Jo, hace un montón que no escribo aqui, pero tenía por ahi esta historia y he pensado: "por que no torturo un poco a los Eolianos"
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Es un poco larga, pero no merecía la pena dividirla en varios capitulos, asi que con paciencia. He tratado de organizarlo lo mejor posible, pero lo siento si se hace dificl de leer. Ahi va eso:
La vida en una baraja de cartas
Ahí está, sola, encima de la mesa. Casi siempre enfundada en su estuche. Nada del otro mundo, solo esa cajita de plástico transparente en la que la guardan. Pero hoy se han olvidado de ella y la han dejado ahí, a la intemperie, sintiendo como pocas veces el mundo que la rodea.
Normalmente no nos damos cuenta. Estamos muy ocupados en nuestra vida cotidiana. Vamos de acá para allá, pensando en eso que nos han dicho que hagamos, ese recado que tenemos que dar o esa otra tarea que tenemos que cumplir. Pero ahí sigue, aunque no juguemos con ella ahí está esperando al momento en que la sacan del estuche y cobra vida en nuestras manos. Bueno, eso de que cobra vida es lo que pensamos nosotros, como siempre, mirando el mundo como si nuestro punto de vista y nuestra manera de ver la realidad fuesen los únicos y verdaderos.
En realidad hay mucha vida dentro de una baraja de cartas. Si parásemos un día de todo nuestro ajetreo y dejásemos de mirar el mundo con nuestros ojos para echar un vistazo a la baraja, descubriríamos una nueva forma de vivir la vida muy particular.
Y, es que, en una baraja de cartas no solo hay vida, sino que tiene toda su historia que viene de tiempos inmemoriales. Como normalmente no estamos preparados para dejar nuestro ajetreo diario y mucho menos para intentar encontrar vida en una baraja de cartas, puede ser un buen momento para conocer la historia de la vida en la baraja de cartas.
Fue al principio. En aquel momento mas allá del cual las cartas no recuerdan nada. Cuando, sin saber cómo, se vieron de pronto allí, como cartas de la baraja... Fue en ese momento, no antes, ni después, cuando la baraja se formó. En aquel momento aquello que, fuera lo que fuera, las había puesto allí no lo hizo de cualquier forma. Nuestras cartas se dieron cuenta de que todo dentro de la baraja tenía un orden casi mágico y perfecto y que estaba realizado con una perfección tal que parecía que fuese fruto de una magnifica planificación. Claro, esta idea abrumaba a la mayoría de las cartas. “¿Qué alguien planificó todo esto, el mundo que conocemos? ¿pero quien?” Preguntaba, un día, agobiado el 2 de corazones. “Pues no lo sé pero, ¿no te asombra la maravilla de todo esto, lo perfecto que es todo?”, le respondía el As de corazones. A lo que el Rey de Picas no podía menos que añadir “tienes razón, la belleza de todo esto roza la perfección”.
Y en verdad tenían razón para estar asombrados. Aquel mundo que se les había regalado radiaba perfección por todos sus poros. En aquel mundo todos eran iguales y sin embargo únicos también. No había nadie que sobresaliese por encima de nadie, pero cada uno era único, personal e inimitable. Además habían sido colocados allí de una forma tan perfecta que resultaba fascinante, porque en aquel primer momento de la historia de la baraja, había allí cuatro regiones perfectamente diferenciadas.
Primero estaba la región de las picas. Las cartas que habitaban esta región, aún siendo distintas entre sí guardaban en común un rasgo que las diferenciaba del resto de la baraja. Todas estas cartas, desde el as al rey, eran cartas muy impulsivas, que no se pensaban las cosas dos veces a la hora de hacerlas, simplemente las hacían. Detrás de las picas venía la región de los corazones. Las cartas de esta región eran ante todo románticas, en un sentido más amplio de la palabra. Ponían todo su empeño y su ilusión en aquello en lo que se implicaban. Vamos, se podría decir que hacían todo de corazón. Después de los corazones se entraba en la región de los tréboles. Los tréboles eran cartas más despreocupadas. Jamás se supo de un trébol que pusiese empeño o dedicación en algo. Simplemente hacían el mínimo esfuerzo y confiaban en que “algo”, generalmente la suerte les echase una mano. Al final de la baraja se encontraba la región de los diamantes. Llena de cartas siempre dispuestas a colaborar... en la medida de que esa colaboración les suponga algún beneficio directo, por supuesto. Esta era la manera en que en cada región hacían las cosas. Si bien, es verdad que normalmente las cartas no hacían mucho, simplemente estaban allí esperando no sabían muy bien a qué, pero tenían claro cómo iban a hacer las cosas si es que algún día tenían algo que hacer.
