VII. Convivencia: Netz y sus Hijos
El viaje transcurría demasiado sereno a la vista de todos, excepto a la de Hitsys y Nepher. Ambas lo percibían, los engendros del mal estaban muy cerca.
Nékhan, llevada por su deseo carnal, utilizaba sus dotes de semidiosa para someter al atractivo soldado bajo el yugo de un amor simulado. Para convertirlo en su esclavo, en un sirviente que no dudaría en complacerla siempre que lo desease, como venia ocurriendo desde hacia varios días y noches.
Dharion, ensimismado y embobado, ciego por un amor loco no veía la realidad que palpaban Hitsys y Nepher. El guerrero, sin desearlo, había abandonado su preocupación por mantener su figura masculina, como líder moral, entre los hombres del grupo. Su carácter estaba cambiando, acercándose a la hipocresía que irradiaba la princesa, una actitud capaz de destrozar el ambiente quebradizo de la peregrinación. Envidiado en los primeros momentos, se había convertido en un ser repudiado y dejado de lado por su sometimiento a una mujer, a Nékhan. Sus compañeros inventaban burlas sobre él, y le daban de lado porque había perdido credibilidad como hombre y como persona que había dejado de actuar y decidir por ella misma.
Kyo también se había dado cuenta, la situación empeoraba, la armoniosidad del grupo se deterioraba lentamente. Conocía a su subordinado demasiado bien, siempre imprudente y temeroso, con su carácter había conseguido arrastrar a los otros soldados y ahora, más que nunca, el capitán necesitaba de ese don innato en su persona... ahora más que nunca necesitaban del auténtico Dharion...
La nube de tormenta de todos los tiempos estaba cerca en aquellas horas de luz. La expedición no se había detenido pero aún así la maldad acechaba.
El ejército de las Criaturas de la Noche había ganado terreno a cada momento y ahora se alzaba por sus espaldas hasta donde la vista no podía alcanzar.
Nepher se asomaba también a ese manto de oscuridad, su tez palideció. Nékhan fue la siguiente en percibirlo, centenares de monstruos corrían hacia ella para asesinarla, para destrozarla con sus garras erizadas, para que su destino no se cumpliera. Sonrió segura de si misma. Pobre muchacha ingenua, se sentía inmensamente inundada de un imaginario poder prometido por su Madre en un tiempo remoto. La excitación emergió desde su interior creyéndose dueña y señora de aquellos momentos en los que se atrevería a aventurarse en su locura privada. Espoleó a su caballo. Cuando cayeron en la cuenta de lo que ocurría Nékhan ya los había dejado atrás. Un impulso, sentido o imaginado, la arrastró a jugar con la vida de todos los componentes de la caravana. En su loca huida se reía divertida, sintiéndose inalcanzable, inmune a los Hijos de Netz...
El desconcierto logró apoderarse de todos. Las monturas se encabritaron asustadas. Los alaridos y gruñidos de guerra asaltaban sus oídos por la espalda como las traicioneras intenciones del Señor del Mal. Los más osados voltearon la cabeza para enfrentarse cara a cara con el mayor ejército de abominaciones que habían visto en toda su vida. La mayoría de las razas habían pactado entre ellas bajo el dominio de Netz para constituir el gran ejército de las Criaturas de la Noche. Una multitud capaz de arrasar cualquier esperanza de salvación, fuera frágil como el cristal o dura como el acero, ganaba terreno rápidamente mientras los soldados intentaban reagruparse en sus corceles para salir huyendo tras la princesa.
Nepher se estremecía ante los acontecimientos consciente del terror. Rememoraba las arcaicas escrituras, las Horda de la Muerte, como se conocía aquella concentración de monstruos. También había sido profetizada por sus antepasados y la bella mujer estaba contemplando, paralizada, como aquellas visiones se convertían en realidad ante sus pupilas.
Nékhan cabalgaba. Guiaba a su caballo bordeando la muralla de roca que se encontraba a su izquierda. Lo hizo girar de golpe para hallar la escondida entrada a un desfiladero. Sin detenerse se dispuso a atraversarlo, no tenía miedo porque escuchaba, o así lo creía ella, la voz guiadora de su Madre conduciéndola.
Las carretas brincaban alocadas a causa de los baches sin aminorar su marcha mientras Kyo ganaba terreno para alcanzar a su protegida que estaba actuando de manera inusual. Tras varios minutos de velocidad limite Nékhan alcanzó su objetivo. El desfiladero se ensanchaba para mostrarles lo que aquella montaña guardaba en sus entrañas. Un hallazgo que solamente podría haber sido descubierto desde el aire, o por la mano de un ser divino, como era el caso. En una especie de profundo cráter se hallaba tallada en la roca la puerta de un templo en honor a la Diosa Aris. Se conservaba en buen estado. La princesa desmontó mientras se dejaba inundar por la magnificencia de la construcción.
