-¿Por qué?.
-Soy yo el que debería hacerte esa pregunta.
-No hay nada que preguntar, no sé nada que tú no sepas ya.
-Eso no es cierto. Tú me guiaste hacia ella, ¡Tú detuviste su mano!. ¿Por qué?.
-Ya te he dado la respuesta a esas preguntas, eres tú el que se niega a verla.
-Lo único que has hecho es darme otra pregunta.
-Tal vez esa sea la respuesta.
-¿Qué quieres decir?.
-¿Por qué te niegas a verlo?. ¿Por qué vuelves a intentar matar tu corazón de esa forma?.
-No comprendo tus preguntas, ¡No sé que esperas de mí!.
-Lo mismo que he esperado siempre, qué abras los ojos y dejes de ocultar la realidad tras ese velo de ilusión. Tu mente no podrá mantenerlo por siempre, no es ella la única que controla tu destino.
-El destino no existe, es solo lo que nosotros hacemos.
-Pero tú mismo no controlas tus acciones. Tú mente puede tener el control ahora, pero hay otras fuerzas despertando en tu interior y no conseguirás acallarlas eternamente. Tu corazón, tu alma… tu propio ser se revelará tarde o temprano si continúas intentando acallarlo.
-Presupones demasiadas cosas. No todo es tan sencillo como tú crees.
-Olvidas que te conozco. Sé como piensas, cómo sientes… como actúas. Por eso te guié hacia ella.
-Tus palabras cada vez tienen menos sentido. Primero me adviertes del peligro del juego en el que había elegido participar y ahora tú misma me arrojas a uno en el que dices que no podré ganar. ¿Qué pretendes?.
-Qué abras los ojos y despiertes. Llevo demasiado tiempo esperando…
-¿Esperando el qué?.
-Lo mismo que tú.
-Vuelves a hablar en círculos, a evitar mis preguntas.
-Hago lo que es necesario, cuando tú aprendas a comprenderlo todo habrá terminado y no necesitaré seguir hablándote así.
-¿Cuándo sucederá eso?.
-Es hora de que vuelvas, la mañana se acerca y él ya ha empezado a moverse.
-No me preocupa. Sé donde está, oigo cada paso que da a nuestro alrededor ocultándose tras los árboles, cada siseo de su ropa al moverse.
-No es a ti a quien buscará primero.
-¿A quien entonces?.
-¡Despierta!. ¡Recuerda tu promesa!
Los ojos de Jonathan se abrieron de golpe al oír aquella advertencia. Su mente voló reuniendo todos los pedazos de la escena que sus sentidos habían captado mientras la oscuridad de aquella voz lo rodeaba en sus sueños, uniendo cada sonido, cada olor, cada siseo del viento que rozaba su piel para formar una imagen casi tan nítida como las que sus ojos habrían obtenido de lo que realmente pasaba a su alrededor. Por un instante vio su rostro en la oscuridad, sus ojos tan fríos como de costumbre clavándose en su cuerpo mientras un débil rayo de luna lo recorría de arriba abajo.
Entonces vio el arma, el débil destello de una hoja de metal reflejando aquél pálido rayo de luz mientras siseaba en el aire dirigiéndose hacia su destino con la imparable determinación de su dueño. Estaba listo para aquello, lo había estado desde el momento en que se había acostado esa noche y sabía perfectamente como evitarlo, pero de pronto algo lo hizo detenerse antes de que se moviese a un lado tal y cómo había planeado.
Su mente repitió de nuevo aquellas advertencia, aquellas palabras que la voz le había dicho antes de desaparecer entre las tinieblas para devolverlo de nuevo a la realidad. Y de pronto lo comprendió todo, su mente resolvió el acertijo que aquella voz, ella, le había dejado y no fue su cuerpo lo que se movió, sino solo su mano.
Antes de que el afilado extremo de la hoja alcanzase su objetivo, la mano de Jonathan la detuvo apresándola con fuerza y este notó al instante el dolor del corte que aquella hoja acababa de producir al hundirse en su carne tratando inútilmente de continuar su camino hacia su destino.
Jonathan sintió el calor de su propia sangre brotando de la herida, deslizándose por la hoja hacia el afilado extremo de esta, pero su mirada no se alteró en absoluto. Dejó que la sangre fluyera como si notase el dolor de la herida y esta corrió libre por el filo de la hoja hasta acumularse en su punta formando una pequeña gota que tembló unos instantes colgando bajo este, como dudando si ceder o no a la llamada de la gravedad, y se dejó caer al fin al vacío que la aguardaba más abajo.
Pero no fue esto lo que encontró, sino algo muy distinto. Aquella perla escarlata calló sobre los cabellos de Jonathan derramándose sobre una de las manos de su esposa y esta se despertó al instante sobresaltada por le calido contacto de aquel líquido. Sus ojos dorados centellearon en la noche como los de un depredador nocturno buscando la causa de aquello mientras su mente intentaba comprender lo que pasaba y su cuerpo respondió con un salto a su repentino desasosiego poniéndose de pie sobre el hombro de Jonathan.
La hoja se había detenido a centímetros de su cuerpo y apuntaba directamente hacia ella, temblando todavía en un intento vano por sobrepasar la fuerza de Jonathan. Pero la mano del joven ni siquiera se movía, las pupilas rojo rubí de sus ojos se habían clavado en el rostro de su agresor y su brazo parecía no notar la herida abierta por el arma, la única cosa que en aquel instante sí parecía sorprender a la propia Sarah cuya mirada volaba entre los rostros de los dos jóvenes y la sangre de su esposo como confusa por algo.
-Lardis…. –Murmuró Jonathan ignorando aparentemente el agitado vuelo de su esposa, sin desviar un solo milímetro su mirada del monje que permanecía de pie frente a él sosteniendo su arma con ambas manos. –Has esperado más de lo que pensaba, empezaba a creer que me había equivocado y no erais realmente tan traicioneros como pensaba.
Los ojos del monje no mostraron emoción alguna ante estas palabras, pero su rostro si mostró cierta sorpresa, cómo si so propia mente traicionase la frialdad de su mirada al comprender lo que aquello significaba. Sin embargo, antes de que este pudiese decir también algo, un pequeño destello metálico captó su atención a su derecha y este saltó inmediatamente hacia atrás.
La flecha pasó a milímetros de su pecho rozando tan solo débilmente su piel con la mortal punta de acero que la coronaba, abriendo una débil brecha con una de sus esquinas antes de continuar su camino y desaparecer en el bosque. No fue nada, apenas un rasguño del que incluso la sangre parecía resistirse a brotar, pero suficiente para que este fuese más que consciente de que algo había fallado y se girase hacia el resto del grupo justo a tiempo para ver cómo Jessica colocaba una nueva flecha en su arco y la espada de Álbert salía siseando de su funda.
Los tres estaban despiertos y no cabía duda de que lo estaban esperando, pero aún así su rostro continuó conservando la calma y tan solo dio unos pasos atrás alejándose de Jonathan mientras este se ponía en pie y una más que sorprendida Atasha trataba de comprender lo que estaba sucediendo al despertarse bajo los empujones de Jessica.
-Parece que no sois tan torpes como suponíamos. –Dijo con calma el monje, su voz todavía tranquila a pesar de la aparente desventaja en que se encontraba. -Pero no creas que esto cambia nada. Esa criatura debe morir, no permitiré que un monstruo como ella quede libre para traer la destrucción a Linnea.
-Creo que olvidas un pequeño detalle. –Replicó Jonathan dirigiendo una rápida mirada hacia sus hermanos y volviendo su atención hacia el monje. –Esa criatura como tu la llamas es mi esposa, tú mismo te ocupaste de que así fuese. No esperes que ahora deje que le hagas daño sin hacer nada, a diferencia de los de tu clase yo todavía respeto mi palabra.
-Una palabra que has dado solo para conseguir dinero. –Se burló Lardis haciendo girar su arma entre sus manos, sin perder de vista a Jessica ni a Álbert. –Resulta gracioso que lo menciones cuando has vendido tu propia vida a un demonio como ella solo por unas monedas.
-¿Tú crees?. –Mientras decía esto, Jonathan cogió su arma con ambas manos y entrecerró uno de sus ojos al notar el punzante dolor que había brotado en su mano herida nada más cerrarla entorno al mango. –Y de todas formas, ¿habría cambiado algo que te hubiese permitido acabar con ella?
Los ojos de Lardis vacilaron un instante ante la extraña sonrisa que apareció en el rostro de Jonathan en aquel instante. Podía ver algo más tras esta, algo más allá de lo que parecía un simple intento por ocultar el dolor de su mano, y esto lo hizo dudar unos segundos hasta que al fin pareció comprenderlo.
-No. –Dijo al fin sacudiendo ligeramente la cabeza. -Sabéis demasiado y acabas de demostrarme que sois más peligrosos de lo que mis maestros creían. No podemos permitir que un caballero de la orden, ni siquiera un fracasado como tú, sepa tanto sobre esto.
Al oír esto el rostro de Jonathan se volvió totalmente serio de pronto y sus ojos centellearon clavándose en el monje, cómo si aquellas palabras lo hubiesen enfurecido de alguna forma. Sin embargo, antes de que pudiese decir nada más, algo atrajo su atención de nuevo y sus ojos se desviaron al instante hacia su propio hombro donde su esposa centelleaba ahora envuelta en pequeños relámpagos mientras miraba con furia a Lardis.
-¡No soy ningún monstruo!. –Gritó con una voz potente y rabiosa que hacía difícil creer que brotase de aquella pequeña criatura. –¡Y puedo defenderme sola!.
Nada más terminar estas palabras, una de las manos de Sarah empezó a brillar y los rayos que se arremolinaban a su alrededor se concentraron en esta poco a poco formando un torbellino de luz cegadora. Hasta que, de pronto, este estalló con un brillante destello de luz y un potente rayo rugió entre los árboles de Narmaz dirigiéndose hacia Lardis.