Dentro de cada región, o cada pueblo como preferían decir ellas, las cartas estaban colocadas de manera sublime también. Mirases al pueblo que mirases, el primero al que te encontrabas era el As. No estaba allí por casualidad. Era la carta más atractiva y se encontraba ahí porque tenía que dar buena imagen para cualquiera que entrase en el pueblo. Vale, normalmente no entraba gente en el pueblo, pero las cartas eran muy previsoras y querían estar preparadas por si acaso algún día aparecía un visitante. Además, fueses al pueblo que fueses, te encontrabas con que el As era el único con contacto directo con cartas de otros pueblos. Concretamente con el rey. Bueno, esto no era del todo cierto. Había un as muy particular. El as de picas. Sin duda era el as mas vistoso de los cuatro, pero no tenía a nadie delante. Simplemente estaba ahí, con una vista privilegiada. Siempre con una ventana a un mundo que no conocía ni comprendía pero que le parecía mágico. Pero si se me permite del As de picas habrá que hablar más adelante, pues se trata de una carta clave en la historia de la baraja.
Si empezabas a dar un paseo por uno de los pueblos, después de pasar la bienvenida que nos da el As, ibas ascendiendo de una manera casi mágica a lo largo del pueblo. Te saludaba el 2, después te encontrabas con el 3. El 4 iba a preguntarte por tu familia justo antes de darse cuenta de que no eras quien él creía y echarse hacía atrás ruborizado... Así ibas subiendo por el pueblo hasta que llegabas al 10. Fuese del pueblo que fuese ahí estaba, señorial y majestuoso. Luciendo al viento todas sus figuras, orgulloso, como un militar que luce sus condecoraciones. El 10 hacía las veces de guardián, pues una vez rebasado se ascendía un último escalón, el que llevaba a la corte, donde estaban las tres últimas cartas del pueblo, y a la vez las primeras: la Jota, la Reina y el Rey. Lo de estas cartas rebasaba la majestuosidad. Eran sencillamente grandiosas. Conformaban la corte del pueblo y eran las que tenían que velar por que todo transcurriese con normalidad y que nada se saliese de madre. Como normalmente no pasaba nada, pues entonces no había nada que se saliese de madre. Si rebasabas al rey llegabas a un nuevo pueblo donde te encontrabas con un nuevo As que te daba la bienvenida y el camino volvía a empezar.
Sin embargo, aunque las cartas estaban así, de esta manera tan maravillosa, desde que el mundo era baraja, nuestras amigas no siempre fueron conscientes de ello. Tuvieron que descubrirlo como se descubren estas cosas, por ellas mismas y por casualidad.
Como dije antes, las cartas no tenían nada que hacer. Y aunque estaban preparadas para hacerlo si se presentaba la ocasión, y los de cada pueblo sabían como harían las cosas, pues por eso eran del pueblo que eran y no de ningún otro, normalmente esto no ocurría y se quedaban allí, esperando, sin saber muy bien a qué. Un día (hace tanto tiempo que no se sabe cuándo) a alguien (efectivamente, hace tanto tiempo que tampoco se sabe quién) se le ocurrió comenzar a hablar. Al oírle, las cartas poco a poco se fueron animando, no sin el típico miedo a lo nuevo que suele abundar en estos casos, y comenzaron también a hablar. Con el tiempo descubrieron lo maravilloso de la comunicación. Se dieron cuenta de que, si quería, una carta podía hablar lo suficientemente alto para que toda la baraja la escuchase. Normalmente no lo hacían, sino que se limitaban a compartir vivencias, pensamientos y sentimientos con sus dos compañeras más cercanas: la carta de adelante y la de detrás. También vieron otra cosa bastante curiosa. Había veces que por mucho que gritasen casi nadie en la baraja las oía. Y es que en este mundo, perdón, en esta baraja, cuando una carta hacía una pregunta sólo la escuchaba la carta que se encontraba delante de ella, las demás no oían absolutamente nada, ni un susurro. La carta que oía la pregunta no tenía problemas en contestar, dando su opinión o la respuesta que ella creía correcta. Así, se creo un vínculo muy especial entre las cartas contiguas. Si mirabas a una carta, te encontrabas con que tenía en su compañera de adelante a su mayor confidente y consejera. A ella le contaba todos sus problemas, inquietudes, dudas... y como la compañera era la única que oía absolutamente todo de su vecina de atrás pues no tenía ningún problema en estar ahí para apoyarla y darle su mejor consejo cuando ella lo necesitaba. Pero además, esta carta a la que hemos decidido mirar, también tenía una compañera detrás, que era la que le contaba todos sus problemas, inquietudes y dudas, y esta vez era ella la que le ofrecía respuestas, de muy buen grado además, pues a todas las cartas de la baraja les reconfortaba esa sensación de ser el apoyo de alguien, pero también de tener a alguien en quien apoyarse.
