El paisaje se tornaba ahora frío e inhóspito, no quedaba rastro de vegetación, ni de vida a aquella altura. El aire era pesado y parecía tomar un color plomizo según nos acercábamos al paso. El paso montañoso se alzaba ante nosotros como una herida en el corazón de la montaña, marcando una siniestra v negra. Los picos que se erguían ante nosotros se recortaban altivos contra el cielo, como estatuas de antiguos antepasados de los hombres ahora olvidados. El paso era sin duda el lugar perfecto para preparar una emboscada, y si aún quedaban bandidos en estos parajes, estaba seguro de que lo intentarían.
Entramos en el desfiladero, en un atardecer ya oscuro. Habíamos decidido cruzar de noche tratando de pasar inadvertidos a los ojos de posibles espías. Los cascos del animal tuvimos que taparlos con trapos para evitar que resonaran en la piedra La gruta era un cañón que atravesaba la montaña dividiéndola en dos altos picos, coronados por nieves perpetuas. Si todo iba bien al final de la noche nos encontraríamos del otro lado riéndonos de nuestros temores y precauciones, pero hasta entonces caminábamos en el más absoluto silencio buscando las sombras que nos ofrecían las lisas paredes del desfiladero. La luz de la luna apenas nos alumbraba, y nuestros ojos tuvieron que acostumbrarse a la oscuridad casi absoluta según avanzábamos más y más al interior del paso.
Avanzaba la noche, y estábamos a la mitad del camino cuando Takeshi se detuvo bruscamente. Me hizo una señal con el brazo y se apretó contra la pared. Más adelante, me susurró, se levantaba una empalizada o algo similar. Aquello era un gran contratiempo, si volvíamos atrás, deberíamos descender y rodear las montañas, por lo que decidimos asaltar la empalizada y pasar por la fuerza.
Nos acercamos con sigilo, hasta situarnos al pie de la puerta del paso. El muro era de madera, y las estacas terminaban en puntas un día afiladas y hoy ya romas. La muralla de troncos no tenía gran altura, y nos ayudamos uno a otro a saltar, después de asegurarnos que ningún centinela estaba apostado del otro lado. No encontramos mucho detrás del parapeto, salvo un par de hombres que creímos dormidos, pero que al acercarnos vimos que se trataba de un sueño del que ya no despertarían. Había señales de lucha, posiblemente un grupo de hombres trataron de pasar, el otoño pasado, y estos cadáveres habían sido conservados por las nieves del invierno. Quitamos el cerrojo de la puerta, y volvimos a buscar a nuestro animal de carga. No encontramos ningún impedimento más en nuestro camino. Si alguien había custodiado este paso era sin duda para asaltar al que intentará atravesarlos y para controlar las montañas. Pero en estos tiempos de guerra, algún grupo que se dirigiera como nosotros al castillo, no dudó en escarmentar a los forajidos.
Descansamos toda la mañana al otro lado de los escarpados picos, lejos de la amenaza del desfiladero. Agradecidos a los que delante de nosotros nos limpiaron el camino aunque fuera hace ya un año. Con el comienzo de la tarde nos pusimos en marcha ahora descendiendo por el sendero, un gran bosque se extendía ante nosotros, llegando hasta el valle al pie de las montañas. El valle que se divisaba detrás del bosque se perdía en el horizonte como un gran mar de hierba. Y en el centro de ese valle, se podía divisar una enorme fortificación, rodeada por pequeñas aldeas, y alzándose entre ellas, y sobre las murallas, como un gigante de piedra, nuestro destino. El castillo era sin duda reflejo del poder del Shogun de estas tierras, y una gran cantidad de enemigos dispuestos a caer sobre mi señor y mi hogar se ocultaban tras sus puertas. Y yo me dirigía allí solo sin más compañía que un enemigo y su asno.
Aún no había decidido, que haría cuando llegara la hora de separarme de Takeshi, pero un enfrentamiento parecia inevitable. Pese a nuestra amistad, yo debía llevar a cabo mi misión, aunque ello me supusiera matar a un amigo. No sabía si mi brazo vacilaría, y por eso no pensaba en el tema, retrasando lo más posible la decisión a tomar. Si decidía abandonar a Takeshi en mitad de la noche, levantaría sus sospechas y alertaría a los guardias del castillo. Por lo que el enfrentamiento parecía cuestión de tiempo. Quien me hubiera dicho, que yo no tomaría la decisión, si no que sería el destino quien se reiría de mí, poniendo en nuestro camino unos acompañantes no deseados.
CONTINUARÁ.