A día de hoy, las redes se han simplificado a niveles desorbitados. Hemos pasado de una avalancha de imágenes, estilos propios y pequeños macro-cosmos a una selección de párrafos, letras pequeñas y sencillas páginas de comentarios. Por otro lado, con el cambio de las webs y esta clase de estilo moderno tipo Facebook, el nivel de personalización se ha reducido al mínimo. ¿Resultado? Te encuentras en un mundo demasiado mixto, difuso, repleto de comentarios al mismo nivel y que no reflejan como desearías tus preferencias a nivel psicológico; es más, con tanta generalización y mezcla a diestro y siniestro, tu protagonismo dentro de la esfera pasa a ser ridículo, por lo que tiendes a perder el interés, a desanimarte y a echar en falta aquellos tiempos en los que podías encarnar un papel online, con un grupo concreto de personas, en un ambiente más estable, en el que los pocos comentarios y muestras de presencia te permitían expresarte y moldear en parte ese macro-cosmos que frecuentas.
Entre eso y que tanto las imágenes, como los sonidos, como cualquier estímulo que reflejan recuerdos, costumbres, hábitos y creencias se pierde con el tiempo, se forma esa angustiosa sensación de que el Internet no es lo que era.