Un día ocurrió algo muy especial en la baraja. Era uno de estos ratos muertos, en los que las cartas no sabían que hacer o decir. Fue en este momento cuando el 5 de tréboles hinchó sus figuras y dijo con voz firme y fuerte algo que toda la baraja pudo escuchar: “¡Soy el 5 de tréboles!”. Esto provocó reacciones varias en la baraja. El 2 de picas comentó: “Pues muy bien. ¿Y?”. El 10 de diamantes dijo “Vaya, uno que se ha encontrado a si mismo” lo que provocó la risa desde el rey hasta el 5. La reina de corazones se preguntó “¿Qué le pasará a ése?”. Pero sin embargo no comprendían la plenitud de las palabras, seguramente porque no las habían oído todas. Pero hubo una carta que detrás suyo escuchó con total claridad: “¡Soy el cinco de tréboles! ¿Quién eres tú?”. En un principio, el 4 de tréboles se sorprendió, pero pronto creyó intuir lo que pretendía su vecino, así que ella también hinchó sus figuras y cuando la baraja todavía comentaba la jugada pudieron oír con claridad: “¡Soy el cuatro de tréboles!”. Esta vez no hubo tantos comentarios. Se formó un silencio. Muchas cartas estaban todavía confusas y no sabían muy bien que pensar, pero antes de que pudiesen pensar algo en concreto escucharon una voz que con fuerza decía “¡Soy el tres de tréboles!”. Esta vez empezaron a oírse murmullos. Las cartas creían empezar a comprender lo que estaba ocurriendo. De vez en cuando esos murmullos se cortaban de golpe. “¡Soy el dos de tréboles!”. Poco a poco se daban cuenta de que en ese momento, sin moverse de su sitio y sin hacer ni un esfuerzo... “¡Soy el As de tréboles!”. Estaban explorando la baraja, aquel maravilloso mundo que les había sido otorgado. “¡Soy el rey de corazones!”. El entusiasmo iba creciendo poco a poco en la baraja. Las cartas que todavía no habían hablado estaban ansiosas por que las oyese toda la baraja. “¡Soy la reina de corazones!”. Pero sabían que tenían que esperar a su turno para que todo aquello tuviese sentido. No se imaginaban muy bien cómo iban a saberlo y tenían dudas por si podrían descubrir cuando les tocaba. “¡Soy la jota de corazones!”. Hasta que en medio de todo ese ajetreo y esos nervios una de ellas escuchaba algo como: “¡Soy el diez de corazones! ¿Quién eres tú?”. Ese era su momento, lo tenía clarísimo, no podía ser de otra manera, ¿cuándo si no? Y tras esos momentos de duda que pasaban rapidísimo pero se le hacían a la carta eternos, finalmente encontraba el aliento para decir con voz firme: “¡Soy el nueve de corazones! ¿Quién eres tú?”. Ya todo iba rodado, las cartas iban recibiendo el turno, mientras las demás seguían escuchando con atención “¡Soy el ocho de corazones!”. Había, entre todas, una carta que estaba viviendo este suceso con especial intensidad. Se trataba del As de picas. “¡Soy el siete de corazones!”. El As de picas, aparte del más apuesto de los ases, se trataba casi con toda seguridad de la carta más introvertida de toda la baraja. “¡Soy el seis de corazones!”. Era la única carta de la baraja sin compañero de adelante, pues a cambio se le había dado una vista directa a un mundo que no comprendía y le impresionaba. “¡Soy el cinco de corazones!”. Las demás cartas no conocían esto. Se imaginaban que todas tenían una compañera delante y una detrás. “¡Soy el cuatro de corazones!”. Sin embargo si a alguna se le hubiese planteado la posibilidad de tener una ventana a un mundo tan extraordinario como el que se veía desde el As de picas, lo hubiesen aceptado sin titubear. “¡Soy el tres de corazones!”. Sin embargo el As de picas, mirando desde esa ventana se había dado cuenta de lo más obvio. Le faltaba un compañero delantero. Alguien a quien ofrecerle sus dudas en busca de consejo. “¡Soy el dos de corazones!”. No había podido nunca hacer una pregunta “¿quién me la va a responder?”, pensaba.”¡Soy el As de corazones!”. Por el contrario, en vez de buscar consejo fuera, se tenía que tragar esas dudas, y las empezaba a dar vueltas en la figura. Pensaba una cosa, al día siguiente otra... “¡Soy el rey de picas!”. Había aprendido a vivir con aquellas dudas y a trabajarlas dentro de sí, intentando encontrar algo que le diese seguridad para pensar algo. “¡Soy la reina de picas!”. Solo podía apoyarse en su compañero de atrás. Le conocía ya mucho, se trataba del 2 de picas. “¡Soy la jota de picas!”