Día y noche han quedado sepultadas bajo un manto de lágrimas que no en vano caen sin césar. Recuerdan a enormes cascadas furiosas, a toda esa vida cayendo de forma brutal contínuamente, un segundo y otro, y la espuma bañando las aguas que abajo soportan la caída.
La luna ha dejado de ser luna para ser un trozo de roca que se alza en lejanía.
El astro rey, ni rey es ya, ni astro, y poco le queda para desaparecer con un "abracadabra" y dejar paso a la tormentosa oscuridad.
¿Y las estrellas? ¿Qué fue de las estrellas? Soplé y se apagaron.
Ahora el País de Nunca Jamás está lejos, quizás más que ese trozo de roca que ahora ya no se llama Luna.
Y todo, todo porque buscaba a Peter. Dejé migajas en el camino por si algún día decidía regresar, pero el tiempo peca de gula y cuando quise volver la mirada atrás tan sólo logré ver una pista con la salida cada vez más borrosa, sin migajas. Es inútil dejar migajas, entendí, no hay retroceso posible.
Intenté ver los primeros metros que seguían a mi camino, pero todo lo que continuaba en adelante se mostraba como incierto, como si más allá de mí no hubiese nada y el camino se abría según andaba. De la incertidumbre surgió mi dolor, porque me trajo desesperanza, y el dolor, el dolor es una bestia sin piedad que con aires de grandeza aparece ansiosa de alimentarse de sonrisas.
Sucedió entonces que día y noche se confundieron, que Luna dejó de ser Luna, y Sol dejó de ser Sol y que con un soplo de desaliento, la estrellas se apagaron.