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Michael trabajaba de ejecutivo publicitario. Era un hombre exitoso en su profesión, que confiaba en su saber hacer y que creía que el futuro no podía ser otra cosa que una escalera en continuo ascenso. Cuando llega a la entrevista con los investigadores Yiannis Gabriel, David Gray y Harshita Goreakar es una figura tranquila pero abatida, algo deprimida, y con la autoestima más baja de la cuenta. La historia de Michael resulta hoy demasiado común: un profesional de éxito, responsable de la promoción de muchas marcas de prestigio, se convierte de repente en alguien demasiado caro para una empresa dominada por jóvenes que cuentan con un halo de estar a la altura de los tiempos del que él carece. En una campaña en la que se le encargó el reposicionamiento de una marca de cerveza las cosas se torcieron (funcionó tan bien que otra empresa de cerveza, también cliente de la agencia, se molestó y se llevó su cuenta a otra firma) y Michael acabó haciendo cola en la oficina del desempleo.
Dos años después, Michael vuelve a entrevistarse con Gabriel (que da cuenta de este caso en el estudio «Job loss and its aftermath among managers and profesionals: wounded, fragmented and flexible», publicado en el número de febrero de la revista Work, employment and society), quien percibe una transformación radical. Michael está mucho más animado, ha recuperado su energía (“Es un publicista de cabo a rabo”) y está muy enfocado en su negocio de consultoría de marketing. Trabaja mucho, está dispuesto a asumir todo tipo de tareas (remuneradas o no) y se le ve muy activo. Sin embargo, sus ingresos apenan llegan más allá del puro nivel de subsistencia.
Segun Gabriel, la conclusión de la entrevista fue especialmente reveladora:
Entrevistador: ¿Has cambiado de alguna manera?
Michael: No, creo que no he cambiado demasiado. Probablemente tenga una perspectiva más amplia. Antes hacía muy bien lo que sabía hacer pero ya está. No me preocupaba de mirar a mi alrededor y hacer otras cosas o de buscar nuevas opciones mientras que desde que he estado desempleado y desde que he montado mi propia compañía he hecho, ya sabes, diferentes trabajos –cualquier cosa y de todo–. Las penúltimas Navidades, cuando monté la compañía, alguien a quien conocía llevaba una compañía de distribución, distribuían vino a restaurantes y noviembre y diciembre era su momento de más trabajo. Y sabía que esos meses iban a ser bastante tranquilos para mí, así que fui y conduje una furgoneta repartiendo vino durante dos meses.
Entrevistador: OK.
Michael: Un constructor que conozco me telefoneó el otro día y dijo 'Tengo que vender una propiedad y tiene que estar pintada por dentro para el viernes, ¿estás ocupado?' Así que fui y pinté para él.
Entrevistador: Sí, bien. ¿Dónde te ves en los próximos cinco años o así?
Michael: ¡Si lo supiese! No lo sé, depende de lo que ocurra con mi compañía, si algo surge puede que cambie. Puede que haga lo mismo o que haga otra cosa (quiero decir que estoy abierto a proposiciones en este momento) porque intentaré ganarme la vida de cualquier manera que pueda. Por eso he llamado a mi ompañía Broadly Speaking porque, hablando abiertamente, ¡haré cualquier cosa!
Lo peor del ejemplo de Michael es que no resulta un caso aislado ni circunscrito al ámbito anglosajón. Hasta ahora, la destrucción de empleo, que ha acontecido en todas las capas sociales, aunque con más violencia entre los sectores menos cualificados, era vista como un problema que se solucionaba con la formación. Bastaba con pasar una temporada aprendiendo cosas nuevas, reciclándose y adquiriendo nuevas destrezas profesionales, para que todo se solucionase. Esa era la idea central: más conocimiento, más formación, trabajo seguro.
Pero esa no es ya la realidad y menos aún en un instante en que la pérdida de empleos está llegando desde los Expedientes de Regulación de Empleo que grandes empresas han realizado y continúan realizando. El nuevo perfil del parado es el de una persona con más de 40 años, cualificada y con mucha vida laboral por delante. En ese contexto, el ejemplo de Michael es preocupante, porque todo el mundo tiene en mente que los malos tiempos pasarán tarde o temprano, y que por más que las cosas estén retrasándose, llegará el instante en que habrá trabajo para todos. Y así sería, asegura Carlos Fernández, profesor de sociología de la Universidad Autónoma de Madrid, “si el mercado laboral estuviera funcionando con normalidad. Pero sin embargo, los problemas estructurales del mercado de trabajo español, la debilidad de su tejido productivo y la crisis que tenemos encima forman una combinación letal. Me temo que se va a condenar a esas personas a un paro de larga duración y de ahí, a la pobreza”.
Saffron escribió:toca buscar trabajo en otro pais...
jorcoval escribió:Saffron escribió:toca buscar trabajo en otro pais...
Desgraciadamente, en muchos países extranjeros esos perfiles (mayores de 40, incluso muy preparados) también lo tienen muy jodido.
El ejemplo, de hecho, refleja el mundo anglosajón (EEUU, posiblemente).
Probablemente mejor que aquí, pero fuera, no todo es jauja.
fma_50 escribió:la verdad oculta sobre el paro
cuando politicos y periodistas estan llenando programas de television y noticias para hablar del paro y la crisis
y ellos ganando el dinero a fin de mes que si no hubiera crisis a ver de que hablaban?