El resto de componentes de la expedición arribaron.
Todos quedaron igualmente anonadados, la roca guardaba fielmente los relieves esculpidos por una multitud de artistas que, seguramente, dedicaron su vida entera a llevar a cabo tan colosal obra maestra. Lo que más maravilló a los espectadores fueron los vestigios de vida aún latentes entorno a la figura de la Madre, verdes hierbecillas bordeaban y adornaban su figura, cuando llegaban a ciertas zonas un estallido de colores despertaba la alegría en sus ojos, una multitud de flores les develaba el lugar como un paraíso perdido. El musgo de la vida recubría la piedra con sus colores. La roca lloraba agua cristalina desde su insospechada altura cayendo a un pequeño lago. Su brazo celeste cruzaba a lo ancho la tierra dividiendo la zona en dos partes bien diferenciadas. La zona de muerte que ahora pisaban todos los miembros de la caravana y la pura vida al otro lado del ancho río delimitante de los reducidos dominios de la Diosa. La vegetación cubría el suelo en aquella parte en la que el cielo se veía limpio y puro, incluso varios legendarios árboles sobrevivían a ambos lados de la escalinata para alcanzar la puerta del santuario.
Sin decir nada la princesa atravesó el riachuelo en dirección a la morada de su Madre. El agua le alcanzó la rodilla pero no la detuvo. Cuando puso su pie en la otra zona una cándida fragancia a flores la envolvió. Cerró los ojos para que el poder de la Diosa Aris la invadiera por completo. Podía sentirla en cada rincón, en cada caricia que la brisa hacia en sus cabellos… incluso en el aire de sus pulmones.
Sin pronunciar palabras los demás atravesaron el río siguiendo a la Elegida. Ellos también sintieron el poder infinito de la Madre de la Creación. Tantos años buscándola y ahora habían encontrado su delimitada propiedad del Mundo, de su Mundo, que se hundía lentamente en la desgracia.
Nepher se sintió diminuta cuando el sobrecogimiento de la presencia de la Diosa Aris la alcanzó. Asustada ante las sensaciones lentamente se permitía caminar en sus dominios, arrastrando su capa por la exuberante vegetación que impregnaba sus sentidos. Lentamente siguió a Nékhan hasta la entrada del santuario.
Los bramidos de las Criaturas de la Noche los arrastraron hasta la realidad. Antes del último recodo que conducía a los dominios de Aris se podía escuchar con claridad el sonido de la multitud de los Hijos de Netz que corrían hacia ellos. Chillidos, aullidos… inundaban los oídos de todos los Hijos de Aris que habían quedado paralizados ante aquello que se les desvelaba como su inminente final.
- ¡Replegaos hacia el santuario! - gritó el capitán anticipándose a los hechos.
Todos sus hombres obedecieron ciegamente. Subieron a la carrera la escalinata
- ¡Arqueros! - ordenó Kyo con sangre fría
Se revelaba como una trampa.
- Faltan Fars, Dharion y la extraña mujer - gritó Gort cuando hubo llegado hasta el jefe de la expedición.
El Humano no respondió. Volcó su mirada en el desfiladero. Se entristeció pero ya no se podía hacer nada por ellos. Abandonó los recuerdos de aquellos tres para mantener el control de la situación.
- ¡Arqueros, prevenidos! - gritó el capitán.
A su orden tensaron los arcos listos para disparar. Mientras, los segundos transcurrían muy, muy despacio, convirtiéndose casi en horas.
Todos tenían sus ojos fijos en la salida del desfiladero. Los nervios crispados por la jauría de Criaturas no Mortales que se acercaban.
Kyo comenzó a extrañarse ante la tardanza de su aparición. Según sus cálculos deberían haberlos rodeado ya.
-¡Son Fars, Dharion y la extranjera! - chillaron los hombres cuyas armas estaban desenvainadas.
El trío apareció a caballo. El gesto de la lucha en sus rostros. La sangre bañaba sus cuerpos sin saber si realmente les pertenecía o no. Sus armas sostenidas enérgicamente, portadoras de fuerza e impregnadas por el mismo fluido vital de todo ser mortal. A penas pudieron llegar al riachuelo, las abominaciones se encargaron de sus monturas. Los jinetes cayeron al suelo mientras sus caballos eran devorados por el centenar de deformidades. Se pusieron en pie tan rápido como pudieron. La Horda de la Muerte había quedado reducida a una simple avanzadilla que les ganaba terreno a cada segundo. El grueso de sus fuerzas jamás se atrevería a pisar un terreno maldito y vedado, incluso, para el mismísimo Netz. Mientras aquellos alocados mortales permanecieran en los alrededores de los dominios de Aris los monstruos del Mal se sentirían limitados y condenados irremediablemente a su fin si se atrevían a atacarlos.
