempre gana.