XII
La superficie azulada de la brisa de la noche besaba con ternura su piel. Ella estaba sentada sobre una roca plana, con las ropas recién lavadas oliendo a jabón. La luz ámbar de la luna se untaba sobre la blancura de su cuerpo. Después del baño olía como una niña, de forma inocente y cándida. Kaont la observaba desde la ventana. En los tres últimos días Arahe miraba mucho el cielo, sobre todo por la noche. Parecía que buscaba algo. ¿Sía?, no, no era su hogar. Se la notaba a gusto allí. En un principio Kaont temió que la chica desentonara respecto a todos los soldados. En realidad le confería el toque tierno entre tantas armas y tantos planes. Arahe se paseaba pensativa entre las tiendas del campamento recogiendo flores, hablando con los pequeños animalitos. La cosa fue de forma tan sutil que los soldados acabaron por relacionarla con un paisaje natural y continuo y se olvidaban de su presencia. Pero cuando se daban cuenta el cambio psicológico en ellos era grandioso. Kaont estaba realmente asombrado. Aquellos rudos hombres, algunos antiguos excombatientes de la última guerra contra los ádahas, se ablandaban cuando notaban su presencia. Dejaban de hablar mal, de decir tacos e intentaban en vano que no se notara que el cambio era por ella. Pero ella lo notaba y le hacía gracia.
Kaont sabía que lo que buscaba entre las estrellas era a Ahn y a Yoé. ¿Dónde estarían?. Sabía que habían conseguido escapar. Ahn se lo dijo cuando montó en la nave. Ahora la distancia les impedía estar en contacto mental y desconocía cual había sido su suerte. Como si Kaont adivinara los pensamientos de ella se acercó por detrás y le dijo:
-En cuanto esté todo listo iremos a buscarles
Ella callaba. Kaont se acercó y se sentó a su lado. La miró. Ella seguía contemplando las estrellas. Su blanca piel ahora parecía cobre bajo la luz anaranjada de la luna. Como si lo esperara, como si Arahe diera muestras de su intento por salir a buscarles de inmediato aunque fuera sola Kaont añadió: “Daev irá solo con mis hombres y los suyos a los mundos más allá de los anillos exteriores. Nosotros partiremos mañana en su busca”
Eso la tranquilizó, al menos en parte. Conocía la diferencia temporal que separaba el mundo al que iba Daev. Iba a necesitar mucho tiempo para llegar allí, con todos aquellos hombres, recopilar datos tecnológicos y armamentísticos y volver a tiempo para iniciar la guerra. Lo que la preocupaba era que la guerra hubiera comenzado ya para cuando él regresara. Kaont le pasó el brazo por el hombro y la trajo hacia sí. Ella se apoyó en su hombro y movida por algún sentimiento de melancolía empezó a llorar. Sin palabras, sin motivos. Kaont se quedó allí, notando el calor de las lágrimas de ella traspasar la tela y mojar su piel.
Pasada casi una hora desde que ella se quedara dormida él la llevó en brazos y la tumbó en su cama. Extrajo el revólver de su funda y lo dejó sobre la mesa. Salió al exterior para pasear. Era noche cerrada, todos los soldados dormían excepto los centinelas que, seguramente, tendrían puesto el sistema de detección automático de calor y estarían tomando café rojo.
Bajó la colina encerrado en sus propios pensamientos. Recordaba a su padre. El padre de Kaont era Lux Abd-Al assiv, el Pensador. Cuando la Federación todavía mantenía el control sobre todos los sistemas su padre fue llamado por los ministros principales y por la presidenta que por entonces ocupaba el cargo. Se había decidido crear un niño, un militar que fuera lo mejor en todo para ganarle la guerra al Enemigo. Su padre por aquel entonces fue nombrado Jefe del cuerpo de Inteligencia. Fue entonces cuando se creó como organismo independiente. El propósito de crear aquel grupo no era solamente invadir de espías cada rincón del universo, era también un seguro de vida. El padre de Kaont era el autor de “Aires Religiosos” un libro que daba a entender la importancia de poner trabas a una religión tan poderosa como los ádahas. En uno de los capítulos se daba a entender la guerra entre los ádahas y los humanos como una realidad factible a corto plazo. Obviamente el libro fue oficialmente censurado y causó un gran revuelo en la parte ádahas del Consejo Federativo. Pero la Presidenta sostenía esa realidad como una posibilidad demasiado real. Las crispaciones estaban empezando a aumentar y el asunto de cómo llevar la creación de Henry les dividía aún más. Tenían demasiado poder y quizás, demasiadas razones para usarlo. Así que se le encargó a Lux formar una facción de humanos que se moviera por libre, que no estuviera supeditado al Gobierno de la Federación en ningún aspecto y, sobre todo, en ningún archivo. No debía haber ningún informe público sobre su existencia. Se dotó al Cuerpo de Inteligencia de una suma de dinero increíblemente grande, un único pago. A partir de ahí tenían que realizar un autogobierno.