Aún no estaban a salvo del todo. La Criaturas de la Noche que los habían perseguido hasta las entrañas de la roca continuaban con sus mortíferas acciones guiados por su Dios, aunque aquellas criaturas ya estaban condenadas...
Ellos retrocedían. Creían ciegamente que seria el final. Los monstruos se decidieron a atacarles con la mayor fiereza posible, cayeron sobre ellos como el agua cae sobre la tierra.
- ¡Disparad! - ordenó la potente voz de Kyo desde su alejada posición.
Era lo que necesitaban. Pensaban que con semejante refuerzos los monstruos huirían despavoridos, pero la situación sólo empeoró más y más. La jauría de criaturas enfureció notablemente, a pesar de ser un grupo un tanto reducido estaban demostrando una eficacia envidiable por cualquier batallón militar. Atacaron ahora al unísono con intención de aplastar a los tres mortales que les cortaban el paso y quienes habían quedado cercados.
Nékhan giró bruscamente hacia aquellos que se atrevían a pisar suelo sagrado. Su rostro se enfureció en un horrible mueca. Sus ropas se agitaron cuando lentamente caminaba hacia la escalinata para dar fin al escándalo que se atrevía a perturbar la paz espiritual de un lugar santo y sagrado.
Dharion había perdido su arma y se limitaba a esquivar. La espada de Fars había sucumbido ante las potentes garras de un noax quien había conseguido partirla por la mitad, mientras Hitsys retrocedía hacia el riachuelo utilizando su tizona más para protegerse que para atacar.
La princesa, guiada por una fuerza superior, sin ser consciente de lo que estaba sucediendo, sintió como la mismísima Diosa Aris tomaba prestado su cuerpo, durante unos instantes, para acabar con tal osadía. Sus pies abandonaron la roca. Su cuerpo se elevó hacia el cielo mientras los ojos de la colosal escultura de piedra de la Diosa de la Creación comenzaban a abrirse lentamente, con sosiego y quietud. La luz de la eterna bondad de Aris resbalaba por su inerte rostro atravesando el espacio para alcanzar el cuerpo mortal de la princesa. Una remininscente luz de poder lo rodeó mientras la consciencia de Nékhan sentía a su Madre. Un haz de luz envolvió la realidad y obligó a todos a taparse los ojos. La claridad era reconfortante, fresca, con un aroma agradable, pero a la vez cargada de una fuerza eterna, capaz de destrozar su propio Mundo sin esfuerzo..
Retrocedieron lentamente aquellos seres del mal al percibir a Aris envolviéndolos con su manto. Sintieron el miedo en la venas y conocieron la bondad de la Diosa antes de perecer. Las criaturas, marionetas en las manos de Netz, paralizadas, incapaces de huir estaban prendadas de tanta belleza y bondad. Se vieron abandonadas a su doloroso final. Millones de aullidos del dolor más profundo castigaron el viento. Después la calma del silencio fue el agua fresca que calmaba la sed de vivir...
Los tres mortales que habían quedado atrapados entre los monstruos aún continuaban paralizados en el suelo tapándose los ojos, temiendo que la cegadora luz pudiera dañarlos a ellos también. Poco a poco retiraron sus manos.
Ahora, Nékhan, descendía lentamente hasta el pie de la escalinata, exhausto su cuerpo y su mente se abandonó al descanso.
Nepher, que había observado todo boquiabierta bajó las escaleras rápidamente para atender, como en otras muchas veces, a su querida chiquilla, a su adorada princesa.
- ¿Estáis bien? - interrogó el jefe de la caravana cuando llegó hasta sus hombres.
Fars y Dharion aún se hallaban sobre el suelo recuperando el aliento. Por otro lado Hitsys estaba completamente empapada, a lo largo de la lucha se había metido en el riachuelo. Ella permaneció tumbada boca arriba unos instantes recuperando el resuello, sobre la hierba verde. La suave fragancia de vida se introdujo a través de todos los poros de su piel. Un frescor consiguió aliviar parcialmente el dolor de su alma. Todavía había esperanza... Se incorporó levemente para mandar su mirada hacia la princesa yacente entre los brazos de la sacerdotisa. Ahora estaba segura de haberla prejuzgado mal... Alzó su mirada hacia la imponente estatua y vislumbro una media sonrisa en los labios inertes de la Diosa Aris mientras sus ojos se cerraban para retomar su eterno descanso...
- Debemos entrar en el santuario - ordenó fríamente Nepher palpando la puerta tallada.
- ¿Estáis segura? - inquirió Kyo temiendo profanar un lugar sagrado.
La bella mujer, estaba muy excitada, señal de que algo se escondía en las paredes de aquel extraño lugar. Se giró hacia el soldado, jamás en su vida la había visto tan ansiosa, tan deseosa... su cuerpo temblaba convertido en puro nervio mientras sus ojos lo observaban todo con esa mirada frenética de anhelo por descubrir los secretos de aquel santuario.