Esta vez, sin embargo, las cosas no serían tan sencillas como en el templo. El monje parecía haberlo esperado y los poderes de Sarah al usar aquella forma eran muy inferiores a los que había mostrado en la cámara del cristal, lo que permitió a este esquivarlo sin dificultad alguna e hizo que sonriese sombríamente.
-No creas que te será tan sencillo. –Murmuró apretando uno de sus puños mientras el aire chisporroteaba a su alrededor todavía cargado por el rayo. –No soy tan inútil ni estoy tan solo como crees, monstruo.
Aquello enfureció aún más a Sarah, su cuerpo centelleó de nuevo emitiendo un nuevo rayo antes de que nadie pudiese decir algo más y el monje saltó a un lado apartándose del trayecto de aquella corriente eléctrica mientras sentía el zumbido de su estela. Pero no se detuvo ahí, lejos de esperar sin hacer nada a que lo atacase de nuevo, Lardis alzó su voz repitiendo una vez más el cántico que había estado murmurando durante su salto y su mano empezó a brillar con un intenso resplandor blanco al tiempo que su sonrisa se volvía más y más sombría.
-¡Atasha!. –Gritó de pronto girándose hacia los tres jóvenes. -¡El cristal!.
Justo en el instante en que gritaba esto, la mano del monje se abrió arrojando una brillante esfera de luz hacia el grupo que estalló violentamente al chocar contra el suelo creando una cegadora columna de luz frente a ellos. El bosque se iluminó de pronto con el brillo del hechizo y la noche desapareció a su alrededor devorada por un nuevo día nacido no del sol, sino de aquella luz que ahora rodeaba a los hermanos obligándolos a cerrar los ojos. Solo Atasha continuó observándolo todo totalmente atónita sin que la luz pareciese afectarla mientras su colgante brillaba débilmente sobre su pecho, pero su rostro parecía incluso más confundido que el de los propios hermanos..
-¡¿A qué esperas?!. –La apremió de nuevo Lardis dirigiendo una rápida mirada a Jonathan. --¡Coge el cristal!.
Atasha no se movió a pesar de los gritos. Continuó en su sitio mirando a los dos jóvenes sin saber que hacer y sintiendo la helada mirada de su superior en ella, empujándola a obedecer sus órdenes. Tenía un cuchillo en la mano, un pequeño puñal que había sacado de debajo de su mano sin apenas darse cuenta y con el que señalaba temblorosamente a Jessica, aunque ni ella misma sabía por qué.
¿Qué estaba haciendo?. ¿Qué estaba pasando a su alrededor?. Su mente no quería creerlo, se negaba a aceptar aquellas órdenes que pretendían convertirla en una asesina haciéndola traicionar a aquellos que hasta entonces la habían tratado como a una amiga. No, su mano no se levantaría contra aquella chica que la noche anterior había tratado de consolarla, no haría más daño a alguien que solo había intentado ayudarla.
Sus manos temblaron por un instante mientras al fin se decidía y sus ojos se levantaron del suelo ignorando la luz que su colgante desviaba a su alrededor mientras se dirigían hacia su superior mirándolo con firmeza. Su respuesta era clara y el propio Lardis la comprendió antes de ver cómo esta soltaba el puñal y lo dejaba caer al suelo.
-¡Estúpida!.
Consciente de que ella no seguiría sus órdenes, Lardis cambió al instante sus planes y trató de correr hacia los dos hermanos ignorando por un instante a Jonathan. Pero este no parecía muy dispuesto a permitirlo, antes de que pudiese dar más de dos pasos la hoja de la segadora dentelleó frente a él cruzándose en su camino y el monje se detuvo al instante mientras Sarah volaba hasta colocarse de nuevo al lado de Jonathan.
Por un instante los ojos de aquella diminuta criatura se clavaron en el monje y su cuerpo centelleó de nuevo amenazando con lanzar un nuevo ataque todavía furiosa por sus palabras. Sin embargo, algo la hizo detenerse antes de atacar y su mirada cambió de pronto al cruzarse con la de su esposo. Jonathan no miraba a Lardis sino a sus hermanos, sus ojos trataban de encontrarlos entre la columna de luz que los había rodeado mientras su arma se interponía en el camino del monje y sus pupilas escarlata reflejaban la preocupación que sentía en aquel instante.
Sarah cambió de idea en aquel momento. Su cuerpo dejó de brillar al tiempo que asentía con la cabeza mirando a Jonathan y salió volando hacia la luz mientras este hacía retroceder al monje con un nuevo golpe de su arma.
-¿Crees que tú puedes hacerme frente?. –Dijo con frialdad el monje dando un paso atrás y haciendo girar su arma mientras la pasaba de una mano a otra. –Adelante, comprobarás que todo lo que hayas podido oír de nosotros en ese lugar del que procedes es totalmente cierto.
Jonathan sonrió al oír esto, pero no porque no le creyese, sino porque sabía que lo que decía era cierto. Conocía la fama de los monjes y sabía lo que debía esperar de alguien como Lardis, no solo por su entrenamiento sino por su experiencia y el hecho de que lo hubiesen mandado a él solo a aquella misión. Aun así, no tenía demasiadas opciones en aquel momento y ver como Sarah desaparecía entre la luz sin mostrar temor alguno lo había convencido de que esta era inofensiva salvo por su brillo haciéndolo recuperar de nuevo su ánimo.
El más joven de los dos rivales ni siquiera respondió antes de atacar de nuevo para mantener a su oponente ocupado. La segadora cortó el aire en un nuevo arco horizontal hacia la cintura del monje, las manos de Jonathan la siguieron dejando que su propio peso la moviese por inercia y la empujaron para ganar más fuerza. Lardis lo evitó con facilidad retrocediendo y contraatacó casi al instante con un nuevo golpe hacia su cara, pero Jonathan detuvo su arma tensando sus músculos justo cuando esta rebasaba su cuerpo y la hizo retroceder dando un golpe en sentido inverso que desvió a un lado el bastón del monje dejándolos a ambos momentáneamente al descubierto.
Los dos se miraron un instante mientras sus músculos forzaban sus armas para vencer al otro y chirriaban ante el roce de ambas hojas. Sus ojos se examinaron mutuamente, tratando de adivinar el siguiente movimiento de su rival, preparándose para el próximo golpe mientras el metal chisporroteaba entre ellos. Y este al fin llegó.
En el instante en que la cuchilla del bastón llegó al final de la afilada ala metálica de la segadora y las armas se separaron ambos giraron sobre si mismos para golpearse de nuevo. La gabardina de Jonathan voló tras él junto a sus cabellos al tiempo que el mango de su arma bloqueaba un golpe hacia sus piernas del bastón del monje todavía de espaldas, giró rápidamente en dirección contraria y la hoja de la segadora pasó a centímetros del cuello de su rival.
Pero este era más rápido, más hábil, y su arma era tan ligera que sus golpes eran difícilmente equiparables en velocidad a los de Jonathan. Con su mano herida la fuerza de uno de sus brazos se había resentido al no poder asir su arma con firmeza y los efectos pronto fueron evidentes. El monje empezó a usar ambos extremos de su arma para atacarle, confiando todavía en la doblada pero aún mortal cuchilla del otro extremo mientras la hacía girar a su alrededor como una mortal espiral que golpeaba una y otra vez el mango y la hoja de la segadora.
Jonathan trató de defenderse, usó su arma como otro bastón confiando en su mango para defenderse más que en su hoja y lo hizo retroceder por un momento dando un golpe hacia el monje con el extremo de la hoja como si esta fuese una gran lanza curvada, ganando así el tiempo justo para hacerla girar sobre su cabeza y trazar un nuevo arco esta vez hacia las piernas de su adversario. Pero Lardis ya lo había intuido, lo esperó inmóvil hasta el último momento y saltó justo a tiempo para evitar el golpe y caer sobre la hoja del arma clavándola en el suelo.
Aprovechando esto, el monje giró su arma apuntando su hoja hacia el pecho de Jonathan y dio un rápido golpe hacia este para empalarlo. El joven a penas pudo reaccionar, se apartó a un lado forzando su cintura para girar lo más deprisa posible al tiempo que soltaba la segadora y notó el contacto de la hoja rozando su piel, pero esta apenas consiguió herirla y solo atravesó su gabardina fallando por milímetros su verdadero objetivo.
Jonathan no perdió aquella oportunidad. Su brazo se pegó de golpe a su cuerpo aprisionando la hoja entre ambos y su otra mano golpeó con todas sus fuerzas el centro del bastón al tiempo que se giraba hacia un lado usando su propio peso para potenciar el golpe. Lardis no pudo hacer nada esta vez, su arma saltó de sus manos arrancada por la fuerza de su rival y por un instante pareció confundido al ver como esta caía al suelo unos paso más a la derecha… pero aquello fue solo una ilusión que duró un breve segundo.
Antes de que Jonathan pudiese reaccionar y encararle de nuevo Lardis giró sobre si mismo propinándole una fuerte patada en el costado y el joven calló de rodillas mientras este rodaba hacia un lado y recogía su arma colocándose de nuevo en guardia. Al mismo tiempo, Jonathan se levantó como un rayo sujetando una vez más su arma y lo encaró nuevamente para continuar el enfrentamiento.
Mientras tanto, a apenas unos metros de ellos, los dos hermanos trataban de ver algo entre la cegadora luz que los rodeaba entreabriendo poco a poco los ojos, aunque sin mucho éxito. La única que no parecía afectada era Atasha pero esta parecía paralizada en aquel instante, inmóvil entre ambos con la mirada fija en los dos rivales cuyas armas resonaban en el bosque al chocar entre si mientras la pelea continuaba. Lo que hizo que Sarah la ignorase inmediatamente y se centrase por completo en la que hasta entonces parecía prestarle más atención de todo el grupo.
