Implosión y Explosión. El Final y Principio de un Todo.
El auditorio presentaba un aspecto inmejorable. En lo alto de la tarima, el profesor Strauss caminaba de un lado a otro exponiendo sus conjeturas, pensamientos y suposiciones mientras martilleaba con preguntas que hacían saltar eléctricamente las neuronas de los atentos espectadores. En aquello se basaba la “Conferencia”. Era el verano de 2357 y la “clase” de Ciencia Psicológica & Filosófica dejaba durante un par de horas volar las mentes de los estudiantes y alejarse de la locura de la física quántica, del estudio de la antimateria y demás asignaturas. Los estudiantes dejaban en sus taquillas los libros y apuntes y se acercaban únicamente con sus sentidos alerta para ver que novedad les sería presentada. Como en la edad media los charlatanes, en la edad de la nanotecnología todos tenían sus quince minutos de gloria. Todos tenían su hueco y a todos se escuchaba. La telequinesis, la exploración de mundos extraterrestres o intraterrestres, la telepatía, la simbiosis humano-robótica, todos los temas tenían cabida en aquel grupo de estudiantes románticos que coleccionaban con orgullo las antiguas novelas de Julio Verne, H.G Welles y observaban maravillados las estrellas pensando en los seres que habitaban tan minúsculos puntos de luz.
Aquel era el día del profesor Strauss y el campus se mostró excitado toda la mañana. La última aparición del Doctor Hayde Strauss había levantado ampollas en el sector más conservador del claustro sobre todo en el profesor Spencer que ya se frotaba las manos al tener tan cerca un motivo para dar el despido a Strauss. Mas que eso, había un morboso interés por descubrir si Strauss sería capaz de ir más allá en sus tesis o por otra parte dejar a un lado aquella historia de conspiraciones militares científicas y volver a sus tan acostumbrados monólogos irónicos sobre universos paralelos en los que tan bien se desenvolvía relacionando a personajes como Adolf Hitler con prostitutas de dudosa sexualidad o proponiendo las descriogenización de George Bush II para que volviera a poner orden en el mundo.
Por supuesto, ninguna de aquellas historias se escuchó aquel día. Y los oyentes lo agradecieron. Y es que nunca habían visto a un Strauss mas inspirado. Semanas atrás había encendido una mecha que ya no era capaz de apagar, y decidió darle más fuego aún.
Strauss mostraba al auditorio unos documentos en los que se relataba la historia que días atrás había contado al público. De no haber sido por el revuelo del ala conservadora del claustro, aquella historia habría sido tomada como una nueva y disparatada más del profesor Hayde Strauss, pero en aquel mismo momento demostraba que no era así. Mostraba en alto un manuscrito de varias paginas en el que se relataba las posibilidades de un viaje en el tiempo, unas conjeturas que Strauss estaba convencido que habían sido llevadas a la practica en secreto, en algún lugar de Inglaterra y que sus resultados habían sido ocultados a la opinión publica. Desconocía eso si, el resultado del experimento. Sus aseveraciones calaron aun mas en el auditorio cuando señaló un dato que había mantenido oculto hasta ese momento, hasta que el manuscrito cayó al fin en sus manos. Aquel barullo de datos, variables, formulas y texto en clave de sensaciones personales estaba firmado por Alex DeChamanie. En el momento en que pronunció su nombre el silencio se hizo en el auditorio. Desde tiempos remotos, el tema de los viajes en el tiempo era un tema tabú, y los más antiguos de la universidad recordaban como el viejo DeChamaine había jugado con las prohibiciones del gobierno de experimentar un artilugio capaz de vacilar las leyes de la física y viajar a su antojo a través del espacio/tiempo.
DeChamaine siempre fue tratado como un viejo loco en el campus. Tenía una idea fija en su mente, un único tema de conversación. El viaje en el tiempo. Nadie en el campus, y por descontado en la isla y en toda Europa había leído y estudiado más a fondo el tema. El universo parecía no tener secretos para el viejo Alex cuando se proponía a explicar a los alumnos que curiosos se le acercaban como funcionaria su futura maquina.
