Nota: Creo que hace mucho mucho tiempo, alguien me conto esta historia. O quizás lo soñe… la verdad es que no estoy seguro… pero es una hermosa historia.
En un reino oriental, cuyas fronteras hoy se pierde en los mapas, vivió un artista, un modesto joyero que convertía cual alquimista, las toscas piedras en hermosas joyas de prístino reflejo. Se llamaba Enen, y aunque era el más grande entre los de su oficio, no había dicha en su vida… pues su corazón estaba enamorado perdidamente de Laia, la princesa de su país, la hija del visir. A la que había visto sonreír sentada en el trono durante un desfile.
Decidido, acudió a la audiencia real y pidió su mano al Visir, este que era ante todo, un hombre sabio y pertinaz, le reto.
-He oído hablar de tu destreza, eres un gran artesano… si eres capaz de crear la joya mas hermosa que un ser mortal haya presenciado… te otorgaré un alto puesto en mi corte y la mano de mi hija.
Emocionado, Enen corrió a su estudio a cumplir su parte. Empeñó su casa, sus herramientas, todos sus bienes, para adquirir el mejor marfil, el mas puro oro… pero la gema, la gema que habría de despuntar ante todo… ¿Cómo podía usar una joya mas del bazar?; ¿Cómo podía crear la joya perfecta con tan vulgar cristal?
Preparó un macute y marcho a África, allá donde nacía el Nilo, encontró una mina de piedras preciosas. Con sus propias manos, orado la montaña y cuentan que se alimentó del agua del rocío y de pequeñas gacelas que allí pastaban. Con esfuerzo extrajo una gema del tamaño del puño de un niño pequeño.
Habían pasado tres años de su partida y los prestamistas se habían quedado con su casa. Pero Enen era querido entre su gremio y todos les ofrecieron sus talleres, sabedores que si Enen había tomado tantas molestias para hacer esa joya… sin duda sería algo magnifico que les daría prestigio por el mundo entero.
Enen trabajó durante meses en la gema, primero estudio la piedra, hizo mapas detallados de cada arista, cada grieta y finalmente comenzó a pulirla con las mejores herramientas, poco a poco extrajo de la piedra las facetadas formas que el mundo admiraría. Pulió cada cara con algodón y esmeril. Pero no era suficiente… si quería la mano de la princesa debía conseguir un brillo y perfección mas allá de lo común.
Desechó todos los útiles de su gremio… pulió las caras con los pétalos del diente de leon, pero aun así… no estaba satisfecho. Uso seda, la más fina que pudo conseguir, pero no era suficiente. Amargado, tras trabajar durante días sin dormir salió al patio y miro al cielo, y allí… alli estaba la luna llena, tomo la joya y con un pequeño espejo y una infinita paciencia, pulió la gema con lo mas suave que ojo humano ha contemplado… la misma luz de la luna llena…
Cuentan que la joya, una vez terminada, resplandecía tanto que debía mostrarse en una habitación oscurecida por cortinas negras. Nuestro artesano consiguió la mano de su princesa, el Visir quedó tan complacido que la llamó la lágrima de Luna y durante siglos sería la única joya del tesoro real con su propia habitación, tan incomparable era, que no podía estar ser acompañada de ninguna más.