Línnea y Arunor, los mundos nacidos de la destrucción.
A lo largo y ancho de la infinidad de mundos que pueblan el universo, esa amalgama de vacío y materia, de orden y caos en el que dioses y mortales conviven, prevalece la creencia de que todo aquello que existe procede de la creación. Ese proceso enigmático y desconocido que dio origen al universo en su día y del que todo ha derivado hasta ahora. Sin embargo, como todas las reglas, incluso esta posee una excepción que la confirma. Y esta… singularidad, este anacronismo en las leyes universales, posee un nombre: Alinor.
Pocos recuerdan ya ese nombre ya que este dejó de tener significado hace eones, pero los que todavía lo hacen, dioses y otras entidades aún más extrañas y poderosas dedicadas en su mayoría al estudio del propio universo, todavía hoy lo pronuncian con respeto. Alinor fue un mundo nacido de la creación como muchos otros, pero bendecido…. o maldito, con un don que marcaría su destino.
A diferencia de otros mundos, Alinor no permaneció fijo en su pequeño rincón del universo, sino que vagó por él como un mundo errante entremezclando sus diferentes realidades con las de otros mundos y tomando una parte de cada uno. Sus dimensiones se poblaron con criaturas de los más diversos planos procedentes de otros mundos y estas se vieron obligadas a coexistir por primera vez. Algo que, con el paso del tiempo, desembocaría en una catástrofe hasta entonces inimaginable.
Las guerras entre las distintas razas no tardaron en estallar en Alinor. Los planos retumbaron con las batallas entre las criaturas del mundo, estremeciéndose bajo la destrucción de las energías mágicas que estas canalizaban unas contra otras. Así fue la existencia de Alinor durante sus primeros milenios de vida, una guerra constante en que las razas más débiles perecieron y su incomparable variedad de seres se vio reducida poco a poco dejando al final a solo dos estirpes como únicas sucesoras para aquel maltrecho mundo.
Los nombres originales de ambas castas se han perdido también en el tiempo, pero las leyendas afirman que se trataba de los mortales, hijos del plano material y habitantes originales de Alinor, y una raza de una jerarquía superior procedente de otro mundo. Estos últimos, nacidos de la sombra del mundo de Alaucor, controlaron los planos superiores con facilidad, pero se encontraron con la resistencia de los mortales en su propio plano y la guerra fue ganando en violencia centrándose cada vez más en el plano material, el corazón de Alinor.
La lucha continuó durante todo un Eón sobre el marchito Alinor y su vida se fue apagando con el tiempo. Las batallas lo consumían destrozándolo desde dentro y sus criaturas morían una tras otra sin que la guerra se decantase hacia ninguno de los dos bandos ni pareciese apagarse. Hasta que al fin, incapaz de resistir por más tiempo aquella destrucción, Alinor cedió bajo la presión de las batallas y la catástrofe se hizo inevitable. Por primera vez desde su nacimiento, el universo presenció la muerte de uno de sus mundos y Alinor desapareció con una violenta explosión que lo sacudió todo durante siglos haciendo retumbar los mundos más cercanos y deteniendo al fin su errante vagabundeo.
Sin embargo, fue entonces cuando sucedió algo todavía más sorprendente. Cuando la nube de energías caóticas que cubría el lugar de la muerte de Alinor se esfumó, los dioses observaron con sorpresa que el vacío no había ocupado su lugar y que, allí donde ahora no debería haber nada, un nuevo mundo se alzaba desafiante absorbiendo los restos del propio Alinor. Un mundo nacido de la destrucción, algo hasta entonces considerado una paradoja, y habitado todavía por las dos castas de seres que habían destruido Alinor, pero que esta vez ya no podrían hacer más daño.
De alguna forma, el nuevo mundo había separado a las dos razas en sus dos únicos planos manteniéndolas aisladas por una poderosa barrera que ninguna podía cruzar. A estos planos, dimensiones unidas pero al mismo tiempo separadas como mundos independientes se las llamó Línnea, en el caso del plano habitado por los mortales, y Arunor, en el caso del plano habitado por los hijos de las sombras que hoy conocemos como demonios.