- Jamás en mi vida he estado más segura de lo que debía hacer... - expresó suavemente más para si misma que para quienes la escuchaban.
La luz del día profanó el descanso del templo. El grupo atravesó el umbral de la puerta. La profetisa iba delante. Le seguían muy de cerca, el capitán, Gort y dos hombres más. Los pies de los Hijos de Aris pisaron las losas viejas de una gran antesala. En el centro, una fuente exquisitamente surgida de la tierra custodiaba el preciado liquido de la vida. Varias columnas alrededor sostenían la enorme cúpula plagada de pinturas relatando hechos pasados. Las antorchas habían permanecido encendidas desde tiempos inmemoriables y todavía hoy continuaban iluminando el interior del templo. En el muro del fondo se vislumbraban tres puertas. Nepher se sentía como en casa… la misma paz espiritual… Los olores familiares, a cera, y el aroma con el cual se perfumaban tanto las ropas como los cuerpos de las sacerdotisas.
Se dispusieron a examinar el resto del templo. Nepher conocía de antemano la soledad y la tristeza dueñas de la construcción. Ellas habían recorrido, como ahora lo hacían los mortales, cada uno de los rincones de la morada de las nobles mujeres pertenecientes a la orden Kigianshais sin hallar un hálito de vida. Encontraron los restos de las sacerdotisas sorprendidas por la muerte, algunas en sus horas de descanso, otras trabajando, como ocurrió con todas aquellas que se hallaban en la biblioteca, escribiendo o estudiando antiguas escrituras.
El templo estaba vacío e invitaba a pasar allí la noche, a salvo de los Hijos de Netz. Se levantó el campamento en la antesala, por orden de Nepher, los extraños debían mantenerse en la entrada respetando la intimidad de la construcción.
Nékhan ya ocupaba su tienda, sumida en el descanso que requería su cuerpo. Sus dos sirvientes debían tomar ahora el puesto ocupado durante largos años por la hermosa mujer de claros ojos. La princesa ya no necesitaba más de sus servicios, tan sólo sería requerida una vez más en el Santuario Memdor para presentarla como Areg.Nuk.Arak, la Elegida, enfrentándola a la prueba final que la despertaría del todo. La fiel servidora de Aris se sentía un tanto triste... ya no se precisaba apenas de sus habilidades, ya no la acogería una vez más entre sus brazos cuando temblase de miedo ante una visión de futuro, ya no le enseñaría la diferencia entre la realidad y entre el mundo de lo irreal porque Nékhan acababa de descubrirlo... caminó cabizbaja inmersa en sus pensamientos, esa había sido su misión en la vida, vería su fin en Memdor. Alzó súbitamente su rostro y se encontró a la extranjera. Una descarga eléctrica la sacudió, luego un escalofrío terminó por erizarle el pelo. ¿Cuál seria el destino de Hitsys en ese loco Mundo? Se preguntó una vez más sin entender las pretensiones de su Diosa.
Percibió una fuerza más poderosa...
- ¿Estáis bien? - interrogó Nepher a Hitsys.
Su aspecto era deplorable. Empapada por completo. Los arañados y los cortes cubrían su cuerpo y sus vestiduras habían quedado convertidas en un montón de harapos. Parecía agotada.
- Sí - respondió pesadamente - no os preocupéis...
- Debéis cambiaros las ropas, están mojadas y podéis enfriaros - explicó la mujer pues comenzaba a sentirse atraída, de nuevo, por las radiaciones de la extranjera.
- Os repito que no os preocupéis, no tardarán en secar y... - no pudo acabar la frase, Nepher la había cogido de la mano y la estaba conduciendo hacia la tienda de la princesa.
Abrió un baúl y sacó un atuendo seco para la joven.
- Ahora secaros y cambiaros - sonrió -, yo aguardaré fuera.
Unos minutos más tarde salió Hitsys de la tienda, con un traje azul, realzando sus atributos femeninos. El pelo mojado caía sobre su rostro otorgándole el semblante de misterio que solamente Aris podía permitirse. Nepher dudo durante unos instantes...
- Gracias - susurró la joven de ojos bicolor.
La mujer sonrió levemente.
Hitsys ocupó su lugar, apartado como siempre, del resto de los mortales mientras Nepher se perdía por los pasillos del santuario persiguiendo el saber en la extensa biblioteca de las Kigianshais.
La extranjera se sentó en el suelo y comenzó a rebuscar en el interior de su morral. Hasta el momento nadie se había percatado de su belleza, extraña y mística, lograba superar a la princesa. Los hombres repararon ahora en ella pero solamente Dharion se atrevió a actuar. Le tenia pánico, pero ese mismo terror lograba atraerlo hacia ella. La observaba, como recogía el cabello en la nuca y se esforzaba en retirar de su rostro varios rebeldes mechones que lo único que conseguían era realzar más su hermosura. Se decidió a caminar hacia Hitsys mientras ella sacaba de su morral un recipiente que contenía un sustancia pastosa color ocre.
