Un hombre encara la recta del pasillo hacia el cuarto de baño. Enciende la luz y se sitúa frente al espejo. Coge un peine con aire distraído mientras piensa en sus cosas, quizás en una mujer. Cuando le devuelve la mirada al espejo descubre que ha perdido pelo de forma irremediable. Horrorizado, deja el peine y opta por acabar con todo cuanto antes. Tira con ímpetu, como si le fuera la vida en ello.
Tras el último mechón comienza lo peor. Una enorme brecha sangrante asoma bajo su cuero cabelludo. Es tan grande que su mano desaparece en el interior de la cabeza. Extasiado, alza los brazos y empuja hacia dentro. Empuja tan fuerte que, cuando se da cuenta, su cuerpo ha seguido la trayectoria de los brazos para acabar flotando apaciblemente entre el cálido candor de la masa encefálica.
La oscuridad lo envuelve todo menos una sala tenuemente iluminada situada al final de su conciencia. Un letrero preside la sala: pensamiento.
A lo lejos, entre las sombras, aparece la silueta de una mujer. A pesar de la distancia descubre que es ella.
"Ella,
tan bella,
tan esbelta,
y jamás
te he dirigido
la palabra"
Tan sólo le regala miradas desde el gélido marco que preside la distancia. Hoy, sin embargo, gracias a la desgracia, se encuentra en un lugar inhóspito donde todo es posible:
“¿Quieres estar conmigo?”
“Sí”