Viajeras amenazantes
¡Llevadme!
Llevadme tan lejos de aquí
que nadie pueda encontrarme,
que nadie me pueda seguir.
¡Oh, vosotras, aves!
Alzad el vuelo al fin
cuando los cúmulos de nubes
caminen hasta encontrarse
en un abrazo de marfil
agonizante.
Vosotras, mientras podáis, huid.
Yo tendré que quedarme
en este suelo ruin.
Yo tendré que quedarme
imaginando descubrir
los colores sangrantes,
las luces, los contrastes
de un ocaso en París,
de una noche en Madrid,
y rompeolas sin nombre
en un vaivén junto a tí.
Pasajeras amenazantes,
mensajeras del desliz,
escuchad mis oraciones
a un Dios sin vid:
Llevadme al fin de los mares,
montañas, rocas para mí,
ortos, ocasos pensantes
son consuelo y regaliz;
golosinas para amantes,
dulce capricho al sentir
terciopelo entre los dientes
como perlas que pulir.
Miradas refulgentes,
sonrisas, sonreír,
manos que confluyen,
el destino: ser feliz.
Horizonte amenazante,
mi sueño es poderte fundir.
Y cariocas, malabares,
como un juego infantil,
ojos verdes, admirables,
manos frías de jazmín.
Ojos verdes, no te marches.
Carpe diem, mil palabras en latín
se despiden de tí.
Horizonte amenazante,
déjame ir
donde quiera el caminante,
donde llegue mi vivir.
¡Llévame!
Llévanos tan lejos de aquí
que nadie pueda encontrarme,
que nadie nos pueda seguir.