Lux decidió esconder aquel grupo. Se paseó por todos los sistemas, mirando en todos los planetas. Al final encontró uno, una pequeña colonia minera llamada Sía. Allí fue a mirar si podían establecerse al margen de los mineros que extraían los metales para el comercio. Buscó más allá de las zonas habitadas hasta que encontró una formación montañosa cerca del mar. Allí establecieron el puesto de mando central. Allí filtrarían la información. El primer lugar que vieron fue un enorme desfiladero por el que corría el río más grande de Sía. Lux iba solo, en compañía de s mujer y de una docena de hombres repartidos en varias naves rastreadoras. El resto esperaban en órbita. La nave de Lux sufrió un accidente y se estrelló en mitad del desfiladero cobrándose la vida de la mujer que amaba. Afortunadamente su único hijo, aún muy pequeño, esperaba en la nave principal allá fuera del planeta. Los hombres buscaron en aquel desfiladero un lugar apropiado, pero no lo encontraron y un importante hábitat de animales correría peligro. Así que subieron con sus naves a la parte superior del desfiladero e hicieron un camino en la pared sur que ascendía en zig-zag hasta arriba. Desde allí trazaron un sendero hasta las montañas en cuyo vientre, en una profunda excavación en la roca construyeron el puesto de mando. A partir de allí los hilos se movieron de forma vertiginosa. Lux murió y Kaont fue nombrado desde el seno de la Federación como su joven sucesor. Allí se quedaron hasta que estalló la guerra, pero el apoyo que le dieron a la Federación fue tardío y escaso. ¡Estaban atrapados en mitad de los tres frentes de la guerra! Por un lado los humanos que decían seguir a Prometeo, por otro los ádahas y por otro la Federación que seguía insistiendo en que no revelaran su existencia.
La razón de emancipar un grupo de humanos del seno de la Federación a los ojos de los ádahas era crear una salida de emergencia. Mantener aquello en secreto tenía la razón principal del espionaje. Pero si estallaba la guerra, como acabó ocurriendo, y ganaban los ádahas, como acabó ocurriendo, el derecho legítimo del gobierno de los humanos recaería en manos de Lux y una vez muerto éste, en Kaont. Así que él era el Presidente de la Federación por derecho propio, como salida de emergencia. Esta idea iba en contra de todas las cláusulas federativas del gobierno compartido. Pero era una medida de seguridad, destruido el Consejo el poder pasaría a manos del Cuerpo de Inteligencia que tenía el deber de restaurar los valores federativos.
Así que allí se encontraba, aparentemente ayudando desinteresadamente a Daev y por otro con la obligación de restablecer el gobierno de la Federación, el gobierno que según los informes más secretos le pertenecía por derecho propio. Con estos pensamientos se destempló y volvió adentro para tumbarse al lado de Arahe que dormía plácidamente.
El Hermano Superior había instalado su dormitorio en el salón más grande del palacio que construyeron para Prometeo. El fuego estaba encendido y la luz de las llamas lamía la suave y luminosa superficie de los sillones y las alfombras de siropiel. El Hermano Superior estaba sentado al borde de la cama con las ropas de la orden todavía puestas. Acababa de tener otra discusión con Jihe. Se estaba volviendo peligroso, su cerebro, tan avanzado como una vez lo fuera el de Henry estaba envenado por la ambición y el poder que una vez necesitara inculcarle.
Entre sus manos tenía un ejemplar del Libro de Prometeo, el libro sagrado de la religión de Sía. Aquellas personas, aquellos habitantes de Sía creían en Prometeo como un dios. Le veneraban, le construían templos, le adoraban. Además hablaba de un Mesías, aquél al que no se le oculta nada. Ahora él tenía miedo de Jihe. Ahí estaba, sentado en el borde de la cama, mandando torturar hasta la muerte a una mujer solamente para conseguir información, conseguir la información que le salvaría la vida. Se acordó del desastre de Eneas I y Eneas II, los dos únicos planetas con instalaciones de creación genética de la Federación. En aquellos planetas fue donde crearon a Henry, donde le concibieron y le dieron vida y donde sus datos genéticos fueron utilizados para crear al nuevo Jihe cuando lo conquistaron los ádahas. Recordó como al final de la guerra aquellas bases fueron destruidas. Se acabó, habían perdido todo rastro genético de Henry. No importaba hasta que pasó aquello. La malformación del patrón que seguía la I.D.P. Ahora ellos estaban potencialmente contagiados, y entrar en contacto con un brote les mataría. Ningún ádahas había quedado libre del virus. No morían hasta que se cruzaban con un portador del brote, entonces, en cuestión de días, semanas o meses sus cuerpos se pudrían y morían. La solución, un patrón genético ádahas sin contagiar, pero ¿Dónde?...la baisa de Henry...
La joven ádahas entró en la habitación. El Hermano Superior estaba sentado al borde de la cama, con la cabeza gacha mirando un libro. El fuego estaba a punto de consumirse y el hombre parecía una estatua de bronce. Se acercó a él. Parecía dormido. Los blancos cabellos estaban despeinados, revueltos, descuidados. Las arrugas de su rostro se enganchaban y tiraban de su vida más rápido de lo que era normal. Jadeaba. Las lágrimas corrían sobre sus mejillas sorteando los surcos de su rostro hasta precipitarse al vacío y estrellarse sobre las cubiertas del libro.
-Hermano Superior- Susurró ella- No lloréis.
Se fijó en que se había quitado una de las botas y tenía el pie al aire libre. De un deformado dedo gordo se extendía una mancha negra que empezaba a comer y a pudrir la carne del pie. Había empezado a extenderse con rapidez. No hacía ni dos semanas que el Hermano Superior había entrado en contacto con un brote. Ella se apiadó de él y le besó en la mejilla, sobre una de las lágrimas, un beso que le supo a sal, y a él le supo a despedida.
-No lloréis- Volvió a susurrar...
Él levantó cansadamente una mano y la apoyó sobre el hombro de la chica. El fuego estaba a punto de morir definitivamente y ya casi solo las brasas iluminaban la estancia. Él volvió a llorar con más fuerza ante el dolor del pie. Acercó su cara a la de ella y susurró también:
-No quiero otra guerra- Hizo una pausa para mojarse sus secos labios- Pero no quiero morir...no quiero morir...