Para DeChamaine estaba todo bastante claro. Explicaba con una cita de Isaac Asimov aquellos entresijos. El universo en continua expansión es un ser incontrolable que hace del ser humano una mínima e insignificante mota de polvo en un mar de grandeza. Somos unos mínimos seres que compartimos un planeta que gira alrededor de un sol, que a su vez gira alrededor de un núcleo de la galaxia, una galaxia que forma parte de un todo que sigue moviéndose y moviéndose. Para viajar en el tiempo es necesario que detengamos por un momento ese movimiento general inmenso y aprovecharlo para desplazarnos a nuestro antojo a través de la línea temporal.
Esa es la teoría-decía en aquel momento Strauss.-Hasta aquel momento, se había tomado al viejo DeChamaine como un tarado, pero un descubrimiento suyo hizo que se le tuviera más en cuenta, no desde el círculo científico, sino desde el militar. Desde siempre los gobiernos mundiales han tenido a efecto el neutralizar cualquier intento de estudio de una posible máquina del tiempo, pues en las manos erróneas seria un artilugio más potente y destructor que todas las bombas atómicas juntas.
Varios profesores que asistían a la charla comenzaron a incomodarse en sus asientos. Strauss tenía el apoyo de todo el foro y por supuesto no estaba dispuesto a callar aun a sabiendas que estaba metiendo sus piernas en terreno fangoso.
Bien-continúo Strauss-. Cómo he dicho, el ejercito tenía conocimiento exacto y puntual de los avances del Alex DeChamaine y no estaba dispuesto a ceder un palmo de terreno en un tema sobre el cual, el global de los países del planeta tierra estaba en contra. Así que como es costumbre en el ejercito, se opto por la vía rápida y limpia, y un día sin más el profesor DeChamaine desapareció del campus, y con él sus apuntes, manuscritos y demás enseres.
La sala afirmó en aquel momento. DeChamaine siempre había vivido alrededor de la universidad, de los estudiantes y sus nuevas ideas, y cuando un día de repente desapareció del campus un aire de extrañeza recorrió los edificios del antiguo complejo educativo. Para muchos de sus detractores se trataba de una nueva muestra de su locura, una extravagante forma de llamar la atención hacia alguna nueva loca teoría.
Pues bien señores-continuo Strauss-, tengo unas nuevas e interesantes novedades que ofrecerles. Como suele ocurrir en estos casos, el recorte de presupuestos de la Unión de Naciones ha hecho un milagro. Hemos recuperado al profesor DeChamaine de su largo retiro obligado y hoy está con nosotros. La multitud giró sus cabezas desorientada esperando la entrada triunfal del pequeño y encorvado francés. Strauss sonreía con aquella maniobra. Sacó de su bolsillo una especie de teléfono móvil y pulsó varias teclas. Las luces del auditorio bajaron su intensidad y un foco ilumino la esquina derecha del escenario. Hacia allí se dirigía Strauss.
-Como bien comprenderán, no podíamos arriesgarnos a presentarles en persona al profesor, aunque no dudo que a él le hubiera gustado estar aquí. ¿No es así profesor?
-Así es, mi querido compañero.-Una inmensa pantalla holográfica apareció en el lado izquierdo del escenario. Primero parpadeando bruscamente para finalmente ofrecer un primer plano del profesor DeChamaine muy envejecido.-Buenas tardes a todos.
Varios aplausos se oyeron en la sala. Sin duda había sido un gran golpe de efecto aquel y todos se entregaban a impresionantes y nuevas sensaciones.
-Como ven, el profesor se encuentra bien acompañado.- La cámara alejo su objetivo del profesor para mostrar a un joven con barba y pelo alborotado. Marc Sinedino, antiguo alumno y escritor de libros de dudosa calidad. Estos dos caballeros se encuentran en una isla alejada lo suficiente de Inglaterra como para mostrarnos un experimento excepcional sin tener que soportar la tortuosa y nada agradable compañía del ejercito. Ambos sonrieron.
Varias personas se mostraron inquietas en sus asientos. Los viejos profesores conservadores creían que aquello estaba yendo demasiado lejos, y uno de ellos se alzó y levantó la voz.
- Os ordeno que os detengáis. No tenéis la conciencia de a lo que os exponéis y a las consecuencias de lo que tratáis de hacer. ¡Es una locura!.
-Tranquilo Mr Spencer, le espetó DeChamaine. He tomado las medidas de seguridad oportunas. Van a ser los espectadores de lujo de un momento histórico. El primer viaje en el tiempo, aunque sea tan solo a unos segundos y no a la era de Jack el destripador como era el gusto de mi estimado Marc.-Marc ya no aparecía en pantalla, ahora era él el propio cámara y caminaba hacia una lona que DeChamaine retiraba airoso. Una espectacular nave que se asemejaba al cien por cien a la que aparecía en las ilustraciones de los viejos libros y que el viejo Julio Verne había llamado Nautilus.