- ¿Qué es eso? - indagó una voz que conocía demasiado bien.
Alzó su interés hacia los ojos claros del chico, él se estremeció ante su renovado aspecto, estaba incluso más bella que cuando se les apareció en la visión de la princesa.
- Es un ungüento para las heridas - explicó mientras lo aplicaba sobres sus cortes -, calma el dolor y las hace cicatrizar más rápidamente.
- ¿Os importa si me siento a vuestro lado? - preguntó cortésmente.
- Es que habéis dejado de temerme.. - murmuró sin apartar su atención de lo que estaba haciendo - o ya os fiáis de mí.
El joven no dijo nada porque ella conocía la respuesta. Antes de sentarse miró hacia todos los lados de la gran antesala.
- Veo que habéis cambiado vuestras extrañas ropas - comentó el chico mirándola de arriba abajo mientras ella continuaba dándose aquel bálsamo.
El olor de la pomada era agradable. Se extendía hacia todos lados sin que nada le impidiese su libertad.
- ¿De donde sois? - investigó el guerrero decidido a desvelar sus dudas.
- ¿Tanta es la curiosidad que os suscito, Dharion? - inquirió la joven.
- Sí - afirmó secamente -. Aparecéis prácticamente de la nada - explicaba gesticulando con sus manos -, lleváis extrañas ropas y poseéis inusuales habilidades para una mujer ¿a caso no es lógico sentir curiosidad?
Quedó unos minutos pensativa mirando al aire antes de responder:
- Supongo que en vuestro caso sí... - lo miró fijamente - Sois muy curioso, podéis tener problemas...
- Sois tan extraña - murmuró entornando los ojos, la cicatriz de su ceja le otorgaba el matiz de la inocencia -. Vuestro amuleto ha salvado mi vida esta tarde, ¿verdad?
No hicieron falta las palabras para que el joven conociera la verdadera respuesta, tan solo la misma expresión de tristeza en el rostro de Hitsys observada cuando ella le entregó el colgante confirmó sus sospechas.
- ¿Deseáis que os lo devuelva? - alzó sus brazos dispuesto a cumplir su propuesta.
- No... - se apresuró a responderle alzando las manos en actitud negativa - Merecéis vivir - afirmó mirando al frente -, aunque siempre estaréis en peligro... - fijó sus pupilas en el rostro del chico - moriréis en el mismo instante en que perdáis el amuleto...
- Entiendo... - se sintió incomodo sosteniéndole la mirada así que se dispuso a defenderse ya que se sentía nuevamente amenazado - No penséis que por haberme salvado la vida confío más en vos, Hitsys... - alzó su partida ceja para dejar al descubierto su innata astucia.
- Yo no pretendo ganar vuestra confianza...- devolvió su atención a untarse el cuerpo con el ungüento -. Yo también puedo ver más allá de los simples hechos... - ahora sus ojos bicolor lo asaltaron momentáneamente - Dharion, sólo pretendo salvaros la vida...
Ambos permanecieron en silencio durante unos instantes. El guerrero se negaba a aceptarla tal y como era, una mujer, con sus propios pensamientos y decisiones. Autosuficiente. Se sentía atraído hacia Hitsys por el mero hecho de ser diferente y por ese mismo motivo se esforzaba en rechazarla. Creía que ella lograba rebajarlo demasiado y su orgullo no se lo permitía. Había demostrado poder sobrevivir sin necesidad de nadie que cubriera sus espaldas, hecho que Dharion, y los demás guerreros, tardarían en asimilar y aceptar. Componentes de una dura sociedad, sus papeles eran aquellos en los que se necesitaba emplear la fuerza bruta mientras que para las mujeres quedaban reservadas las tareas domésticas... Hitsys era un mundo aparte, diferente... sublime...
La extranjera movió la cabeza hacia ambos lados ejercitando el cuello, untó sus dedos en la crema color ocre y se dispuso a masajearse los hombros cuando Dharion saltó impulsado por un resorte, se le mostraba una oportunidad en la que poder ofrecerle su ayuda tal y como le habían enseñado.
- ¿Queréis que os ayude? - preguntó el joven.
- Como deseéis... - respondió la exótica extraña sin ser consciente de lo que él pensaba.
El guerrero se situó detrás de ella y untó sus hombros con el bálsamo. El contacto con sus pieles fue electrizante. Hitsys se sintió mareada, un nudo en el estomago, calor y nerviosismo.
- Estáis muy tensa - murmuró el chico en su oído.
Las caricias de Dharion, disimuladas bajo un aparente friega, anulaban el raciocinio de Hitsys. Se dejaba llevar por intensas sensaciones desconocidas. El dulce aroma del ungüento hechizaba al joven. El soldado comenzaba a sentir una excitación superior a aquella que lo arrastró hasta la hija de Dreo. Una sensación igual a la que sintió cuando besó a Hitsys.
