II. Osaka.
Herido, solo y desesperado. En mitad de un bosque, con el cadáver de un Shogun a mis pies. Mi misión no podía estar en peor situación. Ya se oían los gritos de la guardia a mis espaldas, alertados por los ruidos de la refriega y la alerta de su señor. Corriendo no podría ir muy lejos, y además no era un vulgar asesino si no un samurai, y no huiría aunque no hacerlo significara la muerte. Recogí la espada del caído, y la clavé en el suelo cerca de mí, por si llegara a necesitarla. Desenvaine mi katana, y también mi espada corta, y me planté firmemente en el suelo dispuesto a llevarme conmigo al infierno a cuantos enemigos entraran en el claro.
La ligera brisa matinal había cesado, las hojas de los cerezos estaban posadas en el suelo formando una alfombra blanca y rosa. Comenzaba a hacer calor y el tiempo parecía detenido en aquel bosque, como si algún Dios de la antigüedad posase su mirada sobre mí como un chiquillo curioso impaciente ante el final de un cuento. Los segundos se me hacían eternos, y mis adversarios se acercaban a mí muy despacio. Sentía correr la sangre por mi herida, quitándome las fuerzas y llevándome al borde de la conciencia.
Cuando ya todo parecía perdido, una flecha silbó desde mi derecha y atravesó el cuello del primero de los guardias. El segundo se detuvo perplejo, miró asustado en todas direcciones, y dando media vuelta salió corriendo. Antes de que pudiera llegar muy lejos otra flecha salió del bosque y lo traspasó de parte a parte.
Me preparé, para ser ensartado yo mismo, pero el bosque no disparó más flechas, de la espesura a mi derecha salía el misterioso arquero. El gesto de Takeshi era serio y la tensión era evidente, miró el cadáver a mis pies, y luego me examinó detenidamente. Poco a poco su gesto se suavizó, y por fin me habló:
- Muchacho no se te puede dejar solo, en cuanto me despisto, montas una carnicería. Que ha ocurrido aquí y quien es ese noble señor. Vamos responde, no podemos demorarnos mucho tiempo, enseguida vendrán más guardias.
- No sé quien es, supongo que algún noble de la ciudad, o algún capitán del ejercito, conteste con un hilo de voz.
- Espero que no hayas empezado tu, porque nos has metido en un buen lío. Bueno no digas nada, me interrumpió, no tiene sentido darle vueltas al asunto, no podremos razonar con nuestros perseguidores. Será mejor que recojamos nuestras cosas y nos marchemos lo antes posible.
Regresamos al campamento, lo más rápido que me fue posible. Recogimos solo lo imprescindible, y tomamos la decisión de que el momento de separarnos de nuestro compañero de viaje había llegado. Dejamos al fiel animal suelto y sin carga, y le azuzamos para que se alejara. Le costó emprender su camino, pero después de mirar hacia atrás un par de veces, emprendió un alegre trote hacia la salida del bosque. A pie no llegaríamos muy lejos, Takeshi estaba seguro de que nos perseguirían a caballo un grupo numeroso de hombres en cuestión de un par de horas.
Según Takeshi lo más prudente era esconderse en un lugar seguro, hasta la caída de la noche, y entonces intentar robar dos caballos para emprender la huida. Y así lo hicimos, pisoteamos todos los lugares por los que habíamos pasado para intentar confundir a los rastreadores, y buscamos un sitio por donde vadear el río. Encontramos el sitio adecuado río arriba, una pequeña playa de gravilla, donde sería más difícil seguir nuestras huellas. No cruzamos el río de lado, si no que avanzamos por el cauce poco profundo contra corriente y pasamos al otro lado alejados del sitio elegido para cruzar. Procuramos de esta manera cubrir nuestro rastro, pisando en lugares pedregosos o de tierra dura. Cuando habíamos recorrido un pequeño trecho del otro lado del río, encontramos unas peñas al pie de una colina. Aquello era perfecto para despistar a los perseguidores. Trepé a las rocas, ayudado por Takeshi, y continuamos alejándonos de piedra en piedra por aquella pequeña cordillera de grandes peñas, que se extendía perpendicular al cauce del río.
Solo quedaba buscar un lugar donde escondernos hasta la caída de la noche, y que nuestros perseguidores se demoraran el tiempo necesario en organizarse, otorgándonos una pequeña ventaja. Avanzaba la tarde, y escondidos en una pequeña abertura entre dos grandes piedras, Takeshi me vendaba la herida del brazo, maltrecho más aun si cabe después de una estocada y un flechazo. No habíamos oído ningún rumor, ni ruidos de persecución. O bien aún nadie de la ciudad había salido a buscarnos, o habían seguido alguna de nuestras pistas falsas.
Pero tarde o temprano darían con el rastro que los llevara hasta nosotros. Por lo que en cuanto oscureció lo suficiente, nos deslizamos fuera de nuestro escondite, y decidimos volver dando un rodeo hacia la ciudad, con la intención de robar caballos en alguno de los campamentos militares que se agolpaban a la entrada, ocupando toda la llanura.
Llegar hasta el primero de los campamentos no resultó difícil, y confundirse entre tantos samuráis tampoco. Ya habíamos elegido que caballos cogeríamos, cuando frente a nosotros pasaron dos hombres hablando sobre el asesinato del Shogun. Al oír estas palabras Takeshi se detuvo, me miró seriamente, y antes de decir nada meditó unos segundos sus palabras.
- Cuando vi a tu enemigo por un momento pensé en el Shogun, pero antepuse mi amistad hacia ti a la lealtad debida al señor. Vaciló un momento antes de continuar. Ahora que conozco lo sucedido, me encuentro ante una difícil decisión, acabar ahora con tu vida, o respetarla y dejarte marchar.
- Toma la decisión que creas conveniente, más si eliges luchar, no encontraras en mi un adversario, porque no alzaré mi espada contra quien acaba de salvar mi vida.
- Vete entonces, - y al decir esto su voz me llegó con una autoridad imponente -. Pero debes saber, que la próxima vez que nos encontremos no será como amigos, si no como enemigos en el campo de batalla. Y entonces descubriremos quien es de los dos el mejor espadachín.
Corrí hacia los caballos, monté y me alejé a todo galope. No miré atrás en ningún momento pero podía sentir la mirada de Takeshi clavada en mi espalda, y le imaginaba erguido en mitad del campamento mientras me veía partir.
CONTINUARÁ.