La pequeña criatura en que se había transformado tampoco parecía afectada por la luz. Su cuerpo estaba envuelto por una oscura aureola que la neutralizaba por completo y esta flotaba frente a su amiga observándola con cierta preocupación hasta que Jessica al fin se dio cuenta de su presencia.
-¿Sarah?. –Preguntó esperando que fuese ella, insegura de qué estaba pasando pero más que consciente del sonido de los golpes entre el arma de su hermano y la de Lardis. -¿Qué haces aquí, deberías estar con Jonathan?.
-Estaba preocupado por vosotros. –Explicó Sarah con una tranquilidad sorprendente. –Pero no es nada grave, es solo luz y se disipará pronto.
-¡Nosotros estamos bien!. –Exclamó preocupada, tratando de ver a su hermano más allá de la luz. –Tienes que ayudar a Jonathan.
-¿Por qué?. –Preguntó la criatura elevándose hasta volar justo frente a su rostro de forma que sus ojos al fin pudieron verla.
-¡Tú le elegiste!. –Se desesperó Jessica sorprendida por aquella pregunta. –Ahora es tu esposo, no puedes dejarle luchar solo.
-Eso ya lo sé. –Afirmó Sarah todavía tranquila, con una voz que sonaba más confusa que preocupada. –Pero no lo entiendo. Él dice que no significa nada porque yo no sé lo que es, que no lo entenderé aunque tú me lo expliques. Pero aún así no se ha librado de mí, ni siquiera ha dejado que ese monje me matase. ¿Por qué?, no tiene sentido.
-Comprenderás lo que eso significa cuando entiendas lo que has pedido a cambio del cristal. –Afirmó Jessica entendiendo en parte sus dudas. –Pero ahora no hay tiempo para eso. Piensa en lo que quieres hacer y hazlo, eso es todo, estoy segura de que no le has elegido para dejarle a su suerte ahora.
Sarah pareció aún más confusa al oír esto. Se giró hacia Atasha por un instante como pensando algo y la miró de nuevo, pero esta seguía sin darse apenas cuenta de su presencia y pronto volvió su atención hacia el combate que tenía lugar más allá de la luz.
La lucha entre los dos rivales continuaba todavía y los rostros de ambos centelleaban iluminados por el chisporroteo del metal a cada choque de sus armas. El monje parecía sorprendido por la habilidad de su adversario, como cogido por sorpresa al comprobar que aquel al que se enfrentaba no era tan inútil como había supuesto, pero en absoluto cedía terreno ante este. Lardis luchaba con frialdad calculando cada movimiento para tratar de anticiparse a Jonathan y solo la intuición del muchacho parecía librarlo por el momento del fatal destino que lo aguardaba si fallaba alguno de sus golpes. Sin embargo, aquel juego pronto terminaría.
-Mejor de lo que esperaba. –Se burló Lardis obligando a Jonathan a retroceder con un fuerte golpe hacia su pecho y saltando a continuación hacia atrás para poner más distancia entre ambos. –Pero no te hagas ilusiones, todo lo que puedas hacer con tu arma es inútil. Es hora de que acabemos con esto y lleve ese cristal a sus dueños.
Dicho esto, Lardis clavó su bastón en el suelo justo frente a él y cerró los ojos mientras de sus labios brotaba un nuevo cántico que el viento arremolinó a su alrededor haciendo llegar aquellas antiguas palabras hasta Jonathan y los demás en forma de susurro. Era incomprensible, apenas un murmullo en un dialecto que solo algunos ancianos comprendían ya, pero tan poderoso como todas las muestras de magia que la propia Atasha había hecho hasta entonces.
Jonathan intuyó lo que este pretendía y corrió hacia él para detenerle preparando su arma para un nuevo golpe. El bastón del monje comenzó a brillar con el mismo resplandor blanco que en la cámara del cristal, su propio cuerpo se iluminó por unos segundos mientras un extraño viento lo sacudía y sus ojos se abrieron de golpe una vez más justo en el instante en que Jonathan estaba ya a punto de alcanzarle.
El bosque centelleó de nuevo iluminado por la luz del hechizo al tiempo que la segadora silbaba hacia su cuello y las hojas que cubrían el suelo volaron empujadas por algo invisible alejándose de los pies del monje mientras la hoja de metal siseaba buscando su objetivo… pero jamás lo alcanzó. Las manos de Jonathan se detuvieron de golpe cuando esta estaba ya a centímetros de él como si la hoja hubiese chocado con una pared invisible y el rostro de Lardis cambió de pronto mostrando una sonrisa de satisfacción.
La oscura hoja de la segadora temblaba junto a su cuello envuelta por la luz del hechizo mientras pequeños rayos blancos se extendían a su alrededor formando una esfera en torno al monje. El hechizo había funcionado perfectamente evitando el golpe y atrapando a la vez el arma de su adversario que se estremecía frente a él sintiendo la corriente de energía que corría a través de su arma hacia su cuerpo.
-Es inútil. –Insistió Lardis cogiendo de nuevo su bastón y arrancándolo del suelo de un tirón. –No hay nada que tú puedas hacer para cambiar el final de este enfrentamiento.
Los ojos de Jonathan lo miraron con furia al oír estas palabras y sus pupilas escarlata centellearon con algo muy distinto al miedo que el monje había esperado ver en ellos, pero ya daba igual. Con un gesto de su mano la energía de la esfera que lo rodeaba se dirigió hacia Jonathan en forma de rayo y este notó como algo lo golpeaba en el pecho de pronto.
No pudo ver nada, solo una débil luz posándose sobre su pecho, pero el golpe fue brutal y su cuerpo voló hacia atrás arrastrando con él su arma hasta golpear uno de los árboles del bosque. Sus piernas le fallaron en ese instante, sus manos soltaron la segadora al sentir el golpe mientras su espalda se deslizaba sobre la corteza del árbol cayendo al suelo totalmente indefenso y Lardis sonrió sombríamente mientras se acercaba a él preparando su bastón para el último golpe.
Pero el monje había olvidado algo. Convencido de su victoria y del poder de su magia Lardis había pasado por alto a la extraña criatura que los observaba desde el interior de la luz que el mismo había creado y esta pronto tomaría su decisión.
Sarah los había observado mientras luchaban tratando de dar sentido a todo aquello que todavía no comprendía y su mente estaba cada vez más confusa por la contradicción que parecía haber entre la actitud y las acciones de Jonathan. Solo las palabras de Jessica la ayudaban un poco a saber como debía actuar y fue precisamente lo que ella le había sugerido lo que hizo.
Tal vez él tuviese razón y todavía no supiese qué había pedido realmente a cambio del cristal, pero de lo que sí estaba segura era de que no dejaría que aquel monje lo destruyese tan fácilmente y su mano cubierta todavía por la sangre de Jonathan se cerró de pronto con firmeza mientras sus ojos miraban al monje.
Su cuerpo empezó a brillar de nuevo con el poder que latía en su interior y su silueta aumentó al instante de tamaño, la sangre en su mano hirvió hasta evaporarse consumida por la oscuridad que la rodeaba y la propia luz del hechizo de Lardis se apagó bajo el aura de sombra de la criatura mientras esta recuperaba su forma de mujer.
No hubo palabras, ni advertencias, ¡Nada!. Sarah levantó una mano hacia Lardis mientras Jessica y Álbert abrían los ojos recuperando al fin la visión y su cuerpo centelleó un instante antes de desatar su furia sobre el monje. La oscuridad que la rodeaba corrió sobre su brazo formando un remolino hasta condensarse frente a su mano, titiló un instante formando una oscura esfera luminosa y estalló finalmente en forma de un rugiente rayo negro que acalló todos los sonidos del bosque mientras volaba hacia su objetivo.
Lardis apenas pudo hacer nada para defenderse esta vez. El rayo negro de Sarah no tenía nada que ver con las débiles descargas lanzadas por su otra forma y este apenas pudo soportar el empuje de aquella corriente de oscuridad mientras su barrera luchaba por detenerla. El propio Jonathan sintió el poder de su esposa rozándole al chocar contra la barrera del monje, pero en su caso fue apenas una débil caricia que su cuerpo absorbió sin problemas mientras los rubíes que formaban sus ojos observaban la mortífera lucha entre las dos energías que tenía frente a él.
La espera del monje tembló un instante mientras este era arrastrado hacia atrás, centelleó rodeando el rayo que la golpeaba con diminutos rayos blancos como tratando de abrazarlo y su creador repitió el cántico una y otra vez tratando de hacerle frente… pero todo fue inútil. La barrera cedió al fin abriéndose ante el poder de Sarah y los ojos de Lardis vieron con terror como la oscuridad penetraba su escudo, como hilos de luz negra devoraban su esfera poco a poco antes de alcanzarle hasta que, finalmente, sus propios ojos perdieron la luz para siempre.
El rayo lo golpeó de lleno en el pecho y lo arrojó hacia uno de los árboles envolviéndolo en una colosal llama negra que devoró su cuerpo con una furia que el fuego jamás habría sido capaz de mostrar. Sus brazos se retorcieron entre las llamas moviéndose al son de sus gritos de agonía y su silueta fue visible durante unos segundos mientras el rayo se disipaba en la noche, pero aquello fue solo durante un breve instante. Cuando al fin se calmo todo y el poder de Sarah se esfumó por completo lo único que quedaba en aquel lugar eran la humeante base del árbol ahora ya sin corteza contra el que había chocado el rayo y un cadáver carcomido y en parte descarnado cuya identidad era ya imposible de saber a simple vista. Aquella llama negra no lo había quemado como haría el fuego sino que lo había devorado como un depredador del bosque, arrancando trozos de carne aquí y allí hasta convertirlo en un amasijo sanguinolento y deforme llegando incluso a hundirse en sus entrañas hasta destrozarlas.