-El nuevo Nautilus. Ve como esta loco. Esta poniendo en peligro la integridad de todos nosotros, de todo el universo.-Le gritó un histérico Spencer.
-Se equivoca de nuevo Spencer, una y otra vez desestima mis conocimientos. Nos encontramos en una isla desierta tan alejada de cualquier ciudad humana que será imperceptible nuestra marcha. Viajaremos al futuro unos segundos, será como una ilusión óptica, como un mago que saca al conejo de la chistera.
Spencer cayó sentado en su asiento. DeChamaine iba en serio y no había modo de pararlo. Tan solo esperaba que todo saliera bien. Había estudiado la obra del viejo francés y conocía la energía necesaria supuesta para viajar en el tiempo, tal cantidad capaz de proporcionar bienestar al hombre durante siglos.
Strauss había tomado asiento y asistía sonriente y expectante al espectáculo. Los dos hombres habían subido a la nave espacial, uno accionando mandos y el otro tomando cumplida información con la cámara para los espectadores. Decenas de paneles iluminaban la nave. Paneles holográficos aparecían y desaparecían al frente del profesor, unos paneles de tal modernidad que contrastaban con el diseño de la nave, adornada al estilo victoriano, con aquellas rusticas letras escritas en lo alto. Nuevo Nautilus.
DeChamaine comenzó a hablar.
-Acaban de verme cerrar el segmento B de la nave. Una enorme cúpula de cemento y hormigón que contiene un reactor nuclear, que procedo a poner en marcha. La fuente de energía proviene de un acumulador también nuclear capaz de ponerlo en marcha. El siguiente paso es dotar de la potencia necesaria al reactor para atraer suficiente energía como para crear un vació temporal en el que el movimiento del universo sea tan insignificantemente pequeño como para aprovecharlo nosotros y desplazarnos por el vértice temporal unos milímetros, que representarían varios segundos en nuestro espacio tiempo.
Mientras hablaba, el auditoria observaba absorto. Veían al profesor relatar sus actos y sentían el poder de la ciencia como suyo propio. Entonces un gran zumbido comenzó a molestarles a todos. Aumento de tamaño, y aunque no se movían del asiento tenían la sensación de ser atraídos por una fuerza descomunal a la que era imposible hacer contra. Sentían como sus cuerpos se transformaban, como toda la sala se concentraba en un punto negro que engullía Todo. Tras ellos, los antiguos edificios de ladrillo rojo de la universidad, la gravilla de la carretera, los árboles, el cielo y sus nubes, la luna fue lo siguiente en ser engullido. Una vez cogido fuerza, el agujero era imparable, tragándose por completo planetas, estrellas y basura espacial. Mientras tanto, el profesor DeChamaine seguía sus operaciones en el Nuevo Nautilus. Todos los sensores mostraban variables correctas, los gráficos eran parejos a los de las simulaciones. Entonces abrió una escotilla. Una ventana al exterior. Se quedó estupefacto. Un manto de energía rodeaba a la nave. Azul, como una ola eléctrica que iba y venía por iniciativa propia le indicaba al profesor que sus pasos iban por buen camino. En un momento se hizo el silencio. Silencio absoluto. Marc miró al maestro. Su mirada preguntaba si aquel era el final del viaje. El viejo miró por la escotilla, aparte del manto eléctrico no vislumbraba nada más allí fuera, tan solo negrura, la nada. Puede haber salido algo mal, se pregunto.
Entonces el manto comenzó a mostrarse inestable. La energía acumulada estaba buscando una válvula de escape y balanceaba la nave. Ambos fueron al suelo. Un tremendo estruendo fue lo último que escucharon. La nave echa añicos y toda la energía eléctrica se desintegraron en un momento. Un manto de luces iluminó la negrura. El viento espacial las dispersó, llevándolas por doquier sin forma ni rigor concreto. Un nuevo universo acababa de crearse. Estrellas, materia, quizá en varios millones de años una especie similar a la humana tuviera en su mano los conocimientos para descubrir como fue el principio. Los humanos, o al menos dos de ellos fueron los privilegiados de contemplar el final.
J.A.G.H. 30/06/2005
Panex