Estaba asombrado ante la chica, dueña de una fría belleza, mística, transcendente... era también capaz de demostrar feminidad. No lograba resistirse. El chico era arrastrado al mundo de la extranjera, tanto física como psíquicamente. Lentamente acercó sus labios hasta su cuello, la honda respiración erizó los sentidos de la joven quien no conseguida darse cuenta del error que podría llegar a cometer. Dharion dejó marcados sus labios en la nuca de Hitsys mientras percibía como el deseo se apoderaba de él. Un deseo, mil veces superior al que le condujo a poner en peligro su vida por Nékhan, se removía en sus entrañas.
La princesa despertó. De un salto se puso en pie, sentía amenazado su amor y al joven Dharion, considerado como propiedad suya. Con una brusca sacudida salió de su tienda buscando con sus ojos, entornados por la rabia, a quien se atrevía a coquetear con su hombre. Lo vio todo. Dharion masajeando a la extranjera. Los celos la asaltaron. Sus pómulos se encendieron por la ira. Y la rabia deformaba su semblante. Apretó lo puños hasta el punto de clavarse las uñas. Una sola idea se hizo con su mente, matar a Hitsys...
- No debéis fiaros de esa mujer - le susurró una voz al oído.
Nékhan dirigió su atención a quien le había hablado. Se trataba de Vladú, una chica Andor a su servicio. De cabello oscuro y ojos negros miraba de la misma forma desconfiada a la pareja apartada de los demás.
- Es mala - otra voz le hizo voltear la cabeza.
Esta vez se trataba de Kep, el hermano gemelo de la joven sirviente.
- ¿Es que acaso la conocéis? - inquirió molesta la princesa.
- No mucho majestad - respondió la aludida -, pero tan sólo debéis pensad y razonad.
- ¿Qué queréis decir con eso? - elevó la voz la chica de cabellos rojos sintiéndose ofendida.
- Es muy simple, majestad - contestó el chico delgado y alto - os ayudó en Oruk dos veces. - clavó sus ojos en la inocente extranjera - ¿Por qué? - interrogó mirando al aire - La primera para ganarse la confianza de todos... - afirmó con el tono capaz de convencer a cualquiera - la segunda vez resulta más sospechoso... ¿no lo creéis así? - acercó su fino rostro, fiel reflejo del arquetipo Andor - A ella no le perjudicaba vuestra relación con Dharion pero con la excusa de ayudaros tan sólo deseaba apartarlo de vuestro lado...
- ¡Qué! - exclamó sorprendida la incrédula princesa.
Quedó pensativa unos instantes decidiendo lo que iba a hacer.
- Seguidme y contadme todo con detalles - los tres penetraron en la tienda real para continuar con la conversación.
- ¿A caso vuestro amado os contó como engañó a vuestro padre? - indagó Vladú con esa mirada perversa que todas las serpientes tenían antes de atacar.
La joven e ingenua hija de Dreo negó con la cabeza a la espera de las explicaciones, cargadas de un raciocinio que tergiversaban los verdaderos acontecimientos.
- Nosotros lo vimos todo - comentaba Kep en una actitud solemne mientras bajaba el tono de su voz otorgándole mayor misterio y culpabilidad a la extranjera -, Hitsys besó a Dharion delante de vuestro padre...
La rabia hervía en sus venas. Mataría a la joven que se estaba atreviendo a pisar su terreno.
- ¿Os habéis fijado en el colgante de vuestro amado? - era ahora la chica sirviente quien formulaba la pregunta - Pues si recordáis bien el primer día que visteis a Hitsys ella lo llevaba.
- ¡Cómo!
- Hitsys ha hechizado al pobre Dharion con sus artimañas y la baratija que lleva al cuello anula por completo su voluntad - exponía de la manera más seria el chico cerrando lo ojos en actitud de lastima - es un juguete en sus manos...
- No puedo creerlo... - comentó la princesa confundida, indecisa, la incertidumbre se apoderaba de ella sin dejarle pensar con claridad.
- Pues creedlo, majestad - afirmó rotundamente Vladú- o sino, explicadme ¿Por qué precisamente ellos dos se han retrasado en el ataque de esta tarde? ¿Por qué han aparecido juntos, defendiendose mutuamente? Sin duda alguna Hitsys lo estaba controlando...
- Y ahora... - continuó confundiéndola más Kep - lo habéis visto bajo sus dominios como un esclavo. Esa mujer es mala y no dudará en haceros daño...
Enmudecieron. La princesa estaba confundida, pero lo que acababa de ver la había cegado lo suficiente como para admitir lo que sus dos sirvientes le habían contado con un poder de convicción que superaba los limites permitidos. Actuaría en consecuencia.