Ninguno de los hermanos lo miró por mucho tiempo. Ya fuese por asco o por la premura por correr hacia su hermano para saber como estaba, Jessica y Álbert ignoraron lo mejor que pudieron aquella desagradable escena y no se detuvieron hasta encontrarse a su lado.
-¿Estás bien?. –Preguntó Jessica visiblemente preocupada.
-Dolorido. –Respondió Jonathan tratando de sonreír al tiempo que cogía la mano de su hermano y este le ayudaba a levantarle. –Pero nada grave. ¿Y vosotros?.
-Dejando a un lado mi orgullo, lo demás está perfectamente. –Bromeó Álbert con tranquilidad. –Gracias a Sarah.
-Eso parece. –Asintió Jonathan girándose hacia su esposa que lo miraba todavía un tanto seria. –Gracias, probablemente habría muerto de no ser por ti.
-Eres mi esposo. –Respondió Sarah usando la misma entonación que Jonathan había usado al despertarse para hablar con Lardis. –Tal vez no sepa lo que eso significa todavía, pero puedo aprender.
-Aprenderás. –Sonrió Jessica acercándose a ella. –Yo me ocuparé de eso.
-Te guste o no. –Concluyó Álbert finalizando la frase de Jessica por ella. –Créeme, cuando se le mete algo en la cabeza ni alguien como tú sería capaz de convencerla de lo contrario.
-Ja, ja, y JA. –Replicó al instante Jessica propinándole al mismo tiempo un codazo en el costado a Álbert. –Muy gracioso. Además no creo que necesite tanta ayuda, unos empujoncitos y listo.
-Tu y tus empujoncitos…
Antes de que Álbert terminase su nueva frase, Jessica le dirigió inmediatamente una mirada más que desagradable y este lo dejó por el momento limitándose a sonreír burlonamente. Todo lo contrario que Sarah que, para sorpresa de todos, seguía aún bastante seria.
-¿Y esta vez?. –Preguntó todavía con aire pensativo. -¿Era eso lo que debía hacer?.
-¿Era eso lo que querías hacer?. –Al oír esto, Sarah miró de nuevo hacia Jonathan un tanto sorprendida por su pregunta y asintió con la cabeza, a lo que este respondió con una extraña sonrisa. –En ese caso sí, eso es lo que debías hacer.
-Entonces… -Insistió Sarah todavía dando vueltas a la misma idea. –¿También era lo que tú querías hacer?
Jonathan tardó un segundo en responder a esta pregunta. La expresión de Sarah era la de una niña que tratase de entender algo extremadamente complicado para ella, pero tras esta se escondía una mente adulta mucho más inteligente de lo que parecía a simple vista y no le llevó mucho darse cuenta de que no se refería a lo que ella había hecho, sino a como él la había protegido antes.
-Si no fuese así no lo habría hecho. –Dijo al fin manteniendo su sonrisa mientras sus ojos trataban de evitar los de su esposa, cómo si su mente se negase a mirarlos por temor a algo. -La hoja de ese bastón estaba demasiado afilada para sujetarla sin un buen motivo.
Aquella respuesta pareció bastar para Sarah y su rostro cambió casi al instante mostrando de nuevo la traviesa sonrisa de siempre como si no pasase nada. Sus hermanos, sin embargo, si parecieron darse cuenta de algo más al oír esto y Jessica miró la mano de Jonathan con cierta preocupación al ver que la sangre seguía brotando de la herida y goteaba ya hacia el suelo desde sus dedos.
-Será mejor que vayas a que Atasha te cure esa herida. –Dijo acercándose a él. –Además, ni se ha movido desde que terminó todo, necesita que alguien hable con ella. Dame eso y ve a buscarla de una vez.
Dicho esto, y sin esperar en absoluto una respuesta de su hermano, le quitó de nuevo la gabardina y volvió con ella junto a Sarah que la miró al instante con desilusión al adivinar sus intenciones. Mientras tanto, y puesto que esta no parecía dejarle más opción, Jonathan decidió hacer lo que su hermana había dicho y se acercó a donde estaba Atasha.
Los ojos de la joven acólito parecían horrorizados por lo que acababa de ver y su mirada se había clavado en el suelo para no tener que mirar a nadie más o ver aquel cadáver. Aunque eso cambió al instante cuando Jonathan se acercó a ella.
-Ya has elegido tu camino. –Dijo con calma para no asustarla mientras se detenía frente a ella. –Y me alegra ver que has tomado la decisión que yo esperaba. No me he equivocado contigo.
-Yo no he hecho nada… -Murmuró ella con voz temblorosa y asustada, mirando al pecho de Jonathan sin atreverse a levantar por completo la cabeza para evitar sus ojos. –No sabía nada de esto. Ellos no deberían haber actuado así, no… esto no es lo que me han enseñado. Todo lo que creía se está viniendo abajo desde que salí de mi monasterio… no sé que hacer.
-Sí lo sabes. –Afirmó Jonathan dirigiéndole una tranquilizadora sonrisa al tiempo que daba un nuevo paso hacia ella. –Y ya lo has hecho. Ahora acéptalo y deja de dudar, cuanto antes lo hagas antes te sentirás mejor.
-¿Qué haréis vosotros?. –Preguntó de nuevo.
-Terminar nuestro trabajo. –Respondió Jonathan todavía con una sonrisa tratando de animarla. –No nos marcharemos hasta que entreguemos este cristal y nos paguen lo acordado. Y tú vendrás con nosotros, pero como lo que eres, no como uno de ellos.
-¿Y qué soy?. –Insistió Atasha.
-Eso tendrás que decidirlo tú. –Continuó Jonathan. –Para nosotros eres una amiga, o al menos eso es lo que creo que mis hermanos piensan de ti. Tú decides si es eso o no lo que quieres.
-¿Y si no lo es?. ¿Y si quiero ser uno de ellos?.
Jonathan sonrió ligeramente al oír estas preguntas y se acercó aún más forzándola a mirarle.
-Tú ya no tienes esa opción.
Dicho esto Jonathan se dio la vuelta para volver con los demás esperando que esta lo siguiese. Sin embargo, en lugar de hacerlo, Atasha permaneció todavía en el mismo lugar durante unos segundos pensando en aquellas palabras hasta que al fin vio algo que la hizo reaccionar. Antes de que Jonathan se alejase la joven corrió a su lado y lo detuvo atreviéndose al fin a mirarle de nuevo pero no en la forma en que lo había hecho durante los últimos días, sino con la timidez con que lo había hecho el día en que se habían conocido.
-Espera. –Pidió mirando su mano con preocupación. –Deja que te cure eso, es lo menos que puedo hacer después de lo que hemos intentado haceros.
-Tú no has hecho nada. –Respondió Jonathan con la misma calma que hasta entonces, tratando aún de animarla. –Pero te lo agradecería, el corte es más profundo de lo que pensaba.
Atasha no esperó un segundo más. Satisfecha por poder ayudar en algo de nuevo la joven consiguió esbozar una tímida sonrisa y cogió con cuidado la mano de Jonathan al tiempo que empezaba a recitar uno de sus hechizos. El proceso que ya habían visto cuando había curado a Álbert se repitió una vez más y su luz rodeó la herida mientras sus palabras se perdían entre el viento secando la sangre que manchaba las manos de ambos hasta que esta dejó poco a poco de brotar.
-Gracias. –Dijo Jonathan soltando su mano de entre las suyas al tiempo que la abría y cerraba comprobando que la herida había desaparecido por completo salvo por la sangre que aún manchaba su mano. –Esto está mucho mejor.
-No es nada. –Insistió Atasha. –En el monasterio en que me crié me enseñaron que esto era lo que debíamos hacer, si no lo hiciese no sería distinta a Lardis.
-Lástima que pocos piensen como tú.
Dicho esto, Jonathan continuó caminando hacia donde estaban los demás y Atasha lo siguió unos pasos más atrás todavía visiblemente indecisa a pesar de las palabras de este. Una vez junto a ellos, sin embargo, Jessica corrió inmediatamente a buscarla y tiró de ella obligándola a acercarse a ellos mientras sonreía con la misma alegría de costumbre.
-Bien, arreglado esto creo que ya va siendo hora de que le entreguemos ese cristal al diácono. –Dijo con cierto sarcasmo Álbert. –Apuesto a que se alegrará de vernos.
-Lo sabremos enseguida. –Respondió Jonathan acercándose a su esposa y deteniéndose un segundo frente a esta, tratando de apartar su mirada de su cuerpo que resplandecía todavía bajo los últimos rayos de luna haciéndola parecer aún menos humana, pero al mismo tiempo más atrayente. -¿Vamos?. Cuanto antes terminemos todo esto antes podremos comprarte algo de ropa y yo recuperaré mi gabardina.
-Si por mi fuese no la llevaría ni un segundo. –Replicó Sarah encogiéndose de hombros. –Pero Jessica insiste en que debo llevarla.
-A él tampoco le gustaría que fueses por ahí medio desnuda, no le hagas caso. –Replicó Jessica burlonamente. –Solo se hace el duro porque todavía está enfadado por lo de ayer.
-¿Por qué?. –Preguntó de nuevo Sarah intentando comprenderles.
-Eso no tiene nada que ver. –Respondió Jonathan ignorando su pregunta y mirando a su hermana que trataba de no reírse al ver la cara que este acababa de poner. –Ahora vamos, cuanto antes lleguemos mejor.
Sin más palabras Jonathan se puso en marcha siguiendo el sendero y los demás pronto decidieron seguirle. Sarah parecía tener tanta prisa como él y caminó a su lado desde el principio esperando con impaciencia ver la ciudad, sus hermanos, por el contrario, se retrasaron un poco junto a Atasha y Álbert pudo ver por un instante cierta tristeza en los ojos de su hermana antes de ponerse en marcha. Algo que no le sorprendió en absoluto y que ya había esperado desde un principio.