Aquí finalizan las leyendas sobre Alinor y el nacimiento de los dos nuevos mundos. No existen leyendas, relatos, ni siquiera mitos que hagan referencia a los años posteriores antes de la primera gran guerra de unificación ni que aclaren como llegó a formarse el gran continente que hoy conocemos como Linnea. Aunque si sabemos que, fuese quien fuese quien le dio su nombre, lo hizo en honor al mundo de los mortales, nuestro mundo.
La historia de Arunor, sin embargo, es todavía más inaccesible que la de Linnea y no existen leyendas o documentos que la describan. A lo largo de los reinos existen rumores y numerosas leyendas menores sobre los monstruos que lo habitan, pero ninguna posee lógica suficiente para ser nombrada aquí. Tal vez algún mago negro posea el conocimiento que nosotros desconocemos sobre este extraño mundo, pero la sola idea de buscar esa información entre estos desertores me repugna.
Extractos del capítulo uno de un Códice inacabado encontrado entre las pertenencias del Alexander Martilen, Sumo sacerdote de la escuela blanca desaparecido durante la batalla final contra Argash.
La Guerra de Unificación.
Todo comenzó hace quinientos años. Exactamente a finales del año 1487 de nuestra era. Por aquel entonces toda Linnea se encontraba en guerra y los reinos de Acares y Tarman luchaban con el imperio Rashid por hacerse con el control de todo el continente. Fue una guerra larga y sangrienta conocida como “la guerra de unificación” que duraría más de cincuenta años y en la que el reino de Tarman sería el mayor perjudicado llegando incluso a desaparecer por completo.
Cuando la guerra llegó a su fin, Tarman había caído bajo el control del imperio y el reino de Acares había quedado reducido a un pequeño territorio en las montañas del este de Linnea. El imperio Rashid se alzó con la victoria y su emperador, Ármand Rashid, unificó al fin todo el continente bajo una única bandera.
Durante los años siguientes, los habitantes de los antiguos territorios de Tarman y Acares estuvieron demasiado ocupados tratando de reconstruir sus vidas tras la guerra como para preocuparse por sus viejos reinos e intentar revelarse. Gracias a esto, y a la férrea vigilancia que sus ejércitos mantenían sobre los territorios ocupados, Ármand no tuvo problemas para gobernar y la paz reinó al fin en toda Linnea.
Pero las cosas cambiarían con la llegada al trono de su hijo. Ármand Rashid era un hombre de armas, un general curtido en cientos de batallas que había gobernado su imperio con la misma firmeza y disciplina que dirigía su ejército. Por contra, su hijo Róland era incapaz siquiera de sostener un arma y sentía una gran aversión por cualquier tema que estuviese ligeramente relacionado con la guerra.
Siendo un hombre de voluntad débil y sin excesivo interés por los asuntos concernientes al gobierno del imperio, el joven Róland no tardó en delegar el gobierno del mismo en uno de sus consejeros: el primer ministro León Argándaz. Así comenzó la decadencia del imperio.
León era un hombre inteligente hijo del primer ministro del anterior emperador y habría podido dirigir el imperio mucho mejor que el propio Róland. Pero desgraciadamente también era ambicioso, y su sed de poder y riquezas lo llevarían a preocuparse más por acrecentar su fortuna personal que por proteger el gran imperio de los Rashid.
Mientras el nuevo emperador disfrutaba de una tranquila y despreocupada vida en el palacio León comenzó a reformar el imperio. Su primer paso fue convencer a Róland para que limitase el poder de los generales y dejase los ejércitos bajo su control. Una vez conseguido esto, León envió a más de la mitad de los soldados de vuelta a sus pueblos con la excusa de que ya no había razón para mantenerlos lejos de sus hogares y envió al resto del ejército a la frontera este para prevenir una posible invasión por parte del rey Acares.
Pero el objetivo real de León no era ese, sino acabar al fin con el control que los generales habían mantenido sobre la población de Linnea. Para llevar a cabo sus planes necesitaba restablecer el comercio entre las grandes ciudades del imperio y no podría haberlo hecho mientras el ejército continuase vigilando y controlándolo todo.
Todo esto tuvo dos consecuencias inmediatas: una mayor libertad para los habitantes de Linnea y la transformación de la capital del imperio en la mayor ciudad comercial del continente y, por extensión, del resto del mundo. Y esto era exactamente lo que León pretendía. Gracias a su privilegiada posición en el palacio, León dirigía a su antojo el comercio de la ciudad y su fortuna aumentó rápidamente llegando incluso a superar a la del propio emperador.
Pero León había pasado algo por alto. En su afán por conseguir más y más riquezas, León había ignorado los consejos de los generales de mantener vigilados los territorios conquistados a Tarman y a Acares durante la guerra. Y esto le costaría caro.
Gracias a la libertad de que ahora disfrutaban, los habitantes de los reinos derrotados durante la guerra comenzaron a reunirse en secreto y los rumores de una inminente revolución pronto se extendieron por todo el imperio. Sin la vigilancia del ejército, los rebeldes comenzaron a formar grupos más y más organizados y los primeros levantamientos no tardaron en llegar.
Al mismo tiempo, el rey Acares observaba desde su exilio en las montañas lo que sucedía en su viejo reino y se preparaba para actuar. Marcus Acares, el decimotercer monarca de su dinastía, era un hombre inteligente y además un buen estratega que era consciente de la inferioridad de sus fuerzas frente a las del imperio. Por eso, y sabiendo que aún con la ayuda de los rebeldes su ejército sería aplastado rápidamente en cuanto abandonase las montañas, ideó una táctica diferente.
Lejos de fomentar la rebelión, Marcus Acares envió varios mensajeros a través de la frontera con un único mensaje: “Detened los levantamientos”. Nadie sabía lo que esto significaba, y fueron muchos los que dudaron y tomaron este mensaje como una treta del imperio para detener la rebelión, pero lo cierto es que en apenas unos días todo se calmó de nuevo. Los rebeldes desaparecieron tan deprisa como habían aparecido y los levantamientos cesaron de golpe.
Satisfecho por su aparente éxito con los rebeldes, León decidió no prestarles más atención y, tras destinar a los generales a las zonas más conflictivas para prevenir futuros levantamientos, se olvidó de nuevo del asunto. Y esto era exactamente lo que el rey Marcus pretendía. Ahora que la atención de los generales se dirigía hacia el interior del imperio y no hacia su reino, Marcus podía al fin empezar con sus planes.
El resurgir de Acares:
Nacimiento de las seis grandes escuelas de la magia.
Marcus sabía que sus ejércitos nunca podrían competir en igualdad de condiciones contra los del imperio dada la gran diferencia en el número de sus fuerzas. Sin embargo, había algo que podría igualar las fuerzas e incluso inclinar la balanza a su favor: la magia.
Desde tiempos antiguos, Acares había sido un reino famoso por sus magos y hechiceras. Hombres y mujeres versados en las viejas tradiciones y en el misticismo que eran capaces de modificar la realidad con su voluntad y de controlar los elementos. El único problema era que aquellos a los que podía considerarse como verdaderos magos eran apenas unas decenas de hombres y, en su mayoría, demasiado ancianos como para entrar en combate.
Pero Marcus encontró la solución. Con ayuda de los magos de palacio, Marcus reunió a la mayoría de los hechiceros del reino y fundó las cinco grandes escuelas de la magia. Una para cada uno de los elementos de la naturaleza que los magos eran capaces de dominar: fuego, aire, agua, tierra y Luz.
Durante dos largos años, Marcus dedicó todos los recursos del reino a reunir en estas escuelas cualquier tipo de manuscrito que tuviese que ver con la magia así como a todo aquel que poseía el talento necesario para usarla. No importaba que estos fuesen nobles, soldados o simples campesinos. El rey daba la bienvenida a todo aquel que deseaba aprender y tenía el talento para hacerlo.
La fama de las escuelas creció rápidamente y se extendió por todo el mundo atrayendo a cientos de magos que comenzaron a reunirse en Acares. El rey Marcus acogía en su reino a todo aquel que lo desease. Desde jóvenes aprendices que juraban lealtad al rey a cambio de su educación en las escuelas hasta grandes hechiceros famosos en todo el mundo que se convertían en los maestros de las escuelas. A cambio de sus servicios, el rey otorgaba a estos hechiceros todo lo que necesitaban para sus experimentos y ponía a su entera disposición las instalaciones de las cinco escuelas.
Los únicos que no fueron aceptados en el reino fueron aquellos que habían dedicado sus vidas al estudio de un sexto tipo de magia: Los magos negros. Pese al poder de los hechiceros que practicaban este tipo de magia, Marcus Acares había decidido no fundar una escuela dedicada a la magia negra por temor a que esta terminase volviéndose contra ellos. Sabía que los magos negros a menudo realizaban pactos con los demonios para aumentar su poder y no estaba dispuesto a dejar que ninguno de ellos entrase en su reino. Y mucho menos a permitirle realizar sus experimentos en una de sus escuelas. Lo que este no podía prever, sin embargo, era que estos magos pronto encontrarían un lugar en el que reunirse.
Consciente del peligro que suponía el creciente poder de los magos del reino de Acares, León decidió hacer algo al respecto. Puesto que sabía que ya no podía competir con las escuelas de Acares, León decidió crear una sexta escuela en la que pudiese reunir a aquellos magos que Marcus había repudiado: La escuela de la magia negra.
Durante los veinte años siguientes a su creación, las seis escuelas continuaron desarrollándose y los primeros magos formados completamente en ellas no tardaron en incorporarse a los ejércitos de sus países. Estos nuevos magos carecían de la experiencia y el poder de los grandes maestros que dirigían las escuelas, pero sus hechizos eran lo suficientemente poderosos como para convertirlos en un adversario más que temible para cualquier soldado.
Gracias a ellos, el ejército de Acares se multiplicó rápidamente y los jóvenes magos procedentes de sus cinco escuelas pronto formaron una fuerza capaz de enfrentarse al imperio. Al mismo tiempo, Marcus envió un nuevo mensaje a los rebeldes y se preparó para iniciar la guerra.
La caída del Imperio Rashid.
El 15 de agosto del año 1500 de nuestra era, la fuerza principal de los ejércitos de Acares avanzó hacia la frontera y comenzó la invasión del imperio. Al mismo tiempo, la población de los territorios ocupados por el imperio comenzó a sublevarse y la rebelión se extendió rápidamente por el este del imperio. Con esta acción se ponía fin a más de diez años de paz tras la guerra de unificación y comenzaba una nueva batalla.
Pese a su gran superioridad numérica, las tropas que León había destinado a la frontera fueron incapaces de hacer frente a los ejércitos de magos de Acares. Atrapados entre los rebeldes y la fuerza invasora, los generales del ejército Rashid no tardaron en ser derrotados y el ejército Acares comenzó a avanzar hacia el Oeste.
En cuestión de semanas, el reino de Acares reconquistó la mayor parte de su antiguo territorio y sus fuerzas continuaron marchando hacia el centro del continente. Marcus ya no se conformaba con recuperar su reino, su gente había sufrido mucho durante la guerra y estaba dispuesto a conquistar la mismísima capital del imperio para acabar de una vez por todas con el poder del imperio Rashid.
Con el apoyo incondicional de la población, y la ayuda de los rebeldes del ex reino de Tarman, el ejército Acares conquistó sin problemas el norte de Linnea y continuó su imparable avance hacia la capital. Nada parecía ser capaz de hacer frente a la fuerza combinada de los hechiceros de las cinco escuelas. Ni siquiera los magos de la escuela negra eran rivales para ellos.
Al fin, el 14 de febrero del año 1501, los ejércitos del rey Acares llegaron a las puertas de la capital del imperio y conquistaron todas las tierras que la rodeaban. Marcus sabía que las grandes murallas de Ramat y los magos de la escuela negra que se reunían en su interior la convertían en un objetivo difícil de conquistar. Por esto, y para evitar que sus hombres muriesen inútilmente, el rey optó por una estrategia diferente y decidió asediar la ciudad en lugar de atacarla directamente. Pero León todavía no estaba derrotado.
Nada más establecerse el asedio, el gran maestro de la escuela negra había ido a verle y le había sugerido una posible solución. Sin embargo, esta era tan peligrosa y aterradora que León la había rechazado de inmediato. Aunque eso había sido al principio del asedio.
Con el paso de los días León comenzó a desesperarse y no tardó en caer en la cuenta de que, si la ciudad caía, él sería uno de los primeros en ser ejecutado. Y esto lo aterraba todavía más que la propuesta de aquel mago. Ya no le importaba lo que pudiese pasarle al imperio, lo único que deseaba era salvar su vida y estaba dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguirlo.
Siguiendo las instrucciones del hechicero, León convenció a Róland para que lo acompañase y se las arregló para que ninguno de los guardias personales del emperador lo siguiese. Con la excusa de que aquel sería un lugar mucho más seguro que el propio palacio en case de un ataque, León llevó a Róland a la sala más profunda de la escuela y se lo entregó a los magos.
Puede que aquellos hechiceros no tuviesen el poder suficiente como para enfrentarse a los magos de las cinco escuelas de Acares. Pero había algo que sí podían hacer para defenderse: invocar a un demonio. Sin embargo, para invocar a un ser del mundo de la oscuridad era necesario un sacrificio humano. Y era precisamente de la importancia de este sacrificio de lo que dependía el poder del demonio a invocar. Por esa razón habían tenido que esperar a que León los ayudase, por qué necesitaban a Róland para. Sacrificando al emperador los magos esperaban conseguir atraer a un demonio lo suficientemente fuerte como para derrotar al ejército Acares…. y lo consiguieron.
Tal como ellos pretendían, el que respondió a su llamada no fue uno de los muchos demonios menores que poblaban el olvidado mundo de Arunor sino el mismísimo Argash, uno de los cuatro grandes demonios del reino oscuro.
Pero algo salió mal. Argash era demasiado poderoso como para ser controlado por simples humanos. Era una criatura salvaje, consumida por una maldad inimaginable que ni siquiera dudó un segundo en acabar con las vidas de aquellos que lo habían invocado para saciar su sed de sangre. En cuestión de segundos, Argash sumió la ciudad en un mar de llamas y un terrible tornado negro cubrió por completo Ramat arrasando todo aquello que el fuego no había consumido.
Cuando todo se calmó de nuevo, la capital del imperio había quedado reducida a simples cenizas y el gran imperio de los Rashid había desaparecido para siempre. Pero la guerra no había terminado. Al contrario, la verdadera batalla estaba a punto de comenzar. Y en esta ocasión ya no era solo el control de Linnea lo que estaba en juego, sino el futuro de todo el mundo.
La Creación del gran sello.
Tras la destrucción de Ramat, Argash comenzó a moverse hacia el este con un único objetivo: destruir las cinco escuelas restantes y a los magos que las dirigían. Sin apenas esfuerzo, el demonio rompió el cerco del ejército de Acares y avanzó hacia la capital del reino destruyéndolo todo a su paso con una furia inimaginable.
Durante meses, el ejército del rey Acares luchó sin descanso contra el demonio tratando de detener su avance. Pero su poder era demasiado grande. Los jóvenes hechiceros del ejército Acares no podían enfrentarse al inmenso poder de Argash y este continuó avanzando sin que nadie pudiese hacer nada.
Fue entonces cuando los grandes maestros de las escuelas decidieron intervenir en la batalla. Su magia tampoco era rival para el poder del demonio, pero su astucia y su experiencia en el estudio de la magia los convertía en unos peligrosos rivales si se les daba tiempo para trazar un plan. Durante varios días, los hechiceros más poderosos del mundo se reunieron en el palacio del rey buscando una forma de derrotar al demonio. Y al fin, al cabo de seis largos días, los magos abandonaron la asamblea y le presentaron al rey el plan con el que esperaban acabar con Argash.
El plan se basaba en el uso de un tipo especial de cristal que uno de los magos había desarrollado hacía tiempo y que tenía la propiedad de almacenar en su interior grandes cantidades de energía mágica. Usando este material, los magos crearon seis cristales y concentraron en cinco de ellos el poder reunido en las escuelas. Así nacieron los cinco cristales originales, cinco hermosas joyas que concentraban el poder mismo de los elementos y palpitaban como seres vivos bajo la mano de los magos brillando con su color característico. Con la ayuda de estos cinco cristales, los líderes de cada una de las escuelas se reunieron de nuevo y partieron hacia el monte Kátar para enfrentarse cara a cara con el demonio.
La batalla fue terrible. Durante dos largos días, la montaña al completo desapareció en medio de un enorme remolino y las terribles fuerzas desatadas en su interior hicieron temblar a la propia tierra. Fuego, rayos, agua, tormentas de hielo, todas las fuerzas imaginables de la naturaleza se reunieron en aquel lugar durante aquellos días hasta que, al llegar el tercero, todo se calmó de pronto y la batalla pareció terminar al fin.
Nadie sabe que sucedió realmente en la cima del monte Kátar durante aquellos dos días, pero cuando el tornado se desvaneció por completo allí ya no quedaba nada. Los magos, Argash e incluso la propia montaña habían desaparecido para siempre y lo único que parecía haber sobrevivido a la batalla eran los cristales de los magos.
Sin embargo, cuando los hechiceros del ejército Acares se acercaron a recoger los cristales para devolverlos a las escuelas, estos se encontraron con algo inesperado: el sexto cristal ya no estaba vacío. De alguna forma, los cinco magos habían conseguido sellar el poder de Argash en aquel cristal antes de morir y ahora un cristal completamente negro brillaba tenuemente junto a los cinco cristales originales.
Extracto del códice “Crónicas de la gran Guerra”, guardado en la gran biblioteca de la nueva Ramat actualmente bajo la custodia de los monjes blancos.
Desaparición del Ejército de Magos:
La Guerra de división.
Tras la derrota de Argash, la guerra llegó a su fin y los magos supervivientes regresaron a sus respectivas escuelas y separaron los seis cristales ocultándolos en varios templos repartidos por toda Linnea para evitar que su poder fuese usado de nuevo para la guerra. Pero ellos no eran los únicos que habían aprendido algo de todo aquellos. Marcus Acares había comprendido que la magia era un poder demasiado peligroso como para ser usado en una guerra y decidió hacer inmediatamente algo al respecto.
Lo primero que hizo fue disolver el ejército de magos y prohibir a cualquiera con un mínimo conocimiento de magia el ingreso en el mismo. Hecho esto, Marcus disolvió las escuelas para evitar que los magos continuasen con sus enseñanzas y comenzó a reconstruir su reino.
Tal como el rey esperaba la disolución de las escuelas, unida a la desaparición de sus grandes maestros, hizo que los magos se separasen de nuevo y en apenas unos años estos volvieron a ser tan escasos en Linnea como lo habían sido antes de la gran guerra. Así comenzó un largo período de paz para toda Linnea. Gracias al buen gobierno de la familia Acares, el reino consiguió recuperarse poco a poco y las ciudades destruidas fueron recuperándose con el tiempo. Incluso la destrozada Ramat fue reconstruida de nuevo y no tardó en convertirse una vez más en la principal ciudad comercial de Linnea.
Pero esto no duraría para siempre. Tras casi cuatrocientos años de paz, la guerra estalló de nuevo en Linnea y sus habitantes se vieron arrastrados a la lucha una vez más. En esta ocasión los bandos enfrentados fueron tres: el reino de Acares, los rebeldes del antiguo reino de Tarman y el ejército revolucionario del viejo imperio Rashid. Durante ochenta largos años, los tres ejércitos se enfrentaron en incontables batallas por toda Linnea defendiendo las tierras que creían suyas por derecho. En esta ocasión la lucha se realizó entre ejércitos de soldados y no de magos y la superioridad numérica del ejército del reino de Acares pareció darle ventaja en un principio. Sin embargo, el repentino asesinato del actual rey conmocionó de tal forma a la población y al ejército que la guerra cambió inmediatamente de rumbo.
Nadie sabe a ciencia cierta quién acabó con la vida del soberano de Acares. Pero las sospechas recayeron inmediatamente sobre la orden del corazón negro de Lusus. Un cuerpo de caballeros entrenados en secreto por el líder de la revolución y cuya especialidad era precisamente matar a sus enemigos de la forma más discreta y sigilosa posible. Eran asesinos, entrenados para matar sin ser vistos y que, según algunos rumores, incluso poseían conocimientos de magia negra.
De todas formas, fuese o no obra de estos caballeros, el asesinato del rey Acares trajo con sigo un gran cambio en el curso de la guerra y, finalmente, acabaría forzando al joven príncipe a firmar un tratado de paz con las dos potencias rivales. El 17 de agosto del año 1987, la guerra llegó a su fin con la firma del tratado de Ramat en el que los tres reinos fijaban sus nuevas fronteras y declaraban dicha ciudad como zona común.
El reino Acares al Este dominando la gran cordillera de la plata y las fértiles praderas bañadas por los ríos que nacían de sus nieves perpetuas, el reino de Tarman al norte, ocupando las mesetas gemelas de Laniz y Rinen así como las montañas de la bruma en el extremo Norte del continente y el nuevo reino de Lupus, nombre con el que pasó a conocerse el viejo imperio Rashid, al Oeste reinando sobre el gran desierto de la garra y las tierras áridas de Linnea. Y como siempre, los más perjudicados fueron precisamente los más débiles: los niños.
La guerra había dejado a cientos de niños sin familia que se habían quedado solos y no tenían a nadie que cuidase de ellos. Muchos acabaron mendigando en las calles, otros morirían de frío o de hambre en los pueblos arrasados durante la guerra sin nadie que los ayudase. Y algunos, aquellos que habían tenido más suerte, acabaron en las escuelas militares de las ciudades que habían sido reconvertidas en orfanatos tras la guerra.
Allí estos niños encontrarían un lugar en el que vivir, alguien que se preocupaba por ellos y también una esperanza para el futuro. En los orfanatos no solo se les proporcionaban comida y una cama, también se les daba una educación y, a aquellos que poseían las aptitudes necesarias, se los entrenaba en el uso de las armas para que algún día pudiesen defender a su país si estallaba una nueva guerra.
Así llegamos a nuestros días. Han pasado veintidós años desde la firma del tratado de paz y los niños de los orfanatos son ahora adultos que se preparan para empezar sus nuevas vidas. Irónicamente, sobre estos jóvenes cuyas vidas fueron destrozadas por la guerra descansa ahora el futuro de este país y solo los dioses podrán decir qué clase de futuro es ese. Si es que, realmente, existe todavía algún díos en este mundo que vela por nosotros, algo que muchos de estos jóvenes dudan firmemente.
Extracto final del manuscrito histórico encargado como prueba al joven escriba Ismael Lutien del orfanato de Tírem por el monasterio de Társis. El trabajo fue considerado como satisfactorio y el escriba aceptado