Cruzar la frontera no resultó difícil, la noche era propicia, y la oscuridad ocultaba mis movimientos. Una vez vadeado el río, me oculte internándome en un bosque de abedules. No me hizo falta adentrarme mucho en el bosque para encontrar un lugar donde pasar la noche, y me preparé para dormir junto a unos peñascos que me ocultarían en caso de que alguien merodeara por allí. La noche fue fría y desapacible, un viento del norte soplaba entre los altos árboles, silbando y ululando sobre mi cabeza. De niño había oído muchas leyendas sobre espíritus y bosques y no concilié el sueño con facilidad.
Me despertó el rocío del amanecer, que de los árboles me goteaba en la cara. Un frío despertar para una fría mañana pensé, pero el sol ya asomaba entre las nubes y comenzaba a calentar lentamente. El viaje se endurecería a partir de ahora, porque como precaución y para pasar más desapercibido, mi caballo se había quedado del otro lado de la frontera. En los tiempos que corren un hombre a caballo es algo excepcional, y lo que pretendo a partir de ahora es no llamar la atención.
No me entretuve en comer nada, y comencé a andar buscando el final del bosque. Seguía dirección sur guiado por el musgo que crecía en la cara norte de las cortezas de los altos árboles. El bosque era espeso y parecía no tener fin, eran raros los claros, y tampoco se divisaba ningún sendero. Avance con dificultad por la espesura, sorteando raíces y ramas, hasta que creí oler algo que parecían los restos de un fuego. Me detuve alerta, y avancé con cautela hacía aquel rastro oloroso. Me acercaba a un claro, y pude divisar una pequeña casa muy antigua y destartalada. Me acerque con precaución, la mano presta en la empuñadura, llegué como una sombra hasta la entrada. La casa era realmente antigua, muchas de las maderas estaban carcomidas, y olían a humedad. Di un rodeo, para observar la parte de atrás, pero detrás de la casa no había otra puerta que era lo que yo iba buscando. Por el flanco derecho me asomé a una estrecha ventana.
En el interior ardía un pequeño fuego, y un anciana se sentaba junto al hogar. Parte de mis inquietudes se disiparon pero no todas. Terminé mi rodeo de la casa, y me acerqué a la puerta. La empujé con suavidad, y se abrió lentamente, mientras yo me agachaba junto al marco. Del interior llegó una voz como un eco.
- ¿Quién anda ahí?, ¿quién me molesta tan pronto?. Después de una breve pausa la voz continuó. No pienso salir, me da igual quien seas cierra la puerta y vete por donde has venido.
Aquella voz era de alguien muy viejo, mucho más aún que la casa, y seguro que casi tanto como algunos árboles del bosque. Me incorporé y entré en la casa, el olor era extraño, el tiro de la chimenea estaba medio cerrado y el humo se mezclaba con el olor a especies y a alimentos secos. La habitación apenas tenía muebles salvo una cama al fondo, una mesa y dos sillas, una de ellas ocupada por la anciana junto al fuego.
Cuando cerré la puerta, la luz disminuyó sensiblemente, por la única ventana de la casa apenas entraba la luz del sol, y la iluminación era solo la proporcionada por los pequeños troncos que ardían lentamente. Cuando dirigí la mirada a la anciana, me miraba fijamente, y pude ver lo realmente vieja que era, aquellos ojos habían visto muchas cosas a lo largo de muchos años.
- ¿Qué quieres, acaso no ves que no tengo nada?, gritó, ¿quieres comida, apenas tengo un poco de carne seca y un tazón de arroz?. Su expresión era ruda, estaba claro que esa mujer ya no temía a nada ni a nadie.
- No busco comida, ni pienso hacer daño a una anciana indefensa, contesté. Solo necesito un poco de orientación he entrado en el bosque y busco una salida hacia el sur.
La anciana volvió a una postura más relajada y dirigió su mirada hacia el fuego, como si yo ya no tuviera la más mínima importancia.
- Si quieres salir del bosque aún tienes mucho que andar, no pierdas el tiempo hablando con una vieja. Sus ojos se fijaban en el movimiento de las llamas, y sus pupilas parecían bailar con el ritmo del fuego.
- Tienes razón, pues el tiempo es precisamente mi mayor enemigo, por eso necesito el consejo de alguien que conozca el bosque. ¿No existe ningún sendero que pueda seguir?, eso me facilitaría mucho el viaje.
- En este bosque no hay senderos, ni caminos ni nada parecido, pero si te sirve de algo, encontrarás un riachuelo no muy lejos, al este de la casa, recorre el bosque de norte a sur y si sigues su curso no te será difícil salir del bosque.
Aquello era justo lo que necesitaba, el río me sacaría del bosque y no me encontraría a nadie que me preguntara nada. Le agradecí a la anciana su amabilidad y le di una moneda en compensación, que ella aceptó, no sin soltar un seco gruñido. Cerré la puerta detrás mía y me aleje despacio.
No me fue difícil encontrar el riachuelo, que efectivamente seguía la dirección indicada. Ahora solo me quedaba recorrerlo hasta salir de la espesura, que comenzaba a agobiarme con el calor de la mañana y la densidad que estaba tomando el aire. El sol no penetraba entre las copas y el ambiente bajo la cúpula de abedules era agónico. Me costaba respirar y el camino se me hacía cada vez más pesado, de vez en cuando me era necesario parar y refrescarme con el agua helada. Pero afortunadamente mi esfuerzo no estaba siendo en balde, poco a poco la densidad del bosque disminuía y el espacio entre árboles era mayor, pronto vería la salida y volvería a sentir el sol y el viento en la cara.
CONTINUARÁ.