Aún queda para que suene la alarma, pero de nada me serviría seguir acostado. Me siento en la cama con los pies colgando, y justo antes de apoyar el derecho sonrío. - ¿Y qué más dá?,- pienso. Con las palmas en el borde de la cama puedo ver a través de los stores que está pronto a amanecer.
No he dormido tampoco esta noche, y gran parte la he pasado llorando. Nunca recojo mis lágrimas sino que las dejo rodar por mi cara, a su antojo, quizá porque son la única caricia que me queda.
Iré al baño pero no me lavaré la cara. Las lágrimas secas son las joyas más valiosas que uno puede llevar, ya que quien se admire con ellas, será alguien que te querrá de corazón; puede que alguien hoy las vea. Cogeré uno de mis dos trajes y una de las dos camisas que quedan sin planchar… parece que ya tengo tarea esta noche. En pocos minutos estaré listo para irme; la cartera, la música, el libro… lo llevo todo. Saldré a la calle con mi bufanda y mi abrigo largo porque estos días hace frío. De camino al trabajo, habrá quien al verme envidie el dinero que no tengo, quien me odie por el coche que nunca llegaré a conducir o quien desee tener la pareja que piensa que yo tengo. Por la calle, seré envidiado, odiado y admirado por el fantasma de algo que no soy.
En el trabajo nadie verá nada siempre que todo funcione bien, y al terminar, camino de vuelta a mi gran piso, donde puedo hacer lo que quiera y vivir como un rey… pero sin sirvientes ni reina, ni más riqueza que lo material.
Al llegar, una noche más miraré a las ventanas esperando ver una luz encendida; quizá porque ella ha llegado antes que yo, quizá porque… Nadie hay para que llegue antes y las luces apagadas así seguirán.
Entraré en casa y guardaré mi imagen en un armario, volveré a ser yo, con mis pantalones rotos y vieja camiseta, descalzo como me gusta andar. Haré las cosas de casa que a cambio se llevarán un poco de tiempo. Al terminar, bajo el llanto de la ducha me sacudiré el peso de las lágrimas secas que nadie ha llegado a ver. Buscaré en la habitación más pequeña un rincón donde no ser yo durante una hora, donde no tenga que vivir mi vida ni cargar con mis pensamientos, un rincón donde mi vida no llegue; allí esperaré con temor el momento de acostarme ya que mi cama, cruel confesora, no da tregua en mi soledad, y con su frío tacto me hará recordar, y desear y pensar. Pero no me regalará un sueño, ni aunque mendigue uno sólo, aunque lo pida por piedad…
No, hoy me quedaré aquí sentado en la cama con mis lágrimas secas y dejaré de vivir mi vida, de ser odiado y envidiado, dejaré se ser un fantasma, para ser el recuerdo, de un amanecer inacabado…