El campamento improvisado en el interior del templo dormía. Dos soldados montaban guardia. Entre las horas de sueño Nékhan aún permanecía despierta maquinando un diabólico plan para vengarse de la extranjera. Nepher insomne daba vueltas sobre su lecho. No lo soportaba. Se levantó guiada por el subconsciente. Abandonó la tienda real y pasó al lado de Hitsys. La observó durante unos instantes, dormía plácidamente, como una chiquilla...
Una voz de ultratumba la llamó. Sus claros ojos se abrieron exageradamente mientras volteaba su cabeza hacia el lugar del cual provenían esas suaves palabras que la llamaban por su hermoso nombre. Una silueta fantasmal se dibujaba en la puerta del medio, la que conducía a la sala de oración y veneración de la Diosa Aris. Nepher siguió a la femenina figura de una sacerdotisa Kigianshai, levantada de su eterno descanso, sólo para guiarla entre los recónditos escondrijos de su morada. No sentía miedo... se sentía como en casa...
Un escalofrío la sacó de su sueño. Hitsys caminó hacia la fuente de cristalina agua y se lavó la cara para calmarse. El liquido transparente de la vida le mostró su reflejo. Volteó la cabeza instintivamente hacia la sala principal del templo, dedicada al culto de Aris, las puertas estaban abiertas y llamaban su atención. Un mal presentimiento respiró en el aire…
El insomnio también asaltó al joven guerrero de cabellos dorados. Desde que Hitsys le entregó el colgante rojo sus sentidos se estaban agudizando, incluso podía escuchar las débiles pisadas de los ratoncillos corriendo como perros por el suelo de la antesala. Su atención estaba puesta en la extranjera quien con los brazos apoyados en el borde de la fuente miraba hacia el interior del santuario. Su actitud era desconfiada. Giró bruscamente y desapareció, entre el color celeste de su vestido, a través de las enormes puertas.
La figura fantasmal ataviada con los antiguos hábitos de la orden de las servidoras de Aris mostró a Nepher las puertas secretas. Ocultaban la verdad a descubrir por quien las escrituras designaban como la guía espiritual de Areg.Nuk.Arak. Ella hubiera tardado meses en encontrarlo. Ahora la acompañaba en una sala iluminada por las antiguas antorchas, incosumibles como la paciencia de las Kigianshais. En el muro del fondo un texto.
- ¿Quien sois? - interrogó a la aparecida que aún no le había mostrado el rostro.
Cuando se giró Nepher se sintió mareada por unos momentos. Era como verse a si misma al cabo de unos veinte años. Los mismos ojos claros, la misma actitud de inteligencia y conocimiento pero el cabello... no era negro sino del mismo color del cobre como el de su hermano menor Agmenón.
- Soy Natara-Arut - contestó con voz envolvente mientras el eco de sus palabras hacia estragos en los recuerdos de Nepher-, vos... ¡...sois mi admirable antepasado Natara-Arut La Iluminada...! - chilló sin admitir lo evidente.
La figura fantasmal sonrió.
- Así es, mi querida Nepher... - explicó para calmarla.
La sacerdotisa conocía a todas las mujeres de su familia que habían prestado sus servicios a la Diosa. Su linaje era el más antiguo y respetable. Todas las féminas habían desempeñado papeles destacables tanto antes, durante y después del Gran Desastre. Ellas habían profetizado la mayoría de hechos que ya habían tenido lugar, pero los que deberían acontecer a partir de aquellos días parecían estar vedados a cualquiera de las sumisas Kigianshais. Las más destacable profetisa de su estirpe había sido Jhardán, la tatarabuela de la aparecida con la que ahora conversaba.
- He estado a la espera de vuestra llegada durante mucho tiempo - dijo con esa voz procedente del más allá -. Mi cuerpo murió sin llegar a conoceros, aunque sabía que vendríais a mi más tarde o más temprano...
- ¿Qué lugar es este? - se interesó la hermosa mujer mirando a su alrededor.
- Os encontráis en el Templo Kerjaid - sonrió - Siempre ha existido, origen de todas las sacerdotisas Kigianshais, aquí nacimos todas, excepto vuestra tatarabuela. - continuaba con su relato captando más y más la atención de su descendiente.- Vuestra tatarabuela, Cordharir, nació en Memdor con la esperanza de que pudiera continuar con el linaje familiar y transmitir sus conocimientos a las generaciones venideras..
- Nunca he sabido nada de este lugar,...- comentó intentando recordar algún relato de su madre que le nombrara algún acontecimiento referente al templo Kerjaid. - ¿Qué ocurrió? - indagó la curiosa mujer a su admirable antepasado.
- Fue horrible - explicó tristementes -, el veneno las asaltó a todas mientras dormían. Yo logré huir… pero mis horas también estaban contadas… las aproveché para escribir la verdad...