-Tendrás que acostumbrarte. –Dijo dándole una cariñosa palmada en la espalda y empujándola suavemente hacia adelante. –Es algo que veremos con frecuencia en este trabajo.
-Lo sé. –Admitió Jessica tratando de sonreír de nuevo. –Pero me cuesta hacerme a la idea. Preferiría que no fuese así.
-La muerte es parte de las vidas de cualquiera que se dedique a esto. –Continuó su hermano. –Lo importante no es evitarla, sino evitar las de aquellos que no han hecho nada para merecerla. No te preocupes, te sentirás mejor poco a poco… todos lo haremos.
Jess sonrió de nuevo al oír esto comprendiendo que tampoco para su hermano había sido nada fácil todo aquello a pesar de su frialdad y su rostro se animó ligeramente mientras aceleraba el paso para alcanzar a la pareja. El sendero se acercaba ya a su fin saliendo entre los últimos árboles de Narmaz al pequeño claro que se abría frente a la puerta de las murallas y los lejanos rayos del amanecer empezaban a resplandecer ya tras estas indicando que la hora había llegado.
La gran puerta de Narmaz seguía cerrada y no había ninguna cerradura como en el interior para abrirla, pero esta tampoco era necesaria. Con el mismo misterio que los portones principales de la ciudad la hoja plateada de aquella puerta se abrió lentamente en cuanto estos se acercaron a ella y las miradas de los hermanos se dirigieron de inmediato a las murallas conscientes de que algunos de los guardias seguían en sus puestos.
Sarah, por el contrario, ignoró por completo todo esto y entró corriendo en la ciudad sin preocuparse en absoluto de nada forzando una vez más a Jonathan a correr tras ella. El rostro de su esposa resplandecía en aquel instante entre la oscura niebla de la ciudad con la alegría de la niña a la que tanto se parecía, mirándolo todo con un entusiasmo infantil mientras giraba sobre si misma para observar las murallas, las casas, todo lo que tantas veces había deseado ver desde cerca y ahora estaba al fin a su alcance.
-Así que esta es la ciudad. –Murmuró más para si que para los demás mientras se detenía frente al muro sur de la catedral y levantaba la cabeza buscando el final de aquel enorme edificio. –Es mucho más grande de lo que había imaginado. Pero parece abandonada como mi templo… me gustaba más el bosque.
-Eso es por la cuarentena. –Explicó Jonathan recuperando el aliento mientras el resto del grupo los alcanzaba. –Ya te advertí que la ciudad tenía un aspecto deprimente con esta niebla cubriéndola.
-Pero no te preocupes. –Continuó Jessica acercándose a ella y mirándola con una amistosa sonrisa. –Cuando lleguemos a casa te enseñaré las praderas de Tírem, estoy segura de que eso te encantará.
-¿Praderas?. –Repitió Sarah con una mezcla de curiosidad y sorpresa.
-Llanuras de hierba que van más allá de donde alcanza la vista. –Explicó Jessica todavía sonriendo, mirándola con un aire melancólico que parecía casi contagioso. –Puedes subirte a los muros de la ciudad y mirar hacia el horizonte en cualquier dirección sin nada que bloquee la vista, o tumbarte entre la hierba y mirar al cielo mientras la lluvia te cae en la cara. Es un lugar precioso.
-Hablas de una forma muy extraña. –Notó Sarah sin dejar de mirarla.
-Es mi hogar. –Respondió Jessica sorprendiendo a la propia Sarah al rodear de pronto sus hombros con uno de sus brazos. –Y ahora también es el tuyo. No sabes cuanto he esperado tener a otra chica en la familia para llevarle la contraria a esos dos.
-Siempre te las has arreglado muy bien solita. –La contrarió Álbert ganándose al instante una desagradable mirada de su hermana.
-Eres muy extraña. –Dijo Sarah mirando a Jessica. –Actúas como si hubiese hecho un trato con todos vosotros y no solo con él.
-Y así ha sido. –Se burló Jessica en absoluto sorprendida ya por el desconcierto de Sarah. –Lo que has pedido a cambio del cristal no es tan sencillo como crees y nos involucra a todos. Olvida esa estupidez del “trato”, ahora eres parte de nuestra familia y pienso tratarte como tal.
-Creo que eres tú la que se lo toma todo demasiado a la ligera. –La interrumpió esta vez Jonathan.
-¡Tú te callas!. –Lo cortó al instante su hermana mirándolo fijamente. –Parte de esto es culpa tuya, si te comportases como es debido ella ya no tendría ninguna duda.
-¿Qué debo hacer entonces?. –Continuó Sarah.
-Aprender. –Respondió secamente Jessica. –Mira, observa y sobretodo siente lo que haces. Da igual que seas o no como nosotros, Jonathan tampoco es exactamente normal y nunca nos ha importado en absoluto, lo que importa es como te comportes.
-No lo entiendo. –Dijo con sinceridad Sarah.
-Si no lo entendieses ahora él estaría muerto. –Afirmó Jessica. –Solo necesitas un poco de ayuda y darte cuenta de algunas cosas. Pero de eso me ocuparé yo.
Sarah pareció aún más desconcertada que antes con aquella respuesta, pero la actitud de Jessica la hacía sentirse cómoda junto a ella y le devolvió la sonrisa esperando que las cosas fuesen como ella decía.
-Entonces sigamos adelante. –Dijo finalmente. –Ahora estoy impaciente por ver esas praderas, además, quiero quitarme esto de encima cuanto antes.
Aunque por motivos muy distintos, todos estuvieron de acuerdo con Sarah esta vez y el grupo continuó su camino por las calles de Tarsis rodeando la catedral hasta llegar de nuevo a su entrada. El lugar parecía tan abandonado como el día que la habían visitado por primera vez y todo estaba igual de silencioso, pero las miradas de los tres hermanos se ensombrecieron de pronto al entrar en aquel lugar y la propia Atasha notó que algo no iba bien.
Sarah parecía conformarse con observar las maravillas de la catedral caminando junto a Jessica mientras se adentraban en esta en dirección a la pequeña capilla del diacono, pero los hermanos no estaban ni de lejos tan tranquilos. En cada entrada, cada pasillo, cada puerta que antes habían cruzado sin ver o oír nada ahora sus sentidos percibían el siseo de alguien escondiéndose en las sombras, el débil murmullo de la respiración de alguien que no quería ser visto, y esto empezaba a ponerlos nerviosos.
Pero ninguno dijo nada. Los tres se miraron varias veces como consultándose mutuamente sobre qué hacer y tanto Álbert como Jessica obtuvieron siempre la misma respuesta de su hermano: tranquilos, esperad. Parecía como si todo aquello no le sorprendiese, cómo si lo que evidentemente era una trampa planeada para ellos desde el principio fuese algo que este ya había esperado. Y cuando al fin llegaron a la capilla comprobaron que, efectivamente, así era.
En el instante en que el grupo entró en el pequeño recinto de la capilla dos monjes aparecieron al instante a sus espaldas cerrándoles el paso y dos nuevas parejas de estos se acercaron desde los laterales del trono con sus armas en la mano. Pero Jonathan ni siquiera se inmutó, siguió caminando tranquilamente con Sarah a su lado y sus hermanos un paso más atrás mientras la propia Atasha lo observaba todo con una mezcla de miedo y duda.
-Me alegra ver que por fin habéis regresado. –Dijo de pronto la familiar y cálida voz del diacono, sonando tan amistosa como la última vez mientras este se ponía en pie y bajaba lentamente del trono captando cada mínimo movimiento de sus monjes y el grupo de jóvenes con sus ojos de águila. –Aunque veo que vuestro grupo ha cambiado ligeramente. ¿Dónde está Lardis?.
-Su discípulo sufrió un accidente. –Respondió con calma Jonathan, mirando de reojo a Sarah. –Murió a manos del guardián del cristal, pero no se preocupe, conseguimos lo que habíamos ido a buscar.
-Es una triste noticia. –Dijo con voz siseante el anciano, clavando ahora sus ojos en Sarah. –Era un discípulo competente y la congregación lamentará su pérdida. Pero la recuperación del cristal es una gran noticia, al fin hay esperanza para la gente de esta ciudad.
-Entonces no le importará ordenar a sus hombres que se retiren antes de que se lo entreguemos. –Siguió Jonathan dirigiendo una desafiante mirada al diacono. –No resulta cómodo hacer negocios rodeados por sus soldados. Espero que no se ofenda, pero cualquiera en nuestro lugar podría pensar que esto es una trampa.
-Solo están ahí para asegurar la seguridad del cristal. –Explicó el diacono sonriendo ligeramente ante las palabras de Jonathan, consciente de que aquello era una simple pantomima y ambos eran más que conscientes de en que situación se encontraban. –Temo que la presencia de esa joven en el grupo los haya puesto un poco nerviosos, después de todo solo habíamos hecho el trato con vosotros. Pero en cuanto entreguéis el cristal podréis iros libremente.
Al tiempo que decía esto, el diacono dirigió su mirada hacia Atasha confiando en que fuese esta quien llevase el cristal y la joven acólito notó al instante la frialdad de su superior que le exigía sin palabras que se acercase a entregárselo. Pero esta ni siquiera se movió, bajó la cabeza escapando a la mirada de su superior al tiempo que se acercaba a Jessica y a Álbert y no dijo una sola palabra. Algo que sorprendió visiblemente al diacono y lo hizo volver su mirada hacia los tres hermanos, aunque sus sorpresas tan solo acababan de empezar.
-Ella no lo tiene. –Dijo Jonathan con seriedad, volviendo a hablar con el mismo tono brusco con que le había hablado el día en que se habían conocido. –Si quiere el cristal le aconsejo que retire a sus hombres.
-No creo que estéis en condiciones de exigir nada ahora mismo muchacho. –Respondió al instante el diacono volviendo a hablar con la frialdad que caracterizaba su verdadera personalidad. –Entregadme el cristal o mis discípulos lo tomarán de vuestros cadáveres. No creo que seáis tan estúpidos como para enfrentaros a todos nosotros a la vez.
La amenaza en las palabras del diácono era más que evidente y tanto Álbert como Jessica desenvainaron sus armas al instante al ver como los monjes daban un paso adelante. Pero Jonathan ni se inmutó ante esto, siguió mirando desafiante al anciano y su voz sonó todavía tranquila cuando volvió a hablar de nuevo.
-No necesitamos hacerlo. –Dijo dirigiendo de pronto su mirada hacia Sarah que observaba a los monjes con más curiosidad que temor. –Suponía que alguien de su posición sería capaz de darse cuenta por si solo, pero ya que no es así deje que le presente a quien acabó con la vida de su discípulo. –Dicho esto, Jonathan señaló con una mano a Sarah y miró sombríamente al diacono. –Esta es Sarah: mi esposa.
El diacono pareció tardar unos segundos en comprender lo que aquello significaba, pero cuando al fin lo hizo sus viejos ojos se abrieron de golpe observando con miedo la aparentemente frágil figura de aquella joven. No podía creer lo que acababa de oír y mucho menos comprender el significado de las últimas palabras de Jonathan, pero algo en aquella chica lo preocupaba y la mirada del muchacho no parecía en absoluto la de alguien que estuviese mintiendo.
-No puede ser. –Consiguió decir al fin al tiempo que hacía un suave gesto con la mano ordenando a sus monjes que se detuviesen y continuaba mirando a la joven. –El guardián del cristal es un demonio, ¡No puede ser esa chica!.
-Sabe que lo es. –Insistió Jonathan ignorando la ahora sorprendida mirada de Sarah. –Su gente fue quien la invocó, quien proporcionó a la niña para el sacrificio. Estoy seguro de que alguien de su rango lo conoce todo perfectamente y ahora siente escalofríos al mirarla. Pero si no me cree… adelante, arriésguese.
La amenaza de Jonathan sí tuvo efecto sobre el anciano. Su rostro palideció de golpe como si su edad se hubiese doblado y las arrugas de su cara se hicieron más profundas denotando la preocupación que en aquel instante apresaba su mente. Ahora sabía que lo que este decía era cierto, su mente reconocía la imagen de la pequeña sacrificada hacía siglos en el cuerpo de aquella joven y era incapaz de pensar en una solución. Pero, para su sorpresa y la de los demás, no sería él el siguiente en hablar, sino la propia Sarah.
-¿Qué ocurre?. –Preguntó mirando a Jonathan. -¿Qué significa todo esto?.
-Estos son los que te invocaron. –Explicó con calma su esposo, sin dejar de mirar al diacono. –El anciano que tú conociste en el templo fue el que realizó la ceremonia para traerte a este mundo, pero lo hizo por orden de los antecesores de estos monjes y fueron ellos los que le entregaron a la niña para el sacrificio.
-El sacrificio… -Repitió Sarah mirándolo con una expresión desconcertante, como si de pronto sus ojos ya no lo mirasen a él sino a algo que solo ella podía ver y se encontraba más allá de la capilla, de la catedral, de la propia ciudad. -.. de una niña…
Aquellas palabras parecieron perturbar a Sarah más de lo que nadie podía haber imaginado. Su mirada parecía perdida, su expresión sombría y desconcertante cómo si ya no fuese la misma y su cuerpo temblaba estremeciéndose por algo que nadie comprendía. Nadie, por supuesto, salvo ella misma.
Su mente repetía aquellas palabras como una oración oscura, como un cántico de tinieblas que se arremolinaban en forma de recuerdos que ella nunca había vivido. La oscuridad, el calor de las antorchas, los murmullos de los monjes ahogando los gritos de dos voces que no reconocía pera la hacían estremecer… todo giraba en su cabeza como una tempestad de imágenes, gritos y sensaciones que la confundían ahogándola hasta casi desmayarse.
Pero algo no la dejaba caer, algo la mantenía consciente y la obligaba a seguir mirando, escuchando, sintiendo todo aquello. El reflejo del cuchillo bajo la danzante luz del fuego, el siseo de la hoja adentrándose en la carne, el cálido recorrido de la sangre deslizándose hacia el suelo mientras todo se desvanecía a su alrededor. Luego solo oscuridad y aquel silencio asfixiante del vacío que la rodeaba y… el dolor.
Un dolor aterrador que ya no brotaba de su cuerpo, que hacía gritar su propia alma mientras la sombra la rodeaba intentando asfixiarla entre las sedas de su manto negro. No había nada más en aquel instante: imágenes… sonidos… todo desaparecía tras aquel horrible dolor en que aquel abrazo la envolvía quemándola como ácido, devorándola lentamente mientras su mente caía en la desesperación suplicando dejar de existir, dejar de sufrir… desaparecer.
Y entonces la luz, aquella luz de plata rompiendo la oscuridad como el Sol rompe la noche. Ya no podía sentir nada salvo el dolor, pero la luz la atraía con fuerza y los gritos de agonía de la sombra la arrancaban poco a poco de su desesperación. Algo devoraba aquellas tinieblas liberándola, algo brillante y terrible pero a la vez amable que la rodeó lentamente en un nuevo abrazo como protegiéndola.
Las caricias de la luz calmaban el dolor aliviando su mente y solo el brillo de plata que lo cubría todo persistía ya en su lugar mientras esta la curaba, la acariciaba adentrándose en su propio ser por las heridas que la sombra había abierto para destruirla. Aquello era lo último que recordaba, apenas un sueño, una débil ilusión en la que sentía la consciencia de aquella luz derramándose en su mente poco a poco hasta desaparecer por completo fundiéndose con ella en un abrazo eterno al que ella no encontraba sentido.
Aquella no era ella ni eran sus recuerdos, pero todo estaba en su cabeza y las palabras de Jonathan lo habían sacado una vez más a la luz… y esto al fin la hizo reaccionar.
-Cuatrocientos años… -Dijo con voz sombría, tan oscura y cargada de odio que el propio Jonathan la observó con cierto temor al ver como sus manos se cerraban y sus puños temblaban ligeramente mientras pequeñas descargas eléctricas centelleaban a su alrededor. -…por su culpa he pasado cuatrocientos años encerrada en esa maldita cámara.
-Sarah… -Murmuró Jonathan desconcertado, asombrado ante la reacción de su esposa que nada parecía tener que ver ya con la niña que habían encontrado en el templo.
-¡Era tú deber!. –Interrumpió el diácono con voz firme, recuperando aparentemente su valor mientras hacía un gesto a sus monjes y clavaba sus ojos en Sarah. –Fuiste invocada para ser el guardián del cristal y pagamos un alto precio por ello. ¡Nos perteneces!.
-¡Yo no le pertenezco a nadie!.
Gritó Sarah totalmente furiosa. Las palabras del Diacono habían rebasado el límite de su paciencia y ya no podía contenerse más, menos aún al ver como los monjes se acercaban lentamente al grupo rodeándolos poco a poco. Sus manos se incendiaron de pronto con la rabia de su corazón y su mirada dorada centelleó de nuevo como la del depredador que realmente era antes de que todo estallara bajo su poder.
Las llamas de sus manos crecieron de pronto hasta convertirse en enormes esferas de fuego que derramaban sus llamas sobre el cuerpo de la joven y estallaron de pronto a un simple movimiento de sus dedos. Los hermanos y la propia Atasha se cubrieron al ver esto, sorprendidos por el poder de aquella criatura y atemorizados ante la aparente muerte que esta acababa de dejar caer sobre ellos y los monjes… pero el fuego ni siquiera los rozó.
Las llamas sisearon alrededor del grupo separándose como apartadas por una barrera invisible, algunas incluso encrespándose a su alrededor como tratando en vano de alcanzarles mientras la danza escarlata de las demás continuaba a su alrededor y Sarah miraba entre ellas buscando aquello que la había enfurecido.
Había escuchado los hechizos, el débil susurro de los cánticos entremezclándose con el rumor del fuego antes de que este cubriese la capilla al completo lamiendo las paredes y el trono central sin más combustible que el aire. Pero todavía no les veía y su paciencia se agotaba haciendo que nuevos rayos brotasen de una de sus manos golpeando el suelo a su alrededor.
Jonathan, sin embargo, ya no parecía preocuparse de nada más. Su mirada ni siquiera se centraba en el fuego que danzaba a su alrededor amenazando con consumirle, solo en la criatura que lo había creado. Sus cabellos centelleaban alborotados a su espalda compitiendo en viveza con las llamas, su cuerpo cubierto solo en parte por la gabardina y su vestido parecía brillar como plata entre el fuego y cada curva de este era resaltada aún más por la luz de su poder cada vez que la gabardina se movía sacudida por las fuerzas que ella misma había creado.
Era una criatura peligrosa, ya no había ninguna duda de esto, pero también hermosa y en aquel instante irradiaba luz como una magnífica gema entre aquellas llamas que acariciaban su cuerpo con la misma intensidad que su propia mirada sin que su voluntad pudiese, o tal vez no quisiese realmente apartarla de ella.
Pero pronto encontraría algo que lo ayudaría a desviar su atención de nuevo. Mientras la miraba sus ojos apreciaron un débil destello blanco a su lado y la silueta de dos de los monjes se dibujó entre el fuego acercándose tras la protección de sus hechizos. Aunque no fue esto lo que realmente captó su atención, sino el diabólico centelleo de los ojos de su esposa al darse cuenta también de esto.
Por un instante sintió la necesidad de detenerla, de intentar calmarla para evitar que perdiese por completo el control. Pero también sentía algo más al mirarla, un extraño deseo que parecía aumentar con el poder de esta como embriagándolo con la destrucción que sabía estaba a punto de presenciar.
Los dos primeros monjes ni siquiera tuvieron una oportunidad. Sus hechizos los habían salvado del fuego, sí, pero antes de que pudiesen siquiera acercarse a la joven que lo había provocado esta levantó una mano hacia ellos y dos rayos negros brotaron de ella atravesando las esferas de luz que los rodeaban, los cuerpos de los propios monjes e incluso la pared de la capilla como si estos ni siquiera existiesen.
El rostro de Sarah permaneció impasible a pesar de todo y se giró al instante hacia donde estaba Jonathan mientras los cuerpos de los monjes caían en silencio tras ella ya sin vida y el fuego se abalanzaba sobre ellos. Sus ojos se encontraron por un instante y Jonathan pudo ver por un segundo la furia que ardía en estos, aunque ni siquiera esto lo hizo reaccionar.
Siguió observándola mientras esta divisaba a sus siguientes víctimas justo a su espalda y pudo ver como su mano centelleaba al tiempo que daba un violento manotazo hacia él haciendo volar el vestido y la gabardina que la cubrían. Su poder rugió entonces de nuevo, el aire cobró vida frente a ella formando una fuerza invisible que aulló hacia Jonathan y este sintió como lo rodeaba, como siseaba a su alrededor pasando a centímetros de él pero sin llegar a tocarlo.
Los monjes a su espalda no tuvieron tanta suerte. La explosión de viento que Sarah había creado con su mano los golpeó a ambos a la vez haciendo estallar sus hechizos y sus cuerpos volaron hacia atrás estrellándose contra la pared mientras estos gritaban de dolor al caer de nuevo entre las llamas sin protección alguna.
-¡Basta!. –Gritó de pronto la voz del diácono más allá de las llamas. -Detén esta locura.
-¿Locura?. –Repitió Sarah todavía con voz sombría. -¿Tiene idea de lo que son cuatrocientos años encerrada en el interior de aquella montaña?. Hora tras hora, noche tras noche, año tras año observando las mismas paredes, el mismo cristal inerte, sin poder siquiera ver la luz del Sol. ¡Eso es una locura!, esto es solo justicia.
-¿Qué sabe un monstruo como tú de justicia?. –Replicó el diacono, su voz ahora extraña como si sus palabras se entremezclasen con otras en un tono muy distinto.
-¡No soy un monstruo!.
Aquello enfureció aún más a Sarah y su poder rugió de nuevo a su alrededor apagando el fuego con un violento torbellino que brotó de su cuerpo atrapando las llamas en su interior mientras una de sus manos apuntaba hacia el lugar del que provenía la voz. Sin embargo, algo la detuvo antes de que pudiese dirigir aquel tornado de viento y fuego hacia su próximo objetivo.
En el momento en que las llamas se elevaron junto al viento rugiendo sobre Sarah en lo alto de la bóveda de la capilla y todo quedó a la vista de nuevo, los cinco pudieron ver los restos de los cuatro monjes y de los dos que custodiaban la puerta y habían caído ante el fuego antes de completar sus hechizos. Pero no fue esto lo que captó su atención, sino la brillante figura del diácono centellando con el poder de su hechizo segundos antes de completarlo.
Al tiempo que las últimas palabras brotaban de su boca sus manos se extendieron hacia Sarah y una cegadora luz blanca lo iluminó todo de pronto formando un gran rayo luminoso que golpeó a Sarah de lleno haciéndola tambalearse unos segundos como si hubiese recibido un gran golpe.
Jonathan reaccionó casi al instante. Sus propias piernas se movieron como por voluntad propia y se encontró dando un paso hacia ella sin apenas darse cuenta mientras sus manos apretaban con furia el mango de su arma y una expresión de preocupación aparecía en su rostro. Aunque, afortunadamente, esta sería sin motivo.
Antes de que pudiese dar un segundo paso su esposa dio un paso atrás recuperando el equilibrio, miró con furia al diacono y descargo su ataque sobre él como si aquel rayo no hubiese hecho nada salvo enfurecerla aún más. El torbellino de fuego descendió sobre el trono como un embudo gigantesco y lo envolvió todo con su furia, ahogando incluso los cánticos del diacono mientras este luchaba desesperadamente contra el inmenso poder de aquella criatura y pronto todo el centro de la sala quedó cubierta por el fuego y el humo.
Hecho esto, Sarah se giró de nuevo hacia el grupo y todos suspiraron aliviados por un momento al ver que parecía estar bien. Pero aquello no había terminado todavía, los ojos de Sarah seguían teniendo la misma mirada asesina de hacía unos instantes y cuando estos vieron como se clavaban de pronto en Atasha un escalofrío recorrió el cuerpo de los tres hermanos.
Ni Álbert ni Jessica tuvieron tiempo de hacer nada. Sarah levantó su mano hacia la joven acólito sin una sola palabra y de ella brotó un nuevo relámpago que rugió en el interior de la capilla dirigiéndose hacia su objetivo. Sin embargo, este no llegaría a alcanzarlo.
-¡Sarah NO!
Antes de que el rayo golpease a Atasha Jonathan se interpuso en su camino deteniéndolo con su propio cuerpo y sus piernas se doblaron haciéndolo caer de rodillas mientras la electricidad fluía a trabes de él y su segadora esparciéndose por el suelo en forma de pequeñas descargas ya inofensivas.
Los ojos de Sarah cambiaron al instante al ver esto. Su mirada antes sombría y demoníaca se volvió totalmente diferente de pronto volviendo a semejarse a la de la niña que ahora lo miraba todo desconcertada, casi asustada por lo que estaba viendo. Su mano tembló un momento mientras observaba como los dos hermanos se apresuraban a comprobar como estaba Jonathan y todo su cuerpo se estremeció al verle jadear tratando de levantarse, vivo pero obviamente dolorido.
-¡¿Por qué?!. –Exigió saber bajando lentamente su mano que todavía temblaba visiblemente.
-No es uno de ellos. –Trató de explicar Jonathan con voz dolorida, poniéndose poco a poco en pie. –No se merece esto.
Sarah escuchó sus palabras, pero no pareció entenderlas. Su mirada se volvió triste de pronto y el fuego a su espalda empezó a apagarse mientras esta los miraba a todos sin comprender nada de aquello. Hasta que, al fin, no pareció poder soportarlo más y salió corriendo de pronto en dirección a la salida de la capilla sorprendiéndolos aún más a todos.
-Jess. –Dijo al instante Álbert mirando a su hermana.
-Lo sé. –Comprendió casi al mismo tiempo esta llevándose una mano a la espalda y lanzándole el cristal que había estado escondiendo. –No te preocupes, yo me ocupo de ella, pero tú haz tu parte.
-Tranquila. –Respondió este totalmente serio mirando ahora a Jonathan. –Pienso hacerlo.
Dicho esto, Álbert le dio el cristal a Jonathan que no parecía comprender del todo lo que estos estaban diciéndose y Jessica salió corriendo también en la misma dirección que Sarah para ir a buscarla. Mientras tanto, los tres jóvenes se acercaron lentamente a los restos del altar y Jonathan se detuvo frente a este observando al Diácono todavía protegido tras su barrera de luz, pero jadeando visiblemente agotado y sin fuerzas apenas para sostenerse de pie.
-Traidores… -Murmuró el anciano hablando con dificultad. -¿Cómo podéis caer tan bajo?. ¿No os importan las vidas de toda esta gente?.
-Es usted el que debería hacerse esa pregunta. –Replicó Jonathan tratando de alejar de su mente la mirada de Sarah y pensar con claridad. –Hicimos un trato, cúmplalo y tendrá su cristal.
El diacono pareció sorprenderse al oír esto y sus ojos miraron con ansiedad al joven que acababa de hablarle. Era obvio que no había esperado una respuesta así, pero por su mirada no parecía en absoluto desagradarle.
-Si eso es todo cumpliremos nuestro trato. –Dijo tratando de recuperar la firmeza y la tranquilidad de su voz al tiempo que sacaba una bolsa de tela marrón de debajo de su manto. –Aquí tenéis, este es el precio acordado.
Dicho esto, el diacono lanzó la bolsa hacia Jonathan y esta la cogió al vuelo pasándosela a continuación a su hermano para que la revisase. Cuando este estuvo satisfecho, los dos miraron de nuevo al diacono y Jonathan le mostró el cristal que brillaba pálidamente en su mano.
-Parece la cantidad correcta. –Dijo con calma. –Pero no es suficiente para cubrir todo lo que hemos hecho. La traición se paga, diacono.
-¿Cuánto?. –Preguntó al instante el anciano, cada vez más ansioso por tener aquel cristal en sus manos.
-No queremos más dinero. –Respondió Jonathan. –No puede comprar nuestras vidas con su oro. Pero si hay algo que queremos a cambio.
Terminada esta frase, Jonathan se giró hacia Atasha y pudo ver el desconcierto en sus ojos, pero esto no lo detuvo en absoluto. Sin decir nada, arrancó su colgante de un tirón rompiendo la fina cadena que lo sujetaba y lo arrojó hacia el diacono que se quedó mirándolo unos segundos antes de decir al fin lo que Jonathan esperaba.
-Me parece un precio justo. –Sonrió con sarcasmo al tiempo que dirigía su mirada hacia la joven acólito. –Atasha, quedas expulsada de la congregación. A partir de ahora ya no serás bienvenida en nuestros templos.
Los ojos de la joven se abrieron de golpe nada más oír aquellas palabras y su cabeza se giró hacia Jonathan mirándolo totalmente atónita, como si aquello la asustase aún más que lo que había visto hacer a los que hasta entonces habían sido sus superiores. Jonathan, sin embargo, reaccionó con una calma más propia de su hermano que de él y simplemente le lanzó el cristal al diacono para poder al fin irse.
El anciano ni siquiera se preocupó en seguir allí y se alejó hacia una de las salidas de inmediato impaciente por empezar su trabajo con el cristal. Olvidando por un momento a los tres jóvenes como si los seis monjes muertos durante aquella batalla no significasen nada para él.
Una vez solos de nuevo ambos hermanos se pusieron en marcha hacia la salida y Álbert miró atrás en una ocasión preocupado por Atasha, pero esta seguía todavía en el mismo sitio como si no supiese que hacer y en aquel momento él tenía otras cosas más importantes en que pensar. En cuanto ambos cruzaron el patio interior de la catedral y entraron en la sala central de la torre de entrada aceleró el paso para alcanzar a su hermano y lo obligó a detenerse parándose frente a él.
-¿Qué ocurre?. –Preguntó Jonathan sorprendido.
-¿Qué demonios te pasa?. –Respondió Álbert con calma, pero completamente serio. -¿Cómo has podido hacerle eso a Sarah?.
-¿Yo?. –Exclamó Jonathan desconcertado. –Creo que olvidas una cosa, fue ella quien me golpeó a mí, no al contrario.
-Deja de comportarte como un niño. –Le recriminó Álbert. –Sabes perfectamente lo que quiero decir. Su rayo no ha podido herirte más de lo que tú la has herido a ella.
-¿Se puede saber de que estás hablando?.
-Ponte en su lugar. –Continuó Álbert sin desviar su mirada de los ojos de su hermano. -¿Cómo te sentirías si la hubieses golpeado tu a ella?.
Los ojos de Jonathan temblaron un instante al oír esto y su hermano supo que había acertado con aquella pregunta, pero la respuesta de este no fue en absoluto la que esperaba.
-Eso no tiene nada que ver. –Replicó Jonathan. –Ella no es como nosotros, es un demonio.
-Es tu esposa. –Insistió Álbert todavía tranquilo, aunque su voz empezaba a sonar cada vez más fuerte. –Si piensas que no siente nada solo por que es un demonio no eres distinto a ese viejo.
-¡Ella no sabe que significa eso!. –Replicó Jonathan.
-¡Pero tú sí!.
Álbert pareció perder su habitual calma de pronto y sus últimas palabras fueron casi un grito mientras empujaba a Jonathan contra una columna y lo atrapaba junto a esta cogiéndolo por los hombros.
-No me tomes por estúpido Jonathan, ¡No lo soy!. –Continuó con furia. -¡Se lo que has hecho!, y para mí ahora mismo el monstruo eres tú, no Sarah.
-No he dicho que ella sea un monstruo. –Negó Jonathan sin resistirse, bajando la mirada al comprender lo que su hermano quería decir. –Simplemente ignora muchas cosas, pero no tenía elección, si no hubiese hecho eso ahora estaríamos muertos.
-¡La utilizaste!. –Gritó de nuevo su hermano. –Aceptaste esa boda solo para traerla aquí, porque sabías que nos atacarían y ella era la única que podía sacarnos de esta.
-¡¿Qué otra cosa podía hacer?!. –Replicó Jonathan.
-Nada, supongo… -Admitió Álbert relajando de pronto el tono de voz y mirando con más calma a su hermano. –Pero es lo que haces ahora lo que sí puedes cambiar. Has aceptado esa boda, ahora compórtate como debes.
-Ella no… -Trató de repetir Jonathan.
-¡Pero tú sí!. –Insistió una vez más Álbert. –No esperes que ella se comporte como tal cuando ni siquiera tú que sabes lo que deberías hacer lo hace. Ella aprenderá, Jessica se ocupará de eso y luego podrás culparla si quieres por no ser la esposa que debería, ahora mismo ella no puede evitarlo… pero tú si puedes. No hay excusa para lo que tú estás haciendo.
-¿Crees que es fácil?. –Preguntó Jonathan bajando la mirada. –Cada vez que la miro no sé que es lo que está pensando, no sé que pensará realmente cuando se de cuenta de lo qué ha prometido.
-Eso es algo que tendrás que discutir con Jessica, a ella se le dan mejor esas cosas que a mí. –Reconoció Álbert con una pequeña sonrisa. –Pero he visto como les hacías daño a Atasha y ahora a Sarah, no seguiré mirando como te destrozas a ti mismo y a los demás sin hacer nada, no olvides que soy tu hermano.
-Hablas de cosas que no entiendes. –Trató de explicar Jonathan. –Todo lo de Atasha tiene una explicación.
-Con tigo siempre se habla de cosas que no entendemos. –Le recriminó Álbert. –Pero el Jonathan que conocía jamás habría permitido que algo, fuese lo que fuese, le hiciese daño de esa forma a sus compañeros. Demuestra que todavía eres ese mismo Jonathan y empieza a comportarte como debes, o llegará el día en que también acabes haciéndole daño a Jess.
-¡Eso no pasará nunca!. –Negó con firmeza Jonathan.
-Lo sé. –Sonrió Álbert. –Pero creo que necesitaba oírtelo decir.
Dicho esto, Álbert soltó al fin a su hermano y los dos se separaron lentamente mirándose todavía con seriedad, pero ya con mucha más calma.
-Ahora será mejor que vayamos a buscarlas. Estoy seguro de que Jess se habrá ocupado de animar a Sarah pero a ti te toca arreglar esto.
-Lo sé, pero… -Titubeó Jonathan. –Primero tendré que averiguar cómo, todavía hay demasiadas cosas que me…
-¿Asustan?. –Apuntó Álbert sonriendo. –No te preocupes, lo creas o no esa es una buena señal.
-No sabes cuanto te odio cuando haces eso. –Bromeo Jonathan tratando de disimular su sonrisa ande aquellas palabras. –Me conoces demasiado bien. Ni siquiera te has planteado si quiero o no arreglar esto realmente.
-Si no lo quisieses así, nunca habrías aceptado. –Replicó Álbert esbozando una sonrisa. –El Jonathan que conocía no lo habría hecho al menos, espero que tú tampoco.
En respuesta a estas últimas palabras, Jonathan sacudió la cabeza ligeramente y le dio una amistosa palmada en el hombro a Álbert antes de ponerse en marcha de nuevo. Este, sin embargo, se detuvo un instante como esperando algo y cuando su hermano se alejó lo suficiente desapareciendo tras la puerta de la torre se giró hacia la puerta por la que acababan de entrar donde su hasta entonces compañera de viaje permanecía de pie mirándolo con una expresión en la que era difícil distinguir qué pensaba realmente.
-¿Vienes?. –Preguntó Álbert con su tranquilidad habitual, cómo si no pasase nada.
-¿A dónde?. –Respondió Atasha con voz débil y carente de ánimo, apenas un murmullo. –Ya no tengo a donde ir. Esta era mi casa, mi familia… todo lo que conocía. ¿Qué voy a hacer ahora?.
-No estás tan sola como crees y ya deberías haberte dado cuenta. Esa es precisamente la razón por la que él lo ha hecho. –Sugirió con una sonrisa Álbert. –Los amigos están para ayudarse precisamente en casos como este y si él no lo hubiera hecho… lo habría hecho yo mismo.
-Mis amigos… -Repitió la joven con un susurro, bajando la mirada. –Esos… sois vosotros. Sois lo más parecido que tengo a un amigo y ni siquiera sé si puedo llamaros así.
-Pero nosotros sí lo sabemos. –Continuó Álbert, sonriendo al ver que esta parecía seguir el camino que había esperado. -Dudar ahora es una estupidez, sobretodo después de lo que Jonathan ha hecho ahí dentro. Además, no creo que tengas otra opción.
-¿Es por eso por lo que me aceptáis?. –Preguntó Atasha mirándolo todavía confusa. -¿Por pena?.
-Tienes mucho que aprender. –Respondió Álbert sin dejar de sonreír. –Ni siquiera eres capaz de diferenciar entre compasión y amistad, ¿Qué te han enseñado en ese monasterio?.
Atasha pareció sorprenderse ante esta pregunta y sus ojos vacilaron un instante mientras su mente buscaba la respuesta. Pero no le fue muy difícil encontrarla y pronto miró de nuevo a Álbert.
-Nada. -Dijo secamente. –Todo lo que me habían enseñado se ha derrumbado hoy, tienes razón, no sé nada.
-Sabes más de lo que crees. –Afirmó Álbert. –Pero todavía dudas demasiado, eso lo corregirás con el tiempo ahora que ya no habrá nadie pensando por ti.
-Tal vez… -Dudo Atasha. –Pero ahora no sé que hacer, me siento perdida.
-Nosotros no vamos a decirte que debes hacer. –Aclaró Álbert. -Pero si te ayudaremos en cuanto podamos, esa es la diferencia entre tus superiores… y un amigo.
Aquello era todo lo que Álbert tenía que decirle a la joven y este ni siquiera esperó una respuesta de ella. Con la misma calma de costumbre se dio la vuelta y se alejó caminando en dirección a la salida, aunque todavía pendiente de ella por si algo no salía como esperaba.
Pero no tendría que preocuparse. Atasha tardó unos segundos en decidir qué hacer y, cuando al fin lo hizo, comenzó a caminar también siguiendo a aquel al que ahora sabía con certeza que podía llamar amigo. No sabía que esperar a continuación, ni tampoco que ocurriría cuando se encontrase de nuevo con Sarah, pero confiaba en ellos y los seguiría mientras la aceptasen.
Mientras tanto, fuera, en las escaleras de la catedral, el mayor de los hermanos se había detenido también por un momento interrumpiendo el caótico tren de sus pensamientos para recoger algo del suelo. Su gabardina estaba allí, tirada sobre las pulidas losas de piedra que formaban aquellas escaleras, y esto ensombreció aún más su mirada comprendiendo en parte las palabras de su hermano.
Pero en aquel instante no podía… ni sabía que hacer para arreglar nada y solo podía seguir adelante. Cogió su gabardina, la miró un segundo sintiendo la calidez del cuerpo de su esposa todavía presente en aquella prenda y se la puso de nuevo dejando que el aroma que todavía la impregnaba lo envolviese mientras descendía las últimas escaleras y desaparecía entre la niebla.