. El tener alguien a quien ofrecer su consejo le hacía olvidarse en aquellos momentos de sus preocupaciones y dudas porque se volcaba al cien por cien en ayudar a su compañero. “¡Soy el diez de picas!”. Y eso le reconfortaba. Esta vez estaba ocurriendo algo parecido. Estaba tan emocionado con lo que ocurría que había logrado olvidarse de todas aquellas cosas que bullían en su figura. “¡Soy el nueve de picas!”. Ya ni pensaba en que no tenía a nadie delante. No sabía a dónde llevaría esto, ni qué es lo que lo estaba haciendo avanzar, pero estaba ansioso por descubrirlo y que fuese su turno. “¡Soy el ocho de picas!”. A cada carta que hablaba se maravillaba un poco más. Iba imaginándoselas a todas, ahí colocadas, una tras otra y participando todas juntas de esta experiencia colectiva. “¡Soy el siete de picas!”. Al igual que casi todas las demás cartas, el As de picas también iba viendo lo fascinante de la forma en que estaban colocadas todas. “¡Soy el seis de picas!”. Deseaba que aquel momento no acabara nunca y sin embargo estaba deseando conocer el final. Era la primera vez que todas las cartas, incluida ella, se estaban sintiendo verdaderamente parte de un todo. “¡Soy el cinco de picas!”. En su figura brotaban un cúmulo de sentimientos que la hacían sentirse como no se había sentido nunca. “¡Soy el cuatro de picas!”. Qué ganas tenía de que llegase su turno, algo le decía que no faltaba mucho, porque empezaba a tener la sensación de que las cartas avanzaban cada vez más deprisa. “¡Soy el tres de picas!”. Tan sumergida estaba en sus cosas que cuando tuvo que reaccionar lo hizo de golpe, como si hubiese estado teniendo un sueño precioso y de pronto se había caído de la cama. “¡Soy el dos de picas! ¿Quién eres tú?”. Ése era, era su momento. Estaba agarrotada por la emoción. Por fin iba a participar de esta experiencia, llevaba esperándolo con ilusión desde hacía veinte cartas, pero finalmente reaccionó y dijo con voz clara “¡Soy el As de picas!”. Reaccionó. Todo en ella se paró súbitamente. Durante unos instantes que le parecieron interminables, todos los miedos volvieron al As de picas. Era eso lo que había echo avanzar a la baraja. Las cartas se iban preguntando hacía adelante y ella pensaba: “¿A quién le voy a preguntar yo? Nunca he preguntado nada, pero además no hay nadie que me responda.” El miedo le agarrotaba. Se daba cuenta de que si no hacía algo, todo el esfuerzo que estaba haciendo la baraja no habría servido de nada, porque no era ése el final que estaban todos esperando. Una luz se encendió en su interior y se dio cuenta de que tenía que hacer algo. Tenía que vencer sus miedos. Sí, esta vez lo iba a hacer. Así que se armó de valor y acabó con lo que había empezado. “¿Quién eres tú?”. Aquel instante de silencio, como otros tantos aquel día, se le volvió a hacer eterno. Pero de pronto, por el fondo de la baraja, lejos pero muy claro pudo oírse: “¡Soy el rey de diamantes!”. Toda la baraja se estremeció. Todos se habían dado cuenta del cambio de dirección de las voces y sentían que aquello se trataba de algo grande. Por no hablar del As de picas. Se había enfrentado por primera vez a sus miedos y había salido triunfadora. Le habían respondido. Las cartas que quedaban parecían sucederse de manera vertiginosa. Reina, Jota, diez, nueve... Todas se iban haciendo una idea de la maravilla que habían descubierto. Muchas empezaban a comprender como funcionaba la baraja y trataban de adivinar cuál sería la siguiente carta. “¡Soy el ocho de corazones!”. Las cartas seguían avanzando. Seis, cinco, cuatro, tres... Hasta que llegó un momento, cuando todas sentían que se acercaba el final, cuando la emoción flotaba de tal manera en el ambiente que habría formado una densa niebla, en el que sin saber muy bien por qué todas hicieron de nuevo el silencio y pudieron escuchar: “¡Soy el cuatro de tréboles!”. Ese silencio no solo se mantuvo durante aquel instante, sino que fue creciendo hasta que finalmente alguien dijo: “¡Soy el cinco de tréboles otra vez! ¡La baraja está completa!”. La baraja entera estalló en aquel momento en una multitudinaria exclamación de júbilo que liberaba toda la tensión contenida.
Fue aquel día y en aquel instante cuando todas las cartas descubrieron lo maravilloso y perfecto del mundo hecho baraja que se les había regalado. Y fue a partir de ese descubrimiento cuando empezaron a intentar comprender toda esa maravilla y perfección.
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Espero que os guste