- ¿La verdad?
- Sí... Cuando mi cuerpo ya no podía más el Templo de Kerjaid sucumbió ante la Ira de Aris - suspiró dolorida -, por capricho del destino quedó oculto a los ojos de todos los mortales.
- ¿Cuál es la verdad de la que habláis? - preguntó la mujer.
- Es la misma que profetizó Jhardán pero con un ligero matiz que cambia por completo lo esperado y lo comprendido - sus palabras la confundieron -, lo que yo visioné es lo auténtico por eso ha permanecido oculto a otros mortales, para proteger a Areg.Nuk.Arak hasta el momento de su despertar...
- ¿Qué es aquello que conocéis? - inquirió - Decidme...
- Ahora que estáis aquí mi tiempo se acaba - su figura comenzó a desvanecerse -, he cumplido mi misión... Dejo en vuestras manos la verdad sobre el Elegido, vos sabréis cómo emplearla.....
- ¡Esperad! - gritó buscando a Natara-Arut- ¡No me habéis explicado vuestra visión!
- No puedo permanecer más aquí, mi misión ha acabado - su voz resonaba en los oídos de Nepher- Mirad detrás de vuestra persona, Nepher, y conoced la verdad - su hablar se debilitaba más y más.
Nepher se sintió sola y confundida. Una antorcha continuaba a duras penas iluminando lo que tras de si le desvelaría la auténtica verdad. Giró dispuesta a descubrirlo pasara lo que pasara. La calidez la invadió, sin duda alguna Natara-Arut había dado con la verdad y siguiendo los designios de Aris se dispuso a desvelarse a la única persona capaz de utilizarla para el bien, la única Kigianshai, una Andor de pura raza. Dio varios pasos atrás para leer el texto, escrito por su tatarabuela.
Sus ojos se abrían cada vez más y más, las escrituras estaban relatándole aquello que había tenido lugar, fieles a los acontecimientos no conseguían más que asustarla. Incluso la conversación mantenida con Natara-Arut también había sido profetizada. Lo que tras esos momentos vividos llegaba hasta sus ojos echaban por tierra todos sus conocimientos y expectativas. La sorpresa deformaba los exagerados e incrédulos ojos de Nepher al leer lo que ocurriría a partir de aquel mismo instante...
Hitsys se desplazaba tan sigilosamente como aprendió para sobrevivir en un mundo donde los sentidos primarios eran los esenciales para la supervivencia. Palpaba el mal en las paredes del santuario, un mal que les había acompañado desde su partida de Oruk, y que acababa de despertarse esa misma noche...
El terror asaltó el conocimiento de Nepher. No pudo reprimirse… Un desgarrador grito recorrió todos los rincones del templo.
En el umbral de la secreta puerta se recortó la imponente figura de Kyo acompañado de Dharion, Fars y Gort. Unos segundos más tarde unos cuantos soldados aparecieron en la estancia. La extranjera intentaba socorrer a la sacerdotisa sin éxito. La miraron fijamente mientras que la tristeza asomaba a los ojos bicolor de la joven sosteniendo a su última esperanza en la vida.
- ¿Qué ha ocurrido? - interrogó el capitán de la guardia arrodillándose junto a la hermosa mujer cuyos ojos estaban cerrados.
- No lo sé... - respondió la aludida su mirada empañada gritaba a Kyo la misma desesperación que él estaba sintiendo en esos momentos -, oí un grito y vine corriendo… estaba así cuando llegué...
- ¡Nepher! - exclamó horrorizada la princesa.
Pasó su mirada del cuerpo yacente de la sacerdotisa a la joven extranjera que la observaba.
- ¡Qué le habéis hecho! - gritó la infanta abalanzándose sobre la mestiza, con los puños apretados y la mirada empañada.
Dharion la detuvo justo a tiempo.
- ¡Tranquilizaros, Nékhan! - fueron las palabras del joven
- ¡Yo no le hecho nada! - se defendió la joven ante las incisivas palabras de la princesa - ¡Acaso creéis que yo le he causado este daño! - sus ojos se entornaron ante las acusatorias pupilas Nékhan.
- ¡Podéis demostrar que no lo hicisteis! - exigió la princesa aún sujetada por el guerrero.
- ¡Nékhan! - exclamó Dharion sorprendido ante la dura incriminación.
- No necesito demostraros nada - la extranjera se puso en pie dolorida por la inculpación -, mi palabra debería ser suficiente.
No dijo más. Después de sostener la mirada de Nékhan abandonó el lugar abriéndose paso, a empujones. Buscaría sus propias respuestas en otros lugares...
“El mal había destrozado la débil esperanza
para todos,
y
sobretodo,
para Hitsys...
Ni ella, ni nadie,
hallaría lo buscado
sin la
leal sirviente de Aris..
Su existencia jugaba
en el limite
entre
la Vida
